—¡Veinte minutos! —anunció la voz.
Kammler llegó hasta ellos en ese momento.
—Bien, señores, no voy a repetir la importancia de su misión y el cambio histórico que resultará de la misma. ¡Sé que lo conseguirán! ¡
Heil
Hitler!
La respuesta al saludo alemán fue contundente por parte de todo el equipo.
—Yo voy a estar arriba, en la sala de control, y no perderé detalle. Les deseo éxito —estrechó la mano de todos y cada uno de los integrantes del grupo. Podía parecer un detalle nimio, pero insufló más motivación a todos ellos. Kammler sabía modular el contacto con su gente a pesar de su agresividad y resolución.
Un técnico se acercó hasta ellos y les indicó que ya podían situarse en el pasillo central de la corona circular, manteniendo la distancia entre ellos. El protocolo anti-gérmenes y bacterias aquí no se efectuó, ya que no tenía sentido por la proximidad temporal del destino. Los técnicos que irían con ellos estaban visiblemente nerviosos y la noche anterior habían preguntado varias veces cómo funcionaba un traslado. A pesar de haberlo intentado, era difícil la explicación. Había que vivirlo. Eso no tranquilizó a los tres novatos, a pesar de sus profundos conocimientos científicos.
El tiempo iba corriendo y con él el inicio de la cuenta atrás. El reloj marcaba las 3:45 de la madrugada y todo seguía su curso sin variaciones. Solo quedaban cinco minutos para partir. El zumbido de fondo subió algo en intensidad y el número de personas a la vista se redujo considerablemente. Solo estaba el personal absolutamente imprescindible en ese momento. En el búnker a nivel de suelo había tres técnicos que manipulaban un aparato que no veían desde donde estaban. Parecía un armario metálico muy grande. Kammler, desde su atalaya, miraba el proceso con seriedad. Horst observaba desde su posición entre las dos paredes de cristal cómo todo se iba preparando. Georg y Gross, a ambos lados de él, también se miraron por un instante. Los técnicos que iban a ir con ellos no podían ocultar su preocupación. Era toda una experiencia para ellos. Las dos paredes de cristal comenzaron a girar en sentidos inversos, primero de forma lenta y después fueron acelerando su rotación.
Varios chasquidos eléctricos sonaron de repente. El proceso empezaba.
—Colóquense las gafas —ordenó la voz metálica a través del altavoz. Así lo hicieron todos. Horst miró el Arca y se ajustó sus gafas de protección. Los 16 hombres de este traslado se prepararon ante lo que se les venía encima. Nuevos chisporroteos eléctricos de alta intensidad iban generándose con mayor frecuencia. El zumbido de fondo había subido mucho su volumen. La pared interior de cristal comenzó a elevarse, como en el traslado anterior. La vibración comenzaba a ser muy acusada. La pared había alcanzado una altura que les exponía directamente a la Campana, que giraba a gran velocidad sobre sí misma a unos pocos metros de ellos. Horst temía la sensación de rotura que siempre sufría. Era horrible. La vibración y los chasquidos eléctricos habían aumentado notablemente creando un ruido que comenzaba a ser insoportable. Comenzaba a notarse el tirón en los cuerpos, primero lentamente y luego con más fuerza.
La electricidad parecía pasar a través de ellos. Una luz muy potente y un arco voltaico de gran intensidad surgieron de la Campana y les rodearon rápidamente. Una esfera casi sólida se formó desde la máquina hacia ellos. Estaban dentro de algo aparentemente sólido que había producido la Campana. Hormigueos muy intensos subían de sus pies hasta sus cabezas y una fuerza descomunal pareció arrastrarles de forma brutal. El espacio y el tiempo no tenían ningún sentido para ellos en ese momento. La sensación de rotura era solo eso, una sensación. La sala donde estaban hacía unos instantes aparecía vacía. La Campana dejó de rotar y poco a poco todo volvió a la normalidad.
El cuerpo de guardia frente al hotel Meurice no daba crédito a lo que estaba sucediendo allí en aquel momento. Había surgido de la nada frente a ellos. La intensidad de la luz producida por el extraordinario fenómeno había iluminado buena parte de la Rue Rivoli y había hecho que los guardias se guareciesen ante tal intensidad. Apenas había producido ruido y eso era muy curioso. Un humo blanquecino luminoso no permitía ver qué sucedía entre los arcos del edificio del hotel. A pesar de la espectacularidad de la aparición, no parecía hostil y, además, ¡creyeron oír voces en alemán! Unas sombras se movían y empezaban a surgir de aquella humareda que iba disipándose poco a poco.
¡Eran alemanes! A pesar de ello, les dieron el alto al instante. Aquello era muy extraño y superaba todo lo que el sargento Fritz Bauern, responsable del cuerpo de guardia del hotel Meurice, había visto en toda su vida militar.
—¡Alto! ¡Arriba las manos! —ordenó un soldado que se había adelantado al sargento.
