Horst sonrió y se sentó.
—Venimos del futuro, general, aunque le cueste creerlo y sabemos qué pasó exactamente y muchos más detalles. La batalla por Francia durará tres meses hasta que París caiga. Y poco a poco, desde ese momento, nuestras tropas se irán retirando hasta las fronteras de nuestra patria, perseguidas por la potente maquinaria aliada —miró a sus interlocutores—. Podemos variar eso, pero les necesitamos a ustedes, y el Führer de noviembre de 1944 nos ha pedido conseguirlo a toda costa. ¡Es una ocasión única!
El poema de Paul Verlaine al que se refería Horst fue la clave de aviso a los pocos saboteadores de la
resistencia
que fueron recibiendo las órdenes por radio, a través de las transmisiones en lengua francesa de la BBC, desde Londres. Los jefes de los distintos comandos tenían la orden de escuchar cada día 1, 2, 15 y 16 de cada mes dichas transmisiones de la BBC. Tenían que poner especial atención a ciertas palabras clave y en este caso a unos versos del poeta Paul Verlaine sobre el otoño. Llegado el momento de escuchar estos versos, o sea el mensaje A, que se transmitiría en medio de noticias intrascendentes, se indicaba que faltaba muy poco para que la invasión se iniciase. Por ello había que seguir escuchando cuidadosamente la segunda mitad de estos versos, el llamado mensaje B. El mensaje B quería decir que la invasión se iniciaría en cuarenta y ocho horas. El contraespionaje alemán conoció estos detalles y concretamente un solo hombre portador de este secreto se lo comunicó al almirante Canaris directamente. El verso decía:
Les sanglots longs
des violons
de l’automme,
(Mensaje A)
blessent mon coeur
d’une langueur
monotone
(Mensaje B)
Este era un verso lleno de tragedia y tedio, y el almirante Canaris recomendaba a los jefes que estaban escuchando las transmisiones desde Londres que estuviesen al tanto de las estrofas que iban siendo radiadas. Los expertos alemanes esperaron y no se dejaron engañar por un gran número de emisiones ficticias, porque ellos ya conocían el verso. La espera rindió sus frutos. El
Diario Oficial de Guerra
del Decimoquinto Ejército, responsable militar de la zona comprendida entre los ríos Sena y Mose, contenía con fecha 5 de junio cinco apuntes en este sentido. El primero indicaba que la Oficina de Información Militar había escuchado la primera parte del verso de Verlaine, los días 1, 2 y 3 de junio. El segundo apunte mencionaba que a las 21.15 se había captado la segunda parte del verso. Los restante apuntes 3, 4 y 5 seguían a las 21.20, 22.00, y 22.15 y dejaban traslucir la viva emoción del locutor que los radiaba. También estos apuntes indicaban que la noticia se había comunicado al comandante en jefe del Decimoquinto Ejército, al jefe de las Fuerzas de Occidente, a los altos mandos de los diversos cuerpos de ejército y a la 16ª División de Artillería Antiaérea. Este gran secreto fue transmitido también a los gobernadores militares en Bélgica y Francia, al general en jefe del Grupo de Ejércitos B y al Alto Mando del Ejército Alemán en Rastenburg.
Como muy tarde, a las 22.15 del 5 de junio de 1944, el Alto Mando del Ejército Alemán, el mariscal Von Runstedt, el Cuartel General del Grupo Naval en París y el Grupo de Ejércitos Rommel estaban bien enterados de que la invasión estaba a punto de iniciarse. Aún no se había disparado un solo cañón. Las fuerzas aliadas estaban preparándose en los aeródromos británicos, a punto de despegar. Los aliados creían firmemente que el secreto se había mantenido. Pero los alemanes lo sabían todo, aunque los aliados no tenían de qué preocuparse, ya que no iban a hacer nada. Un gran esfuerzo, una gran victoria del servicio secreto alemán había sido en vano. Los alemanes se negaban a admitir la realidad. Versos de Verlaine ¡Ridículo! ¡Acaso el general Eisenhower nos va a anunciar su invasión a través de las transmisiones de la BBC! ¡Imposible! Una buena parte de los mandos se hallaba fuera de su cuartel y muy lejos de Normandía. La noche del 5 al 6 de junio de 1944 transcurrió con trabajos de rutina, despreocupación y, en algunos lugares, reinaba una alegría totalmente inadecuada.
—
Haupsturmführer
Bauer —dijo el general Von Boineburg—. No voy a engañarle a usted ni a sus hombres. He pedido confirmación por teletipo de su carta a Rastenburg, pero el Führer está durmiendo en este momento. Nadie parece conocer el documento, pero quiero hablar con Hitler. Estamos a la espera. Si el Führer no sabe nada, me veré en la obligación de detenerlos. Si no, recibirán toda mi ayuda. Comprenda mi situación.
Sin decir nada, aunque moviendo la cabeza afirmativamente Horst comprendía la situación. Miró a sus compañeros.
