Authors: John Norman
—¡Te quiero, Clitus Vitellius! —grité.
Él me golpeó con furia porque yo, una esclava, había pronunciado su nombre.
Luego continuó dedicándose a mi cuerpo. En pocos momentos, allí, entre el cielo y el mar, indefensa ante su hombría, grité que era suya.
—Despierta, esclava —dijo Clitus Vitellius dándome una patada. Yo recordé al mirarle que era la mujer que le había traicionado. Él soltó mi collar de la anilla, cogió una cuerda que había improvisado con los jirones de mi túnica y me ató con ella los tobillos. Me arrancó el último jirón de ropa que me quedaba y lo arrojó al mar. Me senté desnuda sobre los tablones, atadas las manos a la espalda, atados los tobillos.
Un barco se acercaba lentamente, una galera de tipo medio, con veinte remos por banda. La vela latina flameaba. Clitus Vitellius esperaba en pie sobre la almadía.
En el mástil ondeaban dos banderas, la de Puerto Kar y la otra blanca con barras verdes verticales y la cabeza de un gigantesco bosko. Había aprendido a identificar esa bandera dos días atrás. Era la bandera de Bosko de Puerto Kar.
La galera se acercó a la almadía. En la borda había un hombre alto de anchos hombros y aspecto ágil, con grandes manos, un rostro ancho, ojos azul grisáceo y rizado y desordenado pelo rojo. Había algo en él de animal, impredecible, tenaz, inteligente, cruel. Al mirarle se adivinaba en seguida que era un guerrero. Me habría dado miedo ser suya. Sus ojos, al mirarme, me hicieron consciente de mi esclavitud.
Clitus Vitellius levantó la mano en el saludo de los guerreros. El hombre hizo lo propio.
—Soy Clitus Vitellius de Ar —dijo él—. ¿Soy vuestro prisionero?
—Poca querella tenemos con los de Ar —dijo el hombre—. Y poco barco tienes tú.
Clitus Vitellius rió.
—Clitus Vitellius y sus hombres —dijo el guerrero—, por los informes que me ha dado Samos de Puerto Kar, participó en la acción de anteayer en beneficio de la Joya de Thassa.
Los habitantes de Puerto Kar suelen referirse a él como la Joya de Thassa. Otros hombres hablan de él en distinto tono, como una madriguera de ladrones y asesinos, una cueva de piratas. La ciudad está bajo el gobierno del Consejo de Capitanes.
—Hicimos lo poco que pudimos —dijo Clitus Vitellius—. Como ya sabes, Cos guerrea con Ar. —Entonces miró al guerrero del barco—. ¿Mis hombres? —preguntó.
—Sanos y salvos en el barco de Samos, el Thassa Ubara.
—Excelente.
—Tu nave —dijo el hombre sonriendo— parece flotar, pero es un tanto desmañada.
—Pido pasaje para dos —dijo Clitus Vitellius—. Para mí y para esta esclava. —Me señaló.
El hombre del barco me miró.
—Un hermoso y dulce animal.
—Una traidora.
—Sin duda la castigarás bien —dijo el hombre.
—Ésa es mi intención.
Yo bajé la cabeza.
—Te concedo tu pasaje —sonrió el hombre del barco.
Me cogió un marinero y me izó por la borda. Me puso junto al mástil atada de rodillas.
—Virad —dijo el guerrero a los timoneles.
Lentamente la galera comenzó a virar.
El hombre que nos había acogido a bordo me miró. Yo alcé la vista hacia él, atada y desnuda.
—Como cortesía —dijo Clitus Vitellius— os doy a ti y a tus hombres derechos de esclavitud sobre esta mujer. Pero más allá de eso, me la reservo para mí. Si deseas algo de ella más allá de mi permiso, habremos de discutirlo.
—¿Deseas reservarla para tu disciplina? —preguntó el hombre.
—Sí.
El guerrero se inclinó hacia mí y me abrió la boca con las dos manos.
