La gran aventura del Reino de Asturias (11 page)

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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Historia

La suerte que tuvo Aurelio fue que esta seria convulsión interna no se le complicó con problemas exteriores. Los moros, en efecto, bastante tenían con sus propias querellas. Entre 768 y 774, Abderramán tiene que hacer frente a nuevas revueltas de bereberes y yemeníes en el valle del Tajo, en el Guadiana, en Sevilla… Demasiado trabajo como para ocuparse, además, de ese pequeño reino cristiano del norte que, por otro lado, tampoco estaba en condiciones de atacarle. Tan escarmentado saldrá el emir de Córdoba de todas aquellas revueltas internas, que no dudará en lanzarse a una compra masiva de esclavos —tanto africanos como europeos— con los que rehacer su ejército, para asegurar así su fidelidad. El caso es que, gracias a esas revueltas internas de Al Andalus, Asturias no sufrirá en este periodo nuevos ataques del islam.

Aurelio murió muy pronto. Después de seis años de reinado, falleció por enfermedad en San Martín, luego llamada San Martín del Rey Aurelio, en el año 774. Esa ciudad está cerca de Langreo, bastante al oeste de Cangas, más cerca de Oviedo. Al parecer, Aurelio había querido alejarse de la corte de Cangas y sus intrigas y sus recuerdos de sangre. Es significativo que Aurelio pusiera tierra por medio con la vieja capital; eso podría indicar que las tempestades no habían desaparecido. Mucho más lejos se irá quien le suceda en el trono, Silo o Silón, que pondrá capital en Pravia, todavía más al oeste y, además, cerca del mar. A Silo, por cierto, corresponde el documento escrito medieval más antiguo de la historia de España.

Y bien, ¿de dónde había salido este Silo? Lo que sabemos de él es que era un magnate de los negocios, un gran comerciante, un patricio del dinero. Las crónicas dicen que vivió en paz con los moros «por causa de su madre», y no dicen ni una palabra más, de manera que aquí tenemos un misterio permanente de nuestra historia. ¿Qué quiere decir eso de «su madre»? Nadie lo sabe y las conjeturas al respecto son tan numerosas como inverosímiles. Sánchez Albornoz dio el enigma por indescifrable.

En todo caso, si Silo llegó al trono no fue por su éxito económico ni «por causa de su madre», sino porque estaba casado con Adosinda, que era hija del rey Alfonso I y de Ermesinda y, por tanto, nieta de Don Pelayo. Algunos han sacado de aquí conclusiones un poco aventuradas, como la de que el trono asturiano, al principio, se transmitía por vía matrilineal: Alfonso I reina porque está casado con la hija de Pelayo, Ermesinda; Fruela I reina porque es hijo de la hija de Pelayo; Silo, porque está casado con la hija de Ermesinda y Alfonso… Parece una interpretación un poco forzada, porque el hecho es que la documentación oficial, aunque escasa, menciona siempre a los varones como reyes, limitando el protagonismo de las reinas. Más bien hay que pensar que la corona pertenecía por derecho de preferencia a la estirpe de Pelayo —con el paréntesis de Aurelio, que venía de Fruela Pérez—, aunque, eso sí, las mujeres estaban en pie de igualdad con los varones en materia de transmisión de la herencia regia.

La cuestión es que Aurelio muere, ignoramos si con descendencia o sin ella —tenía un hermano, Bermudo, pero nadie le hizo caso—, y la corte del reino elige rey a Silo, el marido de Adosinda. Y lo primero que hicieron Silo y Adosinda fue cerrar el palacio de Cangas, tan lleno de malos recuerdos, y marcharse a Pravia, como ha quedado dicho. ¿Por qué Pravia? Primero, seguramente, porque estaba bastante lejos de Cangas. Y después, porque la localidad tenía muchas ventajas. Para empezar, Silo conocía bien el terreno: su familia, aristocrática, tenía posesiones en la zona. Además, Pravia era un sitio importante desde antiguo. Asentamiento romano (Flavia Avia, según se dice), estaba a orillas de la calzada de Astúrica Augusta (hoy Astorga) y era un buen eje de comunicaciones. Por si faltaba algo, Pravia, al estar más al oeste que Cangas, permitía a Silo y Adosinda controlar desde más cerca a los levantiscos nobles gallegos.

