Emily iba a equivocarse más de una vez con sus suposiciones a lo largo de aquel día.
—Ah, creo haber descubierto el significado de las letras —anunció Kyle.
Mientras él seguía a lo suyo, Emily alzó las cejas de forma involuntaria y exclamó:
—¿Ya? —Emily tomó el papel y las examinó—. ¿Cómo? En esta hoja no hay indicación alguna que permita deducir su posible significado.
—No, en esa página no —convino el joven—. La clave está en la hoja anterior. —Cogió la copia de la segunda carta de Arno y se la entregó a Emily—. Mire ahí, al final, donde están las dos palabras subrayadas.
—«Nuestra biblioteca» —leyó ella en voz alta, y observó de soslayo al profesor oxoniense, pero este tenía los ojos clavados en Kyle, a la espera de una explicación. Estaba muy concentrado y miraba intensamente a su alumno, intentando descubrir por sí mismo el hallazgo de este.
—El profesor Holmstrand deseaba llamar la atención sobre estas palabras —prosiguió el joven—, resulta evidente. No ha subrayado nada más en las tres páginas.
—¡Qué listo es mi chico! —exclamó Wexler, que saltó sobre su asiento al reconocer la pista advertida por su pupilo—. Es una etiqueta, un identificador, las miguitas de pan que Hansel y Gretel dejan en el bosque. —El rostro del oxoniense relucía de contento por haber reconocido enseguida el descubrimiento de su doctorando. Kyle asintió con fervor.
—Lo siento, pero debo admitir que no os sigo —dijo Emily.
El canadiense tomó otra vez la tercera página.
—Arriba hay un símbolo formado por dos letras griegas, la eta y la beta. El trazo pequeño situado encima de ellas parece un acento, pero en realidad no lo es.
—No —admitió ella—. Eso es una
abreviatio
, el antiguo indicador de una abreviatura. —La afición griega por las abreviaturas se había consolidado tiempo atrás, cuando las palabras no se escribían con papel y pluma, sino que se tallaban en piedra. Dos letras requerían menos esfuerzo físico y eran más baratas de escribir.
—En efecto. Por lo general esa clase de adorno indica un término abreviado situado entre la primera y la última letra de la palabra que se pretende acortar, pero en este caso concreto tengo la impresión de que lo que se pretende compendiar son dos palabras, y no una. Es el indicio de una frase.
La comprensión asomó a los ojos de Emily cuando reparó en las palabras subrayadas en la segunda carta de Arno. Nuestra biblioteca.
—Tiene razón —exclamó Wexler al apreciar en el gesto de Emily que había comprendido la explicación—. En el lenguaje de la Biblioteca de Alejandría beta-eta es una abreviatura de
bibliotheche emon
, «nuestra biblioteca».
—Las mismas palabras subrayadas por Holmstrand en su carta —murmuró ella. Las piezas encajaban. Arno les urgía a comprender.
—Mi suposición es que el profesor Holmstrand dibujó para ti un símbolo representativo de la biblioteca misma y te facilitó una serie de pistas sobre cómo encontrarlo —continuó Kyle—. Apostaría cinco libras y una ronda de cervezas a que ese símbolo se encuentra en el sitio adonde llevan las pistas. —Y sostuvo en alto la hoja para que Emily y Wexler lo vieran.
—Si ese pequeño símbolo está ahí fuera esperando a que lo encontremos, como dices, necesitamos descifrar esas tres frases —concluyó Emily, a quien había convencido la explicación de Kyle.
Acto seguido, fue Wexler quien tomó la batuta de la conversación y dijo:
—Si aceptamos que las dos primeras referencias versan sobre Oxford, en tal caso, su significado está claro. —Respiró hondo, tomando aire para dar una explicación a sus palabras—. La primera reza: «Iglesia de la universidad, el más antiguo de todos». Ni siquiera podemos considerar que el mensaje esté codificado. La iglesia de la Universidad Santa María Virgen, además de ser centro neurálgico de la vida religiosa oficial de la ciudad, es también el edificio más antiguo de la universidad propiamente dicha.
La iglesia no era el edificio más antiguo de la universidad ni tampoco el primero en ser usado para la vida académica, sin embargo, sí fue el primero en tener un uso colectivo por parte de los diferentes
colleges
y facultades que surgieron durante los siglos XII y XIII, a partir de los cuales la universidad acabó cobrando su forma definitiva. En ese sentido, sin duda podía decirse de ella que era el edificio «más antiguo de todos».
Cuando Emily alzó la vista, descubrió un gesto de perplejidad en los rostros de sus interlocutores. Ambos intercambiaban miradas llenas de vacilación hasta que Kyle se volvió hacia ella.
—¿Cuánto hace que no ves un telediario?
—Desde hace bastante. He estado ocupada con… otras cosas —contestó ella, que se había pasado de viaje la última jornada.
