—Las hipótesis sobre las que he trabajado, que son las más serias, indican que el arca salió de Palestina, estuvo durante un tiempo en la isla Elefantina, en Egipto, y después fue llevada en el más absoluto de los secretos hasta el Sudán por los judíos y, finalmente, hasta las tierras altas etíopes. Allí se asentó durante ochocientos años en la isla de Tana Kirkos, en el Lago Tano, que está a más de dos mil metros de altitud. Incluso se construyó un tabernáculo para su correcta exposición. Fue el rey etíope Ezana quien la llevó hasta su ubicación definitiva en la iglesia de Santa María de Sión en Axum.
Gross intervino en este punto.
—Y ¿por qué Etiopía?
Emil confirmó con la cabeza la idoneidad de la pregunta.
—La historia sobre la que he investigado dice que Etiopía fue el país elegido ya que la reina de Saba visitó Israel, maravillada por la fama de Salomón, deseando conocer el fastuoso templo que este había construido. Las crónicas reales etíopes cuentan que la reina volvió embarazada del rey Salomón del que fue el futuro rey etíope Menelik I y que inició la línea dinástica judía hasta el emperador Haile Selasie, el Negus. Menelik fue enviado a vivir y ser educado por su padre hasta los 19 años y se convirtió al judaísmo. Como regalo de despedida, su padre Salomón hizo construir una copia idéntica del Arca para que se la pudiese llevar a Etiopía y que los falashas tuviesen su propia Arca de la Alianza. Supongo que sabéis se supone que los falashas son judíos etíopes descendientes directos de una de las tribus perdidas de Israel.
—Entonces, ¿es una copia? —preguntó Schüler ante el giro que había dado la explicación de Emil—. No lo es, Werner. La Historia también es muy clara. El reinado de Salomón se caracterizó por el inicio de la decadencia influencia directa de Babilonia en donde los judíos habían estado hasta su expulsión. Salomón permitió que se erigieran ídolos paganos en su propio templo. Menelik, que era más listo de lo que se ha supuesto y que temía por la seguridad del Arca original, la cambió por la copia que le había regalado su padre y se llevó la auténtica hasta Etiopía cuando regresó con su madre. El viaje fue muy largo y singular, y la caravana recaló en todos los lugares que antes he citado, hasta su definitiva instalación en la iglesia de Santa María de Sión —Emil calló por un instante—. Han pasado tres mil años de todo eso. Ha llegado nuestra hora.
El grupo quedó mudo por unos instantes ante la magnitud temporal, la misión y el objeto en cuestión. Gross intervino de nuevo.
—¿Sabremos utilizarla, Horst? No queda muy claro cómo funciona, aunque por lo que explicas conocemos cuáles son los resultados de su uso.
Emil se adelantó a la respuesta, ya que él había trabajado previamente para el Kammlerstab y conocía bien la situación técnica. Horst no tuvo inconveniente.
—Hasta donde os puedo explicar, nuestros científicos han trabajado en simulaciones de su funcionamiento a través de la información que yo he ido interpretando de los textos bíblicos. Increíblemente, la información es bastante precisa y coincide con el modo de empleo de un aparato que trabaja sobre energía atómica. Nuestros técnicos no tienen dudas de su correcta utilización una vez la hayamos traído aquí.
Gross analizaba toda la explicación, pero no podía evitar algunas dudas.
—Perdona mi sinceridad, Emil, pero si tanto saben nuestros técnicos sobre su funcionamiento, ¿por qué no la hemos fabricado nosotros? —Emil tampoco tuvo dudas—. Hay aspectos que no quedan absolutamente claros y conseguir conocer su desarrollo puede llevarnos años. La máquina del tiempo de la que disponemos nos va a hacer adelantar muchas etapas en un tiempo récord, que hoy es la prioridad para Alemania. Es el único camino, Werner.
Horst consideró que toda esta información ya era suficiente y que, de proseguir con ella, quizás se entraría en un terreno técnico en el cual ellos ya no tenían nada que ver. La reunión terminó con el análisis del armamento necesario y las provisiones previstas para el correcto cumplimiento de la misión. Se añadió una tercera MG42 y un 25% más de munición. El resto estaba en orden.
—Bien, antes de retirarnos hasta mañana debo indicaros que está prevista una prueba médica para mañana por la mañana a las 8.00, en ayunas. También una reunión con el general Kammler pasado mañana por la mañana a las 8.30. Quiere conocer al equipo al completo. Habrá que presentar todo lo que habremos dispuesto y él querrá entrar en algunos detalles más. Por otro lado, nuestro equipo logístico preparará el material que hemos considerado necesario y definitivo para la misión. No hay problema. —Una vez dicho esto, se puso en pie y dio por concluida la cena-reunión.
