—Bienvenidos a mi equipo, señores —dijo Horst, miran do la grupo que tenía frente a sí.
—Quiero presentarle a mis hombres,
Herr Haupsturmführer
Bauer —solicitó Gross con energía.
Fue pasando frente a cada uno de ellos indicando nombre, rango y experiencia. Varios de ellos habían formado parte del comando que había liberado al Duce y, por lo tanto, eran paracaidistas de las SS que habían pertenecido a un batallón disciplinario de las propias SS, durísimo y con un nivel de bajas escalofriante. Habían resarcido su deuda ante la patria y ya eran soldados reconocidos y con honor. Los hombres eran
Sturmann
Willy Seelig,
Sturmann
Karl Höhne,
Sturmann
Hermann Kästner,
Sturmann
Hans-Joachim Trost,
Rottenführer
Hugo Helbing,
Rottenführer
Erwin Holzwarth,
Unterscharführer
Werner Schüler,
Unterscharführer
Alfred Stümpel y
Haupstcharführer
Johannes Günther.
—Me alegro de tenerles en esta misión, Sturmbanführer Gross. Yo también quiero presentarles a los miembros de mi equipo —indicó Horst—. Cuando hayamos terminado, me gustará que dejen sus cosas en las habitaciones de las que disponemos en este complejo subterráneo, luego cenaremos y les indicaré cuál es la misión que tenemos encomendada —pasó a presentar a sus cinco compañeros, siguiendo el mismo esquema oficial, y luego les mostraron sus habitáculos y la sala donde cenarían poco después. Horst se fue con sus hombres para preparar la presentación de la misión mientras cenaban. No había tiempo que perder y, así, los nuevos miembros del grupo podrían digerir toda la información que recibirían durante la cena.
La cena fue servida por el servicio interno del castillo en una sala privada del complejo 3, ya que toda la Operación Etiopía pasaba a ser de la máxima confidencialidad y cualquier reunión previa al traslado debía ser efectuada con la máxima discreción. El menú era sencillo pero suficiente, y constaba de un Rösti de patatas con verduras y unos dulces con café y licores. Todo iba regado con vino Riesling. Un auténtico festín en aquella época. Los hombres de Gross ya estaban en la sala y se levantaron al llegar Horst y su equipo.
—Un primer apunte que siempre hago a mis equipos —comenzó Horst— es que debemos tratarnos de forma más coloquial, ya que trabajaremos y lucharemos codo con codo. Eso facilitará y agilizará nuestra relación de grupo, pero mantendremos las formas ante estamentos superiores o en reuniones con el general Kammler. Por ello, yo soy Horst y ese es Georg. A su izquierda está Hermann, más allá Klaus y aquí a mi lado Emil —Werner Gross sonrió, agradecido por la posibilidad que les brindaba su nuevo superior Horst. Sus hombres también estaban más cómodos y un trato más próximo entre los oficiales y sus soldados era divisa normal también en los equipos de comandos,.
Mientras tomaban asiento y comenzaban a hablar de forma distendida sobre los asuntos más variopintos, pero siempre en relación con la guerra que se estaba librando en ese momento, la cena fue servida sin dilación por el equipo de asistencia asignado al grupo, como apoyo logístico y tareas de ayuda general. Los hombres de Gross parecían avenirse bien con sus nuevos compañeros y pronto la camaradería reinó en el comedor. Horst consideró que había llegado el momento de entrar en detalles sobre la misión que tenían encomendada. Pensó que sería mejor hacer una pequeña introducción que ayudaría a comprender mejor qué era lo que se esperaba de ellos. Golpeó con su cucharilla su vaso y, mirando al grupo, obtuvo un inmediato silencio.
—Os ruego la máxima atención. Después podremos entrar en más detalles —tras una ligera pausa, inició su argumentación—. Todos conocemos en qué situación se encuentra la guerra y el compromiso que eso representa para nuestra patria y para todos y cada uno de nosotros. —Los presentes miraban fijamente a Horst y al mismo tiempo pensaban en esas palabras que representaban uno de los momentos más difíciles, si no el más difícil, de toda la Historia de Alemania.
