Kronos. La puerta del tiempo (9 page)

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Authors: Felipe Botaya

Tags: #Bélico, Histórico

Tal vez esa misión secreta fuera una de las razones por la cual el papa Inocencio II promulgó la Bula
Omne datum optimum
por la que concedió a los Caballeros del Temple la prerrogativa de no estar sujetos a poder temporal de reyes u obispos, quedando solamente sujetos a la autoridad del mismo Papa. Fue esta Bula motivo de controversias y envidias dentro de la sociedad eclesiástica y civil. En aquellos tiempos, el poder inmenso de la Iglesia tenía autoridad para hacer que sus normas se acatasen y, así, nuestros caballeros no tuvieron que rendir ni dar cuenta a nadie de todo lo que hicieron y de las razones que les llevaron a ello. Para cumplir su misión, los templarios establecieron contactos con judíos, musulmanes, cabalistas y mongoles, por ejemplo. Estos contactos ocultos, que fueron continuos durante toda la vida de la Orden, fueron una de las causas esgrimidas muchos años después por el rey francés Felipe el Hermoso para procesar y aniquilar la Orden.

En la Ciudad Santa de Jerusalén quedan vestigios de las excavaciones que realizaron los templarios en el siglo XII. Así, es visible un túnel que, después de unas decenas de metros, está cegado en su mayor recorrido. Pero no hay constancia de que encontraran el Arca de la Alianza en aquellos lugares.

En el año 1160, en pleno dominio templario de Jerusalén, llegó a la plaza un príncipe etíope llamado Lalibela, que permaneció allí durante varios años y estableció relaciones con los templarios, pidiéndoles refugio en Jerusalén porque estaba siendo perseguido por su hermano Habré que, tras usurparle el trono de Etiopía, quería matarlo. Los templarios conocieron por el príncipe Lalibela que el Arca de la Alianza se encontraba en Etiopía y, también, las circunstancias sorprendentes que ligaban al Arca de la Alianza al pueblo judío y a Etiopía.

Dentro de Etiopía se encontraba el antiguo País de Saba. Por la Biblia nos ha quedado el relato de la visita de la reina de Saba a Jerusalén, maravillada por la fama de Salomón y ansiosa por conocer la fastuosa edificación del Templo destinado a custodiar el Arca. El Libro I de los Reyes relata esta visita y la tradición nos dice que debió de existir una relación amorosa entre la reina y Salomón, hasta tal punto que la reina de Saba, según relata el
Kebra Negás
o libro sagrado del pueblo etíope, regresó a su país embarazada de Salomón. La Biblia no dice nada sobre este punto, solo manifiesta que Salomón conoció muchas mujeres extranjeras y las amó, lo cual da cobertura bíblica al romance con la reina.

Por otra parte, se da la circunstancia de que el pueblo etíope tuvo durante muchos años emperadores que se titulaban de la Dinastía Salomónica, y así se ha estudiado en su Historia. El Imperio Etíope se extinguió con la muerte de Haile Selassi, el negus derrocado por una revolución en nuestro actual siglo. Los etíopes dieron siempre como cierto que la dinastía salomónica viene de su fundador Menelik, primer emperador de Etiopía hijo de la reina de Saba y del rey Salomón y, por tanto primogénito de Salomón según los relatos del
Kebra Negas
.

La tradición etíope cuenta que Menelik, a su mayoría de edad, hizo una visita a su padre Salomón y, aprovechándola, regresó a Etiopía acompañado de un séquito de judíos de su edad y del Arca de la Alianza. Es difícil creer que Salomón entregara el Arca de la Alianza a su primogénito ilegítimo, pero la Biblia nos habla de una situación del rey en el Libro I de los Reyes que podría justificar este hecho: «… Salomón se volvió contra Jahveh su Dios, al edificar un altar a Kemos, en el monte fronterizo con Jerusalén, siguiendo los ritos de Astarté, diosa de los sidonios, profanando su alianza con Yahvéh…».

