La esclava de Gor (17 page)

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Authors: John Norman

Bran Loort levantó la vara.

—Soy de los campesinos —dijo.

—Muy bien —convino Thurnus—. Someteremos este asunto a la sentencia del palo. Hablará la vara. Decidirá la madera de nuestra tierra.

—¡Bien! —dijo Bran Loort.

Advertí que Sandal Thong se había escabullido entre la multitud. Ningún otro pareció darse cuenta de su ausencia.

Lentamente, paso a paso, Thurnus descendió los escalones de su cabaña.

Melina dio un paso atrás al pie de la escalera, con los ojos brillantes. Todos los ciudadanos y las esclavas se apartaron haciendo sitio alrededor de la cabaña de Thurnus.

—Encended el fuego de la aldea —dijo Thurnus. Los hombres se apresuraron a obedecer. Thurnus se abrió la túnica y se desnudó hasta la cintura. Flexionó los brazos y se subió la falda de la túnica doblándola sobre el cinto hasta que la tuvo por encima de los muslos. Bran Loort hizo lo propio.

Thurnus vino hacia mí y me hizo poner en pie cogiéndome por los brazos.

—¿Se debe esto a tu belleza, pequeña esclava? —me preguntó.

Yo no pude ni responder. No podía mantenerme en pie sin su apoyo.

—No —dijo Thurnus—. Hay muchas más cosas en juego.

Me desató las muñecas y la cuerda del cuello.

Me quedé en pie ante él con mi collar de cuerda.

Alcé los ojos hacia él. Había sido bueno conmigo.

—Amordazadla y ponedla en el potro.

Yo le miraba atónita mientras me arrastraban fuera de su presencia. Estaría bien segura en el potro de violación, como trofeo para el vencedor. No sabía por qué tenían que amordazarme.

Los hombres de Bran Loort le rodearon dándole ánimos. Thurnus permanecía a un lado sin prestarles atención.

Con un grito fui lanzada sobre el potro. Me colocaron el tobillo izquierdo en la abertura semicircular del tablón izquierdo inferior; el tablón superior, que tiene otra hendidura semicircular que coincide con la del otro tablón, se ajustó en su lugar en torno a mi tobillo. Me apresaron el tobillo derecho de la misma manera. El potro de violación en el Fuerte de Tabuk es un madero horizontal, cortado en forma de V en la parte más baja. Me cogieron del pelo y de las muñecas y me tiraron de espaldas, ajustaron las muñecas y también la cabeza, en aberturas semicirculares. El madero quedaba cerrado por un tablón cuyas hendiduras semicirculares coinciden con las del potro. Ahora estaba en el potro, de espaldas, sujeta por los tobillos, las muñecas y el cuello. Apenas podía moverme. Vi que uno de los hombres tenía en la mano una mordaza. Sollocé cuando me la puso en la boca asegurándola con una correa que ató metiéndomela por los dientes. Luego me tapó la parte inferior del rostro con otras tres mordazas. No podía emitir ni un sonido. Pero no sabía por qué me amordazaban. Mi cuello descansaba sobre la abertura semicircular del tablón inferior. Me dolía.

Volví a un lado la cabeza para ver el combate. Turnip me miró con ojos asustados y luego desvió la vista. Radish miraba a Thurnus con alarma. Lo mismo hacía Verr Tail. A Sandal Thong no se la veía por ningún lado.

—¿Estás listo, Thurnus? —preguntó Bran Loort.

Los ciudadanos se agrupaban en torno a un círculo. El fuego estaba alto y cualquiera podía verlo.

—¿No necesitas una vara? —sonrió Bran Loort.

—Tal vez —dijo Thurnus mirando a los ocho amigos de Bran Loort—. Estos hombres que veo no entrarán en la competición.

—Me basto yo solo para poner a un gordo como tú bajo la disciplina de la casta —gruñó Bran Loort.

—Tal vez.

—Necesitas una vara.

—Sí. —Thurnus se volvió hacia uno de los amigos de Bran Loort—. Atácame —le dijo.

