Uno de los soldados que acaba de llegar al grupo informó de la existencia, cerca de la granja donde se encontraban, de un castillo típico francés, muy cerca de las playas. Lo había podido ver por un incendio provocado en las cercanías por una de las bombas que habían caído poco antes. Estaba hacia el este de donde se hallaban ellos, en línea recta.
—Quizás encontremos ayuda allí —dijo Wilcox, sopesando todas sus opciones.
—Podremos esperar, reunirnos con los que faltan y atender a los heridos —miró uno de sus mapas, donde aparecía con todo lujo de detalles cada accidente de terreno, cada casa, cada fortificación alemana de Normandía. Aquel castillo no estaba indicado como un acuartelamiento, ni se esperaban tropas alemanas en él.
—Se llama Château de Vaumicel. ¡Perfecto! Vamos hacia allí —indicó. Mientras se disponían a marchar, un grupo de unos 50 hombres de su regimiento se unió a ellos. También traían varios heridos y habían tenido seis bajas. Iniciaron su marcha hacia el castillo. Estaban a unos tres o cuatro kilómetros de él, según calcularon. Avanzaban con cautela y despacio, ya que arrastraban a los heridos. Wilcox escogió a varios hombres, unos diez, y decidió adelantarse a los demás e ir indicando si el camino estaba libre de enemigos. Pronto habían desaparecido entre la negra noche.
El primero que notó algo raro en la noche fue el ametrallador
obergefreiter
Matthias Volk, que encaró el arma hacia el lugar de donde procedían unos ruidos que él creyó oír. Su cargador, el cabo Helmut Kraiss, preparó la cinta de balas de la potente
MG42.
Ya estaban preparados. Volk avisó por radio a los demás, de que algo iba a suceder en su zona. De repente, el capitán Wilcox cayó en el lago, frente al nido de ametralladora de Volk. La
MG42
ladró y segó la vida de los que iban con él, que cayeron pesadamente en medio de gritos de dolor. Varios cayeron también al lago. Wilcox se deshizo de su macuto, que le arrastraba irremisiblemente hacia el fondo de aquel lago, y extrajo su cabeza al poco, para respirar el oxígeno que le faltaba. Salió por otro extremo sin ser visto y se mantuvo estirado sobre el húmedo suelo. Estaba chorreando y preparó su pistola, pero no le habían visto. Oyó órdenes en alemán que no entendió. Pudo adivinar las figuras de varios soldados enemigos registrando los cuerpos de sus hombres caídos. Horst subió a la torre y vio que estaba todo en orden allí arriba. Los técnicos seguían a la espera del amanecer y la llegada de los barcos.
El ruido de la ametralladora alemana no pasó desapercibido al resto de hombres de Wilcox, que iban avanzando penosamente algo más atrás. Habían encontrado otros compañeros y en ese momento serían unos 200 soldados con capacidad combativa, que se iban acercando al Château de Vaumicel. Ahora estaban al tanto de que había enemigos en la zona y avanzaron en dos grupos de unos 100 hombres cada uno. Los heridos se quedaron protegidos en un terraplén, a la espera de que sus compañeros acabasen el trabajo. Disponían de dos
bazookas,
bombas y ametralladoras de mano Thompson de 45mm de calibre, cada uno. Uno de los grupos entraría por el norte del castillo, como si viniese de la misma playa; el otro, por el sur, como de Bayeux. El tiempo iba pasando y los nervios entre los hombres de Horst iban en aumento.
—Debía de ser una patrulla —comentó acertadamente Emil, cuando trajeron objetos personales de los caídos.
—Y pertenecen a la división aerotransportada 101º, una de las mejores o quizás la mejor de los Estados Unidos —Horst miraba con preocupación aquellos objetos como chocolatinas, tabaco, chicle, raciones envasadas, etc.
—Esto va muy en serio, y nuestra situación puede complicarse aquí. Pediré ayuda al teniente general Hellmilch —ordenó al radiotelegrafista del panzer que se comunicase con el cuartel general de la división 352.
Tras intentarlo varias veces, no fue posible. Seguramente tenían sus propios problemas también.
—Siga intentándolo —ordenó Horst al joven soldado carrista. De repente, nuevos disparos sonaron con intensidad fuera del castillo. Las MG de varios puntos de defensa, disparaban contra el enemigo. Parecía un ataque desde varios puntos a la vez. Al mismo tiempo, se escuchaba perfectamente el sonido de las Thompson que respondían al fuego alemán. Se escuchaban gemidos y gritos de dolor. Una explosión junto a la pared oeste retumbó con fuerza. Una de las posiciones MG acababa de ser destruida y sus servidores habían caído también. Desde uno de los ventanales centrales de una pared, una MG barrió a los soldados americanos que acababan de destruir el nido de ametralladoras. Había confusión y podía darse el caso de que disparasen sobre sus propios compañeros. Desde el SDKF 252, situado en la pared sur, se abrió un violento fuego de ametralladoras contra el casi invisible enemigo que iba aproximándose. De nuevo gritos y gemidos de dolor. Varias balas rebotaron sobre el blindaje del vehículo semi-oruga. Una bengala subió rauda hacia el cielo, iluminando la zona y mostrando claramente la situación. Había sido disparada por los atacantes y también permitió a Horst poder ver qué pasaba exactamente.