¿Los gallegos? Sí, los nobles gallegos. Porque a Silo, que tampoco tendría muchos problemas con los moros, sin embargo se le sublevaron los gallegos. Vamos a verlo.

Ahora son los gallegos los que se sublevan

A Silo se le sublevan los gallegos. Más precisamente, los nobles gallegos. Que nadie interprete estos levantamientos como una especie de nacionalismo temprano. En aquella época, esos sentimientos de tipo «nacional» no existían. Eran otras cosas las que estaban en juego.

Cuentan las crónicas que el desenlace de la rebelión gallega estuvo en Monte Cuperio (Montecubeiro, Lugo), que, para que nos hagamos una idea, está a mitad de camino entre Ponferrada y La Coruña. Allí, en Montecubeiro, Silo dominó a los rebeldes. ¿Por qué se sublevaron los nobles gallegos? Sin duda, por lo mismo que se sublevaron con Fruela: querían pintar más, sacudirse el dominio de la corona asturiana, aumentar su poder político y económico sobre la base de sus tierras. Es el mismo proceso que conducirá al feudalismo en Europa. Y aquí, realmente, lo que causa sorpresa no es que hubiera levantamientos de aristócratas terratenientes, sino que la corona fuera lo bastante fuerte para dominarlos. Hemos de mantener siempre a la vista, como en la rebelión de los siervos bajo Aurelio, los grandes cambios socioeconómicos de aquel tiempo.

Pero dicho esto, señalemos que lo más llamativo de esta rebelión gallega es su amplitud. La crónica no señala como protagonista de la revuelta a un estamento concreto —los siervos, los magnates— ni a una comarca determinada, sino que extiende el problema a Galicia en su conjunto. Por tanto, podemos suponer que la alianza de voluntades fue numerosa y que, en su estela, serían muchos miles los hombres armados que desde Galicia amenazaron la unidad del reino. ¿Cómo solucionó Silo el problema? No lo sabemos. Sólo conocemos el episodio de Montecubeiro. Pero debió de haber algo más que una victoria militar, porque en el futuro inmediato no volveremos a ver rebeliones semejantes contra la corona. ¿Acaso Silo reprimió el levantamiento a sangre y fuego, con gran mortandad? Es poco verosímil. Si tal hubiera sido el desenlace, la crónica lo señalaría, porque al cronista le gustaban mucho esos detalles. Más bien hay que pensar en soluciones de tipo político y económico impuestas a la sombra de una victoria armada. Y así pacificó Silo a los gallegos.

En lo demás, Adosinda y Silo pasaron a la historia como reyes prudentes y sensatos. Muy piadosos, también. El 23 de agosto de 775 Silo donó a un grupo de religiosos determinadas propiedades en un lugar llamado Lucís, en el este de Galicia. Es el primer diploma original y auténtico que ha llegado hasta nosotros, y el primer texto medieval que se conserva.

Está escrito en letra gótica cursiva. Es un documento muy importante. Tanto que merece la pena reflejarlo entero. Y decía así:

Acto importante y virtuoso es hacer donación de un lugar de residencia por la salvación de un alma a los hermanos y siervos de Dios Pedro, presbítero, Alanto, converso, Lubino, converso, Avito, presbítero, Valentino, presbítero, demás hermanos que se encuentran en el mismo lugar, y a quien Dios allí llevare, porque esos siervos de Dios nos besaron los pies para que yo les donara un lugar de oración en nuestro cellario, que está entre el Eo y el Masma, entre el riachuelo Alesancia y el Mera; lugar denominado Lucis, que limita con la villa donde habitó nuestro colmenero Epasando, Piago Negro, junto al monte denominado Faro, Pedras Albas, la laguna hasta otra laguna y el mojón, la laguna, el villar denominado de Desiderio, el arroyo denominado Alesancia, otro mojón que está hincado en el monte sobre Tablada, y la calzada que corta el límite hasta el lugar denominado Arcas y el arroyo denominado Comadio, con todas sus entradas y salidas; y dos castros con todas sus prestaciones, montes, helechales, recintos amurallados que allí hay, y todo el ejido.

