En un pueblo cualquiera del interior de Venezuela, la mañana de un domingo. Acaba de formarse un pleito de gallera.
MELECIO: —¡No, no, usté me paga mi gallo! Eso lo arreglamos en la jefatura!
ULPIANO: —Pero Melecio, chico, hazme el favor, ven acá, chico…
MELECIO: —¡No, señor! ¡Tú me pagas mi gallo es lo que es!
ULPIANO: —Bueno, vale, está bien; vamos a la jefatura y ya está.
UNA MUJER: —Ay, Dios mío, dígame ese hombre peleando con su compadre de sacramento a ver si le sale el diablo!
(Los de la disputa van a la jefatura con todo el pueblo atrás. La jefatura está cerrada. Tocan fuertemente al portón. Nadie contesta.)
ULPIANO: —Ahí tá, pues, la jefatura tá cerrada. Vamos a ver que me vas a hacer ahora.
MELECIO: —¿Cerrada? ¡Ya me vas a pagar mi gallo es lo que es.
(Vuelve a tocar al portón varias veces, con largas pausas entre llamada y llamada, esperando inútilmente que alguien conteste. A las mil y quinientas oyen adentro una voz lejanísima. Se entabla a través de la puerta, un diálogo a gritos, como los que se oyen junto a los ríos de una orilla a la otra.)
LA VOZ: —¿Quién es...?
MELECIO: —¡Gente de paz!... ¿Ahí tá el jefe civil?
LA VOZ: —¡Tá pa los toros coliaos!
MELECIO: —¿Y el secretario?
LA VOZ: —¡Tampoco. Tá pa una telnera en la orilla del río!
MELECIO: —¿Y el polecía?
LA VOZ: —¡Salió pa ve un choque y no ha vuelto!
MELECIO: —¡Ah caracha!... ¿Y usté quién es?
LA VOZ: —Yo soy el arrestao, pero no le puedo abrí porque me estoy bañando…
MELECIO: —Ah bueno, mire, entonces ponga cuidao: cuando venga el jefe civil…
LA VOZ: —Ajá…
MELECIO: —...usté le dice que por aquí vino Melecio a arreglá un asunto de un gallo que me malogró mi compadre Ulpiano... Pero que como el no estaba aquí, nosotros vamos a seguí peleando y volvemos más tardecita, ¿yalosabe?
LA VOZ: —¡Bueno, no tenga cuidao!…
MELECIO: —Bueno, muy agradecido.
(Se dispone a irse, pero...)
LA VOZ: —¡Mire!...
MELECIO: ¿Ajá?…
LA VOZ: —¿Usté me quiere hacé un favor?…
MELECIO: —¡Como no!…
LA VOZ: —Ah bueno, mire. ¿Usté sabe ahí junto e la barbería del Tuerto Elías, esa casa 'e tejas donde se la pasa un mochito en la puerta?
MELECIO: —Sí…
LA VOZ: —Entonces, mire: me hace el bien de avisámele allá a Encalnación Carrillo que Ismaelito está arrestao desde anoche, porque estaba pelao en el botiquín de la plaza y le quiebré la tutuma 'e vidrio a la motorola... Y que me mande un pantalón, ¿sabe?, polque el que tengo es el de parrandeá...!
MELECIO: —Ah bueno. Como a mi compadre lo van a arrestá de toas maneras por el inconveniente 'el gallo, yo le digo que se lo mande con él ¿Yalosabe?…
LA VOZ: —¡Bueno!…
MELECIO: —Bueno, pues.
LA VOZ: —Bueno...
En Sears una señora andaba como una hormiga loca sin resolverse por nada, cuando se topó con otra señora que también andaba como una hormiga loca.
—Guás, niña, óuh, tú por aquí! Yo te hacia en la vieja.
—¿Cuál vieja?
—La Vieja Uropas.
—Pues no. A última hora resolvimos dejar el viaje para el año retropróximo venidero. ¿Y tús, qué haces por aquís?
—Ay niña, loca buscando un fulano papel tualé de Navidad que no se consigue. ¡No sé como van a hacer pupú esos niños este año!...¿Y esos discos que llevas ahí, qué son?
—Música plástica. Tú sabes que a Freddicito le ha dado por la música plástica desde que vio el Valle Ruso en Nueva York. Aquí le llevo la Sífilis de Chaplín, La Hipotética de Charcosqui, y una sinfonía de Schubert que me dieron más barata porque le falta un disco.
