Read Juan Carlos I el último Borbón : las mentiras de la monarquía española Online
Authors: Amadeo Martínez-Inglés
Tags: #Política, #Opinión
En estos días de noviembre llega también a la prensa, por una filtración interesada, el
Informe Quintero
sobre el golpe militar llevado a cabo por el Ejército turco un par de meses antes, concretamente el 12 de septiembre de 1980. Federico Quintero Morente, coronel de Caballería, es a la sazón agregado militar en Ankara y ha redactado el famoso informe por obligación de su cargo. Sin embargo, el momento en el que ve la luz (con una situación socio-política en nuestro país claramente degradada y muy parecida, salvo matices importantes, a la sufrida por Turquía meses atrás) y las características personales de su autor. hacen que el documento, en principio de carácter reservado y dirigido a la División de Inteligencia del EME, se desvíe de sus cauces reglamentarios y se convierta en
vox populi
, por lo menos para las clases mejor informadas de la nación.
El
Informe Quintero
, como digo, resulta muy interesante, además de por las similitudes políticas hispano-turcas, por la personalidad de su autor. Este hombre, «sempiterno espía castrense», era entonces muy conocido dentro del Ejército. En la década de los 60 perteneció a los servicios de información del almirante Carrero Blanco (SECED, Servicio Central de Documentación), y actuó sin contemplaciones en los últimos años de esa década contra los grupos anti-régimen que operaban en distintas universidades españolas. Después fue jefe superior de policía de Madrid, dejando tras de sí un amargo recuerdo de dureza e intransigencia. Pasó luego al Estado Mayor Central (Dirección de Enseñanza) y, más tarde, a la Secretaría General del EME, donde le sorprendió el Sábado Santo «rojo» de 1977, interviniendo, cómo no, en la redacción de la durísima nota del Consejo Superior del Ejército contra la legalización del PCE. La reacción del vicepresidente para Asuntos de la Defensa, Gutiérrez Mellado, contra los autores materiales del escrito (coronel Álvarez Alba, teniente coronel Ponce de León y él mismo), le obligó a dejar la Secretaría General. Profesional de la información militar y de profundas convicciones franquistas, nunca dejó de estar vinculado a su antiguo jefe del SECED, el coronel José Ignacio San Martín, y, por lo tanto, al «Colectivo Almendros» que, por estas fechas (19 de noviembre), sale a la luz pública como promotor del «movimiento de mayo» o «golpe duro a la turca».
El
Informe Quintero
, repito, no era otra cosa que el análisis de un profesional de la información sobre el golpe militar acaecido en Turquía en septiembre de 1980. A muchos en España este trabajo, indebidamente publicado, les vino como anillo al dedo para establecer paralelismos y, sin duda, dados los ánimos militares en aquellos momentos, contribuyó a fortalecer la acción involutiva que se estaba fraguando en las altas esferas castrenses. Aunque aquí, afortunadamente, no llegaría a cuajar como en el país otomano porque, según se verá más adelante, no se trataba de una sola maniobra involucionista en marcha sino de varias, cada una de las cuales perseguía unos objetivos y unos fines políticos distintos, a alcanzar con estrategias diversas, en plazos no coincidentes y a cargo de líderes desconfiados y ambiciosos, dispuestos a no dejarse arrebatar el más mínimo protagonismo.
Luego, en capítulos sucesivos, clasificaremos y analizaremos en profundidad los diferentes planes golpistas en preparación ya adelantada en este noviembre de 1980 que estamos recordando. Ahora, retomemos la dura ofensiva de los generales contra Suárez en la que estábamos hace un momento y que se encontraba, asimismo, en plena ebullición.
El rey no acusa recibo del escrito de censura contra el presidente del Gobierno que le es dirigido en su calidad de jefe supremo de las Fuerzas Armadas, pero en su discurso de Navidad refleja claramente su preocupación por la situación del país y pide la unión y la cooperación de todos, civiles y militares, para transformar y estabilizar España. Al menos de cara a la opinión pública, nada indica que en estas fechas, últimos días de diciembre de 1980, don Juan Carlos de Borbón haya enfriado sus relaciones con el presidente del Gobierno, pero algo se cuece sin duda entre los bastidores regios.
***
Esas mismas Navidades, don Juan Carlos y Suárez, mantienen una entrevista en Baqueira Beret en la que el rey le hace ver a su interlocutor el malestar del Ejército, con referencias claras al escrito de los capitanes generales, a la posibilidad real de un golpe militar y a la conveniencia de buscar soluciones políticas inmediatas ante la grave crisis que se avecina. No le pide que dimita a corto plazo, pero le manifiesta con rotundidad que el bien del país, del régimen democrático que ellos encabezan y la continuación sin traumas de la transición política, pasan por detener cuanto antes su enfrentamiento suicida con un Ejército que busca, sobre todas las cosas y desde la primavera de 1977, el relevo en la cúpula del Gobierno de la nación. Es un aviso urgente e importante de don Juan Carlos, quien, en estas vacaciones de Navidad, tiene sobre su mesa un informe reservado y alarmante, procedente del general Alfonso Armada (remitido desde Lérida y que su Secretaría General en Madrid le ha hecho llegar con urgencia), que no deja lugar a dudas sobre el vertebramiento de un golpe militar duro contra la democracia y la monarquía, así como sobre la urgente necesidad de contrarrestarlo por medio de medidas de corte político y militar.