—Es bárbara —dijo.
El amo, un hombre libre, me permitió cerrar la boca. Cogió con los dedos la inscripción de mi collar y rascó la sal que la cubría.
—Me iban a enviar a Lady Elicia de Ar —dije—, mi ama.
—Deberías pertenecer a un hombre —dijo él.
—Pareces interesado en la esclava —dijo Clitus Vitellius sorprendido.
—Eres una esclava de la Tierra —me dijo el hombre.
—Sí, amo.
—¿Te enviaron en una ocasión a una taberna de Paga en Cos llamada el Chatka y Curla?
—Sí, amo.
Me cogió los brazos con fuerza.
—Excelente. —Me miró y me sentí aterrorizada—. Ahora te voy a hacer una simple pregunta y me vas a contestar la verdad de inmediato si es que quieres vivir otros cinco ihns.
Dos marineros cogieron a Clitus Vitellius que se debatía. Yo le miré desesperada.
—¿Has oído hablar de alguien llamado Belisarius?
—Sí, amo —musité—. Le llevé un mensaje.
—¿Qué mensaje?
—¡No lo sé! —exclamé.
Él se levantó.
—Obtendremos ese mensaje.
—¡No sé cuál es! —grité.
—¡Soltadme! —exclamó Clitus Vitellius.
—Thurnock —dijo el hombre—, lleva a la esclava abajo. Ponla en el Sirik. Encadénala en la sentina.
Un hombre alto y fuerte de pelo rubio me echó sobre su hombro.
—¡Amo! —le grité a Clitus Vitellius.
Oí cómo él luchaba.
—Soltadle. —Los marineros le dejaron libre.
—Ven al puente conmigo. —El hombre se dio la vuelta dirigiéndose hacia el puente. Clitus Vitellius le siguió furioso.
El hombre alto descendió un pequeño tramo de escaleras encaminándose hacia una puerta abierta.
La sentina era de techo bajo, y el hombre se inclinó llevándome en brazos. Había allí muchos efectivos, armas, riquezas. El convoy había sido saqueado. Habían capturado muchos barcos, y allí había un gran botín. Calculé que sólo aquel barco llevaba el rescate de una docena de Ubares.
El hombre me hizo tumbar de costado. Junto a la pared había cinco chicas iluminadas por la luz de un diminuto candil de barco. Iban desnudas, encadenadas por el tobillo izquierdo a una misma anilla.
El hombre trajo un Sirik y lo cerró en torno a mi cuello, mis muñecas y mis tobillos. Luego con una cadena atada a la que colgaba del collar del Sirik hasta mis muñecas y tobillos me aseguró a una pesada anilla. Sólo entonces me quitó las ataduras de las muñecas y tobillos, dejándome encadenada en el Sirik, atada a la anilla.
—Sacaron a los hombres del barco —dijo una de las mujeres— y los encadenaron en un barco redondo.
—¿Qué hombres? —pregunté asombrada.
—Los hombres que estaban conmigo en la balsa —dijo ella—. ¿No te acuerdas de mí?
—No.
—Estuvimos juntas en el Luciana de Telnus.
—¡Tú eres la mujer libre! —exclamé.
Ella rió con desconsuelo y levantó con su pequeña mano la cadena atada a su débil tobillo. Me señaló a las otras chicas a su lado.
—Todas éramos libres.
—Nos llevan a Puerto Kar para vendernos —dijo una.
—¿Qué barco es éste? —pregunté.
—Es el Dorna.
—¿Y quién es el capitán?
—Es Bosko, de Puerto Kar.
Alcé la ristra de cuentas hacia el hombre de mandíbula cuadrada y de rapado pelo blanco. Tenía el rostro curtido y en cada oreja llevaba una pequeña anilla de oro. A un lado se sentaba con las piernas cruzadas el llamado Bosko de Puerto Kar. Cerca de él, atento a lo que ocurría, estaba Clitus Vitellius. Junto al hombre que había ante mí, llamado Samos, de Puerto Kar, había un hombre de ojos grises que pertenecía a la Casta de los Médicos. Era Iskander, del que se decía que fue una vez maestro de medicina en Turia y conocedor de ciertos entresijos del cerebro humano.