Los cinco soldados de guardia apuntaban con sus armas a los recién llegados, que les sobrepasaban ampliamente en número. El sargento se aproximó a aquellos hombres que parecían despistados en aquel momento. Los uniformes moteados SS eran alemanes y su aspecto físico general también, pero ¿quiénes eran? ¿De dónde habían salido? Una especie de gran bulto tapado con una funda aparecía detrás de ellos en el suelo. Unos palos sobresalían de él. El sargento Bauern no podía imaginar qué era aquello.
Uno de los recién llegados se dirigió a él.
—Sargento, soy el
Haupsturmführer
SS Bauer y este es mi equipo especial. Necesitamos ver de inmediato al Comandante del Gross Paris, el general Wilhelm Von Boineburg. Estamos aquí por orden directa del Cuartel General del Führer.
El sargento Bauern estaba tan sorprendido como sus hombres.
—¿Cómo dice? Creo que primero deberán acompañarnos a la garita de guardia para proceder a su identificación. Todo esto es muy extraño… —se giró hacia unos de sus hombres—. Hans, pide refuerzos mientras tratamos de averiguar qué es todo esto.
El soldado se dirigió a un teléfono en el hotel, desde donde solicitó los refuerzos. El sargento pidió al grupo que entrase en el vestíbulo del hotel.
Antes de entrar, Horst habló de nuevo con el sargento. Sabía que ese sargento tenía el máximo poder en esos instantes y podía abatirles sin contemplaciones. Debía seguir los protocolos de la guardia y aquello era el Cuartel General del Gross Paris, el lugar más importante de la ciudad.
—Sargento, comprendo sus dudas, pero nuestra misión es de la máxima importancia. Debemos traer con nosotros ese bulto —dijo señalando el Arca.
Mientras hablaban, los demás componentes del grupo se pusieron en posición de firmes en fila de a dos, bajo los arcos y frente a la puerta de entrada del hotel. La situación era ciertamente surrealista y superaba a los soldados de guardia.
—¿Qué es ese bulto? ¿Qué ocultan bajo esa funda? —preguntó el sargento, que sí veía que aquellos hombres no representaban una amenaza y se avenían a obedecerles.
—No le puedo dar más explicaciones. Ese es el motivo de nuestra presencia aquí. Necesitamos ver de forma inmediata al general Von Boineburg, sargento —dijo Horst, con una cierta impaciencia, pero manteniendo la cortesía—. ¿Podría ver a algún oficial del Estado Mayor ahora? —preguntó a continuación.
—Déjeme ver su documentación,
Haupsturmführer
—so li citó Bauern. Aquello parecía que comenzaba a funcionar, aunque el resto de la guardia seguía apuntando con sus armas al grupo que permanecía en posición de firmes y a la espera de novedades.
Horst entregó sus papeles militares de identificación y a continuación el sargento Bauern llamó por teléfono. Horst no podía oír lo que decía, pero era evidente que Bauern esperaba órdenes sobre qué debía hacer con aquel grupo que tan sorprendentemente había aparecido allí. Volvió y entregó la documentación a Horst.
—Está todo en orden,
Haupsturmführer
Bauer. Esperen aquí y ahora vendrá el ayudante del general Von Boineburg.
Un ruido de motores iba a aproximándose al hotel desde la Plaza de la Concordia. Un tanque Panther giró a la Rue Rivoli hacia donde estaban, precedido por un
Kubelwagen
y seguido por dos camiones. Se podían ver las siluetas de los vehículos, contrastadas con un cielo que clareaba muy ligeramente. La comitiva detuvo su marcha ante el hotel y de los camiones bajaron unos veinte soldados que, rápidamente, rodearon la zona. Era el refuerzo que habían solicitado.
Del
Kubelwagen
se apeó un teniente de infantería muy condecorado, que se dirigió hacia el cuerpo de guardia.
—¿Qué sucede, sargento? ¿Cuál es el problema? —dijo mirando al nutrido grupo que se mantenía en posición de firmes—. ¿Quiénes son esos hombres? —añadió refiriéndose a ellos.
Todo era muy extraño, ya que eran alemanes y de las SS y estaban retenidos… Otro oficial se apeó del Panther y seguido por dos miembros de su tripulación, también se aproximó a todo el grupo. Sus uniformes negros destacaban entre los de color gris de campo de infantería. Horst contemplaba todo aquello con tranquilidad. A pesar de todo, no pintaba mal la situación y aquellos soldados estaban cumpliendo con su deber. El sargento Bauern explicó lo que había pasado desde la súbita aparición de aquellos hombres hasta la comprobación de la identidad de Horst. Luego Bauern introdujo a Horst ante el teniente que parecía comandar el grupo recién llegado.
—Soy el teniente de infantería Julius Müller, del Primer
Sicherungsregiment
, y se nos ha llamado para reforzar la situación. ¿Qué ha sucedido?
Horst no vaciló.
—Teniente Müller, nuestra presencia aquí es del máximo secreto y nuestra misión es ver al Comandante del Gross Paris, el general Wilhelm Von Boineburg. No puedo entrar en más detalles. Me consta que uno de sus ayudantes personales vendrá enseguida. Esos son mis hombres y ese bulto forma parte de nuestro equipo.
