Kronos. La puerta del tiempo (19 page)

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Authors: Felipe Botaya

Tags: #Bélico, Histórico

—Es cristal de cuarzo y proviene del sílice. Es lo que nos permite una exactitud perfecta en los traslados. Pronto verá cómo funciona —volvieron con los demás, que esperaban con todo el equipo las nuevas órdenes.

Un técnico se aproximó al general y le indicó algo. Se giró hacia todos con profunda satisfacción.

—Acaban de decirme que la radio-baliza temporal ya está operativa en el lugar de destino. Todo va bien. Sigamos el protocolo —en aquel momento, seis técnicos se aproximaron al grupo y les instalaron unos sensores en las muñecas—. Será casi su seguro de vida, señores —dijo Kammler—. Sabremos en todo momento cómo están físicamente. Ese es otro cambio muy importante con respecto a sus traslados anteriores,
Haupsturmführer
Bauer.

Horst tuvo que admitir que la evolución técnica era casi de días. Le parecía increíble el ritmo endiablado de trabajo que Kammler imprimía a su gente.

Luego les indicaron que debían pasar por un pasillo de cristal donde iban a ser desinfectados para no contaminar con bacterias actuales la zona de visita. No era necesario desnudarse y todos pasaron junto a sus equipos. A continuación, se le entregó a cada uno unas gafas de protección que, aunque permitían ver, protegían la vista del altísimo nivel de luz que se producía. Tras este trámite fueron conducidos hasta una puerta que daba justo al pasillo entre las dos paredes de cristal que rodeaban la Campana. Entraron sin dificultad y les ordenaron que se situaran separados de forma equidistante hasta que diesen toda la vuelta al perímetro del pasillo circular, dejando sus pertenencias cerca de ellos. El zumbido de fondo había subido perceptiblemente de intensidad. La Campana había tomado un ligero color rojizo y comenzaba a girar suavemente sobre su eje. Los altavoces de la instalación indicaron que todo el personal debía abandonar la zona inmediatamente y que comenzaba la cuenta atrás. Una sirena sonaba indicando la proximidad del traslado. Todo el personal fue desapareciendo de aquel nivel, excepto los que se encontraban en la cabina que parecían dirigir toda la operación. Horst distinguió a un técnico frente a una pantalla de televisión de seguimiento. Tragó saliva. Miró a Georg, Hermann y Klaus que estaban situados a su derecha y a Gross, a su izquierda. Parecía nervioso. Era lógico. No le sorprendía. El altavoz les indicó que se pusieran las gafas. Así lo hicieron.

De repente, las dos paredes de cristal comenzaron a girar también, pero cada una en sentido inverso a la otra. A contrarotación. La velocidad de la Campana y de las paredes fue en aumento. La vibración era muy fuerte, aunque por el momento todo iba bien. Comenzaban a escucharse algunos chasquidos eléctricos. Horst sabía que aquello era el preludio. Sin saber cómo, la pared que les separaba de la Campana comenzó a elevarse increíblemente dejándoles expuestos directamente a la máquina, que estaba a unos siete metros de ellos. Horst pudo observar, no sin cierta dificultad a través de sus gafas de protección, que no había ningún mecanismo que izase esa pared acristalada. Parecía, simplemente, flotar.
Pero eso es imposible,
pensó. Sus pensamientos fueron interrumpidos por el incremento de la vibración general y de los chasquidos eléctricos en particular. Todos comenzaron a notar un fuerte tirón en su cuerpo. Algo parecía empujarlos hacia arriba, pero seguían allí. Parecía notarse la electricidad en sus cuerpos.

