—¿Qué alcance tiene el rayo, general? —preguntó Horst, algo más frío aunque sorprendido ante la demostración. —No lo hemos probado en campo abierto, pero los cálculos que hemos desarrollado nos permiten hablar de, como mínimo, veinte kilómetros —contestó Kammler. La sorpresa fue general. Gross miró a Horst como queriendo decir que aquello era increíble. Uno de los técnicos, el doctor Karl Throll, especialista en flujo eléctrico y gravedad cero y que había realizado
el disparo
ayudado por sus colegas, añadió:
—Efectivamente, los cálculos realizados hasta ahora nos indican esa distancia, pero yo soy mucho más optimista y creo que el alcance puede ser muy superior. De hecho, el rayo puede trabajar de dos maneras. Una es de tal modo que a medida que la distancia con el objetivo es mayor tiene efecto abanico y se abre mientras avanza hacia ese objetivo. Eso quiere decir que su capacidad de destrucción es brutal con todo lo que hay alrededor. El segundo sistema consiste en que el Arca concentra todo ese poder calórico del rayo en una especie de tubo que no tiene el efecto abanico que les he comentado. La precisión así es absoluta —todos seguían atentamente la explicación, sin dejar de mirar con aprensión los restos de los tanques—. Acérquense, por favor —añadió el doctor, mientras él y sus compañeros se sacaban las ropas de protección.
Todos llegaron junto al arca.
—Tóquenla —invitó. Aunque con cierta aprensión, lo hicieron. Estaba totalmente fría. Era sorprendente.
—¡Su aislamiento es perfecto! —añadió Throll.
—¿Cómo se puede apuntar con ella al objetivo? No se ve ningún sistema óptico —dijo Georg mirando los dos ángeles—. ¿Cómo busca al enemigo…? —añadió.
—Esos ángeles son el sistema de tiro. Son un sistema muy simple que cualquiera puede utilizar —contestó el doctor Emil Seltmann, especialista en energía nuclear, el más joven de los tres—. Si están perfectamente encarados el uno frente al otro y sus alas casi se tocan, el rayo es concentrado como en la prueba que acaban de ver. Para lograr destruir los tanques de la forma en que lo hemos hecho, casi en cascada, se debe apuntar al primero y el rayo trabaja escalonadamente hasta que llega al último y allí se detiene. El rayo capta que no hay más ingenios metálicos alrededor y capta también, en este caso, el muro que hay detrás, que no es del interés de los usuarios del Arca —tras unos instantes, añadió—. Se podría decir que es un
rayo inteligente
, si me permiten esa expresión. Por otro lado, el sistema en abanico es más brutal y los ángeles no han de estar encarados. Como ha dicho mi colega, el doctor Throll, lo destruye todo en su avance. Esa prestación es ideal para lucha callejera, donde hay que demoler edificios y zonas que obstaculizan el avance o sirven de refugio a francotiradores. ¡No hace perder el tiempo ni malgasta vidas!
—¡Ojalá lo hubiésemos tenido en Varsovia, Stalingrado, Sebastopol y tantas otras luchas callejeras que nos han costado miles de víctimas! —dijo Kammler con amargura. Tenía razón y no solo en vidas, que fueron de un coste brutal, sino también por el tiempo que costó cada batalla. El Arca parecía agilizar todo ese problema y reducirlo totalmente.
—Hay un punto muy importante que no hemos comentado —continuó Kammler—, y es que el Arca no produce residuos de ningún tipo ni altera las cosas que no toca. Supone una gran diferencia respecto a los explosivos convencionales y, por descontado, con respecto a la energía nuclear aplicada militarmente. Una ciudad bombardeada atómicamente se convierte en un lugar inhabitable por muchos años. Lo hemos comprobado en las pruebas que hemos realizado hasta ahora, y ya les dije que nuestra física desestima la energía atómica como arma. Nosotros vamos por otro camino científico. El arca es limpia en ese sentido.
No era una mala conclusión, pensaron todos. Solo habían conocido y usado armas de gran poder destructivo, que en la mayoría de las ocasiones no solo acababan con el enemigo, sino que producían una gran destrucción en los alrededores. Y eso tenía un coste de reconstrucción. Un ejemplo había sido la absurda destrucción de la Abadía de Monte Casino ese mismo año, cuna de la orden benedictina de San Benito y tumba de su fundador.
Georg miraba los ángeles, ya que el sistema de tiro le seguía intrigando. Él era apuntador en el tanque Tigre que había tripulado junto a Horst y los demás. Era su oficio como soldado.
—En la base de los ángeles hay unos signos, doctor Throll —dijo, mientras señalaba el punto sobre la tapa del Arca. Todos se acercaron a mirar con más detenimiento lo dicho por Georg. Efectivamente, unos signos muy extraños estaban alrededor de los ángeles, en toda su circunferencia. Parecían una graduación de más a menos. Estaban perfectamente escritos encima y con un relieve muy suave. Mostraban cierto nivel tecnológico, pero resultaban incomprensibles para todos ellos. Emil los miró también, pero acabó reconociendo el desconocimiento absoluto de su origen y su traducción.
