La Historia Interminable (22 page)

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Authors: Michael Ende

Se hizo un largo silencio. Atreyu había enterrado la cara en el hueco de sus brazos y un estremecimiento recorrió su cuerpo. Temía escuchar un grito de desesperación de los labios de la Emperatriz Infantil, un lamento de dolor, quizá reproches amargos o incluso un estallido de cólera. Él mismo no sabía qué esperaba… pero desde luego no era lo que oyó: ella se reía. Se reía suave y alegremente. Los pensamientos de Atreyu se arremolinaron y, por un momento, pensó que la Emperatriz se había vuelto loca. Pero aquella risa no era una risa de locura. Entonces oyó que su voz decía

—¡Pero si lo has traído!

Atreyu levantó la cabeza.

—¿A quién?

—A nuestro Salvador.

Él la miró inquisitivamente a los ojos y no pudo ver en ellos más que franqueza y serenidad. Ella se rió otra vez.

—Has cumplido tu misión. Te agradezco todo lo que has hecho y todo lo que has sufrido.

Él negó con la cabeza.

—Señora de los Deseos, la de los Ojos Dorados —tartamudeó, utilizando por primera vez la fórmula oficial que Fújur le había recomendado—, yo… realmente no entiendo lo que quieres decir.

—Eso se ve —dijo ella—, pero, lo entiendas o no, lo has hecho. Y eso es lo que importa, ¿no?

Atreyu calló. Ni siquiera se le ocurría otra pregunta. Miraba a la Emperatriz con la boca abierta.

—Lo he visto —siguió diciendo ella— y también él me ha mirado.

—¿Cuándo ha sido eso? —quiso saber Atreyu.

—Ahora mismo, cuando has entrado. Tú lo has traído.

Atreyu miró involuntariamente a su alrededor.

—¿Dónde está entonces? No veo a nadie más que a ti y a mí.

—Oh, todavía hay muchas cosas que para ti son invisibles —respondió ella—, pero puedes creerme. Él no está todavía en nuestro mundo. Pero nuestros mundos están ya tan próximos que pudimos vernos, porque, por el tiempo de una exhalación, el delgado muro que aún nos separa se hizo transparente. Pronto estará realmente con nosotros y me llamará por mi nuevo nombre, que sólo él puede darme. Entonces me pondré bien y, conmigo, toda Fantasia.

Durante las palabras de la Emperatriz Infantil, Atreyu se había levantado con esfuerzo. Miró a la Emperatriz Infantil, que se sentaba un poco más alta en su diván, y su voz sonó velada al preguntar:

—Entonces hace mucho tiempo que conoces el mensaje que yo debía traerte. Lo que reveló la Vetusta Morla en el Pantano de la Tristeza, lo que me dio a conocer la voz misteriosa de Uyulala en el Oráculo del Sur… ¿Sabes ya todo eso?

—Sí —dijo ella—, y lo sabía antes de enviarte a la Gran Búsqueda.

Atreyu tragó saliva unas cuantas veces.

—Entonces —pudo decir finalmente—, ¿por qué me enviaste? ¿Qué esperabas de mí?

—Nada más que lo que has hecho —respondió ella.

—Lo que he hecho… —repitió Atreyu lentamente. Entre sus cejas se formó un pliegue vertical de enojo—. Si las cosas son como dices, todo era innecesario. Era superfluo que me enviaras a la Gran Búsqueda. He oído decir que tus decisiones son para nosotros a menudo incomprensibles. Puede ser. Sin embargo, después de todo lo que he vivido, me resulta difícil aceptar con paciencia que sólo hayas estado divirtiéndote conmigo.

Los ojos de la Emperatriz Infantil se pusieron muy serios.