A esta reunión de Baqueira Beret acude, pues, don Juan Carlos, con la decisión ya tomada de impulsar un cambio en la Presidencia del Gobierno de la nación forzando la dimisión de Adolfo Suárez. Peligra su corona y todo el entramado político-social trabajosamente levantado sobre el, todavía, poderosísimo aparato franquista. Un error o una falta de decisión suya en esos delicados momentos puede propiciar la catástrofe. El Ejército, la única institución capaz de arruinar por sí sola todas las expectativas de cambio, está crispado por el terrorismo, el separatismo, la pérdida de protagonismo y la sensación, cada día más fuerte, de que la Historia, a través del primer presidente de la nueva democracia española, Adolfo Suárez, le está jugando una mala pasada invirtiendo el signo de la victoria de 1939. Hace escasos días que sus máximos representantes (los capitanes generales), de forma harto inusual y antirreglamentaria, le han pedido con toda la claridad la cabeza política del presidente del Ejecutivo. ¡O se va de una vez ese engreído político, que está destruyendo el país, que ha osado enfrentarse al Ejército victorioso de Franco, tratando de engañar a sus más preclaros generales, o se actuará en consecuencia, caiga quien caiga, incluido el propio monarca elegido por el mítico militar para continuar su obra!, podría ser la síntesis escueta y terrible del nítido mensaje que los más altos uniformados españoles, a punto de perder los nervios, han elevado a su capitán general y jefe supremo.
Don Juan Carlos lo tiene claro desde hace ya varias semanas y con los fieles generales de su entorno (Armada, Fernández Campo y los tres miembros de la junta de jefes de Estado Mayor) prepara una salida, lo más constitucional y democrática que sea posible, al fuerte órdago castrense del próximo mes de mayo. Hay que parar como sea la Operación
Almendros
, que está fuertemente apoyada por una trama civil ultra y nada monárquica por ende. Es el mayor peligro que acecha a su corona y al cambio democrático desde que subió al trono en noviembre de 1975.
El primer paso a dar es evidente: Suárez debe abandonar su puesto cuanto antes. La patria lo exige y el carismático político abulense debe comprenderlo.
Adolfo Suárez, efectivamente, lo entiende. Después de hablar largamente con el rey sabe que ha perdido la batalla, que el Ejército al final le ha vencido. No hay, de momento, plazos para que se vaya, pero tendrá que tomar una decisión pronto si quiere contribuir a la estabilización del país.
Por otra parte, el frente militar no es el único que tiene abierto. Su partido, la UCD, se desintegra por momentos y el Congreso de Mallorca se presenta bastante incierto… Se cuestiona ya abiertamente su liderazgo por parte de algunos ambiciosos «barones». El de Cebreros se siente cansado, harto, traicionado, pero su moral aún permanece alta. Es un corredor de fondo de la política y en épocas pasadas, no demasiado lejanas en el tiempo, ya ha tenido que tomar decisiones dolorosas y traumáticas. Si tiene que irse, se irá, dejará el campo de batalla por sorpresa, antes de lo que piensan sus enemigos. Así arruinará sus planes a largo plazo. Será sólo una batalla perdida y jamás arriará sus banderas. Cree que tiene mucha vida pública por delante y, a no tardar, volverá a la arena política con nuevos proyectos, con un nuevo partido centrista, cohesionado, fiel a su persona, y capaz de ilusionar nuevamente a la sociedad española. Sabe que ésta le admira, que le quiere y se siente agradecida por su labor valiente, inteligente y abnegada de los últimos años.
Resulta totalmente diáfano ahora, muchos años después, que Adolfo Suárez pensó algo muy parecido a todo esto al salir de su entrevista con el rey en Baqueira Beret. Los acontecimientos posteriores lo han corroborado. Pero no quiero incidir demasiado sobre lo ya conocido.
