El general Kammler intervino al llegar la explicación a este punto.
—Comprendo que lo que acaban de oír va más allá de la comprensión de la gran mayoría de personas. Es lógico; pero puedo asegurarles que lo que han escuchado es real. Ustedes lo han vivido en tres ocasiones y salvo el lamentable incidente de nuestro camarada SS Karl Wehrmann que ha comentado el doctor Gebhardt, hemos tenido éxito en todos los traslados y hemos conseguido todos los objetivos científicos que nos habíamos propuesto alcanzar. Por ello, ahora queremos ir un paso más allá y deseamos que la próxima misión tenga que ver con el resultado a nuestro favor de la presente guerra, incluso interactuando en la época-destino. Será una operación militar al cien por cien.
El general Kammler se levantó y también se dirigió a la pizarra, que el doctor Gebhardt acababa de borrar.
—Gracias, doctor —dijo Kammler.
Gebhardt se sentó de nuevo en su silla, tras la mirada aprobatoria del doctor Otto Schoppe. El uniforme del general era de corte perfecto y recordaba en su actitud y estética a la de Reinhard Heydrich, asesinado en Praga en 1942.
Kammler inició su parlamento, con gesto serio.
—En este momento el gran problema de Alemania se llama tiempo. Estamos a finales de octubre de 1944 y necesitamos imperativamente tiempo para acabar de desarrollar los proyectos de armas futuristas en los que estamos involucrados. Las que hemos puesto en el frente de batalla, como la V1, V2 o los aviones a reacción, son armas ya obsoletas según nuestros estándares de investigación. Las nuevas son armas de una capacidad de ataque y destrucción desconocida para todos, excepto para nuestros científicos. Son armas que harán girar el destino de esta guerra y contra las que el enemigo no puede batirse. Nuestras tropas luchan furiosamente en tres frentes en este momento: Francia, Italia y Polonia. Eso se llama ganar tiempo para nosotros.
Uno de los oficiales asistentes de Kammler desplegó un mapa que mostraba la situación en los tres frentes mencionados por el general sobre la pizarra. La situación era muy grave, no se podía ocultar. En el caso del frente en Francia, las flechas indicaban la posición de las tropas aliadas junto a la frontera con Alemania.
Tras señalar los tres ejes militares enemigos, Kammler fue rotundo.
—Creo que está clara nuestra situación en el campo de batalla. ¿Qué deseo de ustedes? Muy simple. Primero irán al pasado a buscar un objeto de nuestro máximo interés y que sabemos que puede darnos buenos resultados en combate ahora mismo. Una vez efectuada la misión, se les enviará a otro espacio temporal para que puedan variar situaciones que sabemos que sucederán y que requieren un cambio drástico para adaptarse a nuestros intereses.
Las caras de los presentes evidenciaban que la situación era muy difícil. La mente de Horst pensaba a muy alta velocidad. Desde luego, estaba en juego mucho más que la simple derrota de Alemania. Estaba en juego la cultura europea y el ser dominados por pueblos y hordas ajenas a la forma de ser europea y a su legado histórico. Sería el fin. No podía imaginar la Europa resultante de ese desastre. Por otro lado, el propio Kammler o gente de su equipo ya habían vislumbrado el futuro, incluso parecía que lo habían visitado. ¿Ganaría Alemania la Guerra? ¿Sabía algo más el general Kammler…? Su cabeza seguía dando vueltas.
Kammler continuó.
—En este momento y de forma secreta, como pueden imaginar, tenemos en marcha la Operación Hagen, que será el bombardeo atómico de una zona enemiga para avisar a las potencias aliadas de que nuestra capacidad ofensiva permanece intacta. La magnitud de la bomba y sus efectos les harán querer negociar con nosotros un fin del conflicto acorde con nuestros objetivos y nuestro sentir europeo. Tendremos todo el peso en la mesa de negociaciones. No les voy a engañar, para mi oficina técnica de desarrollos secretos la bomba atómica ya es un arma desfasada y obsoleta que no nos interesa en el futuro. Produce daños irreparables y es ajena a nuestros criterios y filosofía, pero puede ser útil en este momento y debemos de usarla. No tengo dudas. Tenemos a un equipo de la Luftwaffe en Letov preparado para llevar a cabo la misión.
Desde luego el general SS Hans Kammler era un hombre decidido y al que no parecía temblarle el pulso ante una iniciativa como aquella.
Horst y sus hombres habían oído hablar de la llamada bomba disgregadora, que era el nombre en clave que se usaba en el círculo SS científico para referirse a la bomba atómica. Era la primera vez que escuchaban oficialmente su denominación real. Su uso podía dar un cambio radical en los frentes de guerra y lo que estimaba el general Kammler podría suceder. No era descabellado. Mientras el general hablaba, dos de sus oficiales colocaron frente a la mesa de reuniones un soporte para cuadros, como un caballete. La supuesta pintura que colocaron en él, estaba oculta por un paño de color negro que la cubría en su totalidad y no permitía imaginar de qué se trataba. Sí que delataba ser bastante grande.