El joven sonrió. Fue a golpear a Thurnus, pero él cogió la vara y de pronto tiró del joven hacia él con la fuerza de un larl dando una salvaje patada con el tacón de la bota que alcanzó al muchacho en los dientes. El joven salió despedido de espaldas sangrando por la nariz y por la boca con la cara entre las manos. Ahora Thurnus tenía la vara. Había dientes en el suelo. El joven estaba en tierra aturdido.

—Una buena vara —dijo Thurnus—, es una vara en la que se puede confiar —dijo mirando al joven y esgrimiendo la vara como una lanza—. Y es manejable —añadió golpeando a otro joven que estaba mirando a su compañero herido.

El muchacho cayó al suelo con las manos en las rodillas. No había duda de que tenía alguna rota. El primer joven yacía inerte en el suelo con un charco de sangre junto a la cabeza.

—Pero una buena vara tiene que ser fuerte también —dijo Thurnus.

Los cinco jóvenes que quedaban en pie y el propio Bran Loort esperaban en tensión.

—Ven —le dijo Thurnus a otro de ellos. El muchacho cargó con ira. Thurnus se puso detrás de él y descargó la vara en sus espaldas. El muchacho cayó al suelo, incapaz ya de levantarse. La vara tenía más de cinco centímetros de diámetro.

—Veréis, la vara —dijo Thurnus aleccionando a los jóvenes—, no es perfecta. Es débil. —Hizo un gesto señalando al joven que yacía en el suelo con la cara crispada en un gesto de dolor—. Ni siquiera le ha roto la espalda. Esta vara no debería utilizarse en un combate. —Se volvió hacia los jóvenes que quedaban en pie—. Dame otra vara —le dijo a uno de ellos. El muchacho le miró asustado y le tiró la vara, no queriendo acercarse a él—. Ésta es mejor arma —dijo Thurnus sopesándola. Miró al chico que se la había lanzado—. Ven aquí —le dijo. El muchacho se aproximó con inquietud—. La primera lección que debes aprender —dijo Thurnus golpeándole inesperadamente y con fuerza en el estómago—, es que nunca hay que darle un arma al enemigo. —El joven se dobló tambaleándose. Thurnus volvió a golpearle salvajemente en la cabeza tirándole al suelo. Luego se volvió hacia Bran Loort y sus dos amigos—. Deberías mantenerte en guardia —le dijo a uno de ellos, quien inmediatamente alzó su vara. Entonces Thurnus golpeó al otro a quien no parecía estar mirando. Se volvió para ver al joven morder el polvo—. Por supuesto tú también deberías estar en guardia. Es muy importante. —De repente, el muchacho que estaba junto a Bran Loort atacó a Thurnus inesperadamente, pero Thurnus esperaba el golpe. Lo paró y metió su vara por debajo de la del otro elevando el extremo de la suya. El joven palideció y cayó—. Está muy bien ser agresivo —dijo Thurnus—, pero hay que tener cuidado con el contraataque. —Miró a su alrededor. De los nueve hombres sólo quedaba uno, Bran Loort. Thurnus sonrió y señaló a los jóvenes caídos—. Estos hombres que estoy viendo, no entrarán en la competición.

—Eres muy hábil, Thurnus —dijo Bran Loort. Alzó el arma lista para el combate.

—Siento tener que hacerte esto, Bran Loort. Pensaba que tenías los rasgos de un jefe de casta.

—Soy jefe de casta.

—El jefe de casta debe conocer muchas cosas —dijo Thurnus—. Se necesitan muchos años para aprenderlas: el tiempo, las cosechas, los animales, los hombres. No es fácil ser jefe de casta.

Thurnus se volvió, bajando la cabeza para atarse la bota. Bran Loort lo dudó solamente un instante, y luego dio un golpe. La vara cayó pegando en el hombro de Thurnus. Fue como golpear una roca. Bran Loort dio un paso atrás.

—Hay que ganarse también el respeto de los campesinos —dijo Thurnus incorporándose y recogiendo su vara, con la bota ya atada—. Un jefe de casta ha de ser fuerte.

