Kronos. La puerta del tiempo (33 page)

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Authors: Felipe Botaya

Tags: #Bélico, Histórico

Von Boineburg puso cara de no comprender este último comentario.

—Nosotros venimos de noviembre de este mismo año y sabemos todo lo que sucedió en el asalto aliado a Francia a través de un desembarco masivo en Normandía, que se producirá en la madrugada del próximo seis de junio. Estamos aquí para evitar ese desembarco y cambiar el curso de los acontecimientos.

El general no daba crédito a las palabras de Horst.

—Pero ¿qué está diciendo,
Haupsturmführer
Bauer? He visto y oído cosas increíbles en mi vida militar, pero nada igual a esta historia…

Horst intuyó, al igual que sus compañeros, que el asunto requería más persuasión. Extrajo de su bolsillo el sobre que le había entregado el general Kammler, con fotos de situaciones que aún no se habían producido.

—Mire esto, general —dijo, mientras entregaba unas fotos en las que se veía al general Dietrich Von Choltitz detenido frente al hotel Meurice, vapuleado por la multitud enfervorecida y otras con escenas de los combates callejeros en la Rue Rivoli y otras zonas de París. Añadió otra de un tanque Panther destruido en la Plaza de la Concordia.

El general las miró en silencio. Pensaba en su familia. Horst siguió.

—Corresponden al día 25 de agosto de 1944 y es el fin de nuestra presencia en París. El general Dietrich Von Choltitz será su sustituto como comandante del Gross Paris, dieciséis días antes de la capitulación de la ciudad.

Von Boineburg seguía absorto mirando las imágenes.

—Conozco al general Von Choltitz y sin duda es él. No se cómo han podido hacer esas fotos, pero parecen reales.

Horst puso cara de circunstancias.

—Lo son, general. Lo son. Ese es el destino de la guarnición de París si antes no hacemos algo para evitarlo —recalcó.

Von Boineburg siguió.

—Comprendan que todo esto resulta increíble. Las fotos son impresionantes y no se cómo las han conseguido. Me parece imposible que vengan del futuro reciente. Entiéndanlo —el general parecía más dispuesto a creerles, ya que las fotos eran de muy difícil discusión—, estoy aturdido. Dígame en qué puedo ayudarles desde la comandancia del Gran París.

Horst no tenía dudas.

—Por un lado, necesitamos que nos facilite transporte seguro hasta Normandía para instalar nuestra base y armamento allí. Y por otro, y a través del Cuartel General del Führer, se debe poner en sobreaviso a todas las tropas acantonadas en Francia, Bélgica y Holanda para que se trasladen lo más rápidamente posible a la zona del desembarco y preparen la defensa sobre las playas. Nosotros conocemos el plan aliado, qué playas son y qué tropas intervienen. Podemos devolverlos al mar enseguida y con grandes pérdidas para ellos.

Von Boineburg escuchaba atentamente las solicitudes de Horst.

—Pero,
Haupsturmführer
Bauer, eso quiere decir que debo hablar con el Führer y convencerle de ese ataque aliado sin más datos que lo que usted me está explicando. Significa movilizar a cincuenta y ocho divisiones situadas al oeste del Rin, muchas de ellas blindadas y más de medio millón de hombres en ¡una semana! —el general movió la cabeza negativamente—. Yo no puedo hacer eso… entiéndalo. No hay tiempo.

Horst no quería vacilaciones en aquel momento.

—¿Qué le da más miedo general, perder Francia y condenar a Alemania a la derrota o hablar con el Führer y solicitarle todo eso?

Von Boineburg se puso de pie con un gran enfado.

—¡
Haupsturmführer
Bauer, no le tolero que se dirija a mi en ese tono! ¿Quién se cree que es? Acaba de llegar con sus hombres al Gross París de una forma no aclarada, traen una carta del Führer que en teoría ha sido redactada por él en el futuro y además me pide que mueva un cuerpo de ejército completo por un supuesto desembarco aliado a principios de junio.

Horst, Georg y Gross escuchaban atentamente al general. Aquello podía torcerse en cualquier momento por una situación no prevista.

Von Boineburg siguió.

—En realidad no sé quienes son ustedes. Pueden ser espías aliados que quieren convencerme para lograr mi colaboración en algo increíble que dicen que sucederá y mover las tropas del Paso de Calais hacia Normandía. La documentación que muestran parece convincente, pero pueden ser falsificaciones muy bien elaboradas por el servicio secreto británico. No es la primera vez que vemos documentación falsa muy bien hecha.

Horst y sus hombres veían cómo aquello se estaba poniendo difícil.

—Puedo comprender sus dudas, general, y no era mi intención provocarle o insultarle. No dudo de su bien labrada reputación militar, pero lo que le hemos explicado es rigurosamente cierto. Alemania tiene una oportunidad histórica para cambiar los acontecimientos que sucederán irremediablemente si no actuamos y que la abocarán a una situación insostenible.