—De acuerdo —asintió el canadiense—. No te has enterado de una noticia importante, especialmente ahora, que es relevante para ti. Al margen de los escándalos de Washington, la noticia del día ha ocurrido bastante cerca de aquí. Han destruido la iglesia de la universidad —informó el joven, poniendo mucho énfasis en cada palabra.
—¿Qué…? —Emily no logró contener su sorpresa—. ¿Cómo…?
—Un artefacto explosivo detonó ayer. —Kyle no le quitó la vista de encima.
—Pero no vamos a dejar que eso nos detenga —intervino Wexler—. Si esa frase se refiere a la iglesia, eso hace posible que la segunda tenga sentido. La iglesia recién destruida estaba dedicada a la Virgen María, una mujer con muchos títulos: madre de Jesucristo, dama soberana, siempre virgen…
—… Y reina de los cielos —apostilló Emily, que se había percatado de por dónde quería ir su mentor.
—Precisamente —admitió el oxoniense—. Hace un tiempo que no visito esa iglesia, pero me acuerdo de todo tan bien como cabría esperar y sé que había más de una imagen de la Virgen adornando las paredes. Holmstrand escribió: «Para orar, entre dos reinas». Apostaría a que ese símbolo, el que figura arriba en la página, se encuentra entre las estatuas de María en la iglesia de la universidad. —Hizo una pausa—. O al menos así era antes de la bomba, claro.
El terceto permaneció en silencio durante unos instantes, ponderando la aparente solución de Wexler al enigma de Arno Holmstrand.
—¿Y qué me decís de la última frase: «Quince, si es por la mañana»?
—Me temo que no tengo la menor idea a ese respecto —admitió Wexler al tiempo que alzaba las manos, admitiendo al menos una derrota parcial—. Ni siquiera los ingleses somos capaces de resolverlo todo con un solo trago, aunque sea generoso.
—Pero si les dejas tomarse un segundo… —concluyó Emily, sonriendo ante la salida de su antiguo tutor.
—No olvidéis que las dos primeras pistas se refieren a Oxford, pero no la tercera —puntualizó Kyle—. Quizá la localización de una aporte algo de luz sobre las siguientes.
Emily se echó hacia atrás y dejó que su espalda se hundiera en las curvas gastadas del viejo sofá. Tenía la mente llena de emociones difusas. Las nuevas de la destrucción de la iglesia le habían provocado una gran tensión, pero también la había tomado por sorpresa la sensación de decepción.
Había esperado que la guía secreta de Arno fuera más difícil de descifrar, por decirlo de algún modo. Ella se había imaginado un gran misterio que formase parte de una búsqueda llena de glamur y al final se había resuelto tomando un jerez a la media hora de estancia en Oxford.
«Media hora».
Fue esa idea lo que hizo reparar en el fugaz paso del tiempo y eso encendió la chispa en su mente. «Tiempo —pensó—. El tiempo importa, el tiempo lo cambia todo».
Emily dio un bote sobre el sofá y miró fijamente a los ojos de su antiguo profesor.
—Tengo una pregunta para la que necesito una respuesta de lo más precisa.
Wexler miró a Emily sorprendido por tan repentino estallido de energía.
—Como gustes. Haré cuanto pueda.
—¿A qué hora exactamente hubo la explosión en la iglesia de la universidad? —preguntó ella con el corazón acelerado, consciente de lo singular de su enfoque.
Oxford, 2.10 p.m. GMT
Los cascotes se desparramaban alrededor de los Amigos sin orden ni concierto y era ese desbarajuste lo que confería un toque imponente a la escena, aún más caótica por la legión de agentes de la ley que pululaban por allí en busca de pruebas. Examinadores forenses, fotógrafos de la unidad CSI e incluso ingenieros estructurales se concitaban en aquel sitio. Agentes sin uniforme acordonaban con brillante cinta amarilla las áreas consideradas inseguras mientras otros anotaban detalles en sus blocs y una multitud de detectives hablaban por radio o por móvil para informar de los hallazgos a sus superiores.
Jason y su acompañante habían contado precisamente con la habitual confusión de todos los atentados a gran escala. Podían realizar su trabajo a las mil maravillas, pues eran virtualmente invisibles en medio de aquel enjambre de agencias, cada una con sus ropas e identificaciones, sus intereses particulares, sus protocolos y formas de investigar.
Los Amigos acudían allí para realizar un estudio más que una investigación. Conocían la causa de la explosión, estaban al tanto de la motivación y el propósito de la misma, y no les interesaban para nada los detalles específicos buscados por la policía: el tipo de explosivo, el mecanismo de activación, etcétera. Su atención se centraba en buscar lo que había sobrevivido para determinar qué había resultado destruido por la explosión, pues los Amigos sabían perfectamente que aquello era un juego, el juego del escondite, en el que el Custodio había intentado que ellos no fueran capaces de buscar nada, que se limitaran a lamentar la pérdida de lo que él había destruido. Pero el viejo no iba a salirse con la suya.
