La doctora Elizabeth Adler fue de la máxima ayuda en este punto de la investigación, ya que realizó una simulación matemática de las vibraciones hacia el centro de objetos esféricos y cilíndricos con el objetivo de lograr la solución del problema que, finalmente, logró. Se determinó que la rápida caída del material orgánico, así como las sensaciones físicas de los involucrados en las pruebas, tenían que ver con ondas escalares de muy alta frecuencia. Más adelante, los resultados de la doctora Adler fueron ampliados y aplicados también en la investigación de la Materia Absorbente para Radar hacia finales de 1944, cuando los científicos alemanes descubrieron que las ondas de radar sobre materia no lineal producían una gran onda de presión longitudinal y superluminal. En esa investigación particular, los científicos germanos nuevamente rompieron los paradigmas de la física mucho más allá de la física lineal convencional, que había sido estudiada de forma muy básica y primitiva en los laboratorios aliados durante el desarrollo del llamado Proyecto Manhattan y su infructuosa y lenta búsqueda de la bomba atómica.
Un ruido de pasos llegaba hasta él. Una enfermera se aproximó a Horst con un vaso de agua y un plato con un comprimido.
—Buenas tardes,
Herr Hauptsturmführer
Bauer, debe tomar esta pastilla, por favor —le indicó solícita.
Los pensamientos de Horst volvieron a la realidad del momento. Miró a la enfermera, mientras se incorporaba en su cama.
—Gracias —contestó tomando la pastilla a continuación y todo el contenido del vaso de agua. Sentía sed. Volvió a acomodarse en el lecho.
—¿Cuánto tiempo llevamos aquí, enfermera?
—Dos días,
Herr Hauptsturmführer
Bauer —respondió recogiendo el plato y el vaso—. Ahora descanse, pronto pasará por el aquí el Dr. Helle.
Dicho esto y con una sonrisa, desapareció tras la puerta situada a la izquierda de la sala. Horst vio cómo alguno de sus compañeros comenzaba a moverse. Iban recuperando la consciencia.
Poco rato después, en animada charla, ya estaban todos despiertos y estirados, cada uno en su cama. Tenían buen ánimo a pesar de lo que representaba una experiencia como aquella, sobre todo para los científicos que les habían acompañado, ya que era su primera vez en un viaje temporal. Habían bebido mucha agua, como sucedía cada vez que acababan un traslado. El ruido de un carrito les llamó la atención. En aquel momento traían la comida y la enfermera volvió al mismo tiempo para repartir el mismo comprimido que le había suministrado a Horst.
—¡
Goulashkannone
, señores! —exclamó riendo Hermann, que siempre tenía buen apetito. Las bandejas fueron repartidas a cada convaleciente, aunque pronto la cara de cada uno demostró que la comida no era extraordinaria.
—¡Otra vez verdura y pollo! —dijo disgustado Georg.
Los demás también mostraron su disgusto por la comida repetitiva y aburrida que recibían cada vez que regresaban de un traslado.
—Yo no me quejaría tanto, Georg. Tenemos una situación privilegiada, teniendo en cuenta el racionamiento en este año de 1944 —indicó Horst con cara de aceptar de mejor grado la comida frente a él.
—Me duelen mucho la espalda y las piernas —se quejó el doctor Langert mostrando las heridas, ya vendadas, que se había hecho en su caída hasta el lago. Las vendas mostraban manchas de sangre.
—Creo que sobrevivirá. No se preocupe. —Klaus le guiñó un ojo al doctor Langert, que estaba en la cama contigua a la suya. Este intentó incorporarse para comer algo, pero una mueca de dolor se dibujó en su rostro.
—No me veo capaz de más traslados. No estoy hecho para eso y ya empiezo a ser mayor —se quejó.
—No lo ha pasado bien, es evidente. Pero cualquier cien tífico daría los dedos de una mano para poder ver el pasado o el futuro, ¿no es cierto, doctor? —preguntó Horst, mientras el doctor Langert, a su pesar, confirmaba esas palabras.
—Es cierto, Horst, pero también es verdad que todo tiene un límite y en mi caso ya comienza a ser de carácter físico. ¡No se puede evitar! ¡Ley de vida…! —se consoló el doctor. Todos daban buena cuenta de sus raciones en un ambiente de buena camaradería. Horst opinaba que los viajes en el tiempo y las situaciones que vivían en cada traslado creaban un compañerismo muy superior al simple frente de batalla.
En aquel momento apareció el doctor Walter Helle acompañado por dos doctores más y una enfermera. El fonendoscopio colgaba de su cuello, casi despreocupadamente. Su persona emanaba una autoridad indiscutible. Era un extraordinario cirujano, especializado en tórax y corazón, y una leyenda entre los soldados SS, que confiaban ciegamente en él. Incluso el
Reichsführer
SS Himmler, que le consultaba dudas de carácter médico, también le confiaba a su esposa y a su hija Gudrun.
—Buenos días, señores. Bienvenidos a 1944. Vamos a ver cómo está todo —empezó de forma coloquial.
