Harry se encogió de hombros.
—Uno discurre toda clase de pensamientos todo el tiempo, pero…
—¿Sí?
—Todo encajaba demasiado bien.
—¿A qué te refieres?
Harry se rascó la barbilla.
—¿Sabías que Duke Ellington solía pedir a los afinadores que no le afinasen el piano del todo?
—No.
—Cuando la afinación de un piano es clínicamente perfecta, no suena bien. No se producen desajustes, pero pierde parte del calor, la sensación de autenticidad.
Harry hablaba mientras hurgaba en un trozo de laca que se había soltado de la mesa.
—El mensajero asesino nos dio un código perfecto que nos indicaba exactamente dónde y cuándo. Pero no por qué. De este modo, nos indujo a centrarnos en el hecho, en lugar de en el móvil. Y cualquier cazador sabe que, si quieres ver la presa en la oscuridad, no debes enfocarla directamente, sino que hay que iluminar la zona adyacente.
Y
hasta que no dejé de mirar directamente a los hechos, no lo oí.
—¿Lo
oíste?
—Sí.
Oí
que aquellos supuestos asesinatos en serie eran demasiado perfectos. Sonaban muy bien, pero no auténticos. Los asesinatos seguían una pauta rigurosa, nos procuraban una explicación tan plausible como una mentira, pero rara vez la verdad.
—¿Y entonces lo comprendiste?
—No. Pero dejé de focalizar. Y recuperé la visión global.
El comisario jefe asintió con la cabeza mientras observaba el vaso de cerveza que estaba haciendo girar sobre la mesa. Sonaba como una piedra de molino en el local silencioso y casi vacío.
Carraspeó.
—Juzgué mal a Tom Waaler, Harry. Lo siento.
Harry no contestó.
—Lo que quería decirte es que no voy a firmar los documentos de tu despido. Quiero que sigas en tu puesto. Quiero que sepas que tienes mi completa confianza. Absolutamente, toda mi confianza.
»Y espero, Harry… —Levantó la cara y una abertura, una especie de sonrisa, se dibujó en la parte inferior—… Que yo tendré la tuya.
—Tengo que pensarlo —dijo Harry.
La abertura desapareció.
—Lo del trabajo —añadió.
El comisario jefe volvió a sonreír. En esta ocasión, la sonrisa se reflejó también en los ojos.
—Por supuesto. Deja que te invite a una cerveza, Harry. Han cerrado, pero si lo pido yo…
—Soy alcohólico.
El comisario se quedó perplejo un instante. Luego rió algo apurado.
—Lo siento. Una falta de consideración por mi parte. Pero, hablemos de algo completamente diferente, Harry. ¿Has…?
Harry esperó mientras el vaso de cerveza terminaba de hacer otra vuelta.
—¿… has pensado en cómo vas a presentar este asunto?
—¿A presentarlo?
—Sí. En el informe. Y ante la prensa. Querrán hablar contigo. Y pondrán a todo el Cuerpo bajo el microscopio si lo del tráfico de armas de Waaler llega a saberse. Por eso es importante que no digas…
Harry buscaba el paquete de tabaco mientras el comisario jefe buscaba las palabras.
—Bueno, que no les des una versión que induzca a interpretaciones erróneas.
Harry sonrió mirando el último cigarrillo.
El comisario jefe pareció tomar una decisión, apuró resuelto su cerveza y se limpió la boca con el dorso de la mano.
—¿Dijo algo?
Harry enarcó una ceja.
—¿Te refieres a Waaler?
—Sí. ¿Dijo algo antes de morir? ¿Algo de quiénes eran sus colaboradores? ¿Quién más estaba involucrado?
Harry decidió guardarse el último cigarrillo.
—No. No dijo nada. Absolutamente nada.
—Qué lástima. —El comisario jefe lo miraba inexpresivo—. ¿Y qué hay de las cintas que grabaron? ¿Revelan algo en ese sentido?
Harry se encontró con la mirada azul del comisario jefe. Por lo que Harry sabía, el comisario jefe llevaba toda su vida laboral en la Policía. Tenía la nariz afilada como la hoja de un hacha, la boca recta y huraña y las manos grandes y gruesas. Constituía una parte de los sólidos cimientos del Cuerpo, el granito duro pero seguro.
—¿Quién sabe? —contestó Harry—. En cualquier caso, no hay que preocuparse demasiado, ya que la versión de la grabación no daría lugar a… —Harry acababa de conseguir arrancar el trozo seco de laca—… interpretaciones erróneas.
Ya titilaban las luces del local.
Harry se levantó.
Se miraron el uno al otro.
—¿Necesitas transporte? —preguntó el comisario jefe.
Harry negó con la cabeza.
—Iré andando.
El comisario le estrechó la mano con firmeza y durante un rato, al cabo del cual Harry se encaminó a la puerta. Pero, antes de llegar, se detuvo y se volvió.
—Me acuerdo de una cosa que dijo Waaler.
Las cejas blancas del comisario jefe descendieron ceñudas.
—¿Ah, sí? —preguntó suavemente.