Todo lo arriba indicado dono y concedo a vosotros y a Dios a favor de nuestro fiel hermano el abad Esperaután, para que oréis por la salvación de mi alma en la iglesia que allí se edificare. Sea todo ello quitado de mi dominio, confiado y confirmado en el vuestro, y poseáis vosotros todo de modo firme e irrevocable. Y que, aquellos a quienes Dios condujere a profesar en este santo lugar, lo reivindiquen con todo el derecho, dispongan de ello y lo defiendan de todo hombre. Y si después de este día alguien pretendiere inquietarles por ese lugar y de todo lo que está escrito, en primer lugar sea apartado de la sagrada comunión, quede expulsado de la comunidad cristiana y de la Santa Iglesia, juzgúesele merecedor del castigo del traidor Judas, y alcáncele tal pena divina que todos cuantos la vean se atemoricen y cuantos la escuchen se estremezcan.

Generoso, Silo. Además de este convento de Lucis, sabemos que Silo y Adosinda edificaron una iglesia muy importante: la de San Juan Evangelista y Apóstol de Santianes (Santianes se llama así por eso, por los dos santos Juanes). Esto debió de ser hacia 774. Lo importante de esta iglesia es que, además de ser uno de los primeros monumentos prerrománicos, en ella estaba un famosísimo acróstico, el Acróstico de Silo. Un acróstico es una composición cuyas letras, leídas en distintas direcciones, forman una frase; literalmente, una sopa de letras. Y en esta iglesia de Santianes había una lápida acróstica, labrada en piedra, que a partir de una
s
central repetía miles de veces la siguiente frase:
Silo Princeps Fecit
, es decir, «el príncipe Silo lo hizo». ¿Cuántas veces se podía leer esa frase? Dicen que 45.670, nada menos. La lápida se rompió y dispersó en el siglo XVII, pero sus pedazos permanecen como curioso testimonio de la inquietud religiosa de aquellos reyes. Cuando Silo murió, en 783, la iglesia se convirtió en residencia monástica y a ella se retiró Adosinda hasta el final de sus días. Ambos están enterrados allí.

Silo y Adosinda no tuvieron hijos. La tradición imputa a Silo un hijo ilegítimo, un tal Adelgaster, concebido de una dama llamada Brunilde. El nombre de Adelgaster aparece en un documento fechado en 780. Se dice que este caballero creó el monasterio de Santa María la Real de Obona, en Tineo. Pero del tal Adelgaster no aparece ni una línea más en ninguna crónica ni documento, de manera que hoy se piensa que es un personaje ficticio. El hecho es, desde luego, que no optó a la corona. Y como Silo y Adosinda no tuvieron hijos, la corona debía pertenecer al joven Alfonso, aquel niño que, quince años antes, había sido escondido por la reina doña Munia, viuda de Fruela I el Cruel, para ponerlo a salvo de las iras de los asesinos de su padre.

¿Recordamos el episodio? El rey Fruela es asesinado y su viuda, la vasca Munia, esconde a sus hijos en un monasterio. Después, Munia ingresa en un convento. ¿Y qué fue de los niños? Pues que los acogió precisamente la reina Adosinda, hermana del rey asesinado, que debía de ser una mujer de armas tomar. Muy celosa de su sangre, Adosinda crió a sus sobrinos con un objetivo muy claro: que el niño, Alfonso, heredara la corona. Tanto es así que este Alfonso —que en la época tendría unos quince años— se ocupó del gobierno doméstico del Palacio de Pravia mientras sus tíos reinaban. Y cuando Silo murió —de muerte natural—, Adosinda convocó a los magnates de palacio para que eligieran rey al joven Alfonso. Así la sangre de Pelayo seguiría en el trono.

Los magnates respondieron a la llamada de Adosinda. Iban a coronar al que sería Alfonso II. Sin embargo, la sangre de Pelayo tendría que esperar.

Carlomagno se estrella en Roncesvalles

Mientras el reino cristiano de Asturias trataba de construirse, y mientras el emirato musulmán de Córdoba trataba de no destruirse, ocurrió en España algo que iba a dar mucho que hablar: el gran Carlomagno —valga la redundancia— salía descalabrado en los Pirineos. Eso fue el 15 de agosto del año 778, en la célebre batalla de Roncesvalles. En Asturias reinaba Silo, en Córdoba, Abderramán. Ninguno de ellos tomó parte en la batalla, que, por otra parte, tampoco fue exactamente en Roncesvalles. Pero el caso es que el episodio no sólo pasó a la historia, sino también a la literatura universal. Vamos a ver lo que pasó.

Recordemos: Carlomagno, rey de los francos, estaba edificando una gruesa frontera en el sur, en el Pirineo, para protegerse de los musulmanes. Es lo que se llamará Marca Hispánica. Al mismo tiempo, los musulmanes habían establecido en el norte del valle del Ebro su propia marca, la Marca Superior, al sur del Pirineo. ¿Dos poderes frente a frente? Sí, pero la España musulmana estaba atravesando por momentos extraordinariamente convulsos. Y ahí es donde Carlomagno va a meter la cuchara.

En efecto, el contexto de esta incursión de Carlomagno es la lucha por el poder dentro de la España musulmana. Abderramán I ha establecido el emirato independiente de Córdoba en 756, pero tiene que hacer frente a numerosos rivales. Por un lado, los caudillos militares o políticos que no aceptan a un Omeya en el poder; por otro, las facciones constituidas en torno al origen étnico de los invasores (yemeníes, árabes, bereberes, sirios…); además, están los gobernadores de territorios que se ven a sí mismos en condiciones de ejercer un poder autónomo. Con frecuencia, estas tres líneas de conflicto se cruzarán entre sí, dando lugar a un paisaje absolutamente caótico. Y eso es precisamente lo que estaba pasando en Barcelona en el año 776.

Hacia el año 776, una vistosa embajada musulmana acude a la ciudad de Paderborn, hoy en Alemania, y pide audiencia con Carlomagno. Los embajadores vienen de Zaragoza y Barcelona, tienen que proponer al rey franco un negocio… político. El negocio es el siguiente: él, Carlomagno, quiere consolidar su poder en la franja sur del Pirineo; ellos, los musulmanes, dominan esa región, pero se ven amenazados por el nuevo poder Omeya en el emirato de Córdoba; si Carlomagno les ayuda a sacudirse la amenaza cordobesa, los musulmanes entregarán a Carlomagno algunas plazas importantes en la zona, empezando por Zaragoza. El cabecilla de la conjura ofrece su propia garantía personal: es Suleyman ibn Al-Arabí, gobernador de Barcelona, un yemení enfrentado a muerte a los Omeyas de Córdoba. Suleyman compromete su palabra: él mismo entregará Zaragoza al rey carolingio. Sobre el papel, todos ganan. Los musulmanes del valle del Ebro ganan su independencia frente a Córdoba, Carlomagno gana una Marca Hispánica extendida hasta el mismo río Ebro. Es una oferta que Carlomagno no puede rechazar.

Dicho y hecho. A lo largo de 777 Carlomagno planificó cuidadosamente la operación. Dispuso dos grandes ejércitos cuya misión consistía en atravesar los Pirineos, uno por el este y otro por el oeste, para converger en Zaragoza. La expedición partiría en la primavera del año siguiente, cuando las nieves pirenaicas se hubieran retirado ya de los caminos. Según lo previsto, Suleyman ibn al-Arabí se encargaría de que Zaragoza abriera sus puertas al rey de los francos. Con esa plaza ocupada por Carlomagno, los territorios musulmanes del este de España se declararían independientes de Córdoba y obedientes a Damasco. Y el rey franco tendría controlada una porción importante de la Península Ibérica.

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