—Nuestra capacidad militar se bate en todos los frentes ante un enemigo despiadado y resuelto que busca la absoluta destrucción de Alemania, su Historia y sobre todo de la civilización y cultura europeas que representamos y defendemos. Buscan la implantación de un nuevo orden mundial, donde Alemania ha representado la roca granítica e inamovible sobre la cual han chocado sus oscuros planes. El enemigo mundial no lo puede permitir y ha puesto su enorme maquinaria militar y de propaganda en marcha —miró a Gross en particular—. Hombres como tú y tu equipo, que han luchado en el frente más oculto, como son las misiones secretas y directas sobre grandes objetivos del enemigo, son absolutamente necesarios en estos momentos —Gross y sus hombres agradecieron el cumplido hacia su profesionalidad.
—Pertenecemos a la élite militar de Alemania y por ello nuestro compromiso es total con la victoria. No tenemos otro objetivo —Horst recalcó estas últimas palabras, sobre las que todos estuvieron de acuerdo—. Alemania, su cultura y su ciencia han avanzado hasta extremos increíbles. Disponemos de armas futuristas. Algunas de ellas ya han entrado en combate y otras les seguirán muy pronto. No tenemos dudas de que cambiarán el gran tablero europeo hacia nuestros intereses. Pero hoy nuestro problema se llama tiempo —las caras de los hombres de Gross y la suya propia mostraban gran interés por lo que les decía Horst, aunque no imaginaban de qué podía tratarse. Conocían la aparición de esas armas, pero era algo lejano para ellos en esos momentos.
—Entre esas armas existe una que mi grupo y yo conocemos, y que ya hemos utilizado con éxito. Es el proyecto más secreto que podáis imaginar y revela un desarrollo de nuestra ciencia y tecnología más allá de lo que suponíamos nosotros como soldados y, sobre todo, de lo que pueden imaginar nuestros enemigos —Horst se detuvo un momento para observar atentamente a todos—. Nuestros físicos e ingenieros, dentro de nuestra élite científica, han logrado el dominio del tiempo —Gross y sus hombres no pudieron ocultar la sorpresa ante las palabras de Horst, aunque sin llegar a comprender en aquel momento el alcance de dichas palabras y lo que iban a significar para ellos. El equipo de Horst sonreía ante el desconocimiento de sus nuevos compañeros—.
—Si es lo que imagino, eso suena increíble, Horst —se adelantó Gross.
—Estoy casi seguro de que es lo que imaginas —sonrió Horst—. Disponemos de una máquina del tiempo real y operativa —remató con seguridad. Un murmullo de asombro recorrió a sus nuevos camaradas.
Tras una aparente recuperación ante la noticia, Gross quiso saber más.
—Por lo que has comentado, vosotros ya la habéis utilizado —dijo dirigiéndose a todo el equipo de Horst. Todos afirmaron con la cabeza, respondiendo a la pregunta, y Horst continuó—. Nosotros hemos hecho tres viajes en el tiempo a épocas pasadas, con un fin científico y como banco de pruebas de la máquina. En este momento, su ajuste y su funcionamiento nos permiten mucha precisión en los traslados temporales. —Uno de los hombres de Gross, el
Rottenführer
Erwin Holzwarth, tomó la palabra—. Me alegro de que nuestra patria haya desarrollado una máquina del tiempo y una tecnología tan avanzada, pero no veo el aspecto militar de su uso, ni para qué puede ser útil nuestra ayuda.