Kammler se situó junto al caballete recién desplegado.
—La misión que deben realizar en el pasado será capturar el Arca de la Alianza y traerla a nuestro tiempo lo más rápidamente posible. —Retiró el paño negro y una imagen del Arca apareció ante ellos en todo su esplendor. Hubo unos comentarios entre Horst y sus hombres.
Georg intervino con la aprobación de Horts.
—Con su permiso, general. Por lo que he leído sobre este asunto y la explicación que puedo recordar en el colegio, la llamada Arca de la Alianza es un objeto religioso mitológico. Teóricamente no ha existido, aunque es un gran referente para la cristiandad y el judaísmo y todos reconocemos su forma y diseño, ya que ha habido profusión de imágenes de ella.
Kammler miró a Georg.
—Agradezco su sinceridad,
Hauptscharführer
Richter, y le digo que prefiero hombres como ustedes que pregunten de forma sincera las dudas que puedan tener a aquellos que permanecen mudos y simplemente cumplen las órdenes. Estamos embarcados en un proyecto en el que la simple disciplina militar no sirve. Yo no escojo a mi gente por su mérito político sino por su validez técnica, científica o militar. No lo duden.
Georg se sintió mejor tras estas palabras. Además, era cierto y así lo demostró Kammler cuando montó su famoso Kammlerstab u Oficina Técnica de Desarrollos Secretos, la más adelantada del mundo en aquel momento.
Kammler siguió.
—Puedo decirle, sin lugar a dudas, que el Arca de la Alianza no solo existió sino que fue utilizada militarmente con éxito en varias ocasiones. Lo hemos analizado en profundidad y sabemos que no solo fue así sino que es el arma que Alemania necesita en este momento. Quiero que la traigan aquí. Y su misión será en la Etiopía de hace mil años, por lo que esta parte recibe la denominación de Operación Etiopía.
Horst, como militar, no iba a discutir una orden, pero aprovechando la oportunidad que daba el general Kammler de poder comentar los puntos de interés o dudas, tomó la palabra.
—Pero general Kammler, el Arca de la Alianza fue un objeto de los judíos usado por ellos. Se relaciona histórica y mitológicamente con la cultura hebrea y creo que eso va en contra de nuestra filosofía. No es que sean enemigos de la civilización, es que son nuestro mayor enemigo.
Kammler tomó asiento.
—Conozco al enemigo mundial, el sionismo, pero la victoria necesita pragmatismo, señores —miró a todos despacio—. Según la Biblia, los judíos la usaron pero ni la fabricaron ni era tecnología suya. De nuevo, y según la Biblia, Yahvé les indicó cómo fabricarla y usarla. Aunque otras fuentes aseguran que les fue entregada ya construida. No es de ellos, y será nuestra para siempre. Hace más de 1000 años que desapareció y se ha intentado encontrarla sin resultado alguno. Incluso en nuestro siglo ha habido expediciones, todas ellas fracasadas. ¿Por qué desapareció de la Historia? Seguramente porque nosotros fuimos allí y la trajimos a 1944. No quedó registro histórico de nuestra acción y el arca se convirtió en leyenda a partir de entonces. Fue la mejor solución. ¿Tienen alguna duda? Yo ninguna, señores. Y eso quiere decir que el éxito coronará la misión. Vayan y traigan el Arca de la Alianza lo más rápidamente posible. Quien disponga de ella conquistará el mundo, no tendrá rivales ni enemigos —se levantó, se acercó al cuadro que representaba el Arca y señaló a sus porteadores—. Son la tribu de los Levitas, que se encargaban de su transporte y cuidado. La guardaban en el Templo de Salomón en Jerusalén y se llevaba al frente de batalla a la cabeza del ejército cada vez que había una guerra. No perdió ni una sola batalla.
—¿Y qué tipo de máquina o artefacto es el Arca de la Alianza, general Kammler? ¿Cuál es su función? —Horst preguntó aquello sobre lo que su equipo se cuestionaba mentalmente.
Kammler parecía conocer bien el asunto.
—Hemos analizado el Antiguo Testamento profundamente y hay información muy detallada. Ha sido complejo separar lo que creemos que es mitológico de lo real. Creemos que es varias cosas a la vez, dependiendo del uso que se le quiera dar. Por un lado, parece un transmisor de señales o de conexión de gran potencia; por otro, incluso era la máquina que fabricaba el maná que consumieron los judíos en su mitológica huida por el desierto durante cuarenta años. También es capaz de lanzar rayos o energía que destruye todo aquello que represente una amenaza para sus portadores —Kammler señaló unos rayos que parecían partir del arca—. Observen que los portadores van protegidos por unos ropajes especiales que también fueron fabricados siguiendo especificaciones muy precisas de Yahvé. Necesitaban esa protección, como nuestros técnicos cuando ponen en funcionamiento la Campana. Es posible que emita radioactividad.
