La estrella del diablo (52 page)

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Authors: Jo Nesbø

Tags: #Policíaco

—Ah, el niño… —dijo Waaler dándole a Harry tal empujón en la espalda que le hizo perder el equilibrio y arrastrar a Sven consigo—. Evidentemente, se ha levantado en mitad de la noche y se ha ido a la comisaría general sin decírselo a su madre. No es la primera vez, ¿no es cierto? Digamos que me encontré con el pequeño justo cuando salía a buscaros a ti y a Sven. Parece que el niño había entendido que pasaba algo. Cuando le expliqué la situación, dijo que quería ayudar. En realidad, fue él quien propuso el juego de que yo lo utilizara como rehén para que tú no hicieras una tontería y resultaras herido, Harry.

—¿Un niño de diez años? —preguntó Harry—. ¿De verdad piensas que alguien se va a creer semejante historia?

—Ya veremos —dijo Waaler—. Venga, chicos, salimos y nos detenemos delante del ascensor. El que intente algo raro, se lleva la primera bala.

Waaler enfiló el pasillo hacia la puerta del ascensor y pulsó el botón de llamada. Un ruido sordo resonó procedente del hueco.

—¿No es extraño el silencio que reina en este edificio durante las vacaciones? —preguntó sonriendo a Sven—. Casi como una casa de fantasmas —añadió.

—Déjalo, Tom.

Harry tuvo que concentrase para pronunciar aquellas palabras, pues sentía como si tuviera la boca llena de arena.

—Es demasiado tarde —continuó—. Debes comprender que nadie te creerá.

—Estás empezando a repetirte, querido colega —observó Waaler echando una ojeada a la aguja torcida que daba la vuelta despacio, como la de una brújula—. Me creerán, Harry. Por la sencilla razón… —pasó un dedo por el labio superior—… de que no quedará nadie que pueda contradecirme.

Harry había comprendido cuál era el plan. El ascensor. Allí no había cámaras. Y lo haría allí, en el ascensor. Ignoraba cómo pensaba explicarlo después, si diría que había estallado una reyerta o que Harry se había hecho con la pistola, pero no le cabía ninguna duda, todos iban a morir allí, en el ascensor.

—Papá… —empezó Oleg.

—Todo irá bien, pequeño —dijo Harry intentando sonreír.

—Sí —afirmó Waaler—. Todo irá bien.

Oyeron un chasquido metálico. El ascensor se acercaba. Harry miró la manivela de madera de la puerta. Había sujetado la pistola de manera que podría agarrar el mango, meter el dedo en el gatillo y despegarla en un único movimiento.

El ascensor se detuvo delante de ellos con un golpe y tembló ligeramente.

Harry tomó aire y alargó la mano. Los dedos se deslizaron alrededor y hacia el interior de la superficie astillada. Esperaba notar el acero frío y duro en las yemas de los dedos. Nada. Absolutamente nada. Sólo más madera. Y un trozo de cinta adhesiva suelta.

Tom Waaler dejó escapar un suspiro.

—Me temo que la tiré por el vertedero, Harry. ¿De verdad pensaste que no buscaría un arma escondida?

Waaler abrió la puerta de hierro con una mano mientras los encañonaba con la pistola.

—El niño entra primero.

Oleg miró a Harry, que apartó la vista. No podía encontrarse con la mirada inquisitiva que sabía que suplicaba una nueva promesa, así que le señaló la puerta con la cabeza sin pronunciar palabra. Oleg entró y se quedó al fondo del ascensor. Del techo emanaba una luz pálida que iluminaba las paredes marrones de imitación a palisandro con un mosaico de declaraciones de amor, consignas, órganos sexuales y saludos rayados en la superficie.

«SCREW U», rezaba una de las leyendas justo encima de la cabeza de Oleg.

Una tumba, se dijo Harry. Aquello era una tumba.