Bran Loort estaba pálido.

—Y ahora, vamos a luchar —dijo Thurnus.

Y los dos hombres se enredaron con sus rápidas varas. Hubo un furioso entrechocar de madera, y el polvo aleteaba en sus pies. Muchos y fieros golpes fueron lanzados y parados. Bran Loort no carecía de habilidad, y era joven y fuerte, pero no era adversario para el poderoso Thurnus. Al final, derrotado y ensangrentado, yacía a los pies de Thurnus, jefe de casta del Fuerte de Tabuk. Alzó la vista con los ojos vidriosos. Cinco de sus secuaces que ya se habían recuperado, se acercaron blandiendo las varas.

—¡Acabad con él! —gritó Bran Loort señalando a Thurnus.

Hubo un rugido de rabia entre la multitud.

Los jóvenes alzaron las varas para cargar todos juntos contra Thurnus, que se había girado aceptando el reto.

—¡Alto! —gritó una voz. Apareció Sandal Thong en el círculo, llevando en cada mano una corta cuerda atada a un eslín. Los animales tiraban de las correas intentando lanzarse hacia delante, brillantes los ojos, goteando sus hocicos saliva que reflejaba el resplandor del fuego—. ¡Azuzaré a un eslín sobre el primero que se mueva!

Los hombres retrocedieron.

Melina gritó de furor.

—Tirad las varas —ordenó Thurnus. Los jóvenes tiraron las armas sin dejar de mirar los eslines.

—¡No es más que una esclava! —exclamó Melina—. ¿Cómo te atreves a interferir? —le gritó a Sandal Thong.

—La he liberado esta mañana —rió Thurnus. Yo no vi ningún collar de cuerda en su cuello—, se lo había quitado cuando se escabulló del círculo de fuego.

Y ahora estaba allí, sosteniendo a los eslines, una orgullosa mujer libre aunque todavía llevara los jirones de esclava.

—En pie, Bran Loort —dijo Thurnus.

El joven se levantó, inseguro. Thurnus le arrancó la túnica de la cintura, lo cogió del brazo y lo arrojó rudamente contra el potro donde yo estaba prisionera.

—Aquí está la pequeña esclava que tanto te gustaba, Bran Loort —dijo—. Ahora está indefensa ante ti. —El desdichado Bran Loort me miró—. Es una pequeña belleza, ¿verdad?

—Sí.

—Tómala. Te doy mi permiso.

Bran Loort bajó la cabeza.

—¡Vamos! ¡Tómala!

—No puedo —susurró Bran Loort. Era un hombre derrotado.

Se dio la vuelta y se inclinó a recoger su túnica. Fue hacia la puerta y abandonó la villa del Fuerte de Tabuk.

—El que lo desee que le siga —les dijo Thurnus a los jóvenes que habían apoyado a Bran Loort. Pero ninguno siguió a su antiguo líder.

Melina había salido del círculo de fuego, volviendo a la cabaña que compartía con Thurnus.

—Celebraremos una fiesta —decretó Thurnus. Hubo una aclamación.

—Pero antes, Thurnus, amor mío —dijo Melina desde la puerta de la cabaña—, bebamos por la victoria de esta noche.

Se hizo el silencio.

Lentamente, con paso majestuoso, Melina descendió los escalones y se aproximó a Thurnus llevando en la mano una copa de metal.

Le tendió la copa.

—Bebe, noble Thurnus, amor mío. Te traigo la copa de la victoria.

De pronto me di cuenta de su plan. Melina era una mujer lista y astuta. Había contado con que Bran Loort y sus secuaces derrotarían a Thurnus, pero en caso de que fallaran, le había comprado a Tup Ladletender unos polvos. Si Bran Loort hubiera resultado victorioso, yo sería su premio. Pero también había sido prometida a Tup Ladletender, el buhonero, a cambio de los polvos, si Bran Loort fracasaba.

—Bebe, amor mío —dijo Melina alzando la copa hacia Thurnus—. Bebe por tu victoria y la mía.