—¿Y eso fue todo lo que compraste? ¿Por qué no compraste la novela de Beethoven el Divino Sórdido?
—Ya la tenemos. Freddicito la compró en Nueva York tocada por la orquesta de Arturo Brinquinini. También tenemos El Mascanueces, El Lago de los Chismes, El Manubrio Azul, y una ópera que se llama Tristán y la Sorda de la Warner Bros.
—Niña, pero entonces ustedes tienen una discoteca completa.
—Y eso que tú no has visto la billoteca. ¡Tenemos una billoteca!... Todas las noches me pongo mis anteojos jazzband, abro una caja de manzanas y me acuesto a leer Don Cipote de la Mancha en inglés. ¡A mí me encanta Don Pipote!
—Tendrán muy buenos libros, ¿verdad?
—Naturalmente. Todos están forrados en cuero. Vamos hasta ahí, que estoy buscando unas velitas de vidrio de esas que tienen agua hervida por dentro y echan bombita.
—¿De esas que parecen unas ampolletas rosadas?
—Yes... ¿Verdad que son un sueño? Figúrate que Freddicito trajo dos cajas de Nueva York, ¿y tú crees que queda una para remedio?... Todas las hemos ido regalando entre nuestros amigos más ínfimos. Y a mí me dislocan esas condenadas velitas. Para ponérselas a las tortas de cumpleaños están soñadas. Uno las sopla y no se apagan como las otras.
—Ahí las tienes...
—Ah sí... (
Llamando
) Esteeem... ¡Mire, señorita! (Ahí viene, Pregúntale tú a cómo son.)
—¿Very moch bólivar biutiful general electric merry critsmas?
—¿Cómo es el golpe?
—Ay, chica, como que no entiende. Esa mujer es nativa. Mire, señorita, ella le está preguntando que a cómo son esas velitas. (Qué horror, qué servicio tan pésimo; no sé cómo a estos americanos tan prácticos que son se les ocurre poner nativas a atender a uno. En Estados unidos todas las dependientas de tiendas saben hablar en inglés.)
—¡Ay, mira quién viene allá!
—Ay, qué sorpresa. Cuchi Mogollón. Me privo. (
Llamando
) ¡Come jía, Cuchi!
—Jalou!... ¿Pero que hacen ustedes aquí? Yo las hacía en la Exposición de Huérfanos. ¿Ustedes no y que eran del Comité Organizador, pues?
—Yo sí, pero tuve que renunciar porque no me ha quedado tiempo para nada. Primero, despidiendo a William Guillermo que se fue para Mayami Flórida; después, recogiendo levitas viejas para los niños pobres: Total, no he tenido tiempo para nosing at oll.
—Yo también renuncie al Comité. No me he sentido muy bien después de aquella botella de ponche crema que nos tomamos el otro día en el desayuno. Bueno Cucky, ¿y cómo está tu marido?
—¡Guá, niña, en Estados Unidos. Tú sabes que a él lo mandaron en una Micción. Es que los dos gobiernos van a celebrar conjuntamente este año el fifticentenario del Natalicio de la muerte del Libertador, y él va a pronunciar la oración lúgubre.
—¡Ay, prívense! ¡Miren aquella americana que viene allá!
—¡De veras, niña! ¡Que musiúa tan elegante! ¿Verdad que se parece a Majarete Truman?
—Bueno, yo las dejo. Voy a ver si me cambian un tráveler para comprar aquel juego de reinocerontes de yeso parados en dos patas. ¿Verdad que están soñados?
—Son fantásticos. Bueno, yo también me voy. Freddicito debe estar esperándome para ir a la piccina a practicar un poco de nutrición. Mañana damos un almuerzo criollo en casa. No dejes de ir por allá para que te tomes aunque sea una copita de mondongo. Babay...
—Gubay...
—So long...
—Ariós!...
—Iúuju!...
—Iuju...
—Jasta luegou!...
Una tragedia intelectual en tres actos.