Metió la mano libre en el bolsillo de la chaqueta. No le gustaban los ascensores. Harry tiró de la mano izquierda de Sven, que perdió el equilibrio y cayó de lado hacia Waaler. Éste se giró hacia Sven al mismo tiempo que Harry levantaba la mano derecha por encima de la cabeza. Apuntó como un torero con la espada, sabía que sólo dispondría de un intento y que la precisión era más importante que la fuerza.

Dejó caer la mano.

La punta del cincel atravesó la piel de la cazadora con un ruido desgarrador. El metal se deslizó dentro del tejido blando justo por encima de la clavícula derecha, agujereó la vena yugular, penetró en el trenzado de nervios del
plexus brachialis
y paralizó los nervios motores que van al brazo. La pistola cayó con estruendo al suelo de mármol y siguió rodando por los peldaños. Waaler se miró el hombro derecho con una expresión de sorpresa en la cara. Debajo del pequeño mango verde colgaba, flácido, su propio brazo.

Aquél había sido un día largo y horrendo para Tom Waaler. Los horrores comenzaron cuando lo despertaron con la noticia de que Harry se había fugado con Sivertsen. Y continuó cuando dar con Harry resultó ser más difícil de lo esperado. Tom explicó a los demás de la banda que tendrían que utilizar al niño y ellos se negaron. Era demasiado arriesgado, dijeron. En el fondo, él supo en todo momento que tendría que recorrer solo el último tramo del camino. Siempre pasaba lo mismo. Nadie lo detendría ni le ayudaría. La lealtad era una cuestión de rentabilidad y todo el mundo velaba por sus propios intereses. Y los horrores habían continuado. Ya no se sentía el brazo. Lo único que notaba era aquella corriente cálida que le bajaba por el pecho anunciándole que algo que contenía mucha sangre se había pinchado.

Se volvió otra vez hacia Harry justo a tiempo de ver cómo su cara crecía ante sus ojos y, un segundo después, Harry le dio un cabezazo en el puente de la nariz que le resonó en el cerebro con un crujido. Tom Waaler se tambaleó hacia atrás. Harry fue a darle un derechazo que Waaler logró esquivar. Harry quiso seguirlo, pero Sven Sivertsen lo retuvo por el brazo izquierdo. Tom tomó aire por la boca y notó que el dolor le bombeaba por las venas en forma de blanca furia fortificante. Había recobrado el equilibrio. En todos los sentidos. Calculó la distancia, flexionó las rodillas, dio un breve salto y giró como un remolino sobre un solo pie con el otro levantado en alto. Era un
oou tek
perfecto. Le dio a Harry en la sien y éste cayó de lado arrastrando consigo a Sven Sivertsen.

Tom se dio la vuelta en busca de la pistola. Estaba en el rellano del piso de abajo. Agarró la barandilla y bajó de dos zancadas. El brazo derecho seguía sin obedecer. Soltó una maldición, cogió la pistola con la mano izquierda y corrió hacia arriba.

Harry y Sven habían desaparecido.

Se giró justo a tiempo de ver cómo la puerta del ascensor se cerraba silenciosamente. Se metió la pistola entre los dientes, logró agarrar la manilla con la mano izquierda y tiró. Sintió como si se le fuera a descoyuntar el brazo. Cerrada. Tom pegó el ojo al ventanuco de la puerta. Habían cerrado la cancela corredera y se oían voces nerviosas procedentes del habitáculo.

Un día verdaderamente horrendo. Pero aquello se iba a acabar. Ahora empezaría a ser perfecto. Tom levantó la pistola.

Harry se apoyó contra la pared del fondo, respiró y aguardó a que el ascensor se pusiera en marcha. Acababa de cerrar la corredera y pulsar el botón de SÓTANO cuando sintió un tirón en la puerta y Waaler lanzó una maldición al otro lado.

—¡Este cacharro de mierda no quiere andar! —rugió Sven. Se había puesto de rodillas al lado de Harry.

El ascensor dio un respingo, como un gran hipido, pero no se movió.