Von Boineburg, sin contestar, se ajustó el monóculo y descolgó el teléfono. Solicitó al operador hablar con su ayudante de campo, el subteniente conde Dankvart Von Arnim, que al poco, se puso al otro lado de la línea.

—Conde Von Arnim, lamento despertarle, pero tengo que verle inmediatamente. Es un asunto muy importante y necesito su presencia aquí. Le espero —colgó.

A Horst le pareció un trato sin protocolo, pero así era entre aquel viejo oficial con monóculo y el berlinés conde Von Arnim. El general Von Boinenburg había sido mutilado por un tanque soviético en Stalingrado cuando estaba al mando de la 23ª División Panzer. Tras reponerse de sus heridas, fue destinado a París como comandante supremo de la ciudad y el extrarradio. Era un destino mucho más tranquilo.

—Necesito a Von Arnim, es mi ayudante de campo en temas militares en Francia y puede ser de gran ayuda en este asunto —se levantó e invitó a Horst y a sus compañeros a bajar de nuevo con los demás.

—Von Arnim llegará en una media hora. Si les parece pueden esperar abajo con sus hombres, mientras yo termino otros asuntos. Luego nos vemos de nuevo todos y hablamos de qué podemos hacer —hizo entrar al capitán Koch.

—Muy bien, general —dijo Horst.

Salió con Georg y Gross y, mientras bajaban por la escalera, Horst se detuvo un momento.

—No me gusta esto. Tenemos un problema y es que a pesar de que tenemos una carta del Führer, el Führer de mayo de 1944 no es el mismo que el de noviembre de este año y tampoco ha sufrido el atentado de julio. La carta que llevamos puede ser considerada falsa, como ha dicho Von Boineburg. El Führer dirá que no la ha escrito, como es lógico, con lo que podemos ser acusados de espías o saboteadores. Nuestra situación se está complicando. ¡Estamos viviendo una paradoja temporal!

—¿Y qué hacemos ahora? —preguntó Gross de forma práctica.

Horst se acariciaba la barbilla.

—Tenemos solo dos opciones. Una es seguir como hasta ahora y reunirnos con Von Boineburg y Von Arnim, pero no sé cómo acabará. Sé seguro que se complicará. Y la otra es que actuemos por nuestra cuenta y lleguemos a Normandía, con el riesgo de ser capturados por la
Feldgendarmerie
, y entonces no tendremos escapatoria. ¿Qué opináis?

Georg movía la cabeza negativamente.

—Cualquiera de las dos opciones es mala. Yo también creo que el documento no es de gran ayuda ahora. Incluso es un problema. Si piden confirmación a Rastenburg, nadie lo va a confirmar y a partir de ese momento ya no tendremos nada que hacer. Nos apresarán.

—Y eso es lo que debe de estar haciendo Von Boineburg ahora: confirmar la autenticidad del documento —dijo con absoluta seguridad Gross, que también tenía el semblante serio.

Georg seguía preocupado.

—He llegado a pensar que quizás hubiese sido mejor no decir de dónde veníamos y limitarnos a ir a Normandía con el Arca y con la ayuda de Von Boineburg.

—Quizás tengas razón, Georg —dijo Horst mirando a su compañero—. Pero por ahora creo que lo mejor es seguir el juego y ver qué dicen en la reunión. ¡La suerte está echada! Irnos de aquí e intentarlo por nuestra cuenta puede ser un desastre de terribles consecuencias. Intentarlo por la vía oficial creo que es lo mejor —sus compañeros asintieron sus palabras, aunque tampoco tenían claro que fuese la mejor solución.

—Vamos a ver a los demás.

Bajaron las escaleras y llegaron a la recepción del hotel, donde el resto del grupo seguía sentado en las cómodas butacas y los sofás. El Arca estaba en medio, cubierta por la funda de transporte. Estaban solos.

—¿Cuándo salimos hacia Normandía? —preguntó sonriendo Hermann.

—Por ahora seguiremos aquí, señores. Estamos a la espera de novedades —contestó Horst a todos, aparentando tranquilidad.

Encendió un cigarrillo y salió a la calle a refrescarse. El día ya clareaba con fuerza. ¡París estaba muy bonito! pensó Horst. Podía ver desde allí un cartel indicador de direcciones, con nombres extraños para los franceses:
Der Militärbefehlshaber in Frankreich, General der Luftwaffe, Hauptverkehrsdirektion Paris, SS Feldlazarett
y muchos más. Si no se hacía nada, pronto se uniría
Zur Normandie Front
. Tenía que evitarlo. Apuró su cigarrillo frente a uno de los soldados de la guardia, que le sonrió. Entró en el vestíbulo. Gross y Georg hablaban con Klaus, Seelig y Kästner. Parecían animados. Se giraron hacia Horst, que se unió a la conversación. Mientras hablaba y escuchaba a sus hombres, su mente tenía muchas dudas sobre cómo actuar en aquel momento, trataba de valorar todas las posibilidades teniendo en cuenta el riesgo que cada una podía representar. Por otro lado, se veía responsable de sus compañeros, aunque sabía que le seguirían hasta la muerte si fuese necesario. No quería llegar a ese punto. Recordaba las muchas situaciones difíciles que había pasado con Klaus, Hermann, Georg y el malogrado Karl. Recordaba cómo este último le había salvado la vida al empujarle al exterior de su tanque ardiendo alcanzado por el fuego ruso. La decisión era muy difícil.