Luego, en compañía de sus ayudantes, comenzó a repasar los historiales médicos de cada uno, que colgaban de las camas en carpetas metálicas. El nombre del paciente aparecía claramente indicado en la portada. Iban comentando incidencias que aparecían en los documentos. La jerga médica impedía que Horst y sus hombres comprendieran en su totalidad la conversación que se desarrollaba ante ellos. También comentaba con cada uno su estado y otros detalles de tipo físico. Se acercó al cabezal de la cama del doctor Langert.
—Usted y yo nos conocemos, ¿verdad
Herr Hauptsturmführer
doctor Langert?
Langert, que estaba algo adormilado después de intentar comer, se giró hacia el doctor Helle. Su mirada, por un momento, parecía indicar que no estaba comprendiendo nada de lo que le estaba diciendo. Mientras el doctor Helle miraba el historial, Langert pareció recobrar la memoria y trató de incorporarse con dificultad.
—No se mueva, doctor Langert —le indicó uno de los ayudantes de Helle mientras con ayuda de la enfermera intentaba que volviese a estirarse nuevamente en su cama, retirando la bandeja de la comida—. Por ahora, necesita seguir en posición horizontal.
El doctor Helle dejó la carpeta metálica de Langert y miró sonriendo al paciente. Langert comenzó a hablar.
—Estuvimos juntos como ayudantes del General Paul Hausser de la división blindada
SS Das Reich
entre 1940 y 1941. Usted dirigía la unidad médica de la división y yo hacia los análisis biológicos. ¡Fue una gran época, doctor Helle!
Este afirmó con la cabeza las palabras de Langert.
—Papa Hausser fue un gran general de división —así llamaban sus hombres al general Paul Hausser—. Recuerdo cuando perdió un ojo al inicio de la Operación Barbarosa. Llegamos a temer por su vida, pero cuando se recuperó, hasta parecían gustarle aquellas cicatrices de combate. Llevaba su parche negro con orgullo— se quedó, por un momento, pensativo—. Fue una gran época, sin duda doctor Langert. ¿Cómo se encuentra usted? —pareció volver a la realidad.
—Ahora ya en mejores condiciones —el doctor Langert explicó su estado físico y anímico—. Ha sido una experiencia increíble. No puedo creer que haya estado con mis compañeros en el período Carbonífero. De eso hace unos 300 millones de años. Para un científico, poder comprobar realmente teorías de la evolución y de la biología que no podían probarse sino a través de los restos fósiles y muchas conjeturas es como un sueño hecho realidad. ¿Qué tecnología nos ha hecho conseguir ese sueño?
Las palabras de Langert denotaban que, pese a la incredulidad con la que se enfrentaba a la experiencia que acababa de vivir, todo había sido cierto.
—Físicamente ya sabía que todos necesitaríamos un periodo de adaptación a nuestro regreso, aunque en mi caso me está costando mucho. Tengo bastantes dolores en mis extremidades. Aunque puedo ser joven con 34 años, no soy un chiquillo…
Hubo una sonrisa general ante este último comentario de Langert.
El doctor Helle se mostró satisfecho con las palabras de su antiguo camarada de división. Luego, mirando a los ocho componentes de la reciente misión, comenzó a hablar.
—Lo que han vivido algunos de ustedes por primera vez y nuestro grupo militar en otras ocasiones, es el desarrollo más increíble que hayamos podido imaginar. Alemania, nuestra patria, está llegando muy lejos en sus desarrollos técnicos y científicos. Una nueva ciencia se abre ante nosotros y vamos a aprovecharla. Como ya saben, yo no soy técnico en física, sino doctor en medicina y cirugía, concretamente. Mi área contempla que su cuerpo esté en condiciones para el viaje en el tiempo y a su regreso poder analizar las variables o disfunciones que hayan podido alterar alguno de sus ritmos normales —las caras de los científicos del grupo mostraban curiosidad por las palabras del doctor Walter Helle—. De hecho, cuando se preparó su traslado en el tiempo no fueron informados de la misión en su totalidad para evitar cualquier filtración. Solo Horst y sus hombres sabían su destino en el tiempo. Lo supieron al poco de iniciarse su traslado. Puedo decirles que las lecturas de sus datos físicos son normales y que no se aprecia ninguna alteración con respecto a su estado antes del traslado en el tiempo. Siguen siendo los mismos —remató sonriendo.
Sus ayudantes confirmaron con la cabeza las palabras del doctor. Hubo una sensación general de alivio.
—Nos tranquilizan sus palabras, doctor Helle, pero ¿cuánto tiempo hemos de continuar en observación aquí? —la pregunta que acababa de formular el astrónomo del grupo, doctor el doctor Joseph Noske, era la que todos los científicos se planteaban en aquel momento.
—Unas 24 horas. Después, cada uno y sus muestras del periodo Carbonífero, podrán seguir sus trabajos de forma normal.
