Authors: John Norman
Ya no llevaba el collar de esmalte negro, ni en el tobillo la anilla del Chatka y Curla.
Oí a los hombres gritar y les vi correr. Parecía que había agitación.
Ahora llevaba un collar de barco, de acero gris con una frase. Me habían dicho que la frase rezaba: “Enviadme a Lady Elicia de Ar, de las Seis Torres”.
Strabo me cogió del brazo. Yo me asombré, porque llevaba esposas en las muñecas. Tiró de mí entre la multitud. Los hombres corrían de un lado a otro. El fuego del humo blanco estaba encendido junto al mástil del estandarte, aunque todavía no era mediodía. Oí sonar una alarma. En lo alto del mástil del estandarte ondeaba un disco escarlata.
—Ven —dijo Strabo abriéndose paso entre la muchedumbre y tirándome del brazo.
—¡Se escapan! —oí.
—¡Han escapado! —gritó un hombre.
Vi correr a los guardias con lanzas y escudos. Había gente en los tejados.
—¿Quién ha escapado? —pregunté.
La alarma seguía sonando. Strabo me arrastró entre la multitud y me llevó rápidamente hacia uno de los muelles.
—¿Quién ha escapado? —grité.
—De rodillas —dijo él.
Me arrodillé junto a la pasarela de un buque de espolón, el Joya de Jade. Estos barcos se utilizan a veces con propósitos comerciales. Llevan mucha menos carga que un barco redondo, pero al ser estrechos y de poca quilla, son mucho más rápidos. Strabo conferenció brevemente con uno de los oficiales del barco que tenía una lista de carga. Strabo me señaló y el hombre asintió.
—En pie —dijo Strabo.
Me levanté.
Entonces él me arrojó por la pasarela sobre la cubierta del barco. Medía unos cuatro metros de manga.
Strabo le dio al oficial del barco la llave de mi collar y éste se la guardó en el bolsillo.
Luego el oficial hizo un gesto a uno de los marineros y me señaló con un movimiento de cabeza. El hombre trajo un juego de finas cadenas de barco. Me esposaron los tobillos, con unos treinta centímetros de cadena entre ellos; a esta cadena ataron otra de un metro de longitud que terminaba en dos finas anillas. Strabo me quitó las esposas y se las metió en el bolsillo junto con la llave. Entonces el marinero me puso las anillas en las muñecas, de forma que mis tobillos estaban atados, y mis brazos encadenados a ellos.
—Te deseo suerte, esclava —dijo Strabo.
—Te deseo suerte, amo —dije yo. Entonces se marchó. Subieron la pasarela y soltaron amarras. Vi a tres marineros alejando el barco del muelle con largos bicheros. Los remeros, marineros libres, se sentaron en los bancos. Los tambores estaban en su lugar. El capataz de remeros estaba bajo el hombre que tocaba el timbal. Vi al capitán en cubierta. Lenta y suavemente el barco comenzó a alejarse del muelle. Los remeros no descansarían hasta estar bien alejados del embarcadero. Las velas no se soltarían hasta dejar atrás la entrada del puerto.
En los muelles aún parecía haber agitación. Había más guardias, y la alarma seguía sonando. El humo blanco se elevaba de la plataforma cercana al mástil del estandarte, donde ahora ondeaba un disco escarlata.
Me acerqué a la borda. El oficial de carga estaba allí. Vi que otros barcos también se alejaban de los muelles. Éramos un convoy.
—¿Quién ha escapado, amo? —pregunté.
—Una cadena de veinte hombres de Ar.
—¿Cómo han podido escapar? —pregunté.
—Los ha liberado un prisionero fugado —dijo—. Se baten como larls.
—¿Qué prisionero los liberó?
—Uno llamado Clitus Vitellius.
Me estremecí allí sobre cubierta. Creí que iba a desmayarme. Sentía un júbilo increíble.
—La última vez que los vieron se dirigían a una taberna de Paga —dijo el oficial—, el Chatka y Curla.
Yo temblaba sin decir nada.
—Parece que allí una zorra traicionó a su jefe, Clitus Vitellius. —Rió cruelmente—. No me gustaría estar en su pellejo.
Miré hacia el puerto que parecía alejarse lentamente de nosotros.
—¿La conoces? —me preguntó. Sabía que yo venía del Chatka y Curla.
—Sí, amo —respondí—. Pero no la encontrará allí. Se la han llevado.
—Ha tenido suerte esa zorra traidora.
—Sí, amo.
El Joya de Jade puso proa a la entrada del puerto. Había en la proa dos grandes ojos azules con el perfil y las pupilas negras, que miraban hacia la entrada del puerto. Oí el grito del capataz de remeros.
—¡Listos, remeros! —Los remeros se inclinaron sobre los remos—. ¡Remad! —Y los remeros, veinte en cada lado, hundieron al unísono los remos en el agua, tiraron de ellos y los izaron, cayendo de ellos el agua en enormes gotas.
Me sentía inmensamente feliz, aunque también algo aprensiva. Clitus Vitellius estaba libre y disponía de sus hombres.
