El dormitorio era sencillo, pero estaba decorado con gusto y con un toque romántico. La cama, hecha para una persona pese a ser de matrimonio, estaba pegada a un pilar donde habían tallado algo que parecía un corazón sobre una figura triangular. «Tal vez la marca de un amante», pensó Harry. En la pared, sobre la cama, colgaban tres fotografías de desnudos masculinos, un detalle erótico y políticamente correcto, que se situaban entre una variante pornográfica suave y un elemento de arte popular. Ninguna fotografía familiar ni otros objetos personales, por lo que pudo ver.
Detrás del dormitorio se hallaba el cuarto de baño, con el espacio justo para un lavabo, un inodoro, una ducha con cortina y el cadáver de Camilla Loen. La mujer estaba tendida en el suelo de baldosas, con la cara vuelta hacia la puerta, pero mirando hacia arriba, a la alcachofa de la ducha, como si esperase que siguiera cayendo agua.
No llevaba nada debajo del albornoz abierto y empapado de agua que tapaba el desagüe. Beate sacaba fotos desde la puerta.
—¿Alguien ha verificado cuánto tiempo lleva muerta?
—El forense está en camino —explicó Beate—. Pero aún no presenta los rasgos típicos del rigor mortis y no está del todo fría. Calculo que, como mucho, un par de horas.
—¿Es verdad que el grifo de la ducha estaba abierto cuando la encontraron el vecino y el portero?
—Sí, ¿por?
—El agua caliente puede haber mantenido el calor corporal retrasando la aparición del rigor mortis.
Harry miró el reloj. Las seis y cuarto.
—Creo que podemos decir que murió alrededor de las cinco.
Era la voz de Waaler.
—¿Por qué? —preguntó Harry sin volverse.
—No hay nada que indique que el cuerpo haya sido trasladado, así que podemos suponer que la asesinaron mientras se estaba duchando. Como ves, el cuerpo y el albornoz tapan el desagüe. Eso fue lo que originó la inundación. El portero, que cerró la ducha, dijo que estaba abierta al máximo y yo he comprobado la presión del agua. Bastante buena para ser de un ático. En un baño tan pequeño, el agua no tardaría mucho en cruzar el umbral y llegar al dormitorio y tampoco tardaría muchos minutos en encontrar el camino hasta la casa del vecino. La señora de abajo dice que eran exactamente las cinco y veinte cuando detectaron la fuga.
—De eso no hace más de una hora —observó Harry—. Y vosotros ya lleváis aquí treinta minutos. Parece que todo el mundo ha reaccionado con una rapidez excepcional.
—Bueno, no todos, ¿no? —preguntó Waaler.
Harry no respondió.
—Me refiero al forense —continuó Waaler con una sonrisa—. Ya debería estar aquí.
Beate dejó de sacar fotos e intercambió una mirada con Harry.
Waaler la cogió del brazo.
—Avísame si hay novedad. Bajaré a la tercera planta para hablar con el portero.
—Vale.
Harry aguardó hasta que Waaler hubo salido de la habitación.
—¿Puedo…? —preguntó.
Beate asintió con la cabeza y se hizo a un lado.
Las suelas de Harry chasqueaban sobre el suelo mojado. El vapor se había condensado en todas las superficies planas del baño y ahora chorreaba hacia el suelo. El espejo parecía haber estado llorando. Harry se puso en cuclillas, pero tuvo que apoyarse en la pared para no perder el equilibrio. Respiró por la nariz, pero solamente notó el olor a jabón y ninguno de los otros olores que sabía que deberían estar presentes. Disosmia, había leído Harry que se llamaba, en el libro que le prestó Aune, el psicólogo del grupo de Delitos Violentos. Había algunos olores que el cerebro sencillamente se negaba a registrar y, según el libro, esa pérdida parcial del olfato solía deberse a un trauma emocional. Harry no estaba muy seguro de que ésa fuese la razón, sólo estaba seguro de que era incapaz de reconocer el olor a cadáver.
Camilla Loen era joven. Harry calculó que tendría entre veintisiete y treinta años. Guapa. Rellenita. Tenía la piel lisa y tostada por el sol, aunque con esa palidez subyacente que los muertos adquieren enseguida. El pelo, ahora oscuro, se vería seguramente algo más rubio en cuanto se secase. Y presentaba un pequeño orificio en la frente que no se notaría cuando los de la funeraria hubiesen terminado su labor. Por lo demás, no tendrían mucho que hacer, sólo un poco de maquillaje sobre algo que parecía una hinchazón en la cuenca del ojo derecho.
Harry se concentró en el orificio negro y redondo de la frente. Su diámetro no era mucho mayor que el de una moneda de una corona. A veces le sorprendía lo pequeños que podían ser los agujeros que mataban a la gente. Claro que, a menudo, esos orificios resultaban engañosos, porque se contraían después. Harry opinaba que, en este caso, el proyectil era más grande que el orificio que ahora se apreciaba.