Horst sabía que así sería para sus compañeros científicos, pero no para él y sus hombres, que deberían rendir cuentas ante el general SS doctor Hans Kammler y estar preparados para una posible nueva misión en otro espacio-tiempo. Estaban embarcados de lleno en el proyecto más fantástico de Alemania. ¿En qué podría consistir la siguiente misión?
Eran las 7.30 de la mañana. Horst y sus hombres esperaban en el Castillo de Fürstentein. Habían sido dados de alta el día anterior, tal como el doctor Walter Helle les había dicho e, inmediatamente Horst había recibido la citación de presentarse, con todo su grupo, en el castillo ante el general SS Kammler, máximo responsable militar del proyecto.
Habían pasado la noche en las excelentes instalaciones subterráneas de la antigua fortaleza que ya era mencionada en la época prusiana, es decir, desde el lejano año de 1740, y donde uno de los héroes de esa época, Georg Friedrich Böhm, había residido. También habían sido famosos los hilados y tejidos de fibras naturales que se enviaron desde el castillo a todo el mundo, desde mediados del siglo XIX hasta principios del XX.
El retén de guardia les dio paso al interior del castillo y un
Obersturmführer
los acompañó hasta el primer piso donde, tras pasar por varias salas inmensas llenas de tapices y muebles de época, llegaron hasta la puerta de una dependencia en la que dos soldados SS montaban guardia. No habían visto a nadie durante el largo trayecto, ya que la actividad científica y militar se desarrollaba en los túneles y zonas subterráneas del enorme castillo. El silencio había sido absoluto hasta ese momento, excepto por el ruido de sus propios pasos. El
Obersturmführer
llamó a la puerta con energía y, al poco, otro oficial SS abrió la puerta desde el interior. La sala era grande y, además de dos científicos con sus batas blancas y tres oficiales SS en pie, detrás de una mesa imponente y leyendo un informe mientras apuraba su cigarrillo, pudieron ver al general SS doctor Hans Kammler, el hombre más poderoso en la sombra, tras Hitler y el propio
Reichsführer
SS Himmler. Todos le habían reconocido, ya que no era la primera vez que estaban con él, aunque esta vez era la primera tras su regreso directo de un traslado.
Su rostro anguloso y pétreo se volvió hacia los recién llegados al mismo tiempo que dejaba el informe pausadamente sobre la mesa. Horst y sus hombres, en posición de firmes y con sus brazos derechos en alto, saludaron con un sonoro ¡
Heil
Hitler! y el seco ruido de un taconazo al unísono. Los dos científicos y los oficiales SS respondieron inmediatamente al saludo. Kammler apuró su cigarrillo, se puso de pie y saludó con su brazo en alto, aunque no pronunció el consabido, y obligatorio desde el 20 de julio de 1944,
Heil
Hitler. Él estaba por encima de ciertas menudencias necesarias en la clase de tropa y jefatura intermedia.
Se aproximó a Horst y de forma cálida le saludó con un fuerte apretón de manos.
—
Hauptsturmführer
Bauer, me alegro de volver a verle a usted y a sus hombres. Tenía mucho interés en verles a todos lo antes posible.
También saludó con efusión al resto del equipo de Horst.
—Ruego que se sienten en la mesa, por favor— indicó señalando una gran mesa con forma de elipse, situada muy cerca de la suya propia.
Horst, Hermann, Georg y Klaus se sentaron a continuación y el general Kammler hizo lo propio, frente a ellos, con los tres asistentes militares y sendos informes y documentos. Los dos científicos también portaban documentación abundante. Horst pudo apreciar el extraordinario tapiz que cubría por completo la pared que tenían delante. Era una escena de caza donde varios perros rodeaban y mordían a un desventurado ciervo que trataba de defenderse del furioso ataque canino. Unos cazadores con ropaje del siglo XVIII aparecían en la lejanía. Unos ventanales a su derecha dejaban entrar la luz de un día grisáceo, pero que no amenazaba con lluvia.
—Agradezco el esfuerzo, la dedicación, el sacrificio y el silencio de todo su equipo,
Hauptsturmführer
Bauer, para que este importantísimo proyecto, decisivo para la victoria final, se efectúe según los objetivos previstos.
Horst y sus hombres agradecieron con un movimiento de cabeza las palabras de reconocimiento del general.
—Entiendo que lo que han vivido es extraordinario. Sé que este ha sido su tercer traslado al pasado y hasta este momento el trabajo se ha limitado a aspectos técnicos de comprobación real sobre el terreno de las teorías científicas sobre el pasado y a la obtención de muestras de las distintas y remotas épocas visitadas. Por ello, siempre ha habido una presencia de científicos muy importante en dichos traslados. También hemos mejorado el sistema general de funcionamiento de la Campana, afinando muchos aspectos complejos del propio sistema. Como ya saben, este ha sido el denominado Proyecto Kronos, tras haber tenido otros nombres en código, y ustedes han participado en él de forma exitosa y cumpliendo los objetivos asignados. Ustedes son nuestro equipo más experimentado y, por lo tanto, los necesito para una nueva serie de traslados, esta vez de carácter militar, con influencia directa en la marcha de la guerra y en la consecución de la victoria final para Alemania.