Kammler no tuvo dudas.
—El general Von Boineburg está al tanto de esa situación y conoce perfectamente ese peligro. Ustedes pueden solicitar el traslado nocturno para evitar cualquier problema, y recuerden siempre que son plenipotenciarios militares del Führer y por ello no tienen límites en sus solicitudes ni en la obtención de su objetivo. Dispondrán de todo lo que necesiten.
Horst parecía quedar conforme con la explicación. Desde luego, les permitía un margen de maniobra enorme y seguramente tenían la posibilidad de cambiar el signo de la batalla en las propias playas. De todas maneras, no habían visto funcionar el Arca y no podían imaginar el resultado de su funcionamiento. Esa misma duda la tenían todos, y por ello Gross lo preguntó con absoluta claridad: —General Kammler, ¿tenemos la posibilidad de ver el Arca en acción, en alguna de las pruebas que se están efectuando en este momento?
—Está previsto que salgan hacia Praga mañana mismo, ya que en este momento se está procediendo al desmantelamiento de toda la instalación que tenemos aquí para su montaje en la fábrica Skoda. Necesitamos trabajar tranquilos. Desde allí serán trasladados al pasado reciente en París, para llevar a cabo su nueva misión. El traslado les dejará en la Rue Rivoli, frente al hotel Meurice, que es donde estaba en aquel momento el Cuartel General del Gross Paris. Será un traslado nocturno en el que estarán protegidos por el toque de queda y no habrá curiosos, salvo la guardia militar del propio hotel cuartel general. Yo iré con ustedes hasta Praga y presenciaré su traslado —remató el general.
Horst estaba asombrado de la rapidez con la que iban pasando los acontecimientos y por cómo su destino y su actuación era programada al detalle por el general Kammler. Ellos, como soldados, no tenían mucho que opinar y debían obedecer las órdenes sin discutirlas. Georg le miraba, parecía que adivinaba sus pensamientos. ¡Cómo le gustaría pasar unos días con su familia, en algún lugar tranquilo del sur de Alemania! Allí los zarpazos de la guerra apenas se notaban. La vida era casi igual que antes de la guerra, exceptuando el racionamiento.
—Quisiera verle en mi despacho,
Haupsturmführer
Bauer —dijo de repente Kammler—. Por lo demás, la reunión ha terminado y me gustaría que tuviesen todo preparado para salir mañana por la mañana hacia Praga. A las siete deberán estar todos en la puerta principal del castillo.
—¡Zu Befehl,
Herr
General! —todos se pusieron de pie y, con el brazo en alto, se despidieron del general y su equipo. Horst permaneció en pie, esperando a Kammler.
—Sígame —le indicó cuando todos ya habían salido de la sala. Fueron pasando por diferentes pasillos y zonas subterráneas que Horst no conocía y que demostraban claramente que se estaba llevando a cabo su desmantelación. Grupos de soldados portaban cajas y varios técnicos parecían supervisar los trabajos. Sin duda, se trataba de material frágil que debía ser transportado con sumo cuidado. La presencia de Kammler intimidaba a todos aquellos con los que se cruzaba. El abrigo de cuero negro parecía flotar tras él. La posición de firmes y los sonoros taconazos eran continuos a su paso.
Al final del pasillo por el que caminaban se veía una puerta discreta y sin ningún tipo de identificación.
—Pase, es mi despacho técnico —indicó Kammler, cediendo el paso a Horst, que se mostró sorprendido por la cordialidad. El despacho era de unos veinte metros cuadrados, con una mesa de despacho sobria y una pequeña mesa de reuniones a la derecha. Dos armarios estaban situados a la izquierda de la puerta de acceso. El despacho parecía todavía a pleno funcionamiento a diferencia de todo lo que había podido ver Horst. En las paredes aparecían varios dibujos realistas de aviones a reacción que Horst desconocía por completo y que eran muy diferentes al Me 262. Eran diseños ultramodernos. Le llamó la atención una nave de forma discoidal que, para su asombro, no era un dibujo sino una fotografía. De hecho, había varias fotos de la nave discoidal en tierra y en vuelo a baja altura. Era de un bruñido brillante y no llevaba identificación alguna.
Kammler se dio cuenta de la curiosidad de Horst por aquellas fotos.
—¿Qué le parece,
Haupsturmführer
Bauer? Nuestra tecnología está llegando a un nivel sensacional y por ello es una pena que todo esto pueda pasar a manos de nuestros enemigos. ¡Debemos impedirlo!
—Jamás hubiese imaginado un avión con esa forma —reconoció Horst. Kammler sonrió ante la sorpresa evidente de Horst.
—De hecho,
Haupsturmführer
Bauer, eso que ve ahí no es un avión, aunque vuela y muy rápido. Son las nuevas naves discoidales que están a prueba, y son del máximo secreto. Precisamente los prototipos están cerca de Praga aunque, como le he dicho, son alto secreto. No tengo inconveniente en que usted conozca estos desarrollos.