Así pues, a través de Lalibela los caballeros templarios fueron conocedores de estos pormenores y, cuando se dieron las circunstancias propicias para su ida a Etiopía, marcharon a la ciudad de Aksum, supuesto enclave donde habría de encontrarse el Arca de la Alianza. La ciudad de Aksum, que con la llegada del príncipe Lalibela cambió su nombre por el de Lalibela (ya que el monarca retornó al trono etíope que le correspondía), es actualmente una población de no más de 10.000 habitantes, situada en el altiplano de Etiopía, a 3.000 m de altura. Para los etíopes es una ciudad santa a semejanza de Jerusalén. Cada piedra es sagrada y sus templos rupestres están excavados en la roca viva. Su construcción se atribuye a los templarios del siglo XII que acompañaron a Lalibela.

Lalibela significa «aquel cuya soberanía es reconocida por las abejas», y fue canonizado por la Iglesia Ortodoxa etíope. Como decíamos, en la ciudad de Lalibela hay muchos nombres que recuerdan a la Ciudad Santa de Jerusalén. Así, existe un río que llaman Jordán, que separa la zona de situación de varios templos de otra zona donde se agrupa otro conjunto de templos. Lalibela es la ciudad santa de los monofisitas, herejes creyentes en Dios Hijo al que atribuyen una sola naturaleza y una sola persona, como perfecto Dios y perfecto Hombre. Esta herejía fue condenada en el Concilio de Calcedonia en el año 451. Su cristianismo actual tiene influencias judaicas. En Lalibela se puede visitar la tumba de Adam. Los templos del Redentor del Mundo, Bed-Marian y el Templo de San Jorge tienen iconos y pinturas antiguas que nos recuerdan a la Edad Media y al Temple. En alguna iglesia puede verse la cruz roja del Temple francés del siglo XII.

Dos circunstancias especiales fueron las que propiciaron que los caballeros templarios continuasen con la búsqueda del Arca en Etiopía. Por una parte, la caída de la plaza fuerte de Jerusalén en poder de Saladino y, por otra, la marcha del príncipe Lalibela a Etiopía para ocupar legítimamente su trono. El capellán portugués Francisco Alvares visitó a Lalibela en el año 1520 junto con una embajada de Portugal enviada a esas tierras en busca del reino del Preste Juan y nos ha dejado una muestra de lo que debió de ser Lalibela en aquella época. Destacó también el tema de las cruces rojas del Temple grabadas en varias iglesias.

Para explicar las extrañas capacidades del Arca, que aparecen ya reflejadas en el Antiguo Testamento, se han llegado a esbozar hipótesis como que se trataba de un condensador eléctrico, de un
radiotransmisor
para comunicarse con Dios, de un arma nuclear o de una caja fuerte electrificada… Algunas teorías consideran que Etiopía es el país donde está escondida realmente el Arca. Aquí subsiste una tradición viva de culto a la reliquia y un pueblo, los falashas, de origen judío. Las hipótesis demuestran que el Arca salió de Palestina, recaló un tiempo en Elefantina (Egipto) y, después, pudo haber sido ocultada en Etiopía.

Los judíos de Elefantina huyeron a Sudán y desde allí a las tierras altas de Etiopía, asentándose finalmente en el Lago Tano, un mar interior a más de 2.000 metros de altura. En esta zona se relata cómo el Arca de la Alianza había sido colocada en una especie de tabernáculo en la isla de Tana Kirkos, donde permaneció ochocientos años hasta que el rey Ezana de Etiopía la llevó hasta su emplazamiento actual en Axum.

