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Authors: Jo Nesbø

Tags: #Policíaco

La estrella del diablo (19 page)

Aune se tiró ligeramente de los tirantes.

—Y si queréis saber mi opinión, os diré que su peso era del todo adecuado.

Risas.

—Esta mujer regordeta y agradable asesinó a su marido, a algunos niños y a un sinnúmero de pretendientes a los que hacía acudir a la granja por medio de una serie de anuncios de contacto en los periódicos de Chicago. Los cuerpos de estas personas aparecieron en 1908, fecha en la que la granja ardió en extrañas circunstancias. Entre aquellos restos hallaron un torso de mujer decapitado, muy voluminoso y carbonizado. Se sospecha que fue la propia Belle quien plantó allí a la mujer, con la idea de hacer creer a los investigadores que se trataba de su cadáver. La policía recibió varios informes de testigos que afirmaban haberla visto en distintos lugares de Estados Unidos, pero nunca dieron con ella. Y eso es, precisamente, lo que quiero subrayar: los casos como Jack y Belle son, por desgracia, bastante típicos.

Aune había terminado de escribir y dio un fuerte golpe en la pizarra con el rotulador, antes de añadir:

—No se los atrapa.

Los congregados lo miraban en silencio.

—Bien —continuó Aune—. El concepto de asesino en serie es tan polémico como todo lo que voy a contaros. Y esto se debe a que la psicología es una ciencia que todavía está en mantillas y también a que los psicólogos, por naturaleza, son proclives a las disputas. Os voy a exponer unas cuantas cosas que sabemos, que son tantas como las que no sabemos, acerca de los asesinos en serie, que, según muchos psicólogos muy capacitados, es una característica sin sentido de un grupo de enfermedades mentales que, según otros psicólogos, no existen. ¿Está claro? Bueno, veo que algunos de vosotros por lo menos sonreís, y eso es bueno.

Aune dio un golpe con el dedo índice en el primer punto que había escrito en la pizarra.

—El típico asesino en serie es un hombre blanco de entre veinticuatro y cuarenta años. Por regla general, opera solo, pero también puede operar junto con otras personas, por ejemplo, en pareja. El maltrato de las víctimas es señal de que trabaja en solitario. Cualquiera puede convertirse en víctima, pero suelen ser personas que pertenecen a su mismo grupo étnico y a las que sólo conoce de antemano en casos excepcionales.

»Por regla general, encuentra a la primera víctima en una zona que conoce bien. Existe la creencia de que los asesinatos en serie siempre se asocian a algún tipo de ritual. Esto no es así. Sin embargo, cuando hay rituales suelen estar relacionados con asesinatos en serie.

Aune señaló con el dedo el siguiente punto, donde había escrito PSICÓPATA/SOCIÓPATA.

—En cualquier caso, lo más típico del asesino en serie es su condición de americano. Sólo Dios, aparte de un par de catedráticos de Psicología de Blindern, sabe por qué. De ahí que resulte interesante que quienes más saben de asesinatos en serie, el FBI y la Justicia norteamericana, distingan entre estos dos tipos de asesinos. El psicópata y el sociópata. Los profesores que acabo de mencionar opinan que tanto la distinción como el concepto apestan, pero en la patria del asesino en serie la mayoría de los tribunales se atienen a la regla de McNaughton, según la cual sólo el psicópata asesino en serie no sabe lo que hace en el momento de cometer el crimen. A diferencia del sociópata, al psicópata no se lo condena a penas de cárcel ni a lo que tanto se practica en la patria de Dios, a la pena de muerte. Esto se refiere sólo a los asesinos en serie. Bueno…

Tapó el rotulador y enarcó una ceja, sorprendido.

Waaler levantó la mano. Aune asintió con la cabeza.

—La determinación de la condena es interesante —dijo Waaler—. Pero antes tenemos que cogerlo. ¿Tienes algo que podamos utilizar en la práctica?

—¿En la práctica? ¿Estás loco? Soy psicólogo.

Risas. Aune inclinó la cabeza satisfecho en señal de agradecimiento.

—Sí, a eso voy, Waaler. Pero antes déjame decir que si alguno de vosotros empieza a impacientarse, le esperan momentos difíciles. Sabemos por experiencia que nada lleva tanto tiempo como atrapar a un asesino en serie. Sobre todo si se trata del tipo equivocado.

—¿Cuál es el tipo equivocado? —preguntó Magnus Skarre.

—En primer lugar, veremos que quienes elaboran los perfiles psicológicos para el FBI distinguen entre asesinos en serie psicópatas y sociópatas. El psicópata suele ser un individuo inadaptado, sin trabajo, sin estudios, con antecedentes y no pocos problemas sociales, al contrario que el sociópata, que es una persona inteligente, aparentemente sociable y con una vida normal. El psicópata destaca y fácilmente se lo considera sospechoso, en tanto que el sociópata pasa inadvertido. Por ejemplo, cuando por fin se desenmascara al sociópata, casi siempre resulta una enorme sorpresa para sus vecinos y conocidos. He hablado con una psicóloga que elabora perfiles en el FBI. Me contó que el primer dato que valora es cuándo se cometieron los asesinatos, ya que asesinar exige tiempo. Para ella, un indicador muy útil es saber si los asesinatos se habían cometido en día laborable, en fin de semana o en un periodo de vacaciones. Esto último indicaría que el asesino trabaja y aumenta la probabilidad de que se trate de un sociópata.