—¡Este ascensor de mierda es tan lento! ¡Sólo tiene que bajar las escaleras corriendo y darnos la bienvenida cuando lleguemos!

—Cállate —susurró Harry—. La puerta entre la entrada y el sótano está cerrada con llave.

Harry vio una sombra que se movía detrás del ojo de buey de la puerta.

—¡Agáchate! —gritó empujando a Oleg hacia la corredera.

La bala sonó como cuando se descorcha una botella al incrustarse en el panel de palisandro falso, justo encima de la cabeza de Harry. Empujó a Sven hacia donde se encontraba Oleg.

En ese momento, el ascensor volvió a dar un respingo y se puso en movimiento chirriando.

—Joder —susurró Sven.

—Harry… —comenzó Oleg

Entonces sonó un ruido muy fuerte y Harry tuvo tiempo de ver el puño entre los barrotes de la cancela corredera encima de la cabeza de Oleg antes de cerrar los ojos automáticamente para protegerse de la lluvia de fragmentos de cristal.

—¡Harry!

El grito de Oleg le llenó la cabeza a Harry. Le inundó los oídos, la boca, la garganta. Lo ahogó. Harry volvió a abrir los ojos y los clavó en las órbitas atónitas de Oleg, vio su boca abierta, lo vio descompuesto por el dolor y el pánico, el pelo negro y largo atrapado por aquella gran mano blanca. Vio que la mano lo levantaba y sus pies dejaron de tocar el suelo.

Harry se quedó ciego. Abrió los ojos, pero no veía nada. Sólo una manta blanca de pánico. Pero oía. Oía gritar a Søs.

—¡Harry!

Oía gritar a Ellen. A Rakel. Todo el mundo gritaba su nombre.

—¡Harry!

Siguió viendo el manto blanco que paulatinamente fue ennegreciéndose. ¿Se habría desmayado? Los gritos fueron atenuándose, como un eco que se extingue. Se desvaneció. Tenían razón. Siempre se largaba cuando más falta hacía. Procuraba no estar presente. Hacía la maleta. Descorchaba la botella. Cerraba la puerta. Se rendía al miedo. Se quedaba ciego. Siempre tenían razón. Y si no la tienen, la tendrán.

—¡Papá!

Un pie le dio a Harry en el pecho. Había recobrado la visión. Oleg colgaba pataleando ante su cara, con la cabeza como arraigada en la mano de Waaler. Pero el ascensor se había detenido. Enseguida vio por qué. La corredera estaba fuera de la guía. Harry vio a Sven sentado en el suelo, a su lado, con la mirada helada.

—¡Harry! —Era la voz de Waaler desde fuera—. Lleva el ascensor arriba o le pego un tiro al niño.

Harry se levantó un segundo, pero se agachó de nuevo en el acto: había visto lo que necesitaba ver. La puerta del cuarto piso se encontraba medio metro más alta que el ascensor.

—Si disparas desde allí, Tangen grabará el asesinato —le advirtió Harry.

Escuchó la silenciosa risa de Waaler.

—Dime Harry, ¿si esa caballería tuya de verdad existe, no debería haber entrado cabalgando ya hace rato?

—Papá —suspiró Oleg.

Harry cerró los ojos.

—Escucha, Tom. El ascensor no se pondrá en marcha mientras la corredera no esté bien cerrada. Tienes el brazo entre los barrotes, así que tienes que soltar a Oleg para que podamos ponerlo en su sitio.

Waaler volvió a reírse.

—¿Crees que soy tonto, Harry? Sólo tenéis que mover esa cancela unos centímetros. Lo podéis hacer sin que yo suelte al pequeño.

Harry miró a Sven, pero éste sólo le devolvió una mirada desenfocada y lejana.

—De acuerdo —dijo Harry—. Pero estamos esposados, necesito que Sven me ayude. Y en estos momentos está como ausente.

—¡Sven! —gritó Waaler—. ¿Me oyes?

Sven levantó un poco la cabeza.