—¿Cuánto cree que pesa, general Kammler? Parece pesada —preguntó Georg de forma práctica.
Kammler miraba la representación gráfica.
—Desconocemos el peso del arca, pero siempre es llevada por cuatro personas. Por ello podemos estimar que no es ligera y un cálculo previo indica que puede rondar los 150 kilogramos. Necesitaremos un equipo suficiente para cubrir y proteger a los portadores hasta llegar al punto de traslado.
—Eso querrá decir, general —intervino Horst— que necesitaré ampliar el equipo para esta misión.
Kammler afirmó con la cabeza y añadió.
—Esa es una cuestión que usted podrá preparar como estime oportuno, pero pensamos que no deberán ser menos de 14 soldados. Cuando hayan capturado el arca, 10 deberán proteger la reliquia y a sus portadores hasta el regreso. No estimamos que hagan falta más miembros en el comando ya que la tecnología de aquellos años es muy rudimentaria y tenemos varios elementos a nuestro favor, como el factor sorpresa. Ustedes parecerán dioses a la vista de aquella gente y portarán sus armas automáticas y explosivos por si son necesarios. De todas maneras, como le he dicho,
Hauptsturmführer
Bauer, usted deberá preparar todo lo que necesite para esa misión.
—¿Dónde se halla exactamente el arca, general? —preguntó Hermann que, como los demás, seguía la explicación con sumo interés.
—
Hauptscharführer
Winzer, esa es un buena pregunta —contestó Kammler mientras se dirigía a la mesa y abría una carpeta—. El doctor en Historia y Arqueología
Obersturmführer
Emil Riemer les hablará de ese momento histórico en el que ustedes estarán involucrados.
Emil Riemer agradeció la oportunidad al general Kammler, mientras este tomaba asiento. Riemer extrajo un mapa de África de la carpeta abierta por el general y señaló Etiopía, al este del continente negro.
—Esto es Etiopía. Para muchos la cuna de la humanidad, aunque no para nosotros. Verán que aquí en el norte se halla la zona de Eritrea, de la que Aksum o Axum es la principal ciudad. Se dice que es la ciudad más antigua del mundo. Cerca de la ciudad está la iglesia de Santa María de Sión, donde guardaron el arca al llegar a Etiopía. Llegaremos a una época en la que ha gobernado una reina no cristiana llamada Judith o Guedit según otras líneas de investigación, que persiguió de forma terrible a los cristianos hasta el año 1137, en que un rey llamado Mara Takla Haymanot derrocó a los descendientes de Judith y estableció la dinastía Zagüe.
Riemer continuó.
—La época que vamos a visitar es de profunda religiosidad, que también es motivo de guerras y disputas de todo tipo. Allí luchan cristianos, musulmanes y judíos. La convivencia es muy difícil.
—Observen que contarán con la ayuda del
Obersturmführer
Riemer en este traslado —indicó Kammler. Horst y sus hombres afirmaron y entendieron la participación de Riemer en la misión. Desde luego era positiva—. Quiero que lleven a un experto en arqueología e historia y en temas bíblicos en particular. Es el mejor. Él será capaz de distinguir cualquier objeto de nuestro interés de lo que no tenga valor.
—
Obersturmführer
Riemer —inquirió Horst—. ¿Cómo sabemos que el arca se halla precisamente en esa iglesia etíope?
Riemer sonrió.
—Sabemos, a través de la Biblia y otras historias del judaísmo, que se llevó desde Jerusalén hasta Etiopía. Disponemos de los dibujos que realizó el doctor O.J. Kinnaman dentro de la iglesia de Santa María de Sión en los años 20 y son muy precisos, pero son de una copia del arca. El doctor estuvo frente al arca, pero no la original. Los etíopes que la resguardaban no podían admitir que ya no estaba y construyeron una réplica para que la leyenda continuase. Les hubiese costado la vida perder el arca. Esa historia ha ido pasando de generación en generación aunque no la han mostrado jamás públicamente. Si fuese la original ya se habría utilizado militarmente. No tengo dudas. —Los dibujos fueron mostrados a los presentes por otro oficial SS. Realmente mostraban algo muy parecido al Arca de la Alianza.
Reimer siguió.
—La iglesia a la que nos dirigiremos en esa época apenas estará resguardada, salvo por algún monje o peregrinos que puedan pasar allí la noche en su ruta. No tienen que representar ningún problema en nuestro asalto. Nuestro equipo técnico está preparando la Campana para que nuestra llegada sea durante la noche y junto a la iglesia. Es decir, tendremos una puesta en escena espectacular que haga ver a los que allí están que se hallan frente a un milagro, para que no traten de impedir que llevemos a cabo nuestra misión.
Horst miró al general Kammler.