Volví a arrodillarme sentada sobre los talones. En la habitación había otras dos esclavas ataviadas de sedas, con collar, arrodilladas a la espera de servir a los hombres. Yo estaba desnuda igual que lo había estado cuando trencé el collar de cuentas para el llamado Belisarius en Cos.
Samos puso las cuentas sobre una pequeña mesa y las miró con asombro.
—¿Esto es todo? —preguntó.
—Sí, amo.
Iskander, de los médicos, me había dado un extraño bebedizo.
—Esto te calmará —me había dicho—. Y te provocará un inusual estado de consciencia. Cuando yo te hable tu memoria estará fresca, recordarás con precisión los más mínimos detalles. Y además, serás susceptible a mi hipnosis.
Yo no sabía de qué droga se trataba, pero parecía muy efectiva. Poco a poco, bajo su influencia y ante la suave pero autoritaria voz de Iskander, comencé a hablar, obediente a sus órdenes, de la Casa de Belisarius y de lo que allí había ocurrido. Ya en mi estado normal de vigilia me habría acordado de casi todo lo que pasó, incluso de las palabras que se dijeron, pero en el inusual estado de consciencia que Iskander provocó en mí mediante la droga y la hipnosis, veía con lucidez y fidelidad los detalles más triviales, las pequeñas cosas que una conciencia despierta suprimiría de modo natural como insignificantes e irrelevantes. Una esclava llamada Luna, ataviada con una breve túnica azul, tomaba notas. Su túnica sugería que una vez perteneció a la Casta de los Escribas. Tenía unas bonitas piernas. Estaba arrodillada junto a Bosko de Puerto Kar.
—¿Qué importancia tiene —preguntó Samos a Iskander— el que una palabra sea pronunciada antes o después que otra?
—Han preparado a la chica cuidadosamente —dijo Iskander—. Está bajo una poderosa hipnosis. Debemos abrirnos paso a través de ella, pero no tenemos ninguna garantía de que no demos con un falso recuerdo introducido en su mente para confundirnos. Lo que supongo que encontraremos son recuerdos mezclados, la verdad con la falsedad. Parece que el mejor proceder consiste en reconstruir el comportamiento que pondrá en marcha la reacción apropiada.
—¿Entonces sospechas que han podido introducir en su memoria distintas disposiciones de las cuentas? —preguntó Bosko.
—Sí —dijo Iskander—. Cada una de ellas correspondiendo a un mensaje diferente.
—Así pues —continuó Bosko—, ¿no sabremos cuál es el mensaje auténtico?
—Precisamente. Pero ahora sabemos la secuencia que pondrá en marcha el mensaje crucial.
—De otro modo —dijo Bosko—, tampoco el portador del mensaje sabría cuál de los mensajes es el auténtico, ¿no es así?
—Correcto —dijo Iskander.
—Procede, pues —dijo Samos—, con tus intentos de reconstruir el mecanismo de este asunto.
Entonces Iskander siguió interrogándome.
Alcé el collar de cuentas hacia el hombre de mandíbula cuadrada y rapado pelo blanco llamado Samos de Puerto Kar.
Volví a arrodillarme sentada sobre los talones.
Samos puso el collar en una pequeña mesa ante él. ¿Esto es todo? —preguntó.
—Sí, amo —dije.
—No tiene sentido.
—Ése es el collar —dijo Iskander—. He hecho todo lo que he podido. Si tiene alguna importancia, han de ser otros los que lo averigüen.
—Dame el collar —dijo Bosko de Puerto Kar.
Samos se lo tendió.
El pirata lo miró.
