La importancia de llamarse Ernesto (10 page)

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Authors: Oscar Wilde

Tags: #Humor, teatro

SEÑORITA PRISM.—
(tranquilamente)
Creo que es el mío. Sí, aquí está la rozadura que sufrió cuando volcó el coche en la callé de Gower en días juveniles y venturosos. Aquí en el fono está la mancha causada por la explosión de un termo para bebidas, incidente ocurrido en Leamington. Y aquí, en la cerradura, están mis iniciales. No recordaba ya que las había hecho grabar aquí por capricho. Este saco es indiscutiblemente el mío. Me alegro muchísimo hallarlo tan repentinamente. Su extravíame ha ocasionado enormes disgustos durante todos estos años.

JACK.—
(con voz dramática)
Señorita Prism, ha hallado algo más que ese saco de viaje. Yo era el niño que colocó dentro.

SEÑORITA PRISM.—
(asombrada)
¿Usted?

JÁCK.—
(estrechándola contra su pechó)
¡Sí…, madre!

SEÑORITA PRISM.—
(retrocediendo con desesperado asombro)
¡Señor Worthing! ¡Nunca me he casado!

JACK.—¡Nunca se ha casado! No niego que es un golpe muy serio. Sin embargo, después de todo, ¿quién tiene derecho a tirar la piedra al que ha sufrido? ¿No puede el arrepentimiento borrar un acto de locura? ¿Por qué ha de haber una ley para los hombres y otra para las mujeres? Madre, yo la perdono a usted.
(Intenta abrazarla nuevamente.)

SEÑORITA PRISM.—
(con mayor indignación)
Señor Worthing, está usted equivocado.
(Señalando a Lady Bracknell.)
Ahí está la señora que puede decirle quién es usted en realidad.

JACK.—
(luego de hacer una breve pausa)
Lady Bracknell, me da mucha vergüenza parecer indiscreto, sin embargo, ¿me podría hacer la caridad de revelarme quién soy?

LADY BRACKNELL.—Temo que lo que le diga le desagrade totalmente. Usted es hijo de mi desdichada hermana mistress Moncrieff, y, por lo tanto, el hermano mayor de Algernon.

JACK.—¡Hermano mayor de Algy! Entonces, después de todo, tengo un hermano. ¡Ya sospechaba que tenía un hermano!… Cecilia, ¿cómo pudiste dudar que tenía yo un hermano?
(Cogiendo de la mano a Algernon.)
Doctor Chasuble, mi infeliz hermano. Señorita Prism, mi desventurado hermano. Algy, joven insolente, tendrás que tratarme con mayor respeto en lo futuro. No te has comportado conmigo como un hermano en toda tu vida.

ALGERNON.—Sí, chico, hasta hoy, lo admito. Yo lo hacía lo mejor que podía, aunque me faltaba práctica.

Se estrechan la mano.

GWENDOLEN.—
(a Jack)
¡Mi señor! Pero, ¿quién es usted? ¿Cuál es su verdadero nombre de pila ahora que es usted otro?

JACK.—Dios mío… Había olvidado absolutamente ese detalle. La decisión de usted acerca de mi nombre es invariable, ¿no?

GWENDOLEN.—Yo no cambio jamás, salvo en mis afectos.

CECILIA.—¡Qué idiosincrasia tan generosa la de usted, Gwendolen!

JACK.—Entonces mejor será aclarar esta cuestión en seguida. Tía Augusta, un momento. En la época en que la señorita Prism me dejó en el saco de viaje, ¿había yo sido bautizado ya?

LADY BRACKNELL.—Toda la pompa que el dinero puede comprar, incluyendo el bautismo, fue despilfarrado con usted por sus amados padres, ciegos de ternura.

JACK.—¡Entonces ya estoy bautizado! Eso me ha quedado claro. Y ahora, ¿qué nombre me pusieron? Confiésemelo, aunque sea el más excéntrico.

LADY BRACKNELL.—Como era el primogénito, lógico fue que le bautizaran con el nombre de su progenitor.

JACK.—
(un poco indignado)
Estoy de acuerdo, sin embargo, ¿cuál era el nombre de pila de mi padre?

LADY BRACKNELL.—
(recapacitando)
En este momento me es difícil recordar el nombre de pila del general. Era estrambótico, lo reconozco. Pero únicamente en sus últimos años. Y lo era a consecuencia del clima de la India, del matrimonio, de las indigestiones y de otras cosas parecidas.

JACK.—¡Algy! ¿Puedes recordar cuál era el nombre de pila de nuestro padre?

ALGERNON.—Jamás nos dirigimos la palabra. El murió antes de que yo cumpliera un año.

JACK.—¿Tal vez su nombre aparezca en los Anuarios militares de aquella época, ¿verdad, tía Augusta?

LADY BRACKNELL.—El general era un hombre pacífico en todo, menos en su vida familiar; sin embargo, tengo la certeza de que su nombre aparecerá en algún Anuario militar.

JACK.—Aquí están los Anuarios militares de las últimas cuatro décadas. Estas encantadoras crónicas deberían haber constituido mi estudio constante.
(Se lanza hacia un anaquel y arranca de él materialmente los libros.)
M. Generales… Mallan, Maxbohm, Magley, ¡qué nombres más horrendos tienen!… Markby, Migsby, Mobbs, ¡Moncrieffi Teniente en mil ochocientos cuarenta. Capitán, Teniente-coronel, Coronel General en mil ochocientos sesenta y nueve, nombre de pila: Ernesto John.
(Coloca el libro en su lugar con mucha serenidad y habla pausadamente.)
¿No le dije a usted siempre, Gwendolen, que mi nombre era Ernesto? Bueno, pues Ernesto soy, después de todo. Quiero decir que soy naturalmente Ernesto.

LADY BRACKNELL.—En efecto, ahora me acