La doctora Cole (38 page)

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Authors: Noah Gordon

Tags: #Novela

“sabbath”, hasta el siguiente anochecer.

»Cuando se abrió la cazuela de “cholent” estaba todo cubierto por una deliciosa capa crujiente, y se me hizo la boca agua con la jugosa mezcla de aromas.

»El rabino Moscowitz sacó una botella de whisky Seagram's Seven Crown del aparador y llenó dos vasitos.

»—Para mi no, gracias.

»El rabino abrió las manos.

»—¿No quiere “shnappsel”?

»Yo sabía que si aceptaba la bebida la botella de vodka no tardaría en salir del coche, y aquella casa no era el lugar más adecuado para pillar una borrachera.

»—Soy alcohólico.

»—Ah. Entonces... -El rabino asintió y frunció los labios.

»Para mí era como si me hubiera metido en un relato de los que contaban mis padres sobre el mundo judío ortodoxo en el que ellos se habían criado. Pero a veces despertaba por la noche y los recuerdos recientes me invadían la mente, causándome un dolor que me hacia anhelar la botella. Una vez salté de la cama, bajé las escaleras y salí descalzo al patio húmedo de rocío. Abrí el maletero del coche, saqué la botella de vodka y bebí dos grandes tragos salvadores, pero no me llevé la botella conmigo cuando volví a entrar en la casa.

No sé si el rabino o Dvora me oyeron, pero en todo caso ninguno de los dos comentó nada.

»Todos los días ocupaba un lugar entre los eruditos, sintiéndome como los niños “cheder” que llenaban las aulas cada tarde. Aquellos hombres habían aguzado el intelecto durante toda su vida, de modo que el menor de ellos se encontraba años luz por encima de mi escaso conocimiento de la Biblia y la “halakha”, la ley judía. No les dije que me había graduado en el Seminario Teológico judío ni que había sido ordenado rabino; sabía que para ellos un rabino conservador o reformista no era un verdadero rabino.

»Así que los escuchaba en silencio mientras ellos debatían sobre los seres humanos y su capacidad para el bien y para el mal, sobre el matrimonio y el divorcio, sobre “treyf” y “kashruth”, sobre el crimen y el castigo, sobre el nacimiento y la muerte.

»Una discusión me interesó en especial.

»Reb Levi Dressner, un anciano tembloroso de voz ronca, mencionó a tres sabios distintos que habían dicho que una buena vejez puede ser la recompensa de una vida justa, pero que incluso los justos pueden encontrar la muerte a una edad temprana, una gran desgracia.

»El rabino Reuven Mendel, un cuarentón fornido, de tez rubicunda, citó distintas obras que permitían a los supervivientes consolarse con la idea de que, al morir, a menudo los jóvenes se reunían con un padre o una madre.

»El rabino Yahuda Nahman, un muchacho pálido de ojos soñolientos y sedosa barba castaña, citó a diversas autoridades que tenían la certeza de que los muertos mantenían una conexión con los vivos y se interesaban por los asuntos de su vida.»

46

Kidron

—Entonces, ¿te pasaste todo el año con los judíos ortodoxos? -

preguntó R.J.

—No. También huí de ellos.

—¿Qué ocurrió? -quiso saber R.J. Cogió una tostada fría y le dio un mordisco.

«Dvora Moscowitz se mostraba callada y respetuosa en presencia de su marido y los demás estudiosos pero, como si se diera cuenta de que yo era distinto, cuando estaba a solas conmigo se volvía locuaz.

»Trabajaba mucho para tener el apartamento y el estudio impecables antes de la festividad de Yom Kippur, y entre lavados, pulidos y fregados, me iba contando la historia y las leyendas de la familia Moscowitz.

»—Veintisiete años llevo vendiendo vestidos en la tienda Bon Ton. Espero con impaciencia que llegue el mes de julio.

»—¿Y qué ocurrirá en julio?

»—Cumpliré sesenta y dos años y me retiraré con una pensión de la seguridad social.

»Le encantaban los fines de semana porque no trabajaba los viernes ni los sábados, sus “sabbath”, y la tienda permanecía cerrada los domingos, el “sabbath” del propietario. Le había dado cuatro hijos al rabino antes de perder la capacidad de concebir, voluntad del Señor. Tenían tres hijos, dos de ellos en Israel. Label ben Shlomo era un erudito en una casa de estudio en Mea-Sherim, y Pincus ben Shlomo era rabino de una congregación en Petakh Tikva. El menor, Irving Moscowitz, vendía seguros de vida en Bloomington, Indiana.

»—Es mi oveja negra.

»—¿Y el cuarto hijo?

»—Era una hija, Leah, y murió cuando tenía dos años. Difteria.

-Hubo un silencio-. ¿Y usted?

¿Tiene hijos?

»Me encontré explicándoselo todo, obligado no sólo a pensar en ello sino a expresarlo con palabras.

»—Oh. Así que es por su hija por quien dice “Kaddish”. -Me cogió de la mano.

»Se nos humedecieron los ojos a los dos. Yo sentía un impulso desesperado de escapar. Finalmente, la mujer preparó té y me llenó de pan “mandel” y dulce de zanahoria.

»A la mañana siguiente me levanté muy temprano, mientras ellos aún dormían. Hice la cama, dejé dinero y una breve nota de agradecimiento y bajé furtivamente la maleta al coche mientras la oscuridad aún ocultaba los campos segados.

»Me pasé todos los Días de Arrepentimiento completamente borracho, en una pensión de mala muerte en el pueblo de Windham, en una destartalada cabaña para turistas en Revenna. En Cuyahoga Falls, el director del motel entró en mi habitación cerrada con llave cuando ya llevaba tres días bebiendo y me dijo que me largara. Recobré la sobriedad necesaria para conducir esa misma noche hasta Akron, donde encontré el ruinoso Hotel Majestic, víctima de la era de los moteles. La habitación de la esquina de la tercera planta necesitaba una mano de pintura y estaba llena de polvo. Por una ventana veía el humo de una fábrica de caucho, y por la otra vislumbraba el pardo fluir del río Muskingum. Permanecí allí encerrado durante ocho días. Un botones llamado Roman me traía bebida cuando me quedaba seco. El hotel no servía comidas en las habitaciones. Roman iba a algún sitio -debía de estar lejos, porque siempre tardaba mucho en volver- y me traía café espantoso y hamburguesas grasientas. Yo le daba propinas generosas, para que no me robara cuando estaba borracho.

»Nunca llegué a saber si Roman era nombre de pila o apellido.

»Una noche desperté y sentí la presencia de alguien en la habitación.

»—¿Roman?

»Encendí la luz, pero no había nadie.

»Miré incluso en la ducha y en el armario. Al apagar la luz, volví a notar la presencia.

»—¿Sarah? -dije al fin-. ¿Natalie? ¿Eres tú, Nat?

»No me respondió nadie.

»_«Lo mismo podría estar llamando a Napoleón o a Moisés_«, pensé amargamente. Pero no podía desprenderme de la certidumbre de que no estaba solo.

»No era una presencia amenazadora. Dejé la habitación a oscuras y me quedé acostado en la cama, recordando la discusión que había escuchado en la casa de estudio.

Reb Yehuda Nahman había citado a sabios que habían dejado escrito que los seres queridos difuntos nunca están lejos de nosotros, y que se interesan por los asuntos de los vivos.

»Eché mano a la botella pero me paralizó el pensamiento de que mi mujer y mi hija me pudieran estar observando, viéndome débil y autodestructivo en aquella sucia habitación que hedía a vómito. Ya tenía suficiente alcohol en el cuerpo como para inducir un sueño de borracho, y finalmente caí dormido.

»Al despertar tuve la sensación de que volvía a estar solo, pero seguí tendido en la cama y recordé.

»Ese mismo día encontré unos baños turcos y me estiré en un banco a sudar alcohol durante mucho rato. Luego llevé la ropa sucia a una lavandería. Mientras se secaba fui a un peluquero, que me cortó muy mal el pelo. Allí me despedí de la coleta: hora de madurar, de intentar cambiar.

»A la mañana siguiente me metí en el coche y salí de Akron. No me sorprendió ver que el coche me llevaba de vuelta a Kidron, a tiempo para el “minyan”; allí me sentía seguro.

»Los estudiosos me acogieron calurosamente. El rabino sonrió y asintió con la cabeza, como si yo sólo hubiera salido a hacer una gestión. Me dijo que la habitación estaba libre, y después de desayunar volví a subir mis cosas. Esta vez vacié la maleta, colgué algunas prendas en el armario y guardé lo restante en los cajones de la cómoda.

»El otoño dio paso al invierno, que en Ohio era muy parecido al invierno de Woodfield, con la única diferencia de que las escenas de nieve eran más abiertas, un campo tras otro. Me vestía como solía hacerlo en Woodfield: ropa interior larga, tejanos, calcetines y camisa de lana. Cuando salía al exterior me ponía un jersey grueso, una gorra de punto, una vieja bufanda roja que me había dado Dvora y un chaquetón de marino que había comprado de segunda mano en una tienda de Pittsfield durante mi primer año en las colinas de Berkshire.

Caminaba mucho, y el frío me curtió la piel.

»Por las mañanas participaba en el “minyan”, más por obligación social que porque la oración me llegara plenamente al alma. Todavía me interesaba escuchar las eruditas discusiones que seguían a cada servicio, y descubrí que cada vez entendía mejor lo que oía. Por las tardes, los niños “cheder”

acudían ruidosamente a las aulas contiguas a la sala de estudio, y algunos de los eruditos les daban clase. Me sentí tentado a ofrecerme voluntario para ayudar en las aulas, pero tenía entendido que los maestros recibían un pago, y no quería quitarle el salario a nadie. Leía mucho en los viejos libros hebreos, y de vez en cuando le hacía una pregunta al rabino y hablábamos un rato.

»Todos aquellos eruditos sabían que era Dios quien hacía posible que estudiaran, y se tomaban el trabajo muy en serio.