—Mala suerte que haya estado metida en agua —se lamentó Beate—. De lo contrario, quizás habríamos encontrado huellas dactilares del asesino, o restos de tejido o de ADN en el cadáver.
—Ya. La frente, por lo menos, ha estado fuera del agua y al parecer tampoco le ha caído tanta agua de la ducha.
—¿Y?
—El borde del orificio de entrada presenta un cerco de sangre oscura y coagulada, así como ennegrecimiento en la piel circundante a causa del impacto. Puede que este pequeño orificio nos cuente algunas cosas ahora mismo. ¿Una lupa?
Sin apartar la vista de Camilla Loen, Harry alargó la mano, sintió en ella el peso rotundo de la óptica alemana y empezó a examinar la zona alrededor de la herida de bala.
—¿Qué ves?
La voz queda de Beate le resonó cerca de la oreja. Siempre tan dispuesta a aprender. Harry sabía que, dentro de muy poco, no tendría nada más que enseñarle.
—El tono gris del ennegrecimiento de la entrada indica que el disparo se efectuó desde una distancia corta, pero sin contacto —explicó Harry—. Apuesto a que quien le disparó se encontraba a medio metro más o menos.
—¿Y qué más?
—La asimetría del ennegrecimiento revela que la persona que disparó se encontraba a más altura que ella y que apuntaba en diagonal hacia abajo.
Harry volvió cuidadosamente la cabeza de la víctima. La frente aún no estaba del todo fría.
—No hay orificio de salida —constató—. Lo que corrobora la hipótesis de un disparo en diagonal. Es posible que estuviese de rodillas ante el asesino.
—¿Puedes deducir el tipo de arma utilizado?
Harry negó con la cabeza.
—Eso tendrá que determinarlo el forense, junto con los chicos de Balística. Pero la intensidad del ennegrecimiento es decreciente, y eso apunta al uso de un arma corta. O sea, una pistola.
Harry empezó a recorrer metódicamente el cadáver con la mirada en un intento de registrarlo todo, pero se dio cuenta de que el parcial aturdimiento provocado por el alcohol le impedía apreciar detalles que habrían podido serle útiles. O mejor, serles útiles
a ellos.
Aquél no era su caso. Como quiera que fuese, cuando llegó a la mano, advirtió que faltaba algo.
—El Pato Donald —murmuró inclinándose hacia la mano mutilada.
Beate lo miró sin comprender.
—Así lo dibujaban en los tebeos —explicó Harry—. Con cuatro dedos.
—Yo no leo tebeos.
Le habían amputado el dedo índice. Quedaban fibras negras de sangre coagulada y los hilos brillantes de los tendones. Era un corte limpio. Harry posó cuidadosamente la yema del dedo en el lugar donde se apreciaba un punto blanco en medio de la carne rosada. La superficie de la fractura era lisa y plana.
—Con unos alicates —aclaró Harry—. O con un cuchillo muy afilado. ¿Habéis encontrado el dedo?
—Nones.
De repente, Harry sintió náuseas y cerró los ojos. Respiró hondo un par de veces y volvió a abrirlos. Podían existir muchas razones para amputarle un dedo a una víctima. No había motivo alguno para pensar en el sentido que estaba a punto de dibujarse en su mente.
—Puede que se trate de un cobrador —aventuró Beate—. A ésos les gustan los alicates.
—Puede —murmuró Harry que, al levantarse, descubrió sus propias pisadas en lo que él había creído que eran azulejos rosas. Beate se agachó y sacó un primer plano de la cara de la víctima.
—Pues sí que ha sangrado.
—Es porque ha tenido la mano sumergida en agua —explicó Harry—. El agua evita que la sangre se coagule.
—¿Toda esa sangre sólo de un dedo amputado?
—Sí, y ¿sabes lo que eso significa?
—No, pero tengo la sensación de que lo voy a saber muy pronto.
—Significa que a Camilla Loen le amputaron el dedo mientras la sangre aún circulaba, es decir, antes de que le pegaran un tiro.
Beate hizo una mueca.
—Bajaré a hablar con los vecinos —dijo Harry.
—Camilla ya vivía en el piso de arriba cuando nosotros nos mudamos —dijo Vibeke Knutsen echando una mirada rápida a su pareja sentimental—. No teníamos mucha relación con ella.
Estaban con Harry en el salón del cuarto piso, justo debajo del ático. Quien no los conociera podría pensar que el que vivía allí era Harry. La pareja estaba sentada algo tiesa en el borde del sofá, en tanto que Harry se había acomodado tranquilamente en uno de los sillones.
A Harry le pareció una pareja desigual. Ambos rondaban los treinta y tantos, pero Anders Nygård era delgado y nervudo como un corredor de fondo. Llevaba una camisa celeste recién planchada y el pelo recién cortado. Tenía los labios finos y un lenguaje corporal inquieto. Pese a lo extrovertido y juvenil de su semblante, irradiaba ascetismo y severidad. La pelirroja Vibeke Knutsen, en cambio, tenía unos hoyuelos muy marcados y un cuerpo lozano y exuberante que realzaba con un top muy ceñido estampado de piel de leopardo. Además, tenía pinta de haber vivido intensamente. Las arrugas que marcaban su labio superior eran indicio de los muchos cigarrillos que había fumado y detrás de las arrugas de expresión que circundaban sus ojos había sin duda muchas juergas.