ACTO PRIMERO
EN LA CASA
Salón estudio de un escritorio. Entre los estantes abrumados de libros, las paredes atestadas de cuadros absurdos, las inevitables flechas goajiras, las toneladas de periódicos viejos y demás utilería de que gustan rodearse los seres superiores, aparece Él, trabajando en una máquina de escribir. Su aspecto es el de un hombre fatigado, absorto, y que, además, lleva largas horas fumando y sin lavarse. Teclea indecisamente una letra hoy y otra mañana, y entre teclazo y teclazo abre largas pausas, durante las cuales se queda como hipnotizado, fijos los desorbitados ojos en algún tornillito insignificante de la máquina. En una de estas pausas entra ELLA, una criatura también superior, y de la que él asegura a sus amigos que es la mujer más inteligente que ha conocido en su vida. Empieza la
ESCENA I
ELLA: ¡Hasta cuando escribes, caramba! Llevas más de dieciocho horas ahí sentado, sin comer, sin hablar, dándoles vueltas a los ojos como un loco... ¡Fo, mi madre! ¡Que hedentina a tabaco!... Déjame botar este cenicero, que ya está hasta el tope. (
Va a hacerlo sin parar la conversación
). Y luego vas a acostarte a mi lado, y me paso toda la noche respirando ese terrible olor a cobre de cornetín que te deja el tabaco. Mira cómo está ese cuarto de humo. Parece que estamos en pleno Londres. ¡Fo, Dios mío!
EL (
con sorpresivo estallido de cohete
): —¡Pero bueno, chica, cállate! ¡Que fastidio! ¡Déjame trabajar¡... Pareces una pistola de repetición.
ELLA (
lloriqueando
): —Yo te lo digo porque es domingo y tú me ofreciste salir conmigo.
EL (
conmovido
): —Si es verdad, mi amor. (
Se levanta
). Arréglate, pues, y vamos a salir.
ELLA (
reaccionando
): —¿Salir a esta hora?... Ay chico, mejor es que termines tu trabajo. Yo no quiero salir... Está haciendo mucho frío.
EL: —Ah, bueno, entonces voy a salir yo solo. De todos modos tenía pensado dar una vueltecita antes de acostarme.
ELLA: —Si, naturalmente. Eso era lo que tú querías. Aprovechas la oportunidad por lo que te dije para irte solo y dejarme aquí como una perra. Yo no te lo dije sino para probarte. Uuh, uuh, buuuhh.
EL: —Pero, mi amor, no llores. Fuiste tu misma quien dijo que no tenías ganas de salir; pero si quieres salir, vístete y salgamos.
ELLA: —No, no. Ahora no. Basta que tú expreses el deseo de irte solo para que yo no vaya. No quiero estorbarte tus planes.
EL: —Pero si yo no dije lo de irme solo porque no tenga gusto en salir contigo, sino como tú no querías…
ELLA: —No, no. Vete solo que yo me voy a acostar.
EL: —Bueno, pues tampoco saldré yo y se acabó.
ELLA: —Eso es. Te quedas para después sacarme en el primer pleito que tu eres un esclavo mío, que te tengo amarrado a la pata de la cama y que no te dejo ni respirar.
EL: —Eso es mentira, vieja. Si he resuelto quedarme es precisamente porque no quiero salir sino contigo. Y porque, viéndolo bien, creo que tienes razón. Hace mucho frío. Nos quedaremos aquí leyendo.
ELLA: —Uhm, yo no tengo ganas de leer; yo lo que quiero es salir.
EL: —Bueno, entonces saldremos.
ELLA (
meditando
): —¿Salir a esta hora? ¿Y no te parece que muy tarde? Son más de las nueve.
EL: —¡Pero si a nosotros no nos están esperando en ninguna parte! Te vistes, vamos por ahí, tomamos algo y volvemos a dormir.
ELLA (
inesperadamente
): —Si hombre, me voy a vestir.
(El escenario queda solo. Un cigarrillo humea en el cenicero. Momentos después se sienten los pasos de la pareja que baja las escaleras hacia la calle. Empieza él)
ACTO SEGUNDO
O
“YO SE QUE TE ESTORBO”
ELLA: —¿En qué piensas que vas tan callado?
EL: —En nada.
ELLA: —Y entonces, ¿por qué no hablas conmigo?
EL: —Porque no tengo ganas de hablar.
ELLA: —Claro, ¡que va a tener un genio que hablar con una burra como yo! Yo no penetraría la profundidad de tus sentencias…
EL: —Mi amor, déjate de ridiculeces. No hablo porque verdaderamente no se me ocurre nada.
