La agonía y el éxtasis (64 page)

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Authors: Irving Stone

Tags: #Biografía, Historia

—Su Santidad no aceptará nunca una tumba llena de desnudos masculinos —dijo el arquitecto con una sonrisa algo forzada.

—Pensaba incluir cuatro alegorías, que serían femeninas, figuras de la Biblia, como Raquel y Ruth…

Sangallo estudiaba atentamente el plano arquitectónico.

—No se olvide que será necesario incluir algunos nichos…

—¡Ah, Sangallo, nichos no! —clamó Miguel Ángel.

—Sí. El Santo Padre me pregunta a cada momento qué va a poner en los nichos. Si cuando le presente los dibujos no encuentra un solo nicho en toda la tumba… Su Santidad es un hombre muy terco. O consigue lo que quiere o usted no consigue nada.

—Muy bien. Diseñaré los nichos entre cada grupo de cautivos. Pero los haré altos, de entre dos metros y medio y dos metros setenta, y las figuras serán colocadas casi frente a ellos, no dentro. Después, puedo poner ángeles en este tercer plano…

—¡Bien! Ahora empieza a pensar como piensa el Papa.

Pero si Sangallo se entusiasmó al crecer el montón de dibujos, Jacopo Galli lo contempló en silencio. Por fin dijo:

—¿Cuántas figuras va a esculpir en total? ¿Piensa montar todo un taller con ayudantes? ¿Quién va a esculpir estos querubines al pie de las victorias?

—Estos son solamente bocetos en bruto para satisfacer al Papa y obtener su consentimiento.

Llevó a Sangallo su último dibujo. Los cautivos y los vencedores, en el plano más bajo, descansaban sobre una plataforma de bloques de mármol, todos ellos ricamente ornamentados. A partir del segundo plano, entre el Moisés y el San Pablo, había una corta forma piramidal, un templete con columnas dentro del cual se hallaba el sarcófago, y sobre él, dos ángeles.

Tenía ya indicadas para la tumba entre treinta y cuarenta grandes esculturas, lo cual dejaba relativamente muy poca arquitectura que oscureciese la escultura.

Sangallo se mostró asombrado por la magnitud de su concepción.

—¡Será un mausoleo colosal! —exclamó—. ¡Exactamente lo que el Papa había imaginado para sí! Iré inmediatamente a concertar una audiencia.

En cambio, Jacopo Galli se puso furioso. Contra las protestas de su esposa llamó a un servidor para que lo ayudase a levantarse, lo envolviese en mantas calientes y lo llevase a la biblioteca para estudiar los dibujos de Miguel Ángel. Su apenas reprimida irritación le prestaba fuerzas. Su voz, que había enronquecido durante su enfermedad, se tomó ahora clara.

—¡Hasta Bregno se negaría a ser tan obvio! —dijo.

—¿Por qué es obvio esto? —preguntó Miguel Ángel, un poco irritado también—. ¡Me brindará la oportunidad de esculpir magníficos desnudos, como jamás los ha visto!

—No lo niego, pero las figuras buenas estarían rodeadas de tanta mediocridad que se perderían. Estas interminables cadenas de salchichas…

—¡Son guirnaldas!

—¡Y esta figura del Papa, en la cima! ¿Va a esculpir semejante monstruosidad?

—¡Perdone, pero me parece que se muestra desleal! —exclamó Miguel Ángel.

—El mejor espejo es un buen amigo. ¿Por qué ha metido este friso de bronce en una tumba totalmente de mármol?

—Porque el Papa lo quiere así.

—¿Y si el Papa quiere que se plante cabeza abajo en la Piazza Navona el día de Jueves Santo, con las nalgas pintadas de púrpura, lo hará también? —De pronto, su tono se tomó afectuoso, tranquilo—.
caro
mío, esculpirá una tumba maravillosa, pero no ésta. ¿Cuántas estatuas ha indicado aquí?

—Unas cuarenta.