Kammler se sentó en su mesa de despacho e invitó a Horst a tomar asiento frente a él.
—Se preguntará usted por qué quiero verlo en privado —Horst afirmó con la cabeza. El ambiente en ese momento era distendido.
Kammler encendió un cigarrillo y continuó.
—Quiero entregarle el documento del Führer por el cual usted y sus hombres podrán llevar a cabo la operación en Normandía. También quiero que usted, como máximo responsable de esta operación, sea consciente de su importancia y de que solo el éxito puede coronar su resultado. No hay otra opción. El fracaso catapultará a nuestra patria a un futuro terrible, como les he comentado anteriormente. Nunca más volverá a ser lo que era. ¿Es consciente de lo que le digo y de la importancia de la misión que pongo en sus manos,
Haupsturmführer
Bauer?
—Sí, mi general —dijo Horst de inmediato—. Soy consciente de lo que se nos solicita a mí y a mis hombres y puedo garantizarle que lucharemos hasta el final para conseguirlo. No dudaremos en dar nuestra vida por Alemania y nuestro Führer —Kammler pareció satisfecho por esta respuesta, que por otro lado era la única posible en aquellas circunstancias.
—¡Mire todo esto,
Haupsturmführer
Bauer! —dijo de repente Kammler, señalando los dibujos, planos y fotos que decoraban su despacho—. Nuestra tecnología está a años luz de la de nuestros enemigos. Necesitamos tiempo para obtener la victoria. Tenemos en marcha otras operaciones para su consecución, pero la suya es la más importante y decisiva —Horst volvió a afirmar con la cabeza, conocedor de la situación y de las implicaciones que asumía.
Kammler apoyó sus codos sobre la mesa y juntó sus manos frente a su boca. Parecía que iba a decir algo importante.
—Voy a serle sincero,
Haupsturmführer
Bauer. A sus hombres y a usted les hemos explicado muchas cosas para que sepan hasta dónde hemos llegado, pero creo igual de importante, aunque no para todos, que conozca de dónde viene todo este desarrollo. En mi opinión, usted sí debe conocer algo más. Ello le ayudará a trabajar en la dirección del Führer. Le esperan grandes pruebas y no puede temblarle el pulso —Horst estaba ciertamente halagado por la deferencia que el general Kammler estaba teniendo con él y los detalles que parecía que quería compartir.
Volvió a asentir.
—Agradezco su consideración, general Kammler. Yo soy un simple soldado que, junto a sus hombres, trata de servir a su patria en cualquier circunstancia.
Kammler le miró fijamente.
—Conozco su historial militar perfectamente,
Haupsturmführer
Bauer. Sé que puedo confiar en usted. Yo no me rodeo de personas políticamente ciegas. Me rodeo de los mejores, de los más profesionales, independientemente de sus criterios. Puede creerme ya que así es —Kammler no mentía—. Necesito personas en las que mi confianza sea absoluta, pero que además sean extraordinarios en sus cometidos profesionales. Solo respondo ante el Führer. No dependo de nadie más. Ni siquiera del
Reichsführer
SS. Estamos trabajando al más alto nivel. Tenemos varios proyectos revolucionarios en desarrollo que harán que Alemania, si logramos detener a nuestros enemigos, sea un país imbatible en tecnología y que repercuta en nuestro pueblo —Kammler hablaba con indisimulado orgullo—. Nuestros adelantos harán que la humanidad avance en poco tiempo lo que hubiese costado cientos de años en las condiciones normales. No nos negamos a compartir con otros países nuestros avances, pero dentro de unas reglas que nosotros impondremos.
Horst estaba de acuerdo con este criterio e intervino en este punto.
—¿Qué tipo de tecnología estamos desarrollando, general Kammler? Lo que mis hombres y yo hemos visto hasta ahora es increíble. Me cuesta imaginarme en qué otros campos está trabajando su equipo.
Kammler acariciaba la solapa de su uniforme, perfectamente cortado.
—No me sorprende su pregunta, y de hecho este es el motivo de que estemos ahora aquí antes de irnos a Praga. Ustedes ya forman parte de mi Oficina de Desarrollo, aunque están en la parte ejecutiva o de aplicación directa de los desarrollos. Por ello, las misiones que han llevado a cabo hasta ahora, tanto científicas como militares, han contado con su presencia, ya que necesitamos un control militar de ellas. Yo soy doctor en Ingeniería, pero también soy general SS, y eso me permite estar en los dos lados del proceso y tener capacidad para comprender qué sucede en cada apartado. Por ello, muchas veces mis científicos se sorprenden de mi capacidad de comprensión técnica de lo que ellos desarrollan. Para mí no es difícil, al contrario, me gusta y sigo muy de cerca cualquier nueva idea —desde luego así era. La inteligencia de Kammler parecía ser infinita, así como su capacidad de trabajo y la velocidad y presión que ejercía sobre sus equipos. Sus métodos podían ser brutales, pero los objetivos marcados debían cumplirse y eso no admitía vacilaciones. El impulso que dio Kammler a todos los desarrollos secretos del III Reich fue impresionante, desde julio de 1944, tras el atentado contra Hitler en su Guarida del Lobo. ¿Qué hubiera sucedido si hubiese sido responsable de todo ello desde 1940? Eso ya es pura conjetura.