Recordando las palabras del general Elícegui en la reunión celebrada en la Capitanía General de Zaragoza, a mediados de enero de 1981, uno llega a la conclusión de que el rey, en esos días, ya había dado garantías a los capitanes generales sobre la definitiva defenestración de Adolfo Suárez. Los había tranquilizado sin duda sobre el futuro inmediato de la nación. Pero también resulta evidente que éstos no se habían quedado tranquilos con las previsiones regias y que la operación involucionista de mayo (no de coroneles, como se ha escrito en la prensa hasta la saciedad, sino de capitanes generales auxiliados por sus Estados Mayores, por coroneles y tenientes coroneles jefes de cuerpo, y también por el aparato político-periodístico franquista) no fue desactivada ni por esas previsiones, ni siquiera por la dimisión de Suárez, oficializada el 29 de enero de 1981. La amplia conspiración castrense siguió su curso de planeamiento y sólo sería abortada en última instancia, tras el afortunado «fichaje» del capitán general Milans del Bosch para la llamada «Solución Armada», por la maniobra político-militar desencadenada en la tarde-noche del 23 de febrero de 1981. Maniobra, que no se desarrollaría, ni mucho menos, como la previeron sus organizadores por varias razones pero, sobre todo, por la «salida de guión» de uno de sus más importantes protagonistas, el teniente coronel Tejero. Más tarde lo veremos. No adelantemos ahora acontecimientos en bien del complejo relato de un hecho que, posiblemente, sea el más interesante y enigmático de la vida política española de la segunda mitad del siglo XX.
Hecho histórico, el 23-F, al que hay que arrojar de una vez por todas la luz y taquígrafos que necesita después de tantos años de sombras y dudas. Sin miedos, sin tabúes y sin complejos de ninguna clase. Trataré, en éste y en los próximos capítulos del presente libro, de clarificar sus entresijos. Ahora, acabemos con el tema que nos ocupa, la sorpresiva dimisión del presidente Suárez en los últimos días de enero de 1981.
A comienzos de ese año 1981, la olla a presión castrense española está a punto de estallar, calentada en demasía tanto por la propia cúpula militar como por el residual aparato político-social franquista, que tiene en sus medios de comunicación una punta de lanza todavía poderosa.
Los actos programados para la Pascua Militar pueden ser los primeros barómetros públicos que midan su peligrosa presión interna. Como todos los años, se preparan en las cabeceras de las distintas regiones militares y el de Madrid, con la segura presencia del rey y de la cúpula militar, promete ser tenso. El ambiente político y social ha continuado degradándose en los últimos meses, ya que el terrorismo ha seguido golpeando con dureza a las Fuerzas Armadas, la crisis económica no mejora, el partido que apoya al Gobierno, Unión de Centro Democrático, se desintegra, y cunde por doquier una sensación de frustración y duda. No se vislumbra a corto plazo una salida a todo esto y la nave del Estado parece haber perdido definitivamente el rumbo.
En Zaragoza, guarnición en la que continúo al frente de la jefatura de Estado Mayor de la Brigada DOT V, cunden los rumores sobre posibles acontecimientos cercanos, sobre todo en los altos niveles de mando, en los círculos restringidos de sus Estados Mayores y en las jefaturas de las Armas y Servicios. Los canales de Inteligencia privilegiados y los contactos directos, tanto entre personas como entre organismos, alimentan, con datos no siempre fiables, la espiral de la información sumergida. El órgano con más conocimiento de causa es, obviamente, el Estado Mayor de Capitanía donde dispongo de muy buenos amigos en las Secciones de Operaciones (G-3) e Inteligencia (G-2), pero de donde recibo más información confidencial o secreta es de Madrid, del Estado Mayor del Ejército, procedente de antiguos compañeros destinados allí con los que no he roto los lazos de amistad y cooperación.
Para que no me desborden los acontecimientos necesito estar puntualmente informado de todo lo que ocurre en Madrid. Ya sé como piensa el capitán general de Aragón y soy consciente, en consecuencia, que con el general de la Brigada enfermo y mal visto por su superior, tendré que tomar alguna decisión importante si se precipitan los acontecimientos. La Brigada es la única gran unidad operativa en la ciudad de Zaragoza, con importantes destacamentos en Huesca y Barbastro, y su actuación, puede ser decisiva para el posicionamiento de toda la Capitanía General del Ebro.
Por mis confidentes en la capital del Estado me entero de algunas reuniones de generales y altos oficiales de esa guarnición en los días previos a la Pascua Militar, que no han trascendido ni a la opinión pública ni a los estamentos medios y bajos del Ejército. En relación con ellas, después del «intento de golpe del 23-F», algunas fuentes involucionistas y bastantes periodistas e «investigadores» hablaron de una muy importante celebrada el 5 de enero, víspera, por lo tanto, del tradicional acto castrense. A ella habrían asistido nada menos que 17 tenientes generales, además de algunos mandos de menor rango, y en el curso de la misma se habría planteado la necesidad de una acción militar rápida para salvar la caótica situación del país, al estilo puro y duro puesto en marcha por el Ejército turco en septiembre del año anterior. Sólo Milans del Bosch y otro general habrían exigido que esa hipotética acción respetara la institución monárquica, mientras que la mayoría de los asistentes optó por acabar con ella por la brava e implantar un sistema republicano presidencialista dirigido por un militar.