Tras un sueño reparador, todos estuvieron a las 8.00 de la mañana en las instalaciones del servicio médico de las SS, junto a la misma sala donde habían estado internados Horst y sus hombres tras el último traslado en el tiempo. Las verificaciones médicas estaban compuestas por analíticas sobre aspectos físicos básicos, pruebas de resistencia en máquinas especialmente diseñadas al efecto y vacunas para entornos tropicales. No hubo ningún problema, excepto alguna reacción a las vacunas por parte de dos hombres de Gross, el Rottenführer Hugo Helbing y el
Unterscharführer
Alfred Stümpel, que sufrieron molestias, hinchazones en el brazo y algo de fiebre. No era grave y su recuperación era segura. A media mañana Horst decidió que sería interesante para todos hacer prácticas de tiro con las armas que llevarían, mientras Emil preparaba un plano básico de cómo eran la iglesia y sus alrededores en aquella época, a partir de la historia de la llegada del Arca a Axum y su instalación definitiva en la iglesia de santa María de Sión.
—¡Desde luego, sus hombres saben disparar, Werner! —comentó Horst con admiración tras una demostración de ataque sobre un objetivo en movimiento. Incluso el corpulento Rottenführer Hans-Joachim Trost era capaz de disparar con la MG 42 llevándola en sus brazos como si se tratase de un STG44. Una proeza solo reservada para unos pocos, ya que había que tener mucha fuerza para controlar la cadencia de tiro y su potencia, que a cualquier otro lo hubiese tirado a tierra provocándole un accidente mortal. El sonido de la MG42 era muy especial y diferente al de cualquier otra ametralladora.
Las pruebas de tiro a blancos fijos tanto de pie como agachados o totalmente estirados también fueron satisfactorias. De nuevo los hombres de Gross demostraron su valía y Horst tuvo clara la validez de la elección de aquellos hombres por parte de Skorzeny. Hubo también pruebas de desmontaje y montaje de todas estas armas a oscuras, en unas instalaciones adyacentes. Los resultados fueron excelentes. El conocimiento y la utilización de las armas era muy alto. Si tenía que haber algún tipo de lucha en el viaje al pasado no parecía que pudiera haber problemas ante el enemigo.
Tras las revisiones médicas y las pruebas de fuego, se decidió dar un corto tiempo libre a los hombres para que pudiesen contactar con sus hogares y tranquilizar a sus familias. Horst decidió, como era habitual en él, escribir una carta a su familia. Su mujer y sus cuatro hijos estaban en Potsdam, cerca de Berlín, donde la guerra no parecía haberse ensañado demasiado con la ciudad y sus habitantes. Su mujer había obtenido la Mutterkreuz y sus dos hijos mayores, de 16 y 18 años, Bruno y Matthias, habían sido admitidos en una Napola, acrónimo de «National Politische Erziehungs Anstalt», o escuela de adoctrinamiento político para futuros mandos de la nueva Alemania, bajo la égida y principios de las SS. Su hija pequeña, Traudl, de 10 años, le echaba mucho de menos y, aunque Horst llevaba una foto de sus hijos y su mujer siempre con él, su hijita era su debilidad. El más pequeño, Ulrich, sólo contaba tres años y no había estado demasiado con él. Esperaba algún día devolverle todo este tiempo de lejanía. Su mujer, Alexandra, era muy ordenada y había sabido en su ausencia tomar las riendas del hogar con mano firme y cuidar y educar a sus hijos de la forma más adecuada posible en aquellas circunstancias.
Horst pensaba mucho en ella y en que todo acabase pronto y Alemania tuviese un papel importante en el nuevo mundo que, sin duda, vendría tras la terrible guerra que se estaba produciendo. No podía imaginar cuál sería su futuro y el de su familia, pero confiaba en una paz duradera y una Europa con el nacional-socialismo como grupo de poder. De nuevo pensó en el planeta Marduk y lo que le había explicado el astrónomo Joseph Noske en la noche de los tiempos, en la entrada de aquella caverna del período Carbonífero. ¿Habría valido la pena todo el esfuerzo y sacrificio que estaban llevando a cabo, ante el posible fin del planeta Tierra en relativamente poco tiempo? ¿Se cumplirían aquellos vaticinios? Se sacó sus gafas y las dejó sobre su mesita de noche. Cerró su pluma estilográfica, ajustando el capuchón roscado. Se sentía cansado y deseaba que acabasen pronto los traslados en el tiempo, ya que notaba un cansancio más intenso de lo normal. Quizás era un efecto normal en esos casos. Su cuerpo y los de sus compañeros habían sufrido unos cambios extraordinarios.
—¿Qué tal, Horst? —la voz de Gross le sacó de sus pensamientos.
—Bien, aunque un poco cansado, no puedo negarlo. ¿Y tú qué tal? Siéntate, por favor —sonrió señalando la mesa y las dos sillas cerca de su lecho y metiendo la carta recién escrita en un sobre. Lo cerró.
—La verdad es que mi grupo está nervioso ante lo que se nos ha pedido. Rompe cualquier esquema previo y el riesgo es absolutamente desconocido. No es un asunto de miedo, no somos miedosos, solo es una cierta incertidumbre ante lo desconocido. No podíamos imaginar algo así —Gross parecía sincerarse—. Me preocupan mis hombres, como imagino que a ti te preocupan los tuyos, aunque formemos un mismo grupo de combate bajo tu mando.