—No me he divertido contigo, Atreyu —dijo—, y sé muy bien lo que te debo. Todo lo que tuviste que soportar era necesario. Te envié a la Gran Búsqueda… no por el mensaje que debías traerme, sino porque era el único medio de llamar a nuestro salvador. Porque él ha participado en todo lo que tú has vivido y ha ido contigo en tu largo viaje. Tú oíste su grito de horror en el Abismo Profundo cuando hablabas con Ygrámul, y viste su figura cuando estabas ante la Puerta del Espejo Mágico. Entraste en su imagen y la llevaste contigo, y por eso te ha acompañado, porque él se ha visto a sí mismo con tus ojos. Y también ahora escucha cada palabra que pronunciamos. Y sabe que hablamos de él y que en él esperamos y confiamos. Y ahora quizá comprenda que todos los trabajos que tú, Atreyu, has realizado, fueron por él: ¡que toda Fantasia lo llama!

Atreyu seguía mirando sombríamente ante sí, pero poco a poco la arruga de enojo se borró de su frente.

—¿Cómo puedes saber todo eso —preguntó al cabo de un rato—: el grito en el Abismo Profundo y la imagen del espejo mágico…? ¿O es que lo habías previsto todo?

La Emperatriz Infantil levantó a ÁURYN y, mientras se lo ponía al cuello, respondió:

—¿No has llevado siempre al Esplendor? ¿No has sabido que, por medio de él, yo estaba siempre contigo?

—No siempre —contestó Atreyu—. Lo perdí.

—Sí —dijo ella—, entonces estuviste realmente solo. ¡Cuéntame lo que ocurrió durante ese tiempo!

Atreyu le contó lo que le había pasado.

—Ahora sé por qué te has vuelto gris —dijo la Emperatriz Infantil—. Has estado demasiado cerca de la Nada.

—Entonces, ¿es verdad —quiso saber Atreyu— lo que dijo Gmork, el hombre-lobo, sobre las criaturas aniquiladas de Fantasia que se convierten en mentiras en el mundo de los seres humanos?

—Sí, es cierto —contestó la Emperatriz Infantil, y sus ojos dorados se oscurecieron—, todas las mentiras fueron en otro tiempo criaturas de Fantasia. Son de la misma naturaleza… pero se han deformado y han perdido su verdadera esencia. Sin embargo, lo que te dijo Gmork era sólo una verdad a medias, como cabe esperar de un medio ser. Hay dos caminos para atravesar las fronteras entre Fantasia y el mundo de los hombres: uno acertado y otro erróneo. Cuando los seres de Fantasia se ven arrastrados de esa forma horrible, siguen el camino falso. Sin embargo, cuando las criaturas humanas vienen a nuestro mundo, toman el verdadero. Todos los que estuvieron con nosotros aprendieron algo que sólo aquí podían aprender y que los hizo volver cambiados a su mundo. Se les abrieron los ojos, porque pudieron veros con vuestra verdadera figura. Por eso pudieron ver también su mundo y a sus congéneres con otros ojos. Donde antes sólo habían encontrado lo trivial, descubrieron de pronto secretos y maravillas. Por eso venían de buena gana a Fantasia. Y, cuanto más rico v floreciente se hacía nuestro mundo de esta forma, tanto menos mentiras había en el suyo y tanto más perfecto era también. De la misma forma que nuestros dos mundos pueden destruirse mutuamente, pueden también mutuamente salvarse.

Atreyu pensó un rato y preguntó luego.

—¿Cómo empezó todo entonces?

—La desgracia que ha caído sobre ambos mundos —respondió la Emperatriz Infantil— tiene un doble origen. Ahora todo se ha convertido en su contrario: lo que abre los ojos, ciega; lo que puede crear algo nuevo se convierte en aniquilación. La salvación está en las criaturas humanas. Una, solo una debe venir y darme un nuevo nombre. Y vendrá.

Atreyu calló.

—¿Comprendes ahora, Atreyu —preguntó la Emperatriz Infantil—, por qué tuve que exigir tanto de ti? Sólo mediante una larga historia llena de aventuras, prodigios y peligros podías traer hasta mí a nuestro salvador. Y esa historia fue la tuya.

Atreyu estaba sumido en profundas reflexiones. Por fin hizo un gesto de asentimiento.

—Ahora entiendo, Señora de los Deseos, la de los Ojos Dorados. Te agradezco que me eligieras. Y perdona mi enfado.