—General Von Boineburg —comenzó a decir Horst—. En este momento estamos con ustedes en París, nadie más sabe de nuestra existencia aquí y ahora. No discuto y creo que mis hombres tampoco, que usted debe cerciorarse de quiénes somos y es lógico —Von Boineburg agradeció con una ligera sonrisa las palabras de Horst, que siguió hablando.
—Puedo adelantarle que el Führer de mayo de 1944 no es el mismo que el de noviembre de 1944. No le va a confirmar que nos conoce, ni sabe de esta misión. Su situación se complicará y sufrirá un atentado el veinte de julio en Rastenburg. Ese atentado estará preparado por oficiales del estado mayor del Führer. La represalia tendrá un alcance enorme entre el generalato.
—He de reconocer, general Von Boineburg —dijo el conde Von Arnim mirándole— que si son espías o comandos enemigos su actuación es muy rara y sorprendente y eso les da un cierto toque realista a que sean alemanes y que incluso lo que explican sea cierto —Von Boineburg confirmó con la cabeza esas palabras—. Desde luego es curioso todo esto. Sé que nuestros científicos trabajan sobre las
Wunder Waffen
y tenemos armas muy modernas ya desarrolladas. Por cierto, ¿qué clase de arma han traído para defender las playas normandas?
—El Arca de la Alianza, general —dijo Horst, mirando a sus interlocutores.
—¿El Arca de la Alianza que cita la Biblia? —preguntó sonriendo Von Boineburg—. Esto supera mis mayores dosis de imaginación y reconozco que es una respuesta creativa.
Von Arnim también sonreía.
—Es el arca auténtica, general. No tengan ninguna duda —dijo Horst a los dos—. Y es un arma terrible —remató.
Von Arnim intervino.
—Pero ¿qué clase de arma es? Solo es una leyenda bíblica judía.
Horst tenía el semblante serio.
—Es un potente emisor de rayos destructivos que hemos logrado traer de Etiopía, donde estuvo oculta durante mucho tiempo. Sabemos cómo utilizarla y ha demostrado su potencia y capacidad de destrucción como no hubiésemos imaginado jamás. Si nos permite utilizarla, general —dijo mirando a Von Boineburg— cambiaremos la Historia, se lo aseguro.
—Vamos a hacer una cosa, señores —comenzó Von Boineburg, tras unos instantes en silencio—.
Haupsturmführer
Bauer, usted ha dicho, y es verdad, que su presencia aquí la conocemos unas pocas personas y quienes dicen ser en realidad, solo el conde Von Arnim y yo —Horst confirmó las palabras del general—. Voy a creerles y voy a desplazarles hasta Normandía con todo lo que necesiten tal como solicita la supuesta carta del Führer. Por mi parte, es sencillo, no me causa ningún problema material hacerlo, ni debo solicitar permiso a nadie. Anularé la llamada a Rastenburg ahora y ustedes podrán actuar ante ese supuesto desembarco. Lo que no puedo hacer es mover las tropas que usted me ha solicitado. En eso la Historia seguirá igual. Creo que ya estoy poniendo bastante por mi parte por ustedes y me permitirá que un pequeño grupo de seguridad les acompañe hasta allí. Debo asegurarme de que todo va bien…
La mente de Horst trabajaba a alta velocidad. Parecía una buena solución, pero lo era en parte. La Historia que ellos debían cambiar se había escrito con el grueso de las tropas a la espera en las playas. Ellos solos estaban limitados, aunque podían luchar con el Arca. No tenían otra opción. Horst miró a sus compañeros, que le confirmaron la idoneidad del plan como alternativa en ese momento.
—Les prepararé un documento para que puedan desplazarse hasta allí y se puedan incorporar a las tropas de infantería asignadas en la defensa de esa playa que ustedes llaman Omaha. Pondré a su disposición tres camiones, dos
Kubelwagen,
dos motocicletas y un vehículo blindado «PUMA», para que no tengan contratiempos en el viaje. En un día pueden llegar a Normandía. Son unos trescientos cincuenta kilómetros desde París.
Von Arnim confirmó las palabras de Von Boineburg.
—Me parece bien, general. Yo tengo algunas dudas, pero como he dicho antes hay cosas sorprendentes y que pudieran ser ciertas en lo que explica
Haupsturmführer
Bauer. Tampoco creo que suceda nada malo por el hecho de que estén allí hasta la fecha que han comentado para ese gran desembarco. Y me parece bien un cierto control por nuestra parte. Ir más allá de eso es muy complicado para todos.
Horst aceptó la propuesta de Von Boineburg.
—Ante todo quiero agradecerle su confianza en nosotros, general, no se arrepentirá. He de decirle que esa no es la forma de cambiar la Historia tal como la había previsto el general SS Kammler, es más limitada, pero haremos todo lo que esté en nuestra mano para provocar el máximo daño posible al enemigo. Por lo menos les estaremos esperando.
—Debe usted comprender la situación,
Haupsturmführer
Bauer —dijo Von Boineburg.