Horst también habló claro, ante la sinceridad de su nuevo compañero de fatigas. —Es cierto, aunque puedes creerme si te digo que os considero compañeros por igual. No hago diferencias, te lo aseguro. Pero es cierto que no tengo tu experiencia con ellos. Me parece un equipo excelente. No tengo dudas de que lograremos nuestro objetivo. Es crucial.
—¿Escribiendo a tu familia? —indicó Gross como tratando de cambiar de tema y señalando el sobre que descansaba sobre la mesita de noche, junto a la pequeña lámpara.
Horst tocó el sobre, como acariciándolo.
—Sí, pero se hace cada vez más difícil. Llevo casi un año y medio sin verlos y siempre pienso que no los veré más. Ellos también exigen mi presencia, como es lógico, pero la dinámica de nuestro tiempo no permite que personas como tú o como yo podamos llevar una vida normal.
Gross asintió.
—Ese es el problema de todos nosotros y de casi todos los soldados del frente. Son tiempos difíciles para Alemania. No sé qué pasará cuando regresemos, si regresamos… Yo acabo de hablar por teléfono con mi mujer y mis hijos y se me ha venido el mundo encima. Noto cómo empiezan a alejarse de mí y soy más un estorbo que un padre. Se han habituado a vivir sin mí. ¡Es terrible! —Gross estuvo a punto de desmoronarse en ese momento. Se calló y pareció recuperarse.
—Por suerte sabemos separar nuestro trabajo de nuestra familia, pero ¿hasta cuando?
Horst pensó un momento en su situación particular, que consideraba mejor que la de Gross.
—Creo que en nuestro caso y con el tipo de misiones que llevamos a cabo tampoco podemos explicarles claramente qué hacemos ni dónde estamos. Personalmente, prefiero escribir. Creo que me expreso mejor. Llevamos demasiados años en guerra. Hablar por teléfono me produce mucha angustia y, sin embargo, es lo más directo. A veces no sé qué decirles. ¡Es increíble! Creo que soy un cobarde.
—Bueno no nos hundamos… —sonrió Gross, mirando a Horst… Debemos ser capaces de transmitir confianza a los hombres. Ellos también lo sufren y no esperan de nosotros una actitud de derrota. Esperan una actitud de victoria.
En aquel momento Emil solicitó permiso para interrumpir a los dos hombres. Horst le hizo un signo para que entrase.
—Me gustaría presentaros el plano que he preparado sobre los alrededores de la iglesia de Santa María de Sión y que podáis analizar militarmente la zona para nuestra llegada allí.
—Excelente, Emil —dijo Horst poniéndose de pie, mirando a Gross y dejando atrás sus pensamientos—. Vamos a ver ese plano.
Los tres se dirigieron a la sala donde todos trabajaban en común y, tras habilitar un espacio en la amplia mesa, Horst solicitó la presencia de todos. Emil desplegó su pequeña obra de arte. Parecía muy preciso.
—¿Realmente era así, Emil? —preguntó Gross con admiración—. Parece muy preciso.
Emil no podía ocultar su satisfacción.
—He trabajado con todos los datos de los que dispongo e incluso con fotos actuales de la zona que realizó un equipo de la
Ahnenerbe SS
en una misión secreta en Etiopía en 1937. Creo que se aproxima mucho a lo que era en esa época. De hecho, dudo que se hayan hecho transformaciones en el terreno desde entonces, aunque sí se construyó una iglesia nueva no lejos de la original a la que nosotros iremos. También quiero deciros que ya hace tiempo que lo he trabajado en muchos de sus detalles y que en esta ocasión se trataba solo de plasmarlo gráficamente. No ha sido tan difícil, la verdad.
Todos lo contemplaban con una mezcla de admiración y seriedad ante lo que podrían encontrarse una vez que estuviesen allí. Intentaban imaginarse aquél plano en la realidad. Cuando Emil vio que estaban ya todos, comenzó a explicar los detalles de su plano y cómo estaba preparándose su traslado.
—Aquí tenéis la iglesia. Está previsto que seamos trasladados hasta este punto, al norte —Emil señaló un punto a muy poca distancia de la iglesia—. Es un terreno totalmente plano que facilitará nuestra llegada. He marcado aquí la cota y veréis que estaremos unos setenta metros por encima de la iglesia, que como ya hemos comentado en otro momento está excavada en la roca, aprovechando un saliente natural. Para llegar a nuestro objetivo deberemos bajar por un pequeño terraplén, exactamente aquí. Serán unos ciento cincuenta metros a recorrer lo más rápidamente posible.
Horst señaló el terraplén.
—¿Es terreno firme y seguro? —preguntó a continuación.
—Lo es en la actualidad, Horst. Creo que también lo era en esa época. No ha habido terremotos o graves alteraciones del terreno desde entonces hasta hoy. Lo que sí ha variado con respecto a aquella época es que aquí hay un camino de acceso construido en el siglo pasado que no existía entonces y que facilita la llegada hasta el conjunto principal.