El oficial me miraba. Yo estaba junto a él, encadenada.
—Eres la única esclava a bordo —me dijo.
Yo le miré y reí encantada. Él me miró atónito.
—Seré una maravilla para ti, amo —reí—. Seré una maravilla para ti.
Yo intenté estrecharme contra él. Ansiaba sentirme en sus brazos. De repente, liberado Clitus Vitellius junto con sus hombres, el mundo parecía de nuevo maravilloso. Y volví a gozar de la hermosura de los hombres y de mi condición de esclava. De nuevo quería gritar de alegría. Les encontraba profundamente atractivos, irresistibles. El oficial hizo un gesto al marinero que me había encadenado y él se acercó.
—Aunque seas la única mujer a bordo —dijo el oficial—, no pienses que te vamos a tratar con suavidad.
—No, amo.
—Llévala bajo cubierta y encadénala del cuello a una anilla.
El marinero me echó sobre su hombro. Yo sabía que me mantendrían encadenada bajo cubierta hasta que mis necesidades fueran más vehementes y estuvieran más frustradas.
Luego, cuando ya estuviera sollozando, me arrastrarían hasta cubierta.
—¡Una vela! —gritó un hombre—. ¡Una vela!
El hombre estaba descalzo, en la elevada plataforma de vigía en el largo mástil, muy por encima de la verga y de la vela triangular. La plataforma de vigía es un disco de madera fijado al mástil. El hombre tenía las manos en la anilla que también bordeaba el mástil.
—¿A qué distancia? —preguntó un oficial desde cubierta, sacando un pequeño telescopio.
—A medio barco de Schendi —gritó el hombre. Teníamos al nuevo barco en ángulo recto con nuestra amura de babor. Los marinos de Cos generalmente se refieren al lado izquierdo del barco con el punto de destino y al lado derecho con el punto de registro.
El capitán del Joya de Jade se apresuró al puente. El oficial que estaba allí le dio el catalejo.
—Tiene dos mástiles y dos velas —dijo—, y diez remos por banda. Así que debe ser un barco redondo.
—Esgrime la bandera de Puerto Kar —dijo el capitán alegremente.
—Mira —dijo el oficial señalando.
—Ya veo. Está virando.
Otro oficial ascendió al puente. También él llevaba un catalejo.
—Es un barco redondo —dijo el primer oficial.
—Está bastante hundido —dijo el que acababa de llegar al puente.
—Va muy cargado —dijo el primer oficial.
El capitán bajó el catalejo, pero seguía mirando al agua. Se humedeció los labios.
El Joya de Jade era un gran barco de espolón, aunque ahora sirviera como mercante.
—¡Escapa! —dijo el primer oficial—. ¡Vamos a por él!
El segundo oficial no dejaba de mirar el barco.
—Parece muy largo para no llevar más que diez remos por banda.
—Ondea la bandera de Puerto Kar —dijo con urgencia el primer oficial—. ¡Vamos a por él!
—Ya le alcanzaremos —dijo el capitán—. Comunica al barco insignia nuestras intenciones.
—Sí, capitán —dijo el primer oficial y dio rápidamente la orden a los hombres para que izaran el estandarte de Cos.
El capitán habló brevemente con los capataces de remo y el Joya de Jade viró en persecución del barco de Puerto Kar.
Los remeros saltaron sobre sus puestos y los remos se deslizaron fuera del casco. El capataz de remo ocupó su lugar en los escalones bajo el timbal. Las armas yacían bajo los bancos de los remeros. Aquello iba a ser una fiesta. La cubierta no estaba despejada. Nadie me advirtió, o si lo hicieron, no me enviaron bajo cubierta. La artillería pesada no estaba preparada, todavía no habían traído arena a la cubierta. Ni siquiera habían tenido tiempo de arriar la vela y bajar el mástil, que es lo que suele hacerse en este tipo de naves antes de un combate. Sería un trabajo fácil, y habría botín para todos.
El capitán sonreía.
El Joya de Jade, como un organismo vivo, corría en pos del barco fugitivo.
Tan sólo el segundo oficial, que seguía mirando por el telescopio, parecía preocupado. Pero le ordenaron volver a su puesto.
Yo me quedé cerca de la borda, bajo los escalones que llevaban al puente.
Las banderas de Cos flameaban al viento. Detrás de nosotros, en la distancia, venía el convoy.
Pronto nos uniríamos a ellos. Yo estaba muy excitada. Nunca había visto un abordaje. Cuando el Nubes de Telnus fue capturado yo estaba encerrada en la sentina con las otras esclavas. Y no supe quiénes eran mis nuevos amos hasta que la puerta se abrió y vimos a los extraños.
—¡Más deprisa! —gritaba el capitán.
—¡Remad! —gritó el capataz de remo—. ¡Remad!
El convoy se aproximaba.
—¡Capitán! —llamó el vigía—. ¡Mira! Está plegando mástiles. ¡Está virando!
Desde donde yo estaba podía ver cómo bajaban las vergas y arriaban las velas y plegaban los mástiles en el otro barco. También vi que viraban.