—¡El ataque viene de norte y de sur! Reforzad esas zonas —ordenó con rapidez.
El panzer se puso en marcha desde su posición en la puerta principal del castillo y avanzó hacia el norte. El SDKF 252, también en marcha, fue barriendo la zona con sus dos ametralladoras de a bordo y ayudado por los nidos que allí había. El ruido ya era infernal y se combinaba con las explosiones de las bombas de mano. Otro nido había caído. Aunque la situación no era grave, aquello no era bueno. El SDKF giró hacia su derecha, sin cesar de disparar, cuando de repente un
bazooka
rugió en la oscuridad y acertó en la parte frontal del vehículo, inmovilizándolo. El blindado comenzó a arder con violencia e iluminó la zona perfectamente. El conductor había caído y los otros dos tripulantes salieron por la puerta trasera, siendo abatidos al instante por los americanos. Era una lucha sin cuartel. Un
Panzerfaust
escupió su carga hacia la zona de donde había partido el disparo del
bazooka.
El incendio del vehículo permitió ver cómo brazos y piernas volaban en el momento de ser alcanzados por el ingenio alemán.
—¡Los PAK son inservibles contra un ataque de infantería! ¡Que sus servidores se incorporen a la defensa de la zona sur con ametralladoras! —ordenó Horst mientras corría hacia la parte norte, tras ver el final del SDKF. Los cuatro soldados de los PAK se situaron de nuevo en los nidos de ametralladoras y comenzaron a segar las vidas de los soldados que se aproximaban. Parecía que aquello estaba controlado, por el momento. Horst estaba sufriendo por el Arca y los técnicos en la torre. Klaus estaba herido en la cara. Una venda sanguinolenta le tapaba una herida en la frente. Hermann también estaba herido en una mano. De momento, todo sin importancia. El panzer parecía controlar la situación en el norte, junto a las ametralladoras que no dejaban de ladrar en la noche. Hans-Joachim Trost y Hermann Kästner, ambos del grupo de Gross, habían caído también en el ala norte. El combate nocturno es una forma especialmente odiosa de luchar por el caos que suele producirse, y Horst y los demás lo sabían.
En el sur se combatía cuerpo a cuerpo y varios defensores ya habían caído, entre ellos Georg, malherido por una bayoneta. Alguien avisó a Horst, que corrió con Emil hacia la zona. Georg estaba todavía vivo, y su agresor yacía junto a él, muerto. Tenía el uniforme totalmente cubierto de sangre en la parte del abdomen. Balbuceaba palabras ininteligibles. Sus ojos, de repente, se quedaron fijos en un punto. Había muerto. Horst cerró los ojos de su camarada y tras cargarlo sobre su espalda lo llevó hasta el interior del castillo. Emil, que iba detrás, fue alcanzado por una ráfaga que le hirió y le hizo caer. El sargento Bauern, que había perdido también a sus dos hombres, ayudó a Emil a entrar en el castillo. Las MG de las paredes laterales del castillo, el panzer y un solo nido MG seguían la lucha.
Los americanos habían tenido muchísimas bajas, pero un contingente de su regimiento que se había extraviado en el descenso se unió a sus compañeros en el ataque. Eran unos trescientos hombres más materiales. Wilcox se había abierto paso en la refriega y había logrado tomar el mando de nuevo. Inició el asalto al castillo utilizando los
bazookas
para silenciar los nidos MG. Las explosiones se sucedían y acallaban los puntos de defensa alemanes. El panzer recibió el impacto de un
bazooka
y comenzó a arder. Sus tripulantes abrieron las escotillas y abandonaron el vehículo en medio de una lluvia de balas que, milagrosamente, no les alcanzaron y les permitieron alcanzar el castillo. Habían tenido mucha suerte. El carro ardía como una pira, iluminando perfectamente la zona y pudiendo ser visto desde lejos. Los cinco hombres se incorporaron a la defensa del castillo en diversos puntos. Horst se sentía muy mal por la muerte de Georg y lo malherido que estaba Emil, que no auguraba nada bueno. Aunque Horst no lo sabía, más de 100 americanos habían caído ya en el asalto. Él no disponía de más de 18 hombres en aquel momento. Los cocineros también se unieron a la defensa tras solicitárselo a Horst. Este dio su consentimiento.