Müller miraba con curiosidad aquel bulto tapado.
—Evidentemente no queremos interrumpir la vigilancia normal que ustedes realizan ni queremos representar ningún problema para nadie.
El teniente Müller parecía perplejo por la situación, pero también era consciente de que no parecía haber un peligro real en aquellos hombres. No entendía la necesidad de refuerzos.
—Pero ¿cómo han llegado hasta aquí,
Haupsturmführer
Bauer?
Horst sonrió ante la pregunta, por otro lado perfectamente lógica.
—Es una historia muy larga, teniente Müller y que, por ahora, no estoy autorizado a explicar. Lo lamento. Como ya he dicho, debemos ver al Comandante del Gross Paris, general Von Boineburg —mientras hablaba, se oyeron taconazos y órdenes secas de los miembros de la guardia. Un elegante oficial de artillería apareció en el umbral de la puerta de entrada al hotel. Pasó frente al grupo que se mantenía en posición de firmes y que saludó militarmente al recién llegado. Este llegó hasta donde estaban Müller, Horst y los carristas. Todos hicieron el saludo alemán.
—Soy el capitán de artillería Heinrich Koch, asistente del general Von Boineburg. ¿En qué puedo ayudarles, señores? —de nuevo Horst se presentó y entregó el sobre oficial del Cuartel General del Führer al capitán Koch. Este lo leyó con interés y acto seguido ordenó que pasasen todos al vestíbulo del hotel.
—El general está durmiendo en este momento, pero le avisaré ahora mismo. Permítame el documento,
Haupsturmführer
Bauer —Horst se lo entregó e hizo que metieran el Arca en el hotel.
Esto empieza a rodar,
pensó.
Sus hombres se sentaron en las cómodas butacas y sofás de la recepción del Hotel Meurice. Estaban agotados todavía por la experiencia del traslado. Los doctores Throll, Seltmann y Zinkenbach estaban como flotando tras su experiencia temporal. No podían creer que estuvieran allí. A pesar de su formación técnica y sus amplios conocimientos, la experiencia había sido algo extraordinario para ellos. Georg y Gross estaban con Horst de pie, junto al mostrador de recepción, esperando noticias. Un calendario en la pared indicaba la fecha de 25 de mayo. ¡Estaban a solo una semana y media del desembarco!
—No tenemos mucho tiempo… —dijo Gross, señalando con la mirada puesta en el calendario. Los soldados de refuerzo subieron de nuevo a sus vehículos y desaparecieron en la noche, que empezaba a romperse al despuntar un nuevo día en aquél París de finales de mayo de 1944. El sargento Bauern y sus soldados de la guardia regresaron a sus lugares de control. Todo volvía a una cierta normalidad.
Al cabo de quince minutos, el capitán Koch bajó por las escaleras y pidió a Horst que subiese. Horst se hizo acompañar por Gross y Georg, sin que hubiese inconveniente por parte del capitán. Al llegar al primer piso, Koch les condujo por un pequeño pasillo hasta una puerta a su izquierda. Golpeó suavemente la puerta con los nudillos y se oyó una voz que le permitía el paso. Era un despacho, con una excelente vista a la Rue Rivoli y los Jardines de las Tullerías. La bandera con la cruz gamada ondeaba suavemente. El día ya despuntaba, y sería de nuevo caluroso. El general Wilhelm Von Boineburg, que estaba sentado en su mesa de trabajo, se incorporó tras firmar un papel, que entregó al capitán. Un gran mapa de París estaba en la pared y dividía la ciudad en distritos militares. Todos los alrededores también estaban divididos siguiendo los mismos criterios.
—Buenos días, señores. Soy el general Wilhelm Von Boineburg, comandante del Gross Paris.
Todos hicieron el saludo alemán, aunque no iba a ser preceptivo hasta el 20 de julio del mismo año, tras el atentado contra el Führer en Rastenburg. Pero eso no había sucedido todavía…
Horst se presentó, así como a Gross y a Georg. También reconoció la carta del Führer que estaba sobre la mesa. Von Boineburg parecía de buen humor.
—Reconozco que es muy pronto, pero su misión es muy importante, señores —dijo señalando el documento—. ¿En qué puedo ayudarles, qué necesitan?
Horst miró a sus compañeros y al general.
—General Von Boineburg, quisiera verle a solas para comentarle la razón de nuestra presencia aquí y en qué nos puede ayudar.
Von Boineburg asintió.
—Muy bien.
El capitán Koch comprendió que debía ausentarse en ese momento y, sin dilación, salió de la estancia tras la aprobación del general. Este les indicó que se sentasen.
Horst comenzó.
—Lo que le voy a explicar, general, puede parecerle increíble, pero es real, tan real como que estamos aquí ahora con usted. Formamos parte de un proyecto ultrasecreto bajo la dirección del general SS doctor Hans Kammler. El Führer nos ha mandado del futuro al pasado.