Kronos. La puerta del tiempo (35 page)

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Authors: Felipe Botaya

Tags: #Bélico, Histórico

Una de las motocicletas se puso al frente del convoy con una ametralladora pesada MG42 en el sidecar y la otra cerrando la comitiva. Sin perder más tiempo se pusieron en marcha. Horst iba en el
Kubelwag
en tras la primera moto, junto al conductor. En los asientos posteriores del vehículo, Georg y Gross le acompañaban. Horst estaba más tranquilo, parecía que aquello empezaba a funcionar. Ahora deberían ver cómo y dónde instalaban el Arca para poder cubrir el máximo de zona costera en Omaha. El convoy avanzó bordeando el Sena en dirección oeste. El ambiente en las calles era relajado, y los parisinos apenas hacían caso de aquellos vehículos. No era sorprendente para ellos. Los edificios y bulevares de París iban pasando ante ellos, como la Plaza de la Concordia, la torre Eiffel a su izquierda, el Arco del Triunfo, Ópera, Notre Dame y, enfrente, la prefectura de la policía, donde iba a librarse uno de los primeros encuentros entre las tropas alemanas y los insurgentes. Los puentes sobre el Sena eran majestuosos y demostraban el pasado imperial de Francia, la importancia histórica de la capital y su centralización en todos los asuntos de estado. Todos miraban y pensaban lo increíble que era poder estar allí en aquel momento, sabiendo lo que pasaría y teniendo la posibilidad de cambiarlo. Giraron por la elegante Avenue Foch, sede de la Gestapo, pasando poco después ante el formidable búnker del hotel Majestic. Las calles iban cambiando de aspecto a medida que se alejaban del centro.

Pronto la ciudad fue quedando atrás y, tras atravesar el Bois de Boulogne, la campiña fue apareciendo ante sus ojos. El aire era fresco y seguramente subiría de temperatura a medida que pasasen las horas. La ruta que iban a seguir era París, Evreux, Lisieux, Caen y Bayeux, como última etapa. Un puesto de control de la
Feldgendarmerie
y la Milice de Lyon apareció ante ellos. La Milice, con sus grandes boinas negras ladeadas, era más odiada que la Gestapo por parte de los franceses. Tras presentar la documentación, se les permitió el paso sin más contratiempos. La Milice de Lyon, formada íntegramente por franceses, unos 30.000, y bajo la férrea dirección de Joseph Darnand en toda Francia, operaba en la zona del llamado Gobierno de Vichy pero en muchas ocasiones, durante la formación de los aspirantes, estaban con patrullas alemanas que les enseñaban cómo realizar los controles. La sede de la Milice en París estaba en la rue d’Auteuil. El jefe en Lyon fue Paul Touvier, que sobrevivió a la guerra y murió en la cárcel en los años ochenta.

La carretera hacia Normandía era muy bonita y el arcén estaba rematado por árboles muy altos que daban sombra a la vía. Los gruesos troncos iban pasando rápidamente uno tras otro a medida que avanzaban. Gross miraba los árboles pasar. De repente comentó.

—En caso de accidente seguro que chocamos contra uno de esos árboles. Son muy bonitos, pero no hay escapatoria.

Sonriendo, Horst miró el contador del coche que marcaba ochenta kilómetros por hora.

—No te preocupes. No pasará nada —dijo.

El PUMA les seguía sin ninguna dificultad a pesar de ser un vehículo blindado todo-terreno. Sus neumáticos le conferían una gran agilidad y rapidez a diferencia de las cadenas convencionales de un tanque.

—Creo que llegaremos sobre las dos de la tarde —dijo Horst girándose hacia sus compañeros en la parte trasera del
Kubelwagen
—. Vamos a buen ritmo —añadió. El conductor sonrió y confirmó las palabras de Horst.

—Así es,
Haupsturmführer
Bauer. Pararemos en Caen para repostar, que ya es Normandía, y llegaremos después a Bayeux —estaban en aquél momento a unos cien kilómetros de París y un nuevo control de la
Feldgendarmerie
apareció ante ellos. Nuevamente lo traspasaron sin problemas. Las medias lunas en el pecho de los
Feldgendarmes,
brillaban al sol, que iba ganando fuerza a medida que las horas pasaban.

Tras pasar por varios pueblos en plena carretera, llegaron a uno llamado Bernay, entre Evreux y Lisieux. Allí, en la plaza central, había un bar y Horst ordenó detener el convoy. Necesitaban estirar las piernas y tomar algo. No habían desayunado desde su llegada a París. Un retén quedó haciendo guardia junto a los vehículos, mientras los demás entraban en el bar. El cuarto de baño fue visitado por todos, lo que provocó una larga cola. Varios habitantes del pueblo estaban también en el bar y apenas se giraron ante la llegada del grupo de Horst. Jugaban a cartas o simplemente pasaban el rato. No les daban la menor importancia, la presencia alemana era algo normal en la vida diaria en la Francia ocupada. De todas formas, no se detectaba un ambiente hostil, era sencillamente indiferencia. Horst se sorprendió de lo más o menos bien surtido que estaba aquel bar de pueblo. Desde luego, el acceso a productos variados de alimentación o bebidas en las zonas rurales era más sencillo que en la gran ciudad.