—Advertí la frecuencia de las cuentas amarillas —dijo—. De cada tres cuentas hay una amarilla. ¿Qué significará esto?
—No lo sé —respondió Samos.
—De ese hecho —dijo Bosko— podemos deducir que las unidades de significado consisten en pares de cuentas separadas por una cuenta amarilla. Este par consiste en una cuenta roja seguida de una azul, y este otro es una cuenta amarilla seguida de una roja. Hay varias combinaciones de este tipo. Así pues, podemos suponer que una cuenta roja seguida por una azul corresponde a una letra del alfabeto.
—¿Y si el orden fuera invertido? —dijo Samos.
—Entonces sin duda esa combinación correspondería a otra letra —dijo Bosko.
—No tenemos la clave del código —dijo Iskander.
—Podemos probar todas las combinaciones —exclamó Samos con un puñetazo en la mesa.
—Supongo que podemos suponer, como hipótesis de trabajo, que el mensaje está en goreano —dijo Bosko—. Por lo que sabemos, Belisarius, a quien sólo conocemos de nombre (y puede ser un nombre en clave), es goreano.
—¿Sí? —dijo Samos.
—Mira —dijo Bosko examinando el collar—, la combinación de colores más frecuente es azul y rojo.
—¿Y? —preguntó Samos.
—En goreano —continuó Bosko—, la letra más utilizada es la Eta. Así pues, podemos comenzar suponiendo que la combinación de azul y rojo significa Eta.
—Ya veo —dijo Samos.
—Después de Eta, las letras más frecuentes en goreano —dijo Bosko— son Tau, Al-Ka, Omnion y Nu. Después de éstas, están Ar, Na, Shu y Homan, y así en adelante.
—¿Puedes leer el código? —preguntó Samos.
—No. Mira las repeticiones de las cuentas. El collar está hecho con varias repeticiones. El mensaje es muy corto.
—¿Tal vez sea imposible descifrarlo?
—Sí.
Samos me miró.
—Entonces me pregunto por qué no acabamos con esta zorra. ¿Por qué no le rebanamos el cuello?
Me estremecí.
—Al parecer, poco tenían que temer —dijo Bosko—. Su seguridad era inexpugnable.
—¿Puedo hablar, amos? —dije.
—Sí —me dijo Samos.
—Belisarius dijo que otras personas no entenderían el mensaje aunque pudieran leerlo, que no tendría significado para ellos.
Samos miró a Bosko.
—Capitán —dijo él—, empieza a trabajar.
—Lo haré, capitán —sonrió Bosko. Se volvió hacia la esclava Luna—, Copia en el papel el orden de las cuentas, en filas bien separadas. Y luego dame el lápiz y el papel.
—Sí, amo —dijo ella.
En breves momentos sus ágiles manos realizaron la tarea, tras de lo cual entregó el lápiz y el papel a Bosko de Puerto Kar.
—Comenzaremos —dijo Bosko— suponiendo que la secuencia de azul y rojo corresponde a Eta. La secuencia más frecuente después de ésta es naranja y rojo. Supondremos que corresponde a Tau.
Yo me senté sobre los talones y observé. Nadie hablaba, Samos y Clitus Vitellius estaban muy atentos. Bosko trabajaba con agilidad, pero en ocasiones parecía enfadado. Más de una vez tuvo que alterar sus hipótesis iniciales para ciertas letras, sustituyendo una letra por otra, y a veces aun por otra y otra.
Al final dejó a un lado el lápiz y miró con pesar el papel que tenía ante él.
—Tengo el mensaje —dijo lacónico.
Samos se volvió hacia las dos esclavas arrodilladas a un lado.
—Fuera de aquí, esclavas —dijo. Rápidamente las chicas salieron de la habitación.
Bosko miró a Luna.
—Sí, amo —musitó ella. Se levantó y vestida con su breve túnica azul se apresuró a salir de la habitación.
—¿Deseas que me vaya? —preguntó Clitus Vitellius.