—¡Ah! ¿Entonces piensa dedicar toda su vida a la tumba?

—No —dijo Miguel Ángel tercamente—. Ahora ya conozco mi oficio y puedo trabajar con gran rapidez.

—¿Con rapidez y bien?

—Sí.

—Bueno —dijo Galli—. Pasemos a otra cosa.

Abrió un cajoncito del escritorio y sacó un pequeño montón de papeles atado con un cordón de cuero.

—Aquí están los tres contratos que redacté para su Piedad, el altar del cardenal Piccolomini y la
Madonna
para Brujas. Tome esa pluma, papel y elegiremos las mejores cláusulas de cada uno de ellos. Veamos: si no me equivoco, el Papa querrá que la tumba se termine cuanto antes. Insista en un plazo de diez años, o más, si puede. En cuanto al precio, el Papa es un gran hombre de negocios, y quiere destinar su dinero a financiar un ejército. No acepte un escudo menos de veinte mil ducados…

Miguel Ángel fue escribiendo conforme le dictaba Galli. Pero de repente, el banquero palideció, comenzó a toser y se llevó una de las mantas a la boca. Dos servidores lo llevaron casi alzado al lecho. Se despidió brevemente de Miguel Ángel, mientras trataba de ocultar la toalla manchada de sangre.

Cuando Miguel Ángel entró de nuevo en la residencia Borgia, se sorprendió al ver que Bramante conversaba animadamente con el Papa. Sintió una extraña intranquilidad. ¿Por qué estaría allí Bramante a la hora fijada para el examen de los dibujos? ¿Era que acaso también él tendría voz en las decisiones?

Un chambelán colocó una mesa ante Julio II, quien tomó la carpeta de dibujos que Miguel Ángel le alcanzaba y los extendió ansiosamente ante sí.

—¡Esto es todavía más importante de lo que yo había imaginado! —exclamó—. ¡Ha captado mi deseo exactamente! Bramante, ¿qué os parece? ¿No creéis que va a ser el mausoleo más hermoso de Roma?

—¡De toda la cristiandad, Santo Padre! —respondió Bramante.

—Buonarroti —dijo el Papa— Sangallo me ha informado que deseáis elegir los mármoles en Carrara.

—Sí, Santo Padre. Únicamente en las canteras puedo estar seguro de conseguir bloques perfectos.

—Entonces, partid inmediatamente. Se os entregarán mil ducados para la compra de las piedras. Daré orden en ese sentido a Alamanno Salviati.

Hubo un breve silencio, y Miguel Ángel preguntó respetuosamente:

—¿Y por la escultura, Santo Padre?

Bramante alzó las cejas y miró rápidamente a Julio II. El Papa pensó un segundo y luego decretó:

—El Tesoro Papal recibirá instrucciones de abonaros diez mil ducados cuando la tumba haya sido terminada a satisfacción.

Miguel Ángel sintió que se le paralizaba el corazón. ¡Cuarenta figuras de mármol, de gran tamaño, en cinco años! Sólo el Moisés que proyectaba le llevaría un año. Cada uno de los cautivos y de los vencedores le llevaría por lo menos seis meses, y el apóstol Pablo…

Sus labios se apretaron con obstinación. No era posible tampoco discutir con el Papa sobre el tiempo, como no lo había sido sobre el dinero. Se las arreglaría… Era humanamente imposible crear toda la tumba con sus cuarenta figuras de mármol en cinco años. Entonces, tendría que realizar lo sobrehumano. Tenía dentro de sí la potencia de diez escultores. ¡Y la tendría de cien, si era necesario! Completaría la tumba en cinco años, aunque le costase la vida.

Bajó la cabeza resignado y respondió:

—Se hará todo como decís, Santo Padre. Y ahora que está convenido todo, ¿podría pediros que redactemos el contrato?

—Ahora que todo está convenido —respondió secamente Julio II—, me agradaría que vos y Sangallo visitaseis San Pedro para decidir el lugar apropiado para el mausoleo.