ELLA: —Antes de casarnos siempre se te ocurrían cosas; pero ahora las ocurrencias son para otros... Y quien sabe si para otras…
EL (
con furia
): —Pero bueno, chica, ¿vas a seguir con esa lata por la calle?... Caramba, ten un poquito de consideración.
ELLA: —Perdóname, mi vida; pero es que tengo la sensación de que soy un estorbo para tí y tú no te atreves a decírmelo. Dímelo francamente; ¿yo soy un estorbo para ti?
EL: —¡Que estorbo vas a ser! Yo te quiero demasiado para considerarte un estorbo.
ELLA: —Eso me lo dices por lástima, pero yo sé que te estorbo.
EL: —Que no, mi vida... ¡Te juro que no me estorbas!
ELLA: —Si te estorbo. Eso puede verlo cualquiera. Yo misma lo comprendo, y si tú fueras sincero conmigo, me lo dirías. Lo que pasa es que ya tú no me dices la verdad.
EL (
condescendiente
): —Bueno, hija; sea como tú quieras: si me estorbas.
ELLA: —Ah, ¿de modo que yo soy un estorbo para ti? Has debido decírmelo en casa, y yo me hubiera quedado. Yo me voy para que te quites ese peso de encima. Yo no quiero ser un estorbo para nadie.
EL: —Pero mijita, yo... yo…
(El telón baja con rapidez, a fin de que el primer actor pueda desahogarse como es debido)
ACTO TERCERO
O
“¡AHI HAY UN HOMBRE, MI AMOR!”
Al levantarse el telón el escenario está completamente a oscuras y en silencio. Antes del primer parlamento transcurre un lapso discrecional, durante el cual se oyen los ronquidos acompasados y profundos de alguien que duerme en habitación contigua. Pausa.
ELLA (
medrosa, llamándolo bajito
): —¡Mi amor!... ¡Mi amor!... ¡Mi amor!
EL (
entre sueños
): —¿Uhm?... ¿Uhm?... (
Sigue roncando
).
ELLA (
insistente
): —¡Mi amor!... ¡Mi amor!
EL (
despertando atolondrado
): —¿Uhm?... ¿Qué es?
ELLA: —¿Tú estás dormido, mi amor?
EL (
molesto
) ¡Pero bendito sea Dios!... ¡No! ¡No estoy durmiendo! Yo lo que estoy es jugando a que estamos durmiendo!
ELLA: —No te pongas bravo, mi amor. Es que tengo miedo. Yo siento como un hombre curucuteando por allá afuera. Levántate a ver, mi amor…
EL (
resignado
): —Bueno, paciencia.
ELLA (
súbita
): —¡No!... ¡No prendas la luz!
EL: —Y entonces, ¿cómo lo voy a ver? ¿Tú crees que yo soy familia de murciélago?
ELLA (
aprensiva
): —Pero, ¿Y si él te ve a tí? ¿Y si carga una llave inglesa y te arregla?... Mejor es que no vayas, mi amor.
EL (
enérgico
): —Bueno, ¿voy o no voy?
ELLA: —Bueno, ve; pero no prendas la luz.
(Efecto sonoro: Parte de la “Danza Macabra”, de Saint Saenz, imitativa del andar de los fantasmas. Inesperadamente se produce, en pleno escenario, una formidable catástrofe de vidrios rotos.)
EL (
con estrépito
) ¡Aaayyy!
ELLA (
idem
) ¡Ay, lo arregló el hombre! ¿Qué fue, mi amor? ¿Lo agarraste?
EL (
no responde, sigue quejándose sordamente
)
ELLA: —¡Pero, contesta, Romualdo Antonio! ¿Qué fue?
EL (
quejándose
): ¡Ay, uuhmm..., uuhmm! Prende la luz... ¡Uuhmmm!... Me caí con el rabo... Me caí con el rabo…
ELLA: —Pero, ¿qué rabo? ¿Qué rabo es ese, mi amor? ¿Tú tienes algún rabo?
EL: —¡El rabo del mecedor! ¡Mira la patada que le dí! ¡Ay, ay! (
Exasperado
). ¡Pero acaba de prender la luz!