En aquel tiempo, Salomón había permitido que se erigieran ídolos paganos en el templo, en línea con la decadencia de su reinado bajo la influencia de Babilonia. Menelik, temiendo por la seguridad del Arca original, cambió la copia y se llevó la auténtica. Los expertos consideran que el Arca de Menelik I se encuentra en la iglesia de Santa María de Sión, en Axum, custodiada por un solo vigilante, casi ciego y con poca disposición a contestar preguntas acerca del Arca. Otras teorías, sin embargo, indican que el Arca no se movió del Templo de Salomón hasta que el formidable ejército de Nabucodonosor arrasó Jerusalén en el año 586 a.C. Las iglesias ortodoxas de este país guardan en su sagrario una réplica del Tabot o Arca, a la que sacan en procesión una vez al año cubierta por telas durante la fiesta del Timkat, ceremonia que, al parecer, también se nombra en los grabados faraónicos de la época de Tutankamon.

Al doctor J.O. Kinnaman, fundador del Museo Nacional de Etiopía, se le permitió entrar en el templo de Santa María de Sión en Axum para que contemplara el Arca que allí se custodia. No pudo tomar fotografías, pero sí realizó unos bocetos muy interesantes.

Otra tesis sostiene que el príncipe Stephen Menghesa, biznieto del emperador Haile Selassie y supuesto descendiente directo, por tanto, de Salomón y Menelik, explicaba que, tras la proclamación del Estado de Israel en 1948 muchos falashas etíopes empezaron a discurrir planes para el retorno del Arca de la Alianza a Israel y para ayudar a la construcción del Tercer Templo, que contribuiría a la creación de una auténtica atmósfera de paz y concordia que uniría a cristianos, judíos y musulmanes y enterraría para siempre las voces amigas de la eterna discordia, ideal que muchos atribuyen también a la Orden del Temple.

El gran arqueólogo Ron Wyatt asegura, en cambio, que el Arca auténtica (pues al parecer existen innumerables réplicas) se encuentra enterrada bajo el monte Moriah, en el Grotto o caverna en la que Jeremías escondió el Tabernáculo, el Arca de la Alianza y el Altar del Incienso, cerrando después la entrada. El lugar señalado por Wyatt para iniciar la búsqueda que emprendió en compañía de sus dos hijos, Danny y Ronny, era un vertedero situado a lo largo de la escarpada ladera del monte Moriah que algunos denominan la pared del Calvario y cuyo relieve dibuja una especie de calavera alusiva al Gólgota, donde Jesús fue crucificado.

Después de investigar los alrededores, el arqueólogo decidió excavar perpendicularmente a la roca. Después de casi dos años de trabajo, terminó descubriendo una cueva de cinco por cinco metros y, tras introducirse en ella, comprobaron que, efectivamente, se encontraban bajo el monte Moriah. El 6 de enero de 1982, después de una intensa búsqueda en todos los pasadizos y cavidades encontrados, Wyatt halló lo que buscaba. Bajo la tenue luz de su linterna se adivinaba una caja de piedra con la tapa partida en dos y, justamente encima, en el techo de la cueva, distinguió una grieta ennegrecida por algún sedimento.

Alcanzó la caja y comprobó que la hendidura de la tapa estaba impregnada de la misma sustancia que el techo. Sin embargo, dada la escasez de espacio para moverse, volvió días después con unos instrumentos ópticos especiales de cuya lectura dedujo que el contenido de la caja no era otro que el Arca de la Alianza. Posteriormente, el propio Wyatt pudo comprobar que la grieta del techo era la prolongación natural de otra que había visto en un agujero que él había interpretado como base de apoyo para la cruz de Jesús. Wyatt dedujo que la sustancia negra podría ser sangre que se hubiera colado por la grieta y que hubiera caído directamente sobre la caja de piedra y, claro, sobre su contenido. Por la posición de las salpicaduras de la tapa, aquella sangre, supuestamente de Cristo, habría caído directamente sobre el propiciatorio del Arca… en caso de que aquél se encontrase allí dentro.

Wyatt informó a las autoridades israelíes sobre su descubrimiento, pero estas, bien por incredulidad o por temor a las reacciones que podría provocar una noticia de ese calibre, le
recomendaron
mantener el secreto. Lo cierto es que, tras su gestión, Wyatt selló la entrada al túnel y todavía hoy el Arca podría seguir allí abajo.