Una luz muy potente y un arco voltaico que surgió de la Campana les rodearon. Una esfera casi sólida se formó desde la máquina hacia ellos. Estaban dentro de algo que había producido la Campana. Un hormigueo muy intenso subió de sus pies hasta sus cabezas y una fuerza titánica pareció tirar de todos ellos de forma brutal. Perdieron la noción del tiempo y el espacio. Por un tiempo imposible de calcular, parecía que sus cuerpos se rompían, aunque no estaban en ningún sitio concreto y tampoco se rompían. Sus mentes no podían trabajar en aquel instante. No podían ser conscientes de lo que sucedía. No tenían marcos de referencia de ningún tipo. Era algo único, irrepetible.

VIII. Etiopía: annus Domini de 962

Yet-al-Izar dormía plácidamente acurrucado en el suelo, aunque los chinches y las pulgas no le daban tregua. Ser pastor no era fácil, pero hoy su rebaño había pastado cómoda y abundantemente a poca distancia de su choza. Mañana volvería. De repente, algo le despertó. Su perro ladraba. Se oyó perfectamente un sonido como el de un animal rascando. Sus ovejas parecían inquietas y oía cómo golpeaban contra la valla de madera. De nuevo, las alimañas querían cobrarse su tributo en animales de corral. No lo permitiría. Se levantó de su catre y observó, a través de las rendijas de una ventana, que había luz fuera de su chamizo. Era imposible, ya que era de noche. Se sobresaltó, tomó firmemente una pequeña espada y se dirigió hacia la puerta que cerraba ajustada con una cuerda. Lo que vio al salir le dejó sin respiración. Un humo entre rojizo y amarillento cubría el camino entre su pequeña cabaña y la empalizada de las ovejas. Varias figuras se movían lentamente entre la extraña humareda. Era una visión terrible. Soltó la espada y huyó despavorido.

Mientras el humo iba desapareciendo, Horst respiró profundamente. Aquel aire era mucho más puro que el de 1944 y notaba cómo el oxígeno entraba con fuerza en sus pulmones. Lo necesitaba, y pensó que aquella sería la última vez que realizaría un traslado temporal. Era horroroso. Pronto su cabeza comenzó a funcionar y le indicó que su cuerpo estaba en orden. Rápidamente, tomó conciencia de la situación: había que actuar rápidamente. ¿Estaban en la zona prevista? Vio a sus compañeros recogiendo del suelo sus pertenencias y comenzando a agruparse. Aparentemente estaban bien. La luz de la llegada comenzaba a disiparse y la más negra oscuridad cayó sobre ellos. De repente fueron conscientes del extraordinario cielo nocturno que tenían sobre ellos. Miles de estrellas de magnífica nitidez lanzaban su luz a través de un cielo extraordinariamente limpio.

—¿Todo en orden? —preguntó Horst a sus compañeros. Todos contestaron afirmativamente, sin comentar su reciente experiencia—. Bien, utilizad las miras VAMPYR.

Pronto todos tenían sus miras ajustadas a sus caras.

—Tened vuestras armas de mano a punto —siguió. Se giró hacia Emil— ¿Qué te parece, Emil? —preguntó.

Gross y Georg estaban junto a ellos.

—Creo que estamos sobre la iglesia. Ese es el terraplén de acceso —dijo, señalando a su derecha. La visión verdosa de las miras VAMPYR indicaba claramente un angosto camino que parecía desaparecer hacia abajo, en la dirección indicada por Emil.

—Werner, sitúa el primer punto MG y a dos de tus hombres —dijo Horst a Gross, señalándole una pequeña zona, a unos diez metros hacia el norte, según indicaba la brújula. Gross ordenó al
Sturmann
Willy Seelig y al también
Sturmann
Karl Höhne la rápida instalación de la posición defensiva. Montaron el trípode de la ametralladora y fijaron el peine de balas de 75 proyectiles. Disponían de 5 peines más y de varias bombas de mano. Una roca les daba un punto de protección. Probaron los sistemas de comunicación. Funcionaban bien. Los demás comenzaron su marcha hacia el terraplén. La bajada era resbaladiza y tuvieron que ir muy despacio. Eso habría que tenerlo en cuenta cuando llevasen el arca de regreso.