—Es muy sencillo, Erwin —contestó Horst—. El uso militar empieza ahora, tras su uso científico y, como he dicho, tras su ajuste general y su precisión temporal. Nosotros vamos a ser trasladados al pasado en una misión militar que tiene como objetivo traer hasta nuestro presente un objeto legendario, pero real, e invencible en el campo de batalla: el Arca de la Alianza—. De nuevo un murmullo. Los hombres de Gross se miraron entre ellos ante esta última revelación. Horst siguió—. El arca de la alianza es el arma definitiva, de origen divino y que siempre destruyó a los enemigos de los judíos en épocas bíblicas.
—Pero —intervino Gross— ¿qué sabemos de esa supuesta Arca de la Alianza? ¿Qué es, cómo funciona, dónde está? Además, Horst, ¡es un objeto judío! —Horst trató de contestar al torrente de preguntas, por otro lado lógicas, que formulaba Gross.
Emil intervino en este punto.
—Werner, seguramente tus preguntas son las que se están haciendo tus hombres en este momento también, y tienen su sentido. Yo soy experto en todos estos asuntos bíblicos y puedo decirte que el Arca es real. De hecho, hay más de doscientas referencias a ella y su poder en el Antiguo Testamento. A partir del año 283 antes de Cristo, las referencias desaparecen de los escritos —la voz de Emil sonaba melodiosa en un tema que conocía muy bien—. ¿Qué tienen que ver los judíos en todo esto? Fue utilizada, pero no diseñada o fabricada por ellos. Por lo que explica la Biblia de su uso, era varias cosas a la vez, ya que servía para hablar con Dios, fabricaba el maná que los judíos consumieron durante su supuesto peregrinaje por el desierto durante cuarenta años y era un arma que emitía unos rayos poderosos que acababan con cualquier ejército con el que se enfrentaran. Siempre iba a la cabeza del pueblo judío. Durante sus traslados y usos, sus porteadores debían vestir unos trajes de protección. Resumiendo, el Arca era un transmisor, una máquina de fabricar comida y, sobre todo, un arma devastadora. Su fama iba más allá de Oriente Medio. Muchos grandes conquistadores trataron de encontrarla y hacerse con ella, pero siempre fracasaron —mostró unas imágenes del arca que provenían del gran dibujante bíblico Doré y que estaban llenas de gran dramatismo.
—¿Y dónde está ahora, Emil? ¿A dónde se supone que debemos ir a buscarla? —preguntó otro hombre de Gross, el
Sturmann
Karl Höhne, observando con curiosidad los excelentes dibujos de Doré. Emil estaba complacido por la pregunta—. La historia dice que el arca fue trasladada a Etiopía y escondida en la iglesia de Santa María de Sión, cerca de Axum, que en la época a la que vamos a ir era poco menos que una ermita casi subterránea excavada en una montaña —Emil mostró unas fotos de la iglesia con su aspecto en la época actual—. Nadie, excepto los guardianes del Arca, la ha visto en los últimos siglos. Por ello, no tenemos dudas de que se trata de una copia, ya que nosotros fuimos allí y la capturamos hace más de mil años.
—¿Cómo dices, Emil? No soy capaz de seguirte —espetó Gross con total sorpresa.
—Aclararé mis palabras —dijo Emil—. Sí que ha habido alguien que la ha visto y dibujado —mostró los dibujos del doctor Kinnaman—. Se llamaba doctor J.O. Kinnaman y fue el fundador del Museo Nacional de Etiopía. Se le permitió entrar en la iglesia de Santa María de Sión para que contemplara el arca que allí se supone que se custodiaba. No pudo tomar fotografías, pero sí realizó los bocetos que podéis ver —señaló algunos detalles en los dibujos—. —Hay algo que no encaja en la historia del Arca, y es por qué no se ha vuelto a utilizar, por qué ha desaparecido totalmente de la Historia un objeto tan increíble y tan poderoso para su poseedor. —Tras formular la pregunta, Emil los miraba a todos quienes, sin ocultarlo, también estaban deseando conocer la respuesta—. La leyenda debía continuar, y jamás se admitiría que el arca había desaparecido total e irremisiblemente. Los judíos perderían su leyenda predilecta y eso los haría débiles ante cualquier enemigo en el futuro. No podía ser. Los guardianes del Arca estaban dispuestos a morir, incluso hoy, antes de que se desvelara toda la verdad del engaño milenario.