—Por ejemplo,
Haupsturmführer
Bauer, estamos trabajando con gran éxito en cómo escapar de la gravedad terrestre sin usar sistemas magnéticos o electricidad. Los doctores que ha conocido a las órdenes del doctor Gerlach han trabajado bajo curiosos principios para la ciencia judía. Sabemos que la gravedad, usándola como propulsor, es el más potente sistema de energía y, sobre los cálculos, una nave así propulsada podría alcanzar la velocidad de la luz. La primera pregunta para vencer el problema era dónde estaba, de dónde procedía la gravedad. La propia gravedad no se ajusta a nuestros conocimientos sobre mecánica cuántica, aunque no estamos lejos de saberlo y la intensidad de cada átomo de gravedad es irrisoria. Estamos tratando de hallar el gravitón, que es lo que se supone que forma la gravedad, para poder manejarlo a nuestro interés.
Kammler señaló una de las naves discoidales.
—A ese disco que ve allí lo llamamos
Haunebu IV
y es propulsado por la primera generación de motores G que hemos desarrollado. Hasta ahora, la serie anterior llevaba motores convencionales a hélice o a reacción. Este es antigravitacional. Es realmente prometedor y sus prestaciones son increíbles. Observe,
Haupsturmführer
Bauer, que el extremo exterior del disco es un borde de ataque fino y tiene una parte como aserrada. Con este sistema puede descargar el flujo continuo de electricidad de su generador. A poca altura y a baja velocidad, las descargas no se ven, pero a su altura normal de crucero, con suficiente plasma generándose en torno a ese borde de ataque que le he mostrado —Kammler volvió a señalar esa zona en el extremo del disco— la nave brilla como una lámpara emitiendo pulsaciones. A más velocidad y altura, solo se ve una luz muy brillante pulsando muy rápidamente. Es espectacular,
Haupsturmführer
Bauer. Es lo que llamamos electroaerodinámica en un flujo supersónico. Nuestros técnicos ya habían solucionado la cuestión de cómo una nave discoidal podría estar envuelta en un escudo de electricidad estática y cómo esa energía podría ponerse a funcionar tanto como una capa de cobertura como un método para reducir su resistencia al aire —Kammler sonreía—. Eso no quebrantaba ninguna ley física, no era necesario disponer de una válvula de paso a la antigravedad en la cabina, pero sin embargo se trata de un extraordinario desarrollo. Una forma de reducir el peso indirectamente. Este último punto fue crucial. Si fuese posible alterar el arrastre de la resistencia del aire en una nave discoidal, podríamos hacerla volar más lejos y más ligera, o ambas cosas. La reducción del arrastre se supone que funciona de esta manera: al crear un campo electrostático delante del disco el mismo debe, en teoría, repeler las moléculas de aire en su vuelo, permitiendo a la nave deslizarse a través de la atmósfera sin dificultad. Está claro que teníamos que saber cómo contrarrestar el efecto de la gravedad, debíamos ser capaces antes de identificar la partícula responsable de esta fuerza. Ya que la teoría de la gravedad cuántica es cierta, implica la necesidad de la existencia del gravitón —Kammler miró al techo, como buscando una respuesta—. Uno de los mayores retos científicos para nosotros era obtener una teoría física del todo, que unifique y englobe a todos los tipos de fuerza que controlan el universo. Es obvio que estamos trabajando en naves que ya puedan elevarse del suelo sin dificultad y con poco gasto energético. Sin duda, aún tenemos unos cuantos años apasionantes por delante, para mejorar y utilizar toda esta tecnología. Por ejemplo,
Haupsturmführer
Bauer —siguió Kammler—: según cálculos que hace poco ha desarrollado nuestro equipo, si una nave logra llegar al 57,7% de la velocidad de la luz generará un extraño campo gravitatorio a su alrededor, es decir, antigravedad, que repelerá los objetos que puedan acercarse, en lugar de atraerlos hacia sí. Creemos que ese puede ser un medio de propulsión y, si se acercara lo suficiente al área de acción de un objeto que viajase a gran velocidad, nuestra nave sería rechazada e impulsada a su vez una larguísima distancia, quizás hasta zonas inexploradas del universo…
Esta era una información que Horst difícilmente podía seguir en sus términos técnicos, pero que comprendía en sus aspectos prácticos como herramientas para ganar la guerra. Una duda le asaltaba.
—Pero, general Kammler, ¿ha sido posible hasta ahora ocultar todos estos desarrollos? Es decir, ¿nuestros enemigos tienen una remota idea de sobre qué estamos trabajando?