—¿A qué se dedicaba? —preguntó Harry.
Vibeke miró a su compañero, pero al ver que éste no respondía, dijo:
—Que yo sepa, trabajaba en una agencia de publicidad. En algo de diseño o algo así.
—Algo así… —repitió Harry tomando notas en el bloc con indiferencia manifiesta.
Era un truco al que recurría cuando interrogaba a la gente. Al no mirarlos, ellos se relajaban más, y, si daba la impresión de que lo que decían le aburría, se esforzaban automáticamente por decir algo que despertase su interés. Debería haber sido periodista. Tenía la impresión de que la tolerancia era mayor para con un periodista que trabajaba bebido.
—¿Tenía novio?
Vibeke negó con la cabeza.
—¿Algún amante?
Vibeke se rió con nerviosismo y miró otra vez a su novio.
—No nos dedicamos a escuchar detrás de las puertas —aseguró Anders Nygård—. ¿Crees que lo ha hecho un amante?
—No lo sé —confesó Harry.
—Comprendo que no
sepáis
nada con certeza.
Harry se percató de la irritación que desvelaba la voz de Anders Nygård.
—Pero comprenderás que los que vivimos aquí queramos saber si se trata de un asunto personal o si tenemos a un asesino loco merodeando por el vecindario.
—Puede que tengáis a un asesino loco suelto por el vecindario —afirmó Harry, que dejó el bolígrafo y aguardó la reacción.
Vio que Vibeke daba un respingo en el sofá, pero centró su atención en Anders Nygård.
Las personas que están asustadas se enfadan más fácilmente. Una enseñanza que se incluía en el plan de estudios del primer curso de la Academia de Policía, como consejo para no provocar sin necesidad a las personas cuando tenían miedo. Harry había comprobado que a él le resultaba más útil lo contrario. Provocarlas. Las personas enfadadas decían a menudo cosas que no pensaban, o, mejor dicho, cosas que no pensaban decir.
Anders Nygård lo miró inexpresivo.
—Pero es más probable que el culpable sea un novio —dijo Harry—. Un amante o alguien con quien estuviese manteniendo una relación y al que ella hubiese rechazado.
—¿Por qué? —preguntó Anders Nygård rodeando con su brazo los hombros de Vibeke.
Resultó algo cómico, ya que el hombre tenía el brazo bastante corto, mientras que los hombros de ella eran anchos.
Harry se retrepó en la silla.
—Cuestión de estadística. ¿Puedo fumar aquí?
—Intentamos que éste sea un espacio libre de humo —dijo Anders Nygård con una débil sonrisa.
Harry observó que Vibeke bajaba la mirada cuando él volvió a guardar el paquete en el bolsillo del pantalón.
—¿Qué quieres decir con que es cuestión de estadística? —preguntó el hombre—. ¿Qué te hace pensar que puedes aplicarla a un caso aislado como éste?
—Bueno, antes de responder a tus dos preguntas, ¿tú sabes algo de estadística, Nygård? ¿De distribución normal, significancia, desviación estándar?
—No, pero yo…
—Bien —lo interrumpió Harry—. Porque en este caso, tampoco es necesario. Cien años de estadística delictiva de todo el mundo nos cuentan una única verdad básica: que lo hizo su pareja. Y si la joven no tiene pareja, que lo hizo aquél que habría querido serlo. Ésa es la respuesta a tu primera pregunta. Y ahora la segunda.
Anders Nygård resopló y soltó a Vibeke.
—Eso es totalmente subjetivo, tú no sabes nada de Camilla Loen.
—Correcto —admitió Harry.
—Entonces, ¿por qué afirmas algo semejante?
—Porque tú me has preguntado. Y si ya has terminado con tus preguntas, quizá yo podría continuar con las mías, ¿no?
Nygård hizo amago de ir a decir algo, pero cambió de idea y miró contrariado hacia la mesa. Harry pensó que podía estar equivocado, pero creyó ver una sonrisa levísima entre los hoyuelos de Vibeke.
—¿Creéis que Camilla Loen tomaba drogas? —preguntó Harry.
Nygård alzó la vista de pronto.
—¿Por qué íbamos a creer tal cosa?
Harry cerró los ojos y se armó de paciencia.
—No —respondió Vibeke en voz tenue y suave—. No lo creemos.
Harry abrió los ojos y le sonrió agradecido. Anders Nygård la miró lleno de sorpresa.
—Su puerta no estaba cerrada con llave, ¿verdad?
Anders Nygård negó con la cabeza.
—¿No te resultó extraño? —preguntó Harry.
—No demasiado, puesto que ella estaba en casa.
—Ya. Vosotros tenéis una cerradura sencilla en vuestra puerta y me fijé en que tú…
Señaló a Vibeke con la cabeza.
—… has cerrado con llave cuando he entrado.