—No podías saber todo eso —respondió ella dulcemente— y también eso era necesario.

Atreyu asintió de nuevo. Tras un corto silencio, dijo:

—Estoy muy cansado.

—Ya has hecho bastante, Atreyu —contestó ella—, ¿quieres descansar?

—Todavía no. Antes quisiera ver el final feliz de mi historia. Si es como tú dices y he cumplido mi misión… ¿por qué el Salvador no está aún aquí? ¿A qué espera?

—Sí —dijo suavemente la Emperatriz Infantil—, ¿a qué espera?

Bastián sintió que las manos se le humedecían de excitación.

—No puedo —dijo—, no sé lo que tengo que hacer. Y además, a lo mejor el nombre que se me ha ocurrido no es el bueno.

—¿Puedo preguntarte otra cosa más? —dijo Atreyu, reanudando la conversación.

Ella asintió sonriendo.

—¿Por qué sólo puedes ponerte bien si recibes un nuevo nombre?

—Sólo su verdadero nombre hace reales a todos los seres y todas las cosas —dijo ella—. Un nombre falso lo convierte todo en irreal. Eso es lo que hace la mentira.

—Quizá el Salvador no sepa el nombre que debe darte.

—Sí que lo sabe —respondió ella.

Los dos se quedaron otra vez silenciosos.

Sí —dijo Bastián—, lo sé. Lo supe enseguida en cuanto te vi. Pero no sé lo que tengo que hacer.

Atreyu levantó la vista.

—Quizá quiere venir y no sabe cómo arreglárselas.

—No tiene que hacer nada más —respondió la Emperatriz Infantil— que llamarme por mi nuevo nombre que sólo él conoce. Eso bastará.

El corazón de Bastián comenzó a latir desordenadamente. ¿Debía probarlo? ¿Y si no tenía éxito? ¿Y si se estaba engañando? ¿Y si los dos no estaban hablando de él sino de un salvador totalmente distinto? ¿Cómo podía saber si realmente se referían a él?

—Me pregunto —comenzó a decir Atreyu otra vez— si es posible que todavía no comprenda que se trata de él y de nadie más.

—No —dijo la Emperatriz Infantil— tan tonto no puede ser, después de todas las señales que se le han dado.

—¡Lo voy a probar! —dijo Bastián. Pero sus labios no pronunciaron las palabras.

¿Qué ocurriría si realmente tuviera éxito? Llegaría de algún modo a Fantasia. ¿Pero cómo? Quizá tendría que sufrir también una transformación. ¿Qué sería entonces de él? ¿Le dolería o perdería el conocimiento? Bastián quería ver a Atreyu y a la Emperatriz Infantil, pero de ningún modo a todos los monstruos que pululaban por allí.

—Quizá —opinó Atreyu— le falte valor…

—¿Valor? —preguntó la Emperatriz Infantil—. ¿Hace falta valor para pronunciar mi nombre?

—Entonces —dijo Atreyu— sólo conozco un motivo que pueda retenerlo.

—¿Cuál?

Atreyu titubeó antes de decirlo:

—Sencillamente, que no quiere venir. No le importáis nada ni tú ni Fantasia. Le somos indiferentes.

La Emperatriz Infantil miró a Atreyu con ojos muy abiertos.

—¡No! ¡No! —gritó Bastián—. ¡No debéis pensar eso! ¡Desde luego, no es así! Por favor, por favor, ¡no penséis eso de mí! ¿Me oís? ¡No es eso, Atreyu!

—Me ha prometido venir —dijo la Emperatriz Infantil—. Lo he leído en sus ojos.

—Sí, eso es verdad —exclamó Bastián—, e iré enseguida, sólo que tengo que pensármelo otra vez a fondo. No es tan fácil.

Atreyu bajó la cabeza y los dos esperaron otra vez largo tiempo en silencio. Pero el Salvador no apareció y ni el más pequeño signo indicó que, al menos, intentara llamar su atención.

Bastián se imaginaba lo que ocurriría si, de pronto, estuviera ante ellos con toda su gordura, sus piernas torcidas y su cara de queso. Podía ver claramente el desencanto pintado en el rostro de la Emperatriz Infantil, que le diría:

«¿Qué buscas

aquí?».

