El asombro seguía siendo palpable. Aquella pregunta era totalmente cierta y de difícil respuesta hasta ahora.
El doctor Debus prosiguió con su explicación.
—Por ello, las pirámides eran plantas de energía geotérmica que respondían por simpatía a las vibraciones naturales terrestres y convertían esas vibraciones en energía eléctrica. Nuestra última expedición pudo constatar la existencia de maquinaria eléctrica de perforación y lámparas como las que aparecen en los bajorrelieves del Templo de Hathor en Dendera. La energía eléctrica fue de las pocas cosas que la civilización egipcia heredó de la civilización misteriosa que estamos buscando.
Horst mostraba mucha curiosidad por la explicación.
—Pero doctor Debus, por lo que entiendo, los constructores de las pirámides ya no estaban desde hacía mucho tiempo. ¿Cómo sabían los egipcios cómo utilizarlas?
El doctor Debus tenía clara la respuesta.
—Incluso cuando sus constructores ya no estaban las pirámides, como máquinas gigantescas, seguían funcionando, ya que eran casi perfectas. Luego desconocemos que pasó para que dejasen de funcionar, aunque podemos adivinar que sufrieron expolios, robos y destrucciones de todo tipo. Los egipcios se aprovecharon de una energía que, aunque no comprendían, sí supieron utilizar para algunas cosas y siempre con restos de la maquinaria también heredada de aquella remota civilización previa.
—Permítame una pregunta, doctor Debus —solicitó el Unterscharführer Alfred Stümpel—. Lo que ha explicado hasta ahora está muy bien, y ya que hemos estado allí en el tiempo, no hay discusión; pero en la actualidad, ¿queda algo de toda esa tecnología? Los que han visitado las pirámides no han sido capaces de ver algo así y siguen defendiendo la tesis de una enorme tumba faraónica.
—Excelente pregunta,
Unterscharführer
Stümpel —el doctor Debus tenía una excelente capacidad de retentiva—. El transformador, que es la función principal de la pirámide, forma parte integral de su misma construcción, diseñada para resonar armoniosamente con la pirámide misma y con la Tierra. Puedo decirle que en la llamada Cámara Real en la pirámide de Keops, muchos visitantes notan efectos inusuales que no son ni más ni menos que las vibraciones infrasónicas de la Tierra. Comprenderá también que en cualquier máquina hay mecanismos que hacen que funcione. En las pirámides también. En las cámaras y pasajes internos de las pirámides hay lo que podríamos considerar como mecanismos. Hay trampillas que se pueden abrir y cerrar, hay túneles, hay sistemas de ventilación, etc. Incluso hoy, muchos de ellos todavía están ocultos en el interior y otros no sabíamos qué eran ni la función a la que estaban destinados.
El doctor Debus ampliaba sus comentarios con dibujos elocuentes de lo que estaba diciendo. Eso ayudaba mucho a una audiencia que desconocía todos estos principios.
—De todas maneras, hasta hoy no han sido reconocidos muchos de estos mecanismos ni su verdadera función. Nosotros hemos hecho el descubrimiento. El granito con el que está construida la llamada Cámara Real es roca ígnea que contiene cristales de cuarzo y sílice. Este tipo de granito, que creemos que fue traído desde las canteras de Asuán, contiene más del 60% de cristal de cuarzo. Esto quiere decir que alrededor de la Cámara Real hay cientos de toneladas de partículas de cuarzo microscópicas. Pueden tener forma piramidal, romboidal o hexagonal. Los cristales romboidales tienen prismas de seis caras, con lados cuadrangulares que muestran un paralelogramo en cada una de las caras. Esto garantiza que en la misma roca haya un alto porcentaje de fragmentos de cuarzo cuyas superficies, por promedio natural, son paralelas en su parte superior e inferior —fue dibujando lo que explicaba—. Además, una ligera flexibilidad natural del granito permite una tensión sobre esas superficies paralelas que causa un flujo eléctrico. La gran masa de piedra sobre las diversas cámaras de la pirámide presiona por simple gravedad las paredes de granito, convirtiéndolas en generadores eléctricos perpetuos.
—Doctor Debus —preguntó Georg, que parecía preocupado—. Los datos son impresionantes, pero veo que los análisis apuntan a pasados remotos y a futuros próximos en comparación. Si hubiese un cataclismo en la Tierra o una pandemia mortal, ¿qué pasaría con la humanidad? ¿Han hecho algún tipo de prospección ante un caso así?
¿Podríamos librarnos?
El doctor Debus parecía complacido con la pregunta.