—Tal como les dije, tengo equipos trabajando en la traducción de esos y otros signos internos del arca. Por simple deducción empírica, los doctores aquí presentes han llegado a determinar qué son esos signos y su uso, como han podido ver —mientras Kammler hablaba, volvió a lloviznar suavemente.
El doctor Throll intervino en este punto.
—Como dice el general Kammler, ha sido una deducción empírica y de sentido común. Quien diseñara el Arca y planeara su funcionamiento no estaba muy lejos de nuestra forma de razonar y, por ello, creemos que debió de tratarse de un ser humano, aunque no sabemos quién. Por otro lado, y como colofón a la explicación, debo indicar algo muy importante y es que, una vez que los ángeles están en posición de tiro, es decir, cuando hemos graduado su ángulo en concentración o abanico, disponemos de cinco segundos antes del
disparo
. Es un detalle muy importante —evidentemente lo era, y así lo confirmaron todos.
En aquel momento se oyó la NSU Kettenkrad que se ponía en marcha para arrastrar de nuevo el Arca y su plataforma.
—Pero una pregunta, doctor Throll —dijo Georg mientras iban caminando de nuevo al pasillo entre los edificios para regresar a las salas subterráneas—: cuando localizamos el Arca en Etiopía, los ángeles estaban encarados uno frente al otro y el arca estaba sin funcionamiento. ¿Cómo es posible?
Throll sonrió.
—Es muy simple. Los ángeles están sobre unas guías que no se ven, pero que hacen que se desplacen hacia delante o hacia atrás unos cinco centímetros. Para activar el arca, tenemos que aproximar las figuras y situarlas en función de cómo queremos el rayo. Si las separamos esos cinco centímetros la una de la otra, el arca se desactiva. Ese es el secreto. Son un conmutador de puesta en marcha.
Georg también sonrió.
—¡Muy ingenioso!
Entraron en el edificio y se encaminaron al montacargas.
—Además —continuó el doctor Throll—, las alas del ángel frontal son el conducto a través del cual surge el rayo. El rayo sale de la caja central a través de la propia tapa, sin dañarla, y formando un ángulo recto se dirige a su objetivo. Es algo que aún no hemos descubierto cómo funciona.
Mientras hablaban, llegaron hasta el edificio donde estaba el montacargas. Horst miró al doctor Throll.
—Yo también tengo una pregunta, doctor Throll. ¿Cómo han sabido cuál es la parte delantera y la trasera? No sé distinguir cuáles son. El arca me parece igual en su totalidad —Gross, que estaba junto a ellos, también confirmó esa duda. En aquel momento, la NSU Kettenkrad entró en el amplio montacargas y detuvo su marcha. El montacargas inició su bajada.
—Mire esto,
Haupsturmführer
Bauer —dijo el doctor Throll—. Creo que contestará a su pregunta. ¿Cómo son los rostros de los ángeles? ¿Ve alguna diferencia notable?
Horst miró con detenimiento las dos figuras. La que estaba en la parte delantera mostraba un rostro repelente, casi demoníaco. El ángel posterior tenía un rostro beatífico que casi emanaba paz.
—Esa es la clave, señores. Hemos dicho antes que quien diseñó y fabricó el Arca pensó en que cualquier persona pudiese utilizarla sin demasiadas complejidades.
El grupo aún no acababa de entender el significado de las palabras del doctor. El general Kammler sí lo sabía, y sonreía.
—La parte delantera del arca, es decir, el ángel demoníaco, señala al enemigo, y el usuario en la parte trasera está indicado por el rostro beatífico. No da lugar a dudas. Lo descubrimos utilizando el sentido común y ¡funcionó! —todos miraban al detalle las dos figuras, que realmente mostraban una diferencia clara en sus rostros y expresiones. Los ángeles son la clave del funcionamiento del Arca. Dirigen toda la maniobra interna de carga y disparo. De hecho, no hay que abrir el Arca para nada. Está pensada para un uso y manipulación externa muy simples. No es necesario desmontarla y manipularla internamente.
Emil, que escuchaba atentamente la explicación, intervino en este punto.
—Eso fue lo que pasó según los textos bíblicos, pero no lo entendíamos. Quienes imprudentemente la abrieron, o bien murieron instantáneamente o enfermaron muriendo al poco tiempo. Está muy claro —Emil parecía haber resuelto un gran enigma, que de hecho lo era. El montacargas llegó a su destino y rápidamente salieron todos, y luego la NSU.
—Nosotros la hemos abierto con el máximo cuidado —indicó el doctor Kurt Zinkenbach, el especialista en sistemas antigravitación—. Internamente es un aparato sencillo, con un sistema de conexiones muy curioso, que estamos copian do para algunos desarrollos que tenemos en marcha. De hecho consta de una batería atómica, perfectamente sellada y sin fugas, un potenciómetro, un reflector de cuarzo de alto voltaje y todo ello trabaja en lo que llamamos termodinámica inversa, que es un concepto innovador que estamos estudiando. Creo que es un aparato fabricado por el ser humano. Pero no sé por quién.