El segundo punto MG fue decidido a mitad del terraplén, tal como estaba previsto. Su instalación fue más compleja por la pronunciada pendiente, pero el trípode de la MG 42 podía clavarse y nivelarse sin problemas sobre cualquier tipo de terreno. Los
Sturmann
Hermann Käster y Hans-Joachim Trost se harían cargo de esa defensa. Probaron también sus equipos de comunicación con Gross y con el otro punto MG situado arriba. Todo funcionaba bien. El resto siguió su marcha. De pronto, unos ruidos desconocidos sonaron frente a ellos. A través de sus miras nocturnas pudieron observar que se trataba de camellos que se habían percatado de su presencia. Habría unos veinte animales. No se veía a nadie con ellos y teóricamente estaban en la explanada frente a la iglesia. Aún no podían verla. Quedaba totalmente a su derecha.

—Debe de ser una caravana de comerciantes que hace noche aquí —trató de adivinar Emil—. No tiene que haber ningún problema —añadió en tono tranquilizador.

A medida que iban acercándose por la derecha, pudieron adivinar las siluetas inconfundibles de unas tiendas de campaña. Solo podían ser los propietarios de los camellos. De repente, se oyeron los gritos de un hombre que estaba en cuclillas frente a ellos en medio del camino, aunque algo oculto a la vista. Estaba haciendo sus necesidades cuando vislumbró las figuras que estaban aproximándose. El machete de Gross acabó con él en un instante. Lo dejó en una zona algo oculta junto al camino.

—No teníamos otra opción. Empieza el baile —dijo secamente mientras limpiaba su cuchillo con la ropa del cadáver.

—¡Ese ya no cagará más! —añadió, riendo, Hermann.

Apretaron el paso, aunque no parecía que el resto de los que dormían se hubiesen despertado por los gritos de su compañero abatido. La iglesia estaba ante ellos. Emil se quedó parado, observándola fijamente, mientras los demás se aproximaban rápidamente y comenzaban a instalar el tercer punto MG. La iglesia era mucho más primitiva de lo que Emil había supuesto y, por un momento, pensó que se trataba de otra iglesia. Estaba encastrada en la piedra. No podía ser. Tenía que ser esta. Se unió al grupo tras dejar atrás estos pensamientos.

A la cabeza de su grupo, Horst, tras subir unas escaleras, atravesó el umbral de la puerta de la iglesia, que se abrió sin dificultad alguna. Las miras VAMPYR iban mostrando lo que tenían delante. Miró hacia arriba. Del techo colgaban lo que parecían ovillos de trigo. Había muchos.

—Es una ofrenda para cuando se planta la simiente —indicó Emil, adelantándose a la pregunta de Horst. Avanzaban con el máximo cuidado. Intentaban no hacer ruido, a pesar de que no parecía haber nadie en la iglesia. A su derecha y a su izquierda había unos sepulcros muy primitivos, simples paralelepípedos de piedra sin inscripción alguna. Estaban colocados en tres alturas, y había un total de doce. Un altar, también muy primitivo, coronaba la iglesia. No se veía nada más.

—¡No puede ser! —dijo Emil, girando sobre sí mismo y mirando también arriba y abajo—. Tiene que estar aquí… —añadió con cierta desazón.

Gross señaló a la izquierda del grupo. Una figura tambaleante se acercaba a ellos.

—Es un ciego —dijo el
Unterscharführer
Stümpel. Una ropa ajada apenas tapaba su menudo y delgado cuerpo. Comenzó a hablar de forma incomprensible y con cierta excitación. De repente pudieron observar con espanto que sus ojos eran cuencas vacías. Tenía un cabello larguísimo y era imposible calcular su edad. Se cogió al brazo de Gross, que le apartó de forma brutal.

—No me toques —dijo con desprecio.