—O sea que, como nuestro hombre asesina durante las vacaciones de verano, hemos de interpretar que tiene trabajo y que es un sociópata, ¿no? —preguntó Beate Lønn.

—Bueno, ni que decir tiene que es algo prematuro sacar ese tipo de conclusiones, pero si sumamos el dato a lo que ya sabemos, podría ser. ¿Es esto lo bastante útil?

—Muy útil —aseguró Waaler—. Pero también son malas noticias, si te he entendido bien.

—Correcto. Nuestro hombre se parece demasiado al tipo de asesino en serie equivocado. El sociópata.

Aune les concedió unos segundos para asumirlo antes de continuar.

—Según el psicólogo americano Joel Norris, los asesinos en serie pasan por un proceso mental de seis fases en relación con cada asesinato. La primera se conoce como fase de aura, en la que el sujeto va perdiendo paulatinamente el contacto con la realidad. La fase del tótem, la quinta, es el asesinato en sí, que constituye el clímax para el asesino. O mejor dicho, el anticlímax. El asesinato no llega nunca a satisfacer del todo los deseos y expectativas de catarsis, de purificación, que el asesino relaciona con la ejecución. Por eso, después de cometerlo, se va directamente a la sexta fase, la fase depresiva. Ésta pasa a su vez a una nueva fase, la de aura, cuando empieza la recuperación para el próximo asesinato.

—Así que vueltas y más vueltas —dijo desde el umbral Bjarne Møller, que había llegado sin que nadie lo advirtiese—. Como un
perpetuum mobile.

—Sólo que una máquina de movimiento perpetuo repite sus operaciones sin cambios —objetó Aune—. Mientras que los asesinos en serie pasan por un proceso que, a largo plazo, modifica su comportamiento. Por fortuna, se caracteriza por una pérdida gradual de autocontrol. Pero, por desgracia, también por un mayor ensañamiento. El primer asesinato es siempre el más difícil de superar y por eso el proceso después del llamado
enfriamiento
es más largo. Esto origina una fase de aura prolongada, durante la cual se prepara para el próximo asesinato y se toma tiempo para planificarlo. Si llegamos al escenario de un asesinato en serie y observamos que se han cuidado los detalles, que se han aplicado los rituales con esmero y con escaso riesgo para el asesino de ser descubierto, sabremos que éste se halla aún al inicio del proceso. En esta fase perfecciona la técnica para ser cada vez más eficaz. Es la peor fase para quienes intentan atraparlo. Pero a medida que comete más asesinatos, los periodos de enfriamiento son cada vez más breves. Tiene menos tiempo para planificar, los escenarios de los crímenes quedan más desordenados, la ejecución de los rituales es más descuidada, y el asesino corre más riesgos. Todo esto indica que su frustración va en aumento. O dicho de otra forma, que su ensañamiento irá a más. Perderá el autocontrol y será más fácil atraparlo. Sin embargo, si, estando a punto de cogerlo en este periodo, no se consigue, puede ocurrir que se asuste y que deje de matar durante un tiempo. Tendrá entonces ocasión para recobrar la calma y empezar otra vez desde el principio. Espero que estas aclaraciones no depriman a los señores…

—Lo resistiremos —dijo Waaler—. Pero ¿podrías hablarnos de lo que ves en este caso concreto?

—De acuerdo —respondió Aune—. Tenemos tres asesinatos.

—¡Dos asesinatos! —gritó Skarre otra vez—. Por ahora, Lisbeth Barli sólo consta como desaparecida.

—Tres asesinatos —repitió Aune—. Créeme, jovencito.

Se cruzaron varias miradas. Skarre hizo amago de ir a replicar, pero cambió de opinión. Aune continuó.

—Los tres asesinatos se cometieron con intervalos iguales y el ritual de mutilación y posterior adorno del cadáver se ha llevado a cabo en los tres casos. Amputa un dedo y lo compensa dándole a la víctima un diamante. La compensación es una característica corriente en este tipo de mutilaciones, típica de asesinos que han crecido en familias con principios morales muy estrictos. Puede que sea una pista fructífera, ya que en las familias de este país no abundan los principios morales.

Nadie se rió.

Aune suspiró.

—Se llama humor negro. No pretendo ser cínico y, seguramente, mis comentarios podrían haber sido mejores, pero sólo intento que este asunto no acabe conmigo antes de empezar. Os recomiendo que hagáis lo mismo. En fin, como decía, los intervalos entre los asesinatos y el hecho de que se hayan llevado a efecto los rituales son indicio del autocontrol del asesino y de que nos hallamos en la fase inicial.