(Se enciende la luz del escenario. Y allí aparece Él, en piyama, con una fachada lamentable y como anidado en medio de un reguero de muebles en desorden y de los restos de una romanilla que acaba de venirse abajo. Casi simultáneamente con la llegada de la luz, entra Ella. Lleva un salto de cama con su inevitable dragón en la espalda.)
ELLA (
pasmada, con alarma
): —¡ Ay, Dios mío!... ¡Mira como esguañangaste la romanilla!... ¡Ay mi ma...! (
Transición de burla disimulada. Con marcada ironía
). Pero, mi amor, ¿tú eres loco?... ¿Cómo se te ocurre ponerte a darle patadas a los mecedores a esta hora? Vamos a ver: ¿qué vas a sacar con eso?
EL (
gimiendo y furioso
): —Ah, ¿pero de ñapa me vas a venir con ese chicle ahora? ¡Vete a dormir, chica, vete! ¡Déjame solo con mi dolor! Como un perro. Porque eso es lo que soy en esta casa: un perro, ¡un perro a la izquierda!
ELLA: —Perro a la izquierda no, mi amor: ¡cero a la izquierda!
EL (
violento
): —¡Déjame terminar! (
Terminando en el tono anterior
) al que no se le atiende ni cuando está herido!
ELLA (
molesta
): —¡Pero si yo no estoy haciendo nada!... No seas injusto, Romualdo Antonio. (
Rompe a llorar
) ¡Es que cada vez que tú te levantas a ver si hay un ladrón, tenemos que amanecer comprando corotos nuevos!... ¿No ves que te levantas de mala gana?
EL (
tratando de calmarla
): —¡Pero mi amor!
ELLA (
llorando más
): —¡Qué desgraciada he sido en mi matrimonio!... Todas las mujeres tienen un marido que se levante a buscar ladrones, menos yo. (
Crece su llanto
.)
(Se oyen unos golpes fortísimos y urgentes en la puerta de la calle)
VOZARRÓN (
con los golpes, afuera
): —¡Los pasajeros pa’ Barquisimeto!
EL (
por ella y luego por la voz
): —Pero, mi amor ¡yo te juro que... (
Explosivo
). Aquí no hay ningunos pasajeros, está equivocado!
(
Se despierta el bebé en la habitación contigua, dejando oír unos berridos de pronóstico
.)
ELLA (
brava
): —¿No ves?... Eso es lo que tú querías. ¡Ya despertaste al muchacho!... ¿No ves que tú no eres el que se va a echar esa capuchina ahora? ¿No ves? (
Sigue llorando
.)
(Vuelve a sonar el portón, todavía más fuerte, y el bebé continúa berreando.)
VOZARRON: —¿Qué hubo, pues? ¡Esos pasajeros!
ELLA (
por el niño
): —Ya va, mi amor; ya yo le voy a llevar su teterito.
VOZARRÓN (
con extrañeza
): —¡Cómo! ¿Cómo es el golpe?
EL (
por uno y por otro, sin saber a quien hablarle primero
): —¡Que no es aquí!... (
a ella, en el mismo tono
). ¿Cómo le vas a dar tetero a esta hora a ese muchacho?
VOZARRÓN: —Pero, ¿y esta no es la esquina de Miguelacho?
EL: —¡Sí es! ¡Sí es, pero aquí no es!…
(Suena el teléfono.)
VOZARRÓN (
coincidiendo con el timbrazo
): —¿Cómo dice?
EL (
por el timbrazo
): —Ahora está sonando el teléfono... ¡Yo no voy a contestar a esta hora!
VOZARRÓN (
exasperadamente
): —¿Entonces a qué hora vengo a preguntar?
(
El bebé llega al clímax de los berridos coincidiendo éstos con la pregunta que ha hecho el vozarrón
.)
ELLA (
desde dentro
): —Mi amor, cárgalo un ratico para que se calle, mientras le hago el tetero!
EL (
en el colmo
): —¡Yo no voy a cargar nada!
VOZARRÓN (
con furia
): —¿Y entonces, pa’ que pidieron el carro?
EL (
lanzando un berrido
): —¡Yo no aguanto más esta mecha! ¡Yo me voy pa’ Barquisimeto! ¡Espéreme, señor, que aquí hay un pasajero! ¡Espéreme! ¡Espéreme!
TELON ULTRARRAPIDO