Emil se puso al lado del ciego y le habló en lo que parecía su mismo lenguaje. El ciego pareció no solo tranquilizarse, sino entender a Emil. Sin pérdida de tiempo, Emil le preguntó sobre el arca. Tras varias frases totalmente incomprensibles para los demás, Emil tradujo lo que había dicho el ciego.

—Por lo que entiendo, dice que él es el guarda nocturno de la iglesia. Por la mañana vienen sus hermanos de fe para vigilar la iglesia —Georg sonrió tras su mira nocturna.

—¿Cómo puede un ciego vigilar la iglesia?

Emil tenía respuesta para ello.

—Tiene cierto sentido, ya que al ser ciego oye y detecta mejor que nosotros lo que sucede en este entorno oscuro. No es el primer caso que conozco en la historia antigua —siguió hablando con el ciego, que indicó un punto detrás del altar. No fue difícil entender que no les permitía ir allí. Esa era su misión en la iglesia.

—No le hagáis caso. ¡Vamos allá! —dijo resueltamente Gross, tras la aprobación de Horst.

—Seguidnos —dijo este. El grupo se puso en marcha, dejando al ciego en aquel punto, sin más explicación. Efectivamente, a un lado del altar estaba la entrada a una especie de cueva, cerrada con una cortina rojiza.

—¡Perfecto! —dijo con entusiasmo Horst. De repente, se oyó como un crujido y un grito de uno de los hombres del grupo, el Rottenführer Hugo Helbing. Se desmoronó incomprensiblemente. Todos se acercaron hasta él. Una piedra le había golpeado la cabeza con fuerza.

—¡Ha sido él! —dijo Hermann, señalando al ciego—. ¡Lleva una honda en la mano! —con furia y a la velocidad del rayo, Gross se destacó del grupo.

—¡Atended a Hugo! ¿Cómo ha sido posible! —dijo, sin haber entendido cómo un ciego podía utilizar una honda con tanta precisión. Stümpel le siguió. Al poco ya habían alcanzado al ciego, tras una corta carrera en la que este demostró conocer muy bien el interior de la iglesia. El cuchillo de Gross acabó con la vida del desafortunado vigilante.

Sin decir nada más, volvieron con el resto. Los semblantes eran serios.

—Está muy grave, Werner —dijo Horst—. Ha perdido mucha sangre. El golpe ha sido terrible —Hugo tenía la parte posterior del cráneo abierta, y las vendas que ya le habían aplicado estaban empapadas en sangre.

—Hermann —ordenó Horst— quédate con él mientras nosotros entramos en la caverna y continuamos con la misión. No podemos perder más tiempo —Hermann se puso junto a su camarada herido, aguantando su cabeza con delicadeza. Helbing totalmente inconsciente.

Apartaron la cortina y entraron en orden en la caverna, sin más dilación. Era muy grande y estaba excavada en la roca viva. Su creación habría supuesto un esfuerzo titánico. La temperatura era fresca. Avanzaron. Allí, delante de ellos, había un tabernáculo.

—Tiene que estar ahí. Todo esto ya coincide —dijo con convicción Emil, avanzando con nerviosismo. La clásica tienda de todo tabernáculo era una especie de lona de color marronáceo, aguantada por cuerdas muy bien tensadas. Pasaron junto a una construcción geométrica con forma de cubo perfectamente cuadrado. Luego pasaron junto a un recipiente que contenía agua y llegaron hasta la entrada del tabernáculo propiamente dicho. Las imágenes verdosas de las miras VAMPYR le daban a todo un aspecto fantasmal. Con la punta de su STG44, Horst descorrió la última barrera entre ellos y el Arca de la Alianza. Varias velas encendidas rodeaban una especie de caja rematada en su parte superior por unas figuras como en cuclillas. La luz de las velas les obligó a sacarse sus miras infrarrojas, ya que estas multiplicaban cualquier luz, por pequeña que fuese, hasta hacer imposible su uso. El Arca de la Alianza estaba frente a ellos. Encendieron varias linternas.

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