Se oyó un ligero carraspeo.

—¿Sí, Harry? —dijo Aune.

—Elección de víctima y lugar —dijo Harry.

Aune puso el dedo índice en el mentón, reflexionó un instante y asintió con la cabeza.

—Tienes razón, Harry.

Los demás congregados en torno a la mesa cruzaron una mirada inquisitiva.

—¿En qué tiene razón? —preguntó Skarre gritando, como siempre.

—La elección de la víctima y el lugar indican lo contrario —explicó Aune—. Que el asesino está entrando rápidamente en la fase donde pierde el control y empieza a matar sin reparos.

—¿Cómo? —preguntó Møller.

—Lo puedes explicar tú mismo, Harry —sugirió Aune.

Harry no apartó la vista de la superficie de la mesa mientras hablaba.

—El primer asesinato, el de Camilla Loen, se produjo en un piso donde ella vivía sola, ¿verdad? El asesino podía entrar y salir sin demasiadas probabilidades de que lo detuvieran o identificaran y perpetrar el asesinato y los rituales sin que nadie lo molestase. Sin embargo, ya en el segundo asesinato empieza a correr riesgos. Secuestra a Lisbeth Barli en una zona residencial a pleno día, probablemente con un coche, y los coches, ya sabemos, tienen matrículas. Y el tercer asesinato es, por supuesto, una lotería. En el servicio de señoras del interior de una oficina. Cierto que lo cometió después del horario laboral, pero había por allí el número suficiente de personas, así que tuvo suerte de que no lo descubrieran o, al menos, lo identificaran.

Møller se volvió hacia Aune.

—¿Y cuál es la conclusión?

—Que no hay conclusión —aseguró Aune—. Que, como mucho, podemos suponer que es un sociópata bien adaptado y que no sabemos si está a punto de volverse loco o si sigue manteniendo el control.

—¿Qué debemos desear?

—En el primer caso habrá una masacre, pero también cierta posibilidad de cogerlo, ya que correrá riesgos. En el segundo caso, transcurrirá más tiempo entre cada asesinato, pero según todos los pronósticos, no lograremos atraparlo en un futuro previsible. Escoged vosotros mismos.

—Pero ¿por dónde podemos empezar a buscar? —preguntó Møller.

—Si yo tuviese fe en aquellos de mis colegas que creen en las estadísticas, diría que entre los que se hacen pis en la cama, los maltratadores de animales, los violadores y los pirómanos. Sobre todo los pirómanos. Pero no tengo fe en ellos y, por desgracia, tampoco un dios alternativo, de modo que la respuesta es que no tengo ni idea.

Aune le puso el tapón al rotulador. Reinaba un silencio opresivo.

Tom Waaler se levantó repentinamente.

—De acuerdo, compañeros, tenemos cosas que hacer. Para empezar, quiero que todas las personas con las que ya hemos hablado vengan para someterse a un nuevo interrogatorio, quiero que se controle a todos los condenados por homicidio y además una lista de todos los que hayan sido condenados por violación o por provocar incendios.

Harry observaba a Waaler mientras éste distribuía las tareas y tomó nota de su eficacia y del grado de confianza en sí mismo, de su rapidez y agilidad cuando alguien expresaba una objeción práctica relevante.

El reloj que colgaba encima de la puerta indicaba que eran las diez menos cuarto. El día acababa de empezar y Harry ya se sentía exhausto, como un viejo león moribundo que se arrastrara en pos de la manada en la que, un día, fue capaz de retar al que ahora se había erigido en jefe. Ciertamente, nunca abrigó deseos de ser jefe de la manada, pero sentía que la caída era abismal. Mantenerse al margen y esperar a que alguien le arrojase un hueso era cuanto podía hacer…

Resultó que alguien le había arrojado un hueso. Y un hueso grande.

A Harry la acústica atenuada de las pequeñas salas de interrogatorio le producía la sensación de estar hablando debajo de un edredón.

—Importación de audífonos —dijo el hombre fornido y de baja estatura mientras se pasaba la mano derecha por la corbata de seda. Un discreto alfiler de corbata de oro la mantenía sujeta a la camisa de un blanco impecable.

—¿Audífonos? —repitió Harry mirando el formulario de interrogatorios que le había entregado Tom Waaler. En el espacio para el nombre había escrito «André Clausen» y en el de la profesión, «Autónomo».

—¿Tiene usted problemas de audición? —preguntó Clausen con sarcasmo, aunque Harry fue incapaz de discernir si el hombre se lo decía a él o a sí mismo.

—Ya. ¿Así que acudiste a las oficinas de Halle, Thune y Wetterlid para hablar sobre audífonos?

—Sólo quería que evaluaran un acuerdo de representación. Uno de sus amables colegas hizo una copia del documento ayer por la tarde.

—¿Es éste? —preguntó Harry señalando una carpeta de papel.

—Exactamente.

—Lo he estado leyendo hace un rato. Se firmó hace dos años. ¿Iban a renovarlo?

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