Ni una palabra sobre el contrato. Besó el anillo papal y se retiró hacia la puerta. El Papa lo llamó.

—¡Un momento!… Deseo que Bramante os acompañe, para daros el beneficio de sus consejos.

Sencillamente, no había sitio en la basílica, y mucho menos un lugar apropiado para tan imponente tumba de mármol. Era evidente que las esculturas tendrían que ser hacinadas entre las columnas, sin espacio a su alrededor para moverse ni respirar. Las pequeñas ventanas tampoco brindaban buena luz. El mausoleo resultaría un estorbo para todo movimiento en la basílica.

Salió y avanzó por un lateral hacia la parte posterior, donde recordaba una estructura semiterminada, fuera del ábside occidental. Sangallo y Bramante se le unieron ante el muro de ladrillo de unos dos metros de altura.

—¿Qué es esto, Sangallo? —preguntó Miguel Ángel.

—Aquí había un antiguo
Templum Probi
. El Papa Nicolás V lo hizo derribar y comenzó la construcción de una tribuna sobre la que se colocaría una plataforma para el trono del obispo. Falleció cuando la construcción había alcanzado esta altura, y así quedó desde entonces.

Miguel Ángel escaló el muro, saltó al lado opuesto y midió a pasos el ancho y el largo.

—¡Ésta podría ser la solución! —exclamó—. Aquí la tumba tendría espacio libre por todas partes. Podríamos construir el techo a la altura que necesitamos, abrir ventanas para obtener buena luz y abrir la pared de la basílica para una arcada cuadrada…

—En efecto, contiene todos los requisitos —apuntó Bramante.

—No —dijo Sangallo—. Nunca sería más que una cosa improvisada. El techo resultaría demasiado alto para el ancho, y las paredes se inclinarían hacia adentro, como ocurre en la Capilla Sixtina.

Desilusionado, Miguel Ángel exclamó:

—¡Pero, Sangallo, no podemos utilizar la basílica!

—Venga conmigo.

En el área circundante se levantaban unos cuantos edificios, construidos a través de los siglos, desde que Constantino construyera la catedral de San Pedro en el año 319: capillas, coros, altares, un verdadero mosaico levantado evidentemente con cualquier material que se habían encontrado a mano.

—Para una tumba tan original como la que usted ha ideado —dijo Sangallo—, tenemos que contar con un edificio completamente nuevo. La arquitectura del mismo tiene que nacer de la misma tumba.

En los ojos de Miguel Ángel brilló de nuevo la esperanza.

—Yo lo diseñaré —prosiguió Sangallo—. Puedo convencer al Santo Padre. Aquí, en esta pequeña prominencia, por ejemplo, hay suficiente espacio si eliminamos estas estructuras de madera y un par de esas capillas que se encuentran semiderruídas. Y así, la tumba sería visible para el público.

Miguel Ángel se dio la vuelta. Con sorpresa vio que los ojos de Bramante brillaban de aprobación.

—¿Parece que le gusta la idea, Bramante? —preguntó.

—Sangallo tiene mucha razón. Lo que se necesita aquí es una hermosa capilla nueva y que desaparezcan todos estos horribles adefesios.

Sangallo sonrió, complacido. Pero cuando Miguel Ángel se volvió a Bramante para darle las gracias, vio que los ojos del arquitecto se habían tornado fríos y que en sus labios jugueteaba un asomo de sonrisa irónica.

LIBRO SÉPTIMO

EL PAPA

I

Miguel Ángel regresó a Roma desde Carrara con tiempo para asistir a la recepción de Julio II del Año Nuevo de 1506, y para descargar las embarcaciones conforme fueran llegando a la Ripa Grande. Pero se encontró con que la guerra entre él y el Pontífice había comenzado. Bramante había convencido al Papa de abandonar la idea de Sangallo para la construcción de una capilla separada que alojara su tumba. En su lugar, iba a levantarse una nueva iglesia a San Pedro en la colina donde se habría construido dicha capilla. El diseño para el nuevo templo sería elegido por medio de un concurso. Miguel Ángel no oyó hablar de provisión alguna para su tumba.