Los hombres fueron pidiendo sus consumiciones y el que parecía el propietario les sirvió con diligencia. Tras terminar, Horst pagó todo con el dinero francés que llevaba como presupuesto y que formaba parte del equipo para el traslado temporal a Francia. No hubo ningún problema y, mientras salían, los que habían hecho guardia también entraron en orden. Horst no quería el menor problema con los lugareños. Durante un rato estuvieron en aquella plaza de pueblo hablando sobre los temas más diversos. Cuando todos hubieron terminado, reanudaron el viaje. Curiosamente los clientes del bar sí salieron a ver la partida de aquella comitiva de vehículos.

—¿Por qué demuestran ahora interés por nosotros? Han estado callados o hablando de sus cosas mientras estábamos allí —dijo Georg.

—No debe sorprenderte —contestó Horst—. Después de la Gran Guerra y del nefasto y sionista Tratado de Versalles, Alsacia fue ocupada por tropas francesas, muchas de ellas formadas por soldados negros provenientes de las colonias. Nosotros hacíamos lo mismo con ellos, hasta que estallaron conflictos sociales y militares y pudimos recuperar aquellas tierras de nuevo para Alemania. Mostrábamos absoluta indiferencia, que en el fondo era rencor y una cierta sed de venganza —el conductor se giró, interesado en la conversación.

—Así fue,
Haupsturmführer
Bauer. Yo soy de Strassburg y fue una época muy difícil. Pero todo eso ya pasó y el Führer puso por fin las cosas en su sitio.

Se cruzaron con pocos vehículos privados, ya que el combustible estaba racionado. Sí que vieron en el camino muchos vehículos militares alemanes de todo tipo en ambos sentidos. Ya solo estaban a unos ciento cincuenta kilómetros de Caen, en el centro de Normandía, que estaba limitada al oeste por el Mont Sant Michel y al este por la ciudad costera de Deauville, llamada también la playa de París. El viaje seguía sin contratiempos.

—Parece que no hay muchos resistentes por aquí, ¿verdad
obergefreiter
? —preguntó Horst al conductor.

—De hecho,
Haupsturmführer
Bauer —contestó este—, yo no los he visto nunca. Creo que es más una leyenda que una realidad. La gran mayoría de los franceses ha aceptado nuestra presencia ya que, a pesar de todo, no hemos hecho perder el orgullo a Francia: han mantenido su flota completa en Toulon.

—Que ha sido bombardeada por los ingleses —añadió Georg.

—Sí, es verdad —dijo el
Obergefreiter,
que siguió con su explicación—: hemos respetado sus colonias en ultramar, siguen vigentes la gendarmería y los símbolos franceses. Es una ocupación suave y ellos quieren vivir tranquilos, como es lógico. El día en que los aliados intenten entrar en Francia, estoy seguro de que aparecerán resistentes por todo el país, contando fantásticas historias de atentados, y cada uno habrá matado a un alemán como mínimo —Horst y sus compañeros rieron la ocurrencia del
Obergefreiter
que, además, coincidía con lo que en realidad ocurrió y que ellos ya sabían.

—Creo que tiene usted razón —dijo Gross desde su asiento trasero.

Era casi las dos de la tarde y las torres milenarias de la abadía de San Esteban, tumba de Guillermo el Conquistador, y las de la Santísima Trinidad de Caen se podían divisar en la distancia claramente. La venerable ciudad estaba situada en medio de abundantes trigales. Horst y sus hombres tenían el corazón en un puño al volver a ver aquellas tierras normandas donde habían combatido antes de ser seleccionados para el proyecto del general Kammler. Era un terreno idóneo para la defensa, lleno de arbustos bajos, desniveles y lugares donde esconderse no era difícil. Era lo que los franceses llamaban
bocage
. Eso fue algo con lo que los generales aliados no habían contado y que, a pesar de la victoria, le costó la vida a miles de soldados aliados y la pérdida de ingentes cantidades de material, además de estar unos tres meses embarrancados en la zona, cuando la planificación hablaba de escasos días para llegar a París. La columna entró en Caen y se dirigió al depósito de intendencia de la
Wehrmacht
, situado en el suburbio de Vaucelles, en el camino a Bayeux. Los puentes sobre el río Orne y su canal lateral se veían perfectamente. Era todo muy bonito y aquella primavera a punto de acabar llenaba todo de flores y brillante colorido. Los vehículos cargaron el carburante y continuaron la última parte del viaje, que concluía en Bayeux. Toda la zona respiraba una calma extraordinaria. Parecía increíble que en pocos días todo aquello fuese a convertir en primera línea de frente y Caen, por ejemplo, fuese arrasada por completo por los bombardeos aliados.