—Creo que ya hacemos mucho por ustedes permitiendo su presencia allí. En este momento todo está en calma en Normandía, no se prevé nada especial, y podrán prepararse como mejor estimen —llamó al capitán Koch con la orden de preparar los vehículos del cuartel Príncipe Eugenio de París. El capitán se puso en marcha para cumplir la solicitud. Von Boineburg siguió:
—Yo llamaré al mando de la división de infantería 352 y 716, que tienen asignada la vigilancia en esa playa llamada Omaha, para que puedan operar sin dificultades, les permitan moverse sin problemas y les faciliten lo que puedan necesitar.
Se puso en pie dando a entender que la reunión había terminado. Von Arnim le imitó y alargó su mano para despedir a los tres hombres.
Salieron del despacho del general Von Boineburg y bajaron hasta la recepción.
—Salimos hacia Normandía. Preparad todo y vamos fuera —fue la orden de Horst a sus hombres, que seguían allí. En un momento estaban a punto y bajo los arcos de la Rue Rivoli. El Arca descansaba bajo su funda, bajo la atenta mirada de los tres técnicos que les acompañaban. Von Boineburg salió a la calle en aquel momento con Von Arnim a su lado.
—Me gustaría ver el Arca de la Alianza que han traído —solicitó con una sonrisa.
Horst presentó a los tres técnicos y luego les indicó con la cabeza que procediesen a mostrarla. Levantaron la funda por uno de los lados del Arca lo suficiente para poder tener una buena visión de ella.
—No parece muy peligrosa —dijo Von Boineburg—. Es como un cajón. ¿Realmente es el Arca de la Alianza bíblica? —todos afirmaron que así era. Volvieron a cubrirla.
Von Arnim también ponía cara de duda.
—¿Y cree que podrán cubrir la defensa de la playa con ella?
El doctor Emil Seltmann, el especialista en energía nuclear, contestó a los dos militares.
—No solo seremos capaces de defender la playa, sino que tiene un alcance de veinte kilómetros. Aunque según nuestros cálculos puede alcanzar bastante más —aquellas cifras, de ser ciertas, eran casi de artillería naval, pensaron los dos generales.
—Necesitaremos un sistema óptico de artillería para poder acabar con ellos a distancia, casi en mar abierto —añadió el doctor Seltmann.
—Dispondrán de ello. No se preocupen —contestó Von Boineburg.
Siguieron conversando durante unos minutos hasta que el sonido de los vehículos aproximándose se hizo muy evidente. Allí estaban los tres camiones, los dos
Kubelwagen,
dos potentes motocicletas con sidecar Zündapp KS750 y el PUMA del modelo SDKF 234/3, que era un carro blindado con ocho ruedas, muy rápido y muy versátil, con un potente cañón de 75 mm capaz de perforar cualquier blindaje aliado. La tripulación era de cuatro hombres. El color ocre de los vehículos y el ligero camuflaje destacaban mucho en la ciudad. El convoy se detuvo y los conductores bajaron de los vehículos. Las escotillas del PUMA se abrieron y surgieron de ellas sus tripulantes. Los recién llegados saludaron militarmente a todos los presentes ante el hotel. Eran las seis y media de la mañana y el día prometía ser esplendido. El capitán Koch firmó la documentación que permitía la misión a toda aquella flota. Un asistente bajó con una carta que el general Von Boineburg firmó inmediatamente.
—Aquí tiene la carta,
Haupsturmführer
SS Bauer. Como le he dicho llamaré personalmente a las divisiones que allí operan, pero esa es la carta que deberán presentar ante el teniente general Heinz Hellmilch, de la división de infantería 352 —Horst estrechó la mano del general y procedió al saludo alemán, que todos imitaron. A continuación cargaron el arca en uno de los camiones con los tres técnicos y tres hombres de Gross con ellos. El resto se dividió en los camiones restantes y en los
Kubelwagen
. Les acompañaban tres hombres del general Von Boineburg, como grupo de control. Entre ellos estaba el sargento Bauern.
—Bienvenido, sargento —dijo Horst sonriendo. La cara del sargento no demostraba demasiada alegría. Marchar de París no era un buen destino, allí tenía a su amiguita.
—¿Qué le parece todo esto, conde Von Arnim? —preguntó discretamente el general Von Boineburg, mientras Horst y sus hombres se acomodaban en los vehículos. Von Arnim miró al viejo general.
—Creo que usted ha actuado bien. Desde luego son soldados nuestros, que han explicado esa historia que tenían preparada de antemano. Las fotos son trucadas, no son reales. Seguramente son una especie de comando secreto SS que tiene que realizar alguna prueba en las playas normandas. Creo que no debemos inmiscuirnos en su trabajo. En Normandía no molestarán pero el desembarco, si se produce, será en el Paso de Calais. No tengo ninguna duda y es lo lógico, general.
Von Boineburg, asintió con su cabeza las palabras de su ayudante de campo.
—¡Vaya historia la del Arca de la Alianza! Por supuesto que no lo era. Seguramente llevaban dentro armamento secreto que nuestro grupo de control verá y nos explicará. Volvamos a nuestro trabajo, conde Von Arnim. Le invito a desayunar —entraron a buen paso en el hotel Meurice.