—Entonces, allí en la actualidad hay una copia sin valor —remató Gross—.
—Exacto —Emil siguió—. Los datos sobre su construcción aparecen en la Biblia, con lo que con unos artesanos fabricaron una réplica aproximada que llenó el hueco dejado por la original. El resto era crear el mito de su existencia y extender la creencia de que en cualquier momento los judíos podrían usarla de nuevo contra cualquier enemigo. El Arca ha desaparecido de la Historia porque en pocos días estará aquí en nuestras manos. Todo ese período temporal entre el momento en que la capturemos en el pasado y nuestra vuelta al presente será lo que conformará la leyenda.
El
Unterscharführer
Werner Schüler, otro de los hombres de Gross, entró en la conversación.
—En resumen, Emil, vamos a ser llevados al pasado de hace más de mil años, a un lugar concreto de Etiopía, y vamos a traer el Arca de la Alianza a nuestra época actual. —Emil afirmó con la cabeza.
—No parece muy complicado —sonrió este.
—Desde luego, no nos enfrentaremos a un ejército tal como hoy lo concebimos, pero no podemos fiarnos —indicó Horst—. Según Emil, en esa época y en esa zona el único peligro pueden ser algunos pastores y señores de la guerra enzarzados en continuas peleas.
—Y esa iglesia, ¿está muy protegida? ¿Quién la guarda? ¿Cómo llegó el Arca hasta allí? —preguntó Gross mirando la foto. Emil sonrió ante la nueva batería de preguntas de Gross, que tenían un sentido completamente lógico.
—Creo que será bueno saber un poco del recorrido que hizo el Arca hasta llegar a Etiopía. —A Horst le pareció bien la idea, y Emil comenzó el relato.
—Las primeras citas al Arca de la Alianza se dan justo después de que el autodenominado pueblo elegido cruzase las abiertas aguas del mar Rojo huyendo del ejército egipcio en su marcha hacia el desierto. Tras más de cuarenta años vagando sin rumbo, los judíos y el arca llegaron hasta Quiryat Yearim, donde fue ocultada de posibles enemigos. Los datos hasta ahí son muy claros. La primera victoria militar con el arca fue en Canaán, cerca de Jericó, y en esa aplastante victoria Josué conquistó el valle de Terebinto y los cananeos perdieron las ciudades de Eglón, Hebrón, Lakish y Debir. Después, Samuel derrotó a los filisteos en Mispá con la ayuda del Arca que, según consta en los documentos que conozco, volatilizó al ejército filisteo. Incluso los filisteos llegaron a capturarla en una escaramuza y la exhibieron como trofeo de guerra. Sin embargo, la felicidad de los filisteos duró poco, pues una serie de extrañas enfermedades se abatieron sobre ellos, obligándolos a devolver el Arca a los judíos siete meses más tarde. Las batallas continuaron y Saúl derrotó a una coalición de cananeos y filisteos, pero poco después cayó muerto en la batalla de Guilmoa.
—David, en el siglo XI antes de nuestra era, sustituyó a Saúl. Pertenecía a la tribu de Judá, la más importante de ese momento. David arrebató a los jebuseos Jerusalén, que era una importante ciudad fortificada, y la hizo capital judía. Este rey decidió trasladar el Arca hasta la nueva capital. En el traslado murió un hombre llamado Uza, al tocar el arca, y se decidió que esta descansara en casa de Obededom de Gat. Se preparó una tienda tipo tabernáculo en Jerusalén, donde estuvo el Arca hasta que Salomón, hijo de David, terminó su templo y allí fue instalada definitivamente en el Sanctasanctórum de dicho templo, en el año 935 a.C.