En aquel momento escucharon cómo un coche se detenía frente al hotel. El distinguido conde Von Arnim entró en el vestíbulo y se sorprendió del número de hombres que allí había. El saludo alemán resonó y el oficial continuó su camino hacia el primer piso, donde el solícito capitán Koch ya le estaba esperando. Al poco, el capitán volvió a salir y pidió que Horst, Georg y Gross se incorporasen a la reunión. Al instante ya estaban todos de nuevo en el despacho del general Von Boineburg. Von Arnim les saludó y Horst presentó a sus hombres ante el elegante oficial. Se sentaron frente a la mesa de despacho desde donde Von Boineburg se disponía a hablar.

—He comentado al conde Von Arnim el motivo de su presencia en París, también cómo han llegado hasta aquí y de dónde se supone que vienen —Von Arnim les miraba con curiosidad. No era para menos. Von Arnim no pudo ocultar su extrañeza.

—No puedo entender lo que me ha explicado el general Von Boineburg. Es una historia increíble. ¿Alemania dispone de una máquina que permite viajar en el tiempo? No lo hubiese imaginado nunca. Me parece imposible, señores.

—No me extraña lo que dice, conde Von Arnim —dijo Horst—. Pero así es y nosotros somos la prueba. Hemos realizado ya varias misiones en el tiempo. Tal como le he explicado al general Boineburg, formamos parte de un proyecto ultrasecreto de las SS científicas a las órdenes del general doctor Hans Kammler.

Von Arnim seguía con atención la explicación de Horst.

—Podemos explicarle cómo será la campaña por Francia y cómo los aliados lograrán sus objetivos hasta el 25 de agosto en que entrarán triunfantes en París. Estamos aquí para evitar todo eso y traemos un arma muy poderosa que nos ayudará en nuestro objetivo. Hemos traído fotografías que hemos obtenido de los semanarios aliados y que demuestran nuestras palabras —extrajo las fotos de su bolsillo y se las pasó a Von Arnim. Al igual que Von Boineburg, las miró con detenimiento y sorpresa.

—¿Y qué arma es esa,
Haupsturmführer
Bauer? —preguntó Von Boineburg—. ¿Es la que está bajo una funda en el vestíbulo del hotel?

Horst afirmó con la cabeza.

—Sí, y hemos de situarla cerca de la playa Omaha, con el resto de las tropas que deberemos llevar allí para reforzar la defensa.

Von Boineburg puso cara de no comprender.

—¿La playa Omaha? ¿Qué playa es esa?

Horst se puso de pie y se aproximó a un mapa de Francia que estaba en la pared.

—Es donde desembarcará el contingente principal aliado —señaló la playa Omaha—. Americanos, para ser más precisos. Si lo desbaratamos, lograremos detener la ofensiva en toda su extensión.

Los dos generales escuchaban con atención aquella sorprendente información.

—Hay otras playas como Juno, Sword, Gold, Utah… —las señaló también—. Pero Omaha es la más importante y decisiva. El desembarco pivotará en esa playa. Tiene casi seis kilómetros de longitud y cubre la distancia entre dos pueblos, Sainte Honorine des Pertes a Vierville sur Mer. La playa Omaha estará defendida en una primera fase por la división de infantería 716, formada en un 50% por rusos y polacos voluntarios. Es una división de segunda clase en este momento. Y luego también luchará la división de infantería 352, formada por veteranos alemanes del frente del este. Es una gran división comandada por el teniente general Heinz Hellmilch. En este momento se halla de maniobras a unos treinta kilómetros de la costa, entre Saint-Lo y Caumont.

Von Arnim pidió más información sobre qué pasaría. Horst no tuvo inconveniente.

—Tal como se ha escrito la Historia, perderemos mucho tiempo en llegar hasta Normandía y las diferentes playas. Las tropas que están en los búnkers son tropas de segunda clase, salvo alguna excepción, y muchos son voluntarios del este en trabajos de acondicionamiento. Un verso de Paul Verlaine en la BBC dará la señal de salida al asalto aliado. Habrá otro problema adicional y es que, a pesar de la magnitud del ataque por mar y aire, nuestro alto mando seguirá creyendo que el ataque principal vendrá por el Paso de Calais. Es una farsa aliada que el
Abwehr
no detectará o no querrá detectar. El mariscal Rommel tenía toda la razón al decir no solo por donde vendría el ataque realmente, sino que había que detenerlos en las mismas playas. Si avanzaban hacia el interior no los podríamos contener.

Von Boineburg afirmaba con la cabeza.

—Es cierto que Rommel ha repetido en numerosas ocasiones este punto. ¡Muy interesante! Me sorprende que sepan algo así.

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