—Muy agudo —comenzó—. Dentro de nuestra oficina técnica de desarrollo tenemos a un pequeño equipo cuyo nombre es ZUKUNFT, que trabaja sobre futuribles basado en potenciales. Es decir, recrea posibles escenarios futuros con datos actuales y tendencias. Sus trabajos son muy afinados. Cuando la guerra haya acabado podremos dedicarnos más en profundidad a ese tema tan interesante. Sí puedo decirle, ya que lo ha calculado ese equipo, cuáles serían las consecuencias de la desaparición del ser humano de la Tierra, y con aproximación por años —el doctor borró la pizarra y tomó de nuevo la tiza. Dibujó una especie de circuito en el que escribió los años y las consecuencias.
—Por ejemplo —dijo, mientras escribía—: hemos calculado lo que puede suceder en la naturaleza y en nuestro planeta si mañana desaparecemos todos, trabajando sobre la siguiente hipótesis:
1.
DESAPARICIÓN INMEDIATA: Recuperación de especies en vía de extinción
2.
24 a 48 HORAS: Fin de la polución lumínica de las grandes ciudades
3.
A LOS 3 MESES: Disminución notable de la contaminación atmosférica
4.
EN 10 AÑOS: Eliminación del metano de la atmósfera
5.
EN 20 AÑOS: Desaparición de las cosechas, las carreteras y las poblaciones rurales
6.
EN 50 AÑOS: Recuperación de bancos de peces y desaparición de los fosfatos del agua
7.
EN 50 Y 100 AÑOS: Desaparición de los núcleos urbanos
8.
EN 100 AÑOS: Descomposición de los edificios de madera
9.
DE 100 A 200 AÑOS: Hundimiento de los puentes
10.
EN 200 AÑOS: Derrumbamiento de cristales y metales de los edificios
11.
EN 250 AÑOS: Hundimiento de las presas
12.
EN 500 AÑOS: Regeneración de los bancos de coral
13.
DE 500 A 1000 AÑOS: Renovación de la corteza terrestre
14.
EN 1000 AÑOS: Dióxido de carbono a los niveles anteriores a la era industrial
15.
EN 50.000 AÑOS: La mayoría de los plásticos y cristales desaparecen
16.
DESPUÉS DE 50.000 AÑOS: El paso de la humanidad por el planeta queda patente en algunos restos arqueológicos
Horst recordó la pureza del aire en traslados temporales al pasado. La lista daba qué pensar.
—Excelente, doctor Debus —intervino Kammler. El doctor Debus procedió a tomar asiento de nuevo.
—Como ya les había dicho, tras las palabras del doctor Schlegelmilch hace un rato, creo que ya hemos tenido una aproximación a una pequeña parte de lo que ya hemos descubierto. Imagínense, señores, la información de la que disponemos y de la que dispondremos cuando la tercera expedición regrese de Egipto y ustedes también hayan conseguido traer el Arca. Su misión militar es fundamental. Ustedes van a hacer Historia. Cuando nuestro gran objetivo de ganar la guerra haya concluido, tendré el placer de acompañarles a nuestra Base 211 en la Antártida, donde disponemos del museo más extraordinario que hayan podido imaginar, a cientos de metros bajo la superficie helada. Nuestra flota de submarinos y los aviones del KG200 están haciendo un sacrificio por todos nosotros en sus continuos viajes a esa tierra inhóspita, trasladando personas y material.
Hizo un gesto a sus ayudantes y estos desplegaron sobre la pizarra un plano tipo PERT, en el que se observaban las etapas y el camino crítico de la Operación Etiopía. La fecha de inicio era el 6 de noviembre de 1944 a las 2.00 de la madrugada. Entre esa fecha y el 9 de noviembre aparecían varias etapas de pruebas del Arca y su posterior uso en el frente ruso.
—Aquí pueden ver —inició el general Kammler, poniéndose de pie— cómo hemos previsto su misión y el posterior análisis y uso del Arca. Partirán a las 2.00 de la mañana del día 6 de noviembre y regresarán a las 4.00 del mismo día. A partir de ese momento el Arca será estudiada por nuestros científicos y se prevé su uso el mismo día 9 de noviembre en atención al Führer, en el gran día de fiesta del partido. Haremos retroceder a los rusos más allá del Vístula y recuperaremos Varsovia. ¡Los destrozaremos!
Realmente, el enemigo estaba muy cerca de la patria, pensó Horst.
La actividad de preparación continuó hasta el día 5 por la tarde. Todos parecían bastante tranquilos ante su traslado. Para Horst y su equipo inicial era su cuarto viaje en el tiempo. Todo parecía relativizarse tras haber vivido esa experiencia única. Todo se veía con otros ojos, la mirada cambiaba, todo parecía diferente. Habían visto animales increíbles y la naturaleza en toda su potencia, pero como meros espectadores. Esta vez interactuarían con el medio y, sobre todo, verían a la gente de aquel entonces. Los equipos que habían visitado Egipto no habían tenido problemas y además habían sido bien recibidos, seguramente porque era una sociedad con un cierto grado de civilización y sofisticación. Etiopía podía ser diferente y ese era el punto que marcaba la diferencia. Pero también era verdad que no estarían demasiado tiempo allí. Sería un viaje relámpago.