—Sí. Suplicó clemencia.
Atajó por el cementerio de Vår Frelser. Caían gotas de los árboles. Descendían de las hojas como pequeños suspiros, antes de llegar a la tierra que las absorbía sedienta. Anduvo por el sendero que discurría entre las tumbas oyendo cómo los muertos se hablaban entre murmullos. Se detuvo y prestó atención. La casa pastoral de Gamle Aker dormía a oscuras ante él. Los muertos susurraban y chasqueaban con sus lenguas y sus mejillas húmedas. Giró a la izquierda y salió por la verja que daba a la pendiente de Telthusbakken.
Cuando entró en el apartamento, se quitó la ropa, se metió en la ducha y abrió el grifo del agua caliente. El vaho se extendió en el acto por las paredes y él permaneció allí hasta que se sintió la piel roja y dolorida. Se fue al dormitorio. El agua iba evaporándose y Harry se tumbó en la cama sin secarse. Cerró los ojos y esperó. Al sueño. O a las imágenes. Lo que llegara primero.
Pero lo que vino fue el murmullo.
Aguzó el oído.
¿Qué estarían murmurando?
¿Cuáles serían sus planes?
Hablaban en clave.
Se sentó en la cama. Apoyó la cabeza en la pared y notó el trazado de la estrella del diablo contra el cuero cabelludo.
Miró el reloj. El día no tardaría en llegar.
Se levantó y salió al pasillo. Buscó en la chaqueta y encontró el último cigarrillo. Lo partió por el extremo y lo encendió. Sentado en el sillón de orejas de la salita, se dispuso a aguardar la llegada del día.
La luz de la luna entraba en la habitación.
Pensó en Tom Waaler y en su mirada a la eternidad. Y en el hombre con el que habló en Gamlebyen, después de la conversación con Waaler en la terraza de la cantina. Resultó fácil dar con él, porque había mantenido el apodo y todavía seguía trabajando en el quiosco familiar.
—¿Tom Brun? —respondió el hombre desde el otro lado del mostrador astillado al tiempo que se pasaba la mano por el cabello grasiento—. Sí, lo recuerdo. Pobre hombre. Su padre lo mataba a palizas. Era albañil, pero estaba en el paro. Bebía. ¿Amigos? No, yo no era amigo de Tom Brun. Sí, a mí me llamaban Solo. ¿En Interrail?
El hombre se rió.
—Nunca he ido en tren más allá de Moss —explicó—. Y no creo que Tom Brun tuviera muchos amigos. Lo recuerdo como un tío amable, uno de los que ayudaban a las señoras mayores a cruzar la calle, un poco buenazo. Pero, en realidad, un tío raro. Por cierto que circularon algunos rumores en relación con la muerte de su padre. Un accidente muy extraño.
Harry pasó el dedo anular por la superficie lisa de la mesa. Notó unas partículas diminutas que se le adherían a la piel. Sabía que era el polvo amarillo del cincel. En el contestador parpadeaba la luz roja. Periodistas, probablemente. Empezarían al día siguiente. Harry se llevó la yema del dedo a la lengua. Sabía amargo. A cemento. Ya lo había pensado, que procedía de la pared de cemento que había encima de la puerta del 406, de cuando Willy Barli talló la estrella del diablo. Harry chasqueó la lengua. De ser así, el albañil debió de utilizar una mezcla muy rara, porque también sabía diferente. No tenía un sabor metálico. Sabía a huevos.
FIN
JO NESBØ es todo un fenómeno social en Noruega. Nacido en 1959, se le conocía como cantante y compositor, antes de dar el salto a la economía y la literatura. Desde que en 1997 publicó la primera novela de la serie del policía Harry Hole, se le ha aclamado como el mejor escritor policíaco de Noruega. Y, sin duda, es un referente de la última gran hornada de autores del género negro escandinavo. Ha ganado prácticamente todos los grandes premios, como el Glass Key Award, el Riverton Prize y el Norwegian Bookclub Prize.
[1]
Creado el 30 de noviembre de 1922 como compañía privada controlada por el Estado, pasó a ser un monopolio estatal en 1939. Da nombre a los únicos establecimientos comerciales donde está autorizada la venta de bebidas alcohólicas en Noruega.
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[2]
KRIPOS,
Kriminalpolitisentralen,
acrónimo noruego para la Policía Judicial Central.
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[3]
Solo
es una marca de refrescos.
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[4]
'El llanto'. El apellido del personaje, «Groth», tiene cierta similitud fónica con el sustantivo
llanto
en su forma indefinida
(gråt).
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[5]
Politiets overvakningstjeneste
(POT, por sus siglas en noruego), en la actualidad
Politiets sikkerhetstjeneste
(PST), es el Servicio de Inteligencia noruego.
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[6]
«Hemos comprobado los horarios de todos los tour-operadores de Oslo» (N. del E.)
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[7]
«Y éste es uno de los grupos que visitó Frognerparken el sábado alrededor de las cinco. Lo que quiero saber es: ¿quién de vosotros sacó fotos allí?» (N. del E.)
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