Una vez en Bayeux no fue difícil encontrar el cuartel general de la división de infantería 352, al mando del teniente general Heinz Hellmilch. Era un palacete en el centro de la ciudad, con unos cuidados jardines y un edificio del siglo pasado. Como ya sabía Horst, aquella división se encontraba de maniobras en la zona entre Saint-Lo y Caumont, no lejos de allí. Era una división perteneciente al Grupo de Ejércitos B, 7º Ejército, LXXXIV Korps. Se formó el 5 de noviembre con los restos de las divisiones 268 y 321, muy veteranas y experimentadas en el frente ruso. La guardia permitió el paso a la columna gracias a la carta del general Von Boineburg. El teniente general Hellmilch estaba en el palacete, ya que no pasaba todo el tiempo en la zona de las maniobras. Tenía otras ocupaciones de carácter más administrativo que cumplir. Tras llegar a la amplia zona de la puerta principal del edificio, los conductores de los diferentes vehículos procedieron a despedirse de Horst y sus hombres y retomaron el camino de regreso a París. Toda la impedimenta del equipo y el Arca estaban puestas en orden en el suelo del jardín. Un soldado de guardia fue a avisar al teniente general. Horst hizo formar a sus hombres, incluyendo a los tres soldados enviados por Von Boineburg.

El sol ya caía con fuerza, aunque ellos estaban bajo la sombra de los muchos árboles que había en aquel jardín. El teniente general apareció en el umbral de la puerta acompañado por varios oficiales. De hecho, estaban en plena pausa de una reunión. Horst se adelantó, y Hellmilch se aproximó a él sonriendo. El saludo alemán y un apretón de manos fue el inicio de la conversación entre los dos hombres. Horst presentó a Gross y a Georg como sus ayudantes directos y al resto de hombres, que permanecían en posición de firmes. El teniente general Hellmilch les presentó a dos oficiales, los coroneles Goth y Korfes, comandantes de los regimientos de infantería 916 y 726, que cubrían el sector de la costa entre el río Vire y Ponten-Bessin.

—Me imagino que usted y sus hombres estarán cansados —dijo Hellmilch.

—La verdad que es que le agradezco que mi equipo pueda descansar un poco y luego podamos iniciar nuestro trabajo aquí, teniente general Hellmich.

Este señaló un pequeño edificio perteneciente al palacete.

—Allí pueden cambiarse, comer y dormir un poco. Avisaré a la cocina —indicó a uno de sus ayudantes que se encargase de acomodar a los hombres y que la cocina preparase algo.

—Haceos cargo del grupo —dijo Horst a Georg y a Gross. Los dos coroneles también se retiraron. Tras esto, y con los hombres yendo hacia allí, Horst y Hellmilch fueron paseando por un sendero detrás del palacete.

—Un equipo de las SS en mi cuartel general, con una carta de presentación de Von Boineburg… Explíqueme esto,
Haupsturmführer
Bauer —empezó Hellmilch.

Horst, de forma pausada, contestó.

—Sí somos de las SS, pero la misión que nos ha traído hasta aquí sobrepasa ese criterio. Las divisiones SS están muy lejos de aquí en este momento, y lo que queremos solicitar no es complicado. Pertenecemos a las SS científicas, aunque muchos de nosotros venimos originalmente de las
Waffen SS
. Necesitamos su ayuda para la instalación de un arma muy sofisticada, que pueda cubrir y rechazar el desembarco aliado que está previsto para la madrugada del día 6 de junio.

Hellmilch puso cara de sorpresa ante la información.

—¿Cómo dice,
Haupsturmführer
Bauer? —Horst esperaba una reacción como esa. Sonrió.

—Será la invasión que estamos esperando, y será aquí en Normandía y su división 352, teniente general Hellmilch, cubre la zona más comprometida: la playa Omaha.

Hellmilch no daba crédito a lo que oía.

—¿Cómo sabe todo eso,
Haupsturmführer
? ¿Qué es esa playa Omaha? Todos los estados mayores hablan de Calais… y tenemos previstas nuestras maniobras hasta el 10 de junio —las palabras salían de la boca de Hellmilch como una ametralladora. Aquella información era increíble.

Horst continuó.

—El ataque será en las playas de Normandía y comenzará en las primeras horas de la noche del 5 de junio con un bombardeo masivo de toda esta zona y luego, a partir de las 00.40 del 6 de junio, con el lanzamiento de tropas aerotransportadas inglesas y americanas en su mayoría en nuestra retaguardia, para destruir puentes, comunicaciones y demás. A las 05.30 de la mañana se iniciará la tercera parte, que es el desembarco mismo. Las playas han sido bautizadas con nombres en clave. Omaha es la que está delante de nosotros, y es la más importante de todas. El contingente atacante será americano al 100%: infantería de marina y
rangers
con vehículos blindados anfibios. La división 716 estará en primera línea, pero usted sabe igual que yo que es una tropa de poco nivel. Su división deberá estar allí en esos primeros momentos decisivos con todas las armas posibles.

Hellmilch seguía sin dar crédito a lo que decía Horst.

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