Había gastado los mil ducados del Papa en los bloques de mármol y su transporte, pero Julio II se negó a entregarle más dinero hasta no ver esculpida una de las estatuas. Cuando el Papa le proporcionó una casa detrás de la Piazza San Pietro, uno de los secretarios papales le informó de que tendría que pagar varios ducados al mes en concepto de alquiler.

Un día gris de enero fue a los muelles acompañado por Piero Rosselli, un muralista de Livorio que era famoso como el mejor preparador de paredes para la pintura al fresco.

—¡Yo he luchado contra esta corriente numerosas veces! —dijo Rosselli—. En mi juventud fui marinero. ¿Ve? El Tíber ha crecido mucho y ahora pasarán muchos días antes de que una embarcación pueda llegar aquí.

De vuelta en la casa de Sangallo, Miguel Ángel se calentó las manos ante la chimenea de la biblioteca, mientras su amigo le mostraba sus diseños, ya terminados, para la nueva iglesia de San Pedro. Sangallo creía haber superado las objeciones del Sacro Colegio y del público, ante la amenaza de reemplazar totalmente la iglesia original.

—Entonces ¿no cree que Bramante tenga probabilidades de ganar el concurso?

—Tiene talento —respondió Sangallo—, y su Tempierto de San Pietro de Montorio es una gema. Pero no tiene experiencia en la construcción de iglesias.

Francesco Sangallo irrumpió en la habitación y exclamó:

—¡Padre! ¡Acaban de desenterrar una gran estatua de mármol en el antiguo palacio del emperador Tito! ¡El Santo Padre quiere que vaya inmediatamente para dirigir las excavaciones!

Ya se había congregado una multitud en las viñas, detrás de Santa María Maggiore. En un hoyo, con la parte inferior todavía oculta, se hallaba una magnífica cabeza barbada y un torso de tremendo poder. Por un brazo, y pasando al hombro opuesto, se veía una serpiente; en ambos costados emergían cabezas, brazos y hombros de dos jóvenes, a los que rodeaba la misma serpiente. La mente de Miguel Ángel voló hacia atrás, a la primera noche que había visitado el
studiolo
de Lorenzo de Medici.

—¡Es el Laoconte! —exclamó Sangallo.

—¡Sobre el que escribió Plinio! —dijo Miguel Ángel.

La escultura tenía más de dos metros cuarenta de altura y un largo aproximadamente igual. Cuando se extendió la noticia por Roma, las viñas, calles y las escaleras de Santa María Maggiore se llenaron de altos dignatarios de la Iglesia, comerciantes, nobles y pueblo, todos dispuestos a pujar por la adquisición de la escultura. El campesino propietario del terreno anunció que la había vendido a un cardenal por cuatrocientos ducados. El maestro de ceremonias del Vaticano, Paris de Grassis, ofreció quinientos. El campesino aceptó. Paris de Grassis se volvió a Sangallo y dijo:

—Su Santidad pide que la lleve al palacio papal inmediatamente. —Y volviéndose a Miguel Ángel agregó—: Y a usted le pide que vaya esta tarde para examinar la pieza.

El Papa había ordenado que el Laoconte fuese colocado en la terraza cerrada del pabellón Belvedere, en la colina sobre el palacio papal.

—Deseo que examinéis las figuras detenidamente —dijo Julio II— y me digáis si realmente están esculpidas a partir de un solo bloque. —Miguel Ángel comenzó a examinar la estatua desde todos los ángulos, con ojos inquisitivos y sensitivos dedos, y descubrió cuatro sutiles junturas verticales en las cuales habían sido unidos trozos separados de mármol por los escultores de Rodas.

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