—¿Te acuerdas de Lodin, Sven? ¿Tu predecesor en Praga?

El eco rodaba escaleras abajo. Sven tragó saliva.

—La cabeza en el torno, Sven. ¿Te apetece probarlo?

Sven se levantó tambaleándose. Harry lo cogió del cuello de la chaqueta y se lo acercó de un tirón.

—¿Comprendes lo que tienes que hacer, Sven? —le gritó a la cara pálida y sonámbula mientras metía la mano en el bolsillo trasero y sacaba una llave—. Tienes que procurar que la cancela no se abra de nuevo. ¿Me oyes? Tienes que sujetarla cuando esto se ponga en marcha.

Harry señaló uno de los botones negros, redondos y desgastados del panel del ascensor.

Sven miró largo rato a Harry, que introdujo la llave en la cerradura de las esposas y la giró. Luego asintió con la cabeza.

—Vale —gritó Harry—. Estamos listos. Ponemos la cancela en su sitio.

Sven se colocó de espaldas a la cancela. La agarró y tiró hacia la derecha. Los puntos de contacto del suelo y de la cancela se encontraron con un clic.

—¡Ya! —gritó Harry.

Esperaron. Harry dio un paso hacia el exterior y miró arriba. Un par de ojos lo observaba desde una pequeña rendija entre el ojo de buey y el hombro de Waaler. Uno atento y enfurecido, el de Waaler; y otro negro y ciego, el de la pistola.

—Subid —dijo Waaler.

—Si dejas en paz al niño —propuso Harry.

—De acuerdo.

Harry asintió lentamente con la cabeza. Luego pulsó el botón del ascensor.

—Sabía que al final harías lo correcto, Harry.

—Es lo que se suele hacer —respondió Harry.

Entonces vio que una de las cejas de Waaler descendía de repente. Quizá porque acababa de darse cuenta de que las esposas colgaban sólo de la muñeca de Harry. Quizá porque había notado algo en su tono de voz. O quizá porque también él se había dado cuenta. Había llegado la hora.

El ascensor dio un tirón y el cable de acero avisó con un chirrido. Al mismo tiempo, Harry dio un paso rápido hacia delante y se puso de puntillas. Las esposas se cerraron con un chasquido alrededor de la muñeca de Waaler.

—Jod… —empezó Waaler.

Harry levantó los pies. Las esposas se les clavaban a ambos en las muñecas con los noventa y cinco kilos de Hole tirando de Waaler hacia abajo. Waaler intentó resistir, pero su brazo entró por el ojo de buey hasta que lo detuvo el hombro.

Un día horrendo.

—¡Joder, sácame de aquí!

Tom vociferó aquellas palabras con la mejilla pegada a la fría puerta de hierro. Intentaba sacar el brazo, pero el peso era demasiado. Gritó de rabia y aporreó la puerta con el arma tan fuerte como pudo. Las cosas no tenían que ser así. Destrozaban sus planes. Destrozaban a puntapiés el castillo de arena y luego se reían. Pero se iban a enterar, un día se iban a enterar todos. Entonces se dio cuenta. Los barrotes de la cancela se le clavaban en el antebrazo, el ascensor se había puesto en marcha. Pero en la dirección equivocada. Hacia abajo. En cuanto se percató de ello, la angustia le bloqueó la garganta. Comprendió que quedaría aplastado. Que el ascensor se había convertido en una guillotina en movimiento a cámara lenta. Que la maldición estaba a punto de alcanzarlo a él también.

—¡Sujeta la cancela, Sven! —Era Harry quien gritaba.

Tom soltó a Oleg e intentó sacar el brazo de entre los barrotes. Pero Harry pesaba demasiado. Le entró el pánico. Dio otro tirón desesperado. Y otro. Ya se le resbalaban los pies en el suelo. Y empezaba a notar el interior del techo del ascensor tocándole el hombro. Perdió la razón.

—No, Harry. Para.

Quería gritar aquellas palabras, pero las ahogó el llanto.

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