—Tal como me temía —dijo el segundo oficial, que no se había mostrado tan seguro en la persecución.
Subió al puente.
—¡Alto! —gritó el capitán.
—¡Alto! —repitió el capataz de remo. Los hombres le miraron atónitos.
—¡Mirad! —dijo el segundo oficial—. ¡Mirad!
—Deberías estar en tu puesto —gritó el capitán.
—Sugiero, capitán, que demos media vuelta.
El capitán observó el otro barco con el catalejo. El segundo oficial hizo lo mismo.
Yo sabía que los barcos redondos tienen generalmente dos mástiles fijos.
Pero en aquel barco no podía verse ningún mástil.
—Mira los remos, capitán —insistió el segundo oficial—. Ahora son veinte por banda.
Habían sacado remos adicionales.
—No es un barco redondo, capitán —dijo el joven oficial. La poca altura de la borda no era debida al peso de su carga, sino al propio diseño del barco, rápido y terrible, como una poderosa nave de carreras. Tan sólo habían revelado la mitad de sus remos. Ahora habían bajado los mástiles. Los barcos de espolón entablan combate bajo la fuerza de los remos.
—Te sugiero, capitán —gritó el joven oficial—, que viremos o que pongamos el barco a toda velocidad para embestir.
El barco se aproximaba a nosotros velozmente.
—¡Mirad la bandera! —gritó el primer oficial.
Ahora flameaba otra bandera junto a la de Puerto Kar en la nave que se aproximaba hacia nosotros, hendiendo el agua como un cuchillo a golpe de remo.
Era una bandera ancha, blanca con barras verdes verticales. Sobre las verdes barras, gigantesca y negra, figuraba una cornuda cabeza de bosko.
—¡Es la bandera de Bosko de Puerto Kar! —gritó el primer oficial.
—¡Virad! ¡Virad! —gritó el capitán.
—¡Estamos perdidos! —exclamó un marinero levantándose del remo aterrorizado.
Yo grité y vi que el barco enemigo parecía alzarse sobre el agua. Luego oí el rasgado crujir de la madera y un torbellino de agua que golpeó el barco y los hombres gritaron y vi caer las vergas y las velas retorcidas en cubierta agitándose y empapándose y caí y me agarré a unos cabos atados a un mástil y rodé por la cubierta. Por un momento el barco pareció enderezarse. El barco enemigo se separó de nosotros y pareció poner proa en lontananza. Entonces la cubierta del Joya de Jade se inclinó hacia donde el barco había sido golpeado. El agua entraba por el agujero.
Los hombres saltaron al agua.
De nuevo pareció que el barco se enderezaba, pero comenzaba a hundirse. Yo me aferré aterrorizada al cabo atado al mástil. De pronto sentí en los pies el frío del agua del Thassa. La cubierta estaba inundada. El otro barco se alejaba de nosotros.
En el puente estaba el capitán solo, apoyadas las manos en la borda.
Miré a mi alrededor. El timón estaba abandonado, los bancos de remos desiertos. Oí a un hombre gritar en el agua.
Y a lo lejos oí las señales de los cuernos.
El capitán bajó la mirada hacia mí.
—Aquí no estás a salvo —me dijo—. Suelta el cabo y tírate al agua.
Sacudí la cabeza.
—¡No! ¡No! —Estaba aterrorizada.
De pronto me miró como un amo goreano y comenzó a descender la escalinata.
—¡Sí, amo! —grité. Solté el cabo y me lancé al agua por la borda. Era una esclava. Temía menos el agua que a un amo goreano.
El agua era verdosa y fría. Me sentí muy desgraciada. Caí bajo la superficie y luego emergí.
—Aléjate del barco —me dijo un hombre.
Nadé hacia él. Me encontraba a unos metros del barco cuando se hundió bajo las aguas. Fui arrastrada por el remolino y también me hundí, pero en breve me las arreglé para ganar la superficie.
No podía ver nada con los ojos llenos del agua salada que por un momento quemaba también mi nariz. Escupí agua.
Una mano me agarró acercándome a un tablón arrancado de la borda del barco.
Vi otros barcos del convoy. Había varios a nuestro alrededor convergiendo hacia nosotros.
—¡Un momento! —dijo uno de los hombres—. ¡Están virando!
—¡Hay más barcos! —gritó otro.
Yo me incorporé con dificultad sobre la almadía. Pude ver que varios barcos del convoy estaban virando. También vi en la distancia que otros barcos se aproximaban.
—Están atacando al convoy —dijo un hombre.
Vi al joven oficial en el agua, ayudando al capitán del Joya de Jade hasta que se cogieron a una tabla.
De pronto, vi surcar el agua una enorme y blanca aleta. Un barco pasó cerca de nosotros, pero era el barco que ondeaba el estandarte de Puerto Kar, una galera ligera. No se detuvo a recogernos. Vi en el cielo la estela de humo de un proyectil lanzado desde la catapulta de un barco. A lo lejos a la izquierda vimos arder una galera. Era un barco de Cos.
Se oían sonar los cuernos.