Thurnus cogió la copa.

Yo intenté gritar, pero no pude. Me debatí en el potro, agitando salvajemente los ojos sobre la pesada mordaza.

Thurnus se llevó la copa a los labios. Se detuvo.

—Bebe —urgió Melina.

—La victoria es de ambos.

—Sí, amor mío.

—Bebe primero, compañera —dijo Thurnus.

Melina palideció.

—Bebe —repitió Thurnus.

Ella alzó unas manos temblorosas para coger la copa.

—Yo sostendré la copa —dijo Thurnus—. Bebe.

—No —dijo ella. Bajó la cabeza—. Es veneno.

Thurnus sonrió. Luego echó hacia atrás la cabeza y apuró la copa.

Melina le miraba perpleja.

—Saludos, señora —dijo Tup Ladletender saliendo de entre las cabañas.

Thurnus arrojó la copa vacía.

—Es una droga inofensiva —dijo—. Tup Ladletender y yo hemos pescado y hemos cazado juntos el eslín cuando éramos jóvenes. Una vez le salvé la vida. Somos hermanos por el rito de la garra de eslín. —Thurnus alzó el antebrazo en el que había una cicatriz dentada. Ladletender también alzó el brazo; también tenía una cicatriz igual, hecha por Thurnus con la garra de un eslín. Habían mezclado su sangre, aunque eran campesino y mercader respectivamente—. Ahora es él quien me ha salvado la vida.

—Me alegro de haber tenido ocasión —dijo Ladletender.

—Me has engañado —le dijo Melina al buhonero.

Él no contestó.

Melina miró a Thurnus y se encogió.

—Peor hubiera sido que fuera veneno auténtico y tú hubieras bebido primero —dijo Thurnus.

—¡Oh, no, Thurnus! —murmuró ella—. No, por favor.

—Traed una jaula —dijo él—, y un collar de eslín.

—¡No, no! —gritaba ella.

Dos hombres se alejaron.

—Azótame con el látigo —suplicó ella—. Azuza a un eslín contra mí.

—Ven aquí, mujer —dijo Thurnus.

Ella obedeció.

—Aféitame la cabeza y envíame deshonrada a la villa de mi padre —suplicó Melina.

Él le puso las manos sobre los hombros y desgarró el vestido dejándolos desnudos.

Trajeron la jaula, una pequeña jaula, diminuta y sólida, y un collar de eslín.

—Mátame, Thurnus —suplicó ella.

Thurnus levantó ante ella el collar. Ella lo apartó con una mano.

—Mátame en vez de esto, Thurnus —rogó—. Por favor.

—Pon las manos junto a tu cuerpo, mujer —dijo Thurnus.

Ella obedeció.

Entonces Thurnus le puso al cuello el collar de piel repujado en metal. Sirviéndose de un punzón hizo dos agujeros en la correa y pasó por ellos las dos hebillas. Cogió luego el largo cabo suelto de correa, lo pasó por las cuatro presillas de la correa y luego cortó el trozo sobrante que sobresalía de la última presilla.

Melina estaba ante él, con los hombros desnudos y el collar al cuello. En un lado había una pesada anilla para atar al eslín.

Al instante la desnudaron y la arrojaron al suelo. Ella alzó los ojos con temor hacia Thurnus.

—A la jaula, esclava —dijo Thurnus.

—¡Thurnus! —gritó ella.

Él se agachó y le cruzó la cara con el dorso de la mano, haciéndole sangre en la boca.

—A la jaula, esclava.

—Sí… amo —murmuró Melina. Se arrastró dentro de la jaula. A un gesto de Thurnus, Sandal Thong puso las correas de los eslines en manos de un hombre que se los llevó, avanzó luego hacia la jaula y cerró la puerta metálica encerrando a la que fuera su ama.

La multitud vitoreó.

—¡Que se celebre una fiesta! —dijo Thurnus—. Y que en el fuego de la fiesta se caliente un hierro para marcar a una esclava.

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