Kammler intervino, ya que seguía con sumo interés la explicación, aunque era fácil adivinar su amplio conocimiento del tema.
—Hemos calculado y comprobado varios principios que el Arca tiene utilizando una máquina de computación numérica que tenemos en Göttingen y que usamos para cálculos balísticos y de estabilidad en vuelo. Los resultados son increíbles. El arca es el arma definitiva.
La computadora a la que se refería el general Kammler estaba en Göttingen y se usaba en complejos cálculos aeronáuticos y de trayectoria balística. Se usaba también para los cálculos de las V2, del cohete A4 y de la bomba atómica, tanto de uranio como de plutonio. Podía resolver ecuaciones muy complicadas entre uno y tres minutos como máximo, con errores de menos del 3%. Estuvo operativa desde 1942 y fue capturada por los aliados al final de la guerra. No se sabe qué se hizo de ella. Hubo tres modelos, siendo la de 1944/45 la más evolucionada y capaz de realizar trabajos muy complejos. La máquina de computación de Konrad Züsse y la de Göttingen fueron muy superiores a la aliada ENIAC, y previas históricamente a ella.
El doctor Throll siguió.
—El uso del Arca estaba destinado a un tipo de gente poco desarrollada culturalmente y que con unos mínimos consejos de uso podían hacerla funcionar: el pueblo judío.
Emil tenía todavía algunas dudas.
—La Biblia dice que también podía conectarse o hablar con Dios a través del Arca. Era como un transmisor de radio. ¿Se ha descubierto esa posibilidad? —Throll respondió afirmativamente con la cabeza a las palabras de Emil—. De hecho, esa parte del Arca es la que estamos estudiando ahora y hemos desmontado lo que parece ser el transmisor. Puedo decirle que solo captamos estática y, por lo tanto, quien recibiese o enviase la información en aquella época, no está ahora escuchándonos…
La sala de traslados estaba en plena ebullición. Los técnicos iban de un lado para otro tratando de que nada quedase sin control o provocase un fallo en la operación. De hecho, era el traslado más importante por la repercusión directa que se pretendía que tuviera en la Historia. Kammler estaba en el piso superior, desde donde la vista abarcaba toda la inmensa sala. Con él había varios científicos, entre los que destacaban los doctores Gerlach, Schoppe, Gebhardt, Helle, Debus y otros. Aquello era importante de verdad. Horst repasaba con sus hombres sus uniformes, credenciales, armas de mano, etc. Tocó de nuevo la carta del Führer que debería ser el salvoconducto y que llevaba en el bolsillo interior superior de su guerrera. Se notaba nerviosismo en todos ellos, aunque trataban de superarlo aparentando tranquilidad. El Arca ya estaba allí y los técnicos también, repasando sin descanso cualquier detalle de importancia. Nada podía fallar.
Un suave zumbido se oía en toda la estancia. Era potencia en estado puro. Era la energía que haría que la Campana se pusiese en movimiento y los trasladase en el tiempo. Parecía que los científicos estuvieran calentando motores. Un gran reloj redondo de pared indicaba la hora, aunque su esfera era de 24 horas y no de 12 como los tradicionales. Quedaban unos 38 minutos para iniciar el proceso. Horst no podía evitar pensar en el mal rato que se pasaba y en su cuerpo estirándose en ningún sitio. Esperaba que fuese el último traslado y que gracias a estas misiones de alto riesgo sus futuras actividades militares en primera línea quedasen relegadas a un segundo plano y pudiese dedicarse más a su familia, en la cual pensaba constantemente.
Georg le miraba.
—Adivino tus pensamientos Horst… ¡No puedes más! —sonrió.
Horst no podía ni quería disimular.
—¡Exacto! Tengo ganas de que todo esto termine y poder volver con Alexandra y los chicos. Sus últimas cartas no son precisamente halagüeñas. El racionamiento es muy duro y Potsdam ya entra como objetivo de bombardeo aéreo. Menos mal que Bruno y Matthias ya están en una Napola en Baviera. Pero sufro por los pequeños y por Alexandra.
Miró hacia arriba, donde estaban Kammler y sus técnicos.
—Por otro lado, Georg, quiero participar en este proyecto, que puede ser la salvación de nuestra patria. Kammler es muy duro, pero creo que sabe a dónde va y tiene muy claro su objetivo final. Es una ocasión única.
Una voz metálica indicó a través de un altavoz que quedaban 30 minutos para iniciar el traslado. Más carreras, más controles, más verificaciones, más análisis. Todo se aceleraba, ya que la responsabilidad era muy alta. Gross estaba preparado y sus hombres también. Por su parte, solo quedaba esperar. Ya habían cumplido con su trabajo hasta ese momento. Los tres técnicos del grupo de Horst, ayudados por personal del laboratorio trasladaron el Arca hasta un punto concreto dentro del cilindro acristalado, en cuyo centro estaba la Campana. El Arca estaría algo más cerca que ellos de la Campana. Todos miraban cómo se llevaba a cabo la operación. Un técnico indicó el lugar exacto donde debía dejarse, y así se hizo.