Y Atreyu hasta se reiría probablemente de él.

Ante esa idea, Bastián se ruborizó.

Naturalmente, ellos esperaban a una especie de héroe, un príncipe o algo así. No podía mostrarse ante ellos. Era imposible. Prefería quedarse donde estaba… ¡Pero no!

Cuando la Emperatriz Infantil levantó por fin los ojos, la expresión de su rostro había cambiado. Atreyu casi se asustó ante la grandeza y la severidad de su mirada. Y supo también dónde había visto antes aquella expresión: ¡las esfinges!

—Sólo me queda un recurso —dijo ella—, pero no me gusta utilizarlo. Me gustaría que no me obligara a ello.

—¿Qué recurso? —preguntó Atreyu cuchicheando.

—Lo sepa o no… pertenece ya a la Historia Interminable. Ahora no puede ni debe retroceder. Me ha hecho una promesa y debe cumplirla. Sin embargo, yo sola no puedo hacerlo todo.

—¿Quién hay en toda Fantasia —exclamó Atreyu— que pueda hacer algo que tú no puedes?

—Sólo uno —respondió ella—, cuando quiere. El Viejo de la Montaña Errante.

Atreyu miró a la Emperatriz Infantil con el mayor asombro.

—¿El Viejo de la Montaña Errante? —repitió subrayando cada palabra—. ¿Quieres decir que existe?

—¿Lo dudabas?

—Los ancianos de nuestros campamentos hablan de él a los niños muy pequeños cuando éstos son desobedientes o malos. Dicen que escribe en su libro todo lo que se hace y lo que no se hace, incluso lo que se piensa y se siente, y que entonces queda allí escrito para siempre como una historia hermosa o fea, según. Cuando yo era pequeño, también creía en eso, pero luego pensé que era sólo un cuento de viejas para asustar a los niños.

—¿Quién sabe —dijo ella sonriendo— si no tiene que ver con los cuentos de viejas?

—Entonces, ¿lo conoces? —quiso averiguar Atreyu—. ¿Lo has visto?

Ella negó con la cabeza.

—Si lo veo, será la primera vez que nos encontremos.

—Nuestros ancianos cuentan también —siguió diciendo Atreyu— que nunca puede saberse dónde se encuentra la montaña del Viejo, que éste aparece siempre inesperadamente, unas veces aquí y otras allá, y que sólo por casualidad o por un capricho del Destino se le puede encontrar.

—Sí —respondió la Emperatriz Infantil—. Al Viejo de la Montaña Errante no se le puede buscar. Sólo se le encuentra.

—¿También tú? —preguntó Atreyu.

—También yo —dijo ella.

—¿Y si no lo encuentras?

—Si existe, lo encontraré —repuso ella con una sonrisa enigmática— y si lo encuentro, existirá.

Atreyu no entendió la respuesta. Titubeando, preguntó

—¿Él es… como tú?

—Es como yo —contestó ella— porque es en todo mi opuesto.

Atreyu comprendió que de esa forma no averiguaría nada de ella. Además, lo inquietaba otra idea:

—Estás muy enferma, Señora de los Deseos, la de los Ojos Dorados —dijo casi con severidad— y sola no podrás ir muy lejos. Por lo que veo, todos tus sirvientes y leales te han abandonado. Fújur y yo te acompañaremos con gusto hasta donde sea pero, para ser sincero, no sé si las fuerzas de Fújur resistirán. Y mi pierna… bueno, tú misma has visto que no puedo andar con ella.

—Gracias Atreyu —contestó ella—, gracias por tu ofrecimiento valiente y sincero. Pero no tengo intención de llevaros conmigo. Al Viejo de la Montaña Errante tengo que encontrarlo por mí misma. Y Fújur tampoco está ya donde lo dejaste. Se encuentra ahora en un lugar en donde sus heridas se curan y sus fuerzas se renuevan. Y también tú, Atreyu, estarás pronto en ese lugar.

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