Cuando los observaba, no era exactamente como Margaret Mead estudiando a los samoanos -después de todo, mis abuelos habían pertenecido a aquella cultura-, sino sólo un visitante, un extraño. Escuchaba con gran atención y, como los demás, con frecuencia me sumergía en los tratados extendidos sobre la mesa con la intención de reforzar un argumento. De vez en cuando olvidaba mi reticencia y farfullaba una pregunta de mi cosecha. Eso me ocurrió durante una discusión sobre el mundo venidero.

»—¿Cómo sabemos que hay vida después de la muerte? ¿Cómo sabemos que existe una conexión con nuestros seres queridos que han muerto?

»Todos los rostros se volvieron hacia mí y me observaron con preocupación.

»—Porque está escrito -musitó Reb Gershom Miller.

»—Muchas cosas que están escritas no son ciertas.

»Reb Gershom Miller se puso furioso, pero el rabino me miró sonriente.

»—Vamos, Dovidel -respondió-.

Le pediría al Todopoderoso, bendito sea su nombre, que firmara un contrato? -Y de mala gana me sumé a la carcajada general.

»Una noche, durante la cena, hablamos de los Santos Secretos, los “Lamed Vav”.

»—Según nuestra tradición, en cada generación hay treinta y seis hombres justos, personas normales y corrientes que se dedican a su trabajo cotidiano y de cuya bondad depende la existencia misma del mundo -dijo el rabino.

»—Treinta y seis hombres. ¿No podría ser “Lamed Vovnikit” una mujer? -pregunté.

»La mano del rabino se deslizó hacia su barba y empezó a rascársela como hacía siempre que reflexionaba. La puerta de la despensa estaba abierta, y advertí que Dvora había interrumpido lo que estaba haciendo. Aunque me daba la espalda, vi que escuchaba atentamente, inmóvil como una estatua.

»—Creo que sí.

»Dvora reanudó su trabajo con mucha energía. Cuando trajo la ensalada de salmón, se la notaba complacida.

»—¿Podría ser “Lamed Vovnikit” una mujer cristiana?

»Lo pregunté sencillamente, pero advertí que me notaban en la voz todo el peso de la pregunta y se daban cuenta de que estaba motivada por algo intensamente personal. Vi que los ojos de Dvora me observaban con atención mientras dejaba la bandeja en la mesa.

»Los ojos azules del rabino eran inescrutables.

»—¿Cuál cree usted que es la respuesta? -preguntó a su vez.

»—Que sí, por descontado.

»El rabino asintió sin dar muestras de sorpresa y me dirigió una sonrisita.

»—Quizá sea usted un “Lamed Vovnik” -concluyó.

»Empecé a despertarme en plena noche con un perfume en la nariz.

Recordaba haberlo respirado cuando tenía el rostro hundido en tu cuello.»

R.J. miró a David y enseguida apartó la vista. Él esperó unos instantes antes de reanudar el relato.

«Soñaba contigo, sueños sexuales, y el semen saltaba de mi cuerpo. Más a menudo te veía reír. A veces los sueños no tenían sentido.

Soñé que estabas sentada a la mesa de la cocina con los Moscowitz y algunos “amish”. Soñé que conducías un tronco de ocho caballos.

Soñé que ibas vestida con el largo e informe atuendo “amish”, el

“Halsduch” sobre el pecho, el delantal a la cintura, una modesta

“Kapp” blanca sobre tus cabellos oscuros...

»En la “yeshiva” me ofrecían buena voluntad, hasta cierto punto, pero escaso respeto. La erudición de los hombres de la casa de estudio era más profunda que la mía, y su fe distinta.

»Y todos sabían que yo era un borracho.

»Un domingo por la tarde, el rabino ofició en la boda de la hija de Reb Yossel Stein. Basha Stein se casaba con Reb Yehuda Nahman, el más joven de los eruditos, un muchacho de diecisiete años que toda su vida había sido un “ilui”, un prodigio. La ceremonia se celebró en el granero y asistió toda la comunidad de la “yeshiva”.

Cuando la pareja se colocó bajo el dosel, cantaron todos con fuerza:

“El que es fuerte sobre todo lo demás, el que es bendito sobre todo lo demás, el que es grande sobre todo lo demás, bendiga al novio y a la novia.”

»Después, cuando se sirvió el “schnapps”, nadie se volvió hacia mí para ofrecerme un vaso, como nadie me ofrecía nunca un vaso de vino en el “Oneg Shabbat” que señalaba el final de cada serviciode “sabbath”. Me trataban con amable condescendencia, haciendo sus “mitzvoth”, sus buenas obras, como “boy scouts” barbudos que son bondadosos con los inválidos para ganar insignias de mérito para la recompensa suprema.

»Sentí el comienzo de la primavera como un nuevo dolor. Estaba seguro de que mi vida iba a cambiar, pero no sabía cómo.

Renuncié a afeitarme, dispuesto a dejarme la barba como todos los hombres que veía a mi alrededor. Sopesé muy brevemente la idea de hacerme una vida en la “yeshiva”, pero comprendí que era casi tan distinto de aquellos judíos como de los “amish”.

»Observaba a los agricultores que empezaban a afanarse en los campos. El olor intenso y dulzón del estiércol lo impregnaba todo.

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