La batalla seguía, y era cuestión de tiempo que los americanos tomasen la fortaleza; Horst y sus hombres no se engañaban en esto. Las paredes del castillo mostraban los signos del combate. En aquel momento estalló el panzer, ya que el incendio había alcanzado a las municiones. El estruendo fue monumental y acalló todos los demás sonidos de la batalla. Debió de escucharse en varios kilómetros a la redonda. Pesados trozos de acero incandescente llovieron por doquier y alcanzaron mortalmente a varios atacantes. Por un momento, la batalla se detuvo. Los atacantes parecían confusos. Pero solo fue un instante, luego se reanudó con más violencia. El capitán Wilcox fue alcanzado en una pierna y Gross también estaba malherido e inconsciente. También habían caído tres hombres más de su grupo: Willy Seelig, Alfred Stümpel y Werner Schüler. Prácticamente ya no había defensa externa alrededor del castillo. Las MG42 y MP40 escupían su fuego desde los ventanales del edificio. Klaus y Hermann, que disparaban con una MG parecían dos locos. Su aspecto era demencial, pero no detenían el fuego de su arma que, con diabólica precisión, iba haciendo caer a aquellos hombres como bolos.
Parecía que el día quería abrirse paso entre la negra noche. Se vislumbraba débilmente su presencia. Aquello aceleraba las cosas, había que darse prisa, ya que la flota aliada llegaría en cualquier momento. Horst sentía la situación, la pérdida de sus compañeros y el equivocado rumbo que estaban tomando los acontecimientos. El SDKF ya no ardía y sirvió de punto de apoyo para los atacantes, que se resguardaban tras él. Klaus cogió un
Panzerfaust
y se puso en otra ventana, mientras Hermann seguía disparando con la MG. Klaus apuntó tranquilamente y disparó. El impacto levantó el pesado vehículo y la explosión mató a todos los que estaban detrás de él.
Pero un francotirador americano pudo vislumbrar la silueta de Klaus junto al ventanal y en un segundo le disparó, alcanzándole en la cabeza. Murió al instante. Hermann, al ver caer a su compañero, fue hasta él y le abrazó. El cuerpo de Klaus estaba inerte y con los ojos cerrados. La bala explosiva le había destrozado la cabeza por el orificio de salida de la bala. Lleno de sangre, Hermann dejó a su amigo suavemente en el suelo y regresó con más furia a su puesto MG. Uno de los pilotos de tanque se unió a él en el puesto y le ayudó con los peines de balas. Disparaban ininterrumpidamente, causando enormes bajas al enemigo. Un
bazooka
apuntó al ventanal de Hermann y fue disparado. La explosión dejó cegados y gravemente heridos a los dos soldados. Hermann llamaba a Horst y a Klaus con una voz cada vez más débil. Su compañero ya había muerto. Hermann le acompañó a los pocos minutos.
Uno de los hombres de Gross, Johannes Günther, informó a Horst de lo que acababa de suceder. Horst creyó volverse loco, pero debía mantener la cabeza fría para actuar con precisión. Los ocho hombres que quedaban debían cubrir el castillo en grupos de dos en sus cuatro alas. Había dos heridos, Emil y Gross que se mantenía inconsciente. Aún quedaban MG disponibles, armas de mano y
Panzerfausts
para mantener la defensa. Dio las órdenes pertinentes y subió a la torre con los técnicos. La torre había recibido algún impacto, pero seguía en buen estado. Los tres científicos, también armados, estaban sentados en el suelo y habían protegido el Arca con unas planchas metálicas que les había dado Klaus antes del asalto. Había sido una idea suya. De forma rápida, Horst explicó la situación a los tres e indicó la necesidad de llevar adelante el proyecto y disparar sobre los barcos lo antes posible. Era una situación extrema.
Se oía el fuego de las armas en todas las alas de la fortaleza. Tres americanos trataron de utilizar uno de los PAK que se habían quedado fuera, pero el percutor del arma había sido retirado por sus servidores. Era un cañón inservible. El sargento Bauern acabó con ellos sin piedad. Los tres técnicos comenzaron a preparar el Arca mientras Horst observaba la costa con unos gemelos de campaña. La luz permitía ver muy difícilmente lo que podrían ser siluetas de naves, aunque había niebla baja y eso no ayudaba para disparar correctamente. El capitán Wilcox indicó que veía sombras en la torre y que aquello podría ser peligroso. Se había vendado la pierna y seguía al frente de sus hombres. Tres
bazookas
apuntaron directamente a la torre y dispararon. El impacto de los tres proyectiles al unísono fue tremendo. Piedras de la torre cayeron formando un agujero muy grande en un lateral.
Entre las piedras se podían adivinar los cuerpos de tres soldados que habían caído al mismo tiempo que la torre. Horst trataba de asirse a la mesa del Arca. A los pocos segundos, el suelo de la torre se hundió verticalmente, barriendo a su paso las escaleras internas. Horst, malherido, cayó junto al Arca hasta un subterráneo del castillo. No podía moverse. Algo le había atravesado las costillas y le costaba mucho respirar. Oía lejanamente el ruido de las explosiones y los disparos que continuaban allí arriba. No sabía dónde estaba, pero era un lugar muy oscuro y húmedo. Pensó que debía de ser un pasillo subterráneo de la fortaleza. Quiso incorporarse, pero no podía. Su situación era grave. Muchos cascotes estaban sobre él y sobre el Arca. Era difícil que alguien tuviese la más remota idea de que él estaba allí. Pensó en Alemania, pensó en su familia. Le dolía mucho la herida y notaba escapar su vida. La lucha continuaba.