—Mantente lo más inmóvil posible —ordenó Jason a su compañero. Este llevaba en la palma de la mano un ingenio pequeño, apenas mayor que una videocámara, y con el mismo iba grabando lentamente una de las grandes paredes de la iglesia. Las grabaciones iban a parar al ordenador que Jason sostenía sobre sus rodillas.
—No lo muevas, necesitamos imágenes nítidas de los contornos para las alineaciones.
El interpelado se mantuvo lo más firme posible. Al final, prácticamente no se movía.
—El cuarto completado —anunció, y apretó el botón de apagado.
Jason examinó la pantalla del ordenador cuando este hubo cargado el cuarto escáner lateral del edificio. El programa de recepción ya se había puesto en funcionamiento para añadir esas imágenes a lo grabado con anterioridad. Poco a poco empezaba a cobrar forma un mapa tridimensional de la estructura.
—Empieza con el tejado —ordenó Jason.
El segundo hombre pulsó el botoncito rojo de la cámara y comenzó la quinta grabación. En esta ocasión apuntó hacia el cielo y poco a poco fue bajando para grabar la techumbre de un extremo a otro.
Jason abrió de pronto el móvil y pulsó un botón a fin de contactar con el equipo londinense.
—¿Estáis viendo eso?
—Sí —contestó una voz con frialdad—. Conecta el enlace emisor receptor y podrás ver la nuestra.
El Amigo rebuscó entre los menús del portátil y convirtió la conexión de solo emisión hacia el servidor de Londres en otra de emisión y recepción. La imagen procedente de los laboratorios comenzó a mostrarse.
—Ya lo tengo —declaró.
En el monitor apareció una imagen tridimensional del interior de la iglesia, era idéntica a la que él y su compañero acababan de obtener con una diferencia crucial y notable. El modelo enviado por Londres correspondía al del edificio sin la desfiguración producida por el reciente atentado. Era la iglesia mostrada en su estado original.
—Hemos obtenido las imágenes de diferentes fuentes —informó el líder del equipo londinense—. Lo que se ve es el aspecto del interior hace setenta y ocho horas, salvo algunas partes concretas, que son aún más recientes.
Los recursos electrónicos del Consejo eran tan vastos como las habilidades de sus adeptos. Había logrado acostumbrarse en términos prácticos, pero aun así, a Jason no dejaba de sorprenderle el número de grabaciones sobre diferentes lugares del mundo que había disponibles en línea si se combinaban fotografías oficiales, imágenes por satélite, blogs de turistas y álbumes personales. Todo junto permitía reconstruir el interior y el exterior de la mayoría de los edificios importantes del planeta con un esfuerzo bien orientado.
Sin embargo, semejante despliegue de medios no había sido necesario en este caso, y él lo sabía. El Consejo había vigilado Oxford desde hacía décadas. Los recursos de la biblioteca eran móviles y las conexiones de la ciudad, históricas. No se había establecido ninguna conexión primaria, pero Oxford era un sitio muy conocido para el Consejo y por esa razón ocupaba un lugar preeminente en sus bases de datos, actualizadas de forma rutinaria gracias a las nuevas vigilancias, fotografías y grabaciones realizadas por los Amigos. Pero recientemente, en los últimos seis meses, la comunicación continua del Custodio con la ciudad inglesa había dado la señal de alarma y había aumentado la atención sobre Oxford. Siempre había encriptado los correos electrónicos y las llamadas telefónicas a fin de que no pudieran enterarse del contenido, pero el Consejo había podido saber que, de forma habitual, mantenía correspondencia fluida con ciertos grupos en Oxford al menos desde mayo. Por consiguiente, los equipos de vigilancia sobre el terreno habían incrementado su atención de forma sustancial.
—Casi hemos conseguido material suficiente para empezar un escáner comparativo —prosiguió el hombre desde el otro lado del teléfono. Tanto el portátil como la terminal londinense mostraban ambos modelos, uno junto a otro: primero, la iglesia intacta, y segundo, en su actual estado ruinoso. Listos para ser examinados. Listos para ser comparados.
—Usad el modelo previo a la bomba para catalogar todos los objetos que ahora están presentes en los fragmentos destrozados —ordenó Jason—. Cada pintura, cada grabado, cada estatua, cada vidriera, cualquier cosa puede ser una posibilidad. Ah, y enviádselo al Secretario.
Todos los asignados al proyecto sabían que la Sociedad había destruido la iglesia; probablemente, lo había hecho para ocultar algo, pero a diferencia de todos los policías de alrededor, ellos no precisaban de excavaciones ni de conjeturas. Con la reconstrucción de lo que había en las áreas destruidas iban a poder cruzar referencias de todo cuanto veían, usándolo como punto de partida para ulteriores investigaciones.