En la Biblia (Macabeos 2, 1-8), se refiere cómo el profeta Jeremías ocultó secretamente de los holocaustos el Arca y el altar en una gruta situada en el monte al que subió Moisés para contemplar la heredad del Señor. Ese monte desde el cual Moisés divisó la Tierra Prometida que nunca iba a pisar, pues murió en el desierto, es el antiguo monte Nebó (identificado hoy con el moderno Jaban an-Naba), un lugar que se encuentra a unos cincuenta kilómetros de Jerusalén, en línea recta, dentro ya de territorio jordano.

Del texto bíblico podría deducirse que Jeremías retiró el Arca de su emplazamiento originario y lo trasladó al monte Nebó. Lo que no dice la Biblia es si el Arca fue llevada después a Jerusalén cuando los judíos regresaron de su exilio en Babilonia en 538 a.C. y reconstruyeron el templo.

En los años veinte del siglo pasado, Anthony F. Futterer buscó el Arca en el monte Nebó. Al parecer la encontró y antes de morir, dejó pistas de su emplazamiento a un tal reverendo Clinton Locy. En 1981, Tom Crotser, arqueólogo estadounidense, visitó al reverendo y consiguió una copia de la inscripción que Futterer había visto fuera del túnel bajo el Nebó. Según Crotser, la traducción de esa inscripción era «Aquí yace el Arca de la Alianza». Locy también proporcionó a Crotser un croquis del túnel, motivo por el cual este último viajó hasta Jordania en octubre de 1981.

En el monte Pisagh, en la misma cordillera del monte Nebó, encontraron una cavidad que se correspondía con la entrada de la gruta. Sin permiso oficial, quitaron la plancha de hojalata que cubría la entrada y se introdujeron en el pasadizo el 31 de octubre de 1981. Atravesaron varios ensanchamientos en forma de nichos y Crotser tuvo que romper dos muros de barro y roca que bloqueaban el camino.

Hacia el final del pasadizo, encontraron otro muro más robusto y sin inscripciones. Al derribarlo, apareció ante ellos una cámara tallada en la roca. Crotser opinaba que esta cámara estaba debajo de una antigua iglesia bizantina con la que se comunicaba mediante un pozo vertical. El investigador afirma haber visto en esa cámara la mismísima Arca de la Alianza. La describió como una caja de oro de 1,55 metros de largo por 93,5 centímetros de ancho y otros 92,5 de alto. No tocó la caja por temor a recibir una descarga, pero la midió y obtuvo varias fotografías.

Los querubines de oro no estaban en la tapa, aunque en una esquina de la cámara vio unos bultos envueltos en gasa que podrían ser las imágenes de los ángeles. También estaban los palos usados para transportar el arca y los anillos de oro en sus laterales. Después, Crotser y sus compañeros fueron a Ammán, donde intentaron infructuosamente que las autoridades jornadas se interesaran en su hallazgo.

A su regreso a Estados Unidos, la agencia de prensa UPI divulgó un comunicado en el que se afirmaba que se había encontrado el Arca. La noticia apareció en la mayoría de los periódicos del mundo. A pesar de ello, este hallazgo no encontró la notoriedad que buscaba, ya que la única fotografía del arca era de muy mala calidad y mostraba una caja de aspecto moderno con clavos y tiras metálicas, quizás cortadas a máquina.

Los textos religiosos judíos registran dos paraderos del Arca. Según la Misná y el Talmud, fue enterrada en uno de los túneles secretos excavados bajo el monte del Templo. El enterramiento habría sido obra del rey Josías que, alertado por una profecía sobre la futura profanación del Sanctasanctórum (lugar más santo de entre los santos) por los babilonios, la ocultó en una gruta secreta y cegada bajo la Setiyyah o Piedra de la Fundación, un
axis mundi
que no era sino el suelo del Sanctasanctórum sobre el que reposaba el Arca.

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