El primer paso que dio todo el equipo fue aligerar la carga de alimentos y parte de la munición hasta el mínimo. Llevarían provisiones generales para unas horas, sería suficiente. No podían renunciar a las miras infrarrojas VAMPYR, ya que sería una operación nocturna y estas eran vitales, así como los equipos de comunicación por radio. También se consideró vital el armamento, aunque se rebajó la munición. Seguían creyendo que su potencia de fuego sería, en cualquier caso, superior. Y por último, también llevarían material médico y de purificación de agua, por cualquier eventualidad. Habían rebajado mucho el peso general de la carga.
—¿Estas nervioso, Horst? —preguntó Gross, mientras colocaban parte del material médico en una bolsa de lona.
—Sinceramente, no —dijo medio sonriendo—. Sí que estoy cansado del esfuerzo físico que representa, ya que es mi cuarto traslado y no tengo claro si puede tener efectos secundarios.
Gross cerró la tapa de la bolsa.
—Bueno, los médicos nos analizan antes de ir y al regresar y en vuestro caso siempre ha dado buen resultado.
Horst cogió la bolsa y la dejó junto a otras, cerca de la puerta de salida.
—Es verdad, seguramente no debo preocuparme —en aquel momento apareció la cabezota de Hermann desde el dintel de otra puerta—. Tenemos todo listo, Horst.
—¡Excelente! Ahora vendrán a buscarnos. En unos quince minutos —dijo Horst mirando su reloj Glycine especial y ajustándolo a su muñeca.
Tal como había dicho, transcurridos los quince minutos un oficial SS se presentó y les indicó que debían acompañarle. Cada hombre tenía previsto llevar una cantidad determinada de material, armamento y bolsas. Así se hizo y al poco ya estaban todos caminando por un pasillo que conectaba subterráneamente con la zona operativa de la Campana.
—Admito que estoy algo nervioso, Horst —confesó Gross mientras seguían avanzando por el pasillo, iluminado con bombillas cada veinte metros y el cableado a la vista. Todo el conjunto era de color gris claro mate.
—No te preocupes, todos estamos nerviosos. Pronto habremos regresado —Horst también lo estaba en el fondo, pero no quería demostrarlo. Su reloj indicaba la 1.15 de la mañana.
Llegaron frente a una puerta blindada guardada por dos soldados SS. Les franquearon la entrada sin problemas tras una indicación del oficial que iba en cabeza. Aquella puerta abría a una sala inmensa, circular, dominada por unos ventanales en todo el perímetro que permitían una visión total desde cualquier punto de lo que se hacía en el centro. Estaban a unos seis metros de altura y se veía personal con batas blancas que se movía con presteza por ese observatorio.
Desde el último traslado, y a pesar del poco tiempo transcurrido, muchas cosas aparentes habían cambiado, observó Horst, en las instalaciones en las que estaban entrando. En medio podía verse la Campana colocada sobre una base metálica sólida de un color oscuro, que destacaba claramente en todo el conjunto. Sin embargo, la diferencia más notable venía porque estaba rodeada por un doble anillo concéntrico de cristal, o algo similar, y trasparente y daba la sensación de que era un cilindro inmenso que rodeaba a la máquina que se situaba en su centro. La corona circular tenía un pasillo entre las dos paredes de cristal, de dos metros de anchura, abierto por arriba. Horst observó que las dos paredes de cristal reposaban sobre raíles, lo que parecía indicar que tenían movimiento. Un ligero zumbido llenaba la estancia y varios técnicos iban y venían tomando notas y controlando aparatos incomprensibles para los recién llegados.
Una cabina, seguramente blindada, situada a nivel de suelo, remataba toda el área técnica y allí varios científicos, entre los que se encontraban los doctores Debus y Gerlach, seguían el proceso atentamente. Saludaron con un movimiento de cabeza a Horst y a su equipo. Horst calculó que allí habría unos sesenta técnicos. Una puerta blindada lateral se abrió en aquel momento y el general Kammler apareció en la estancia. Como siempre, su figura emanaba mando e iba seguido de tres oficiales SS y dos técnicos con sendas batas blancas. Se dirigió al grupo.
—¿Están a punto? —sonrió, y luego miró a Horst en particular—. Habrá notado algún cambio en la instalación, ¿verdad,
Haupsturmführer
Bauer?
—Efectivamente, general Kammler —contestó Horst señalando el enorme cilindro de cristal que rodeaba la Campana—. No logro adivinar de qué se trata, general.
Kammler tomó del brazo a Horst, en un gesto de inusitada familiaridad.
—Venga conmigo —llegaron hasta la misma pared de cristal—. Tóquela —le indicó Kammler.
Horst adelantó su mano y tocó la pared de cristal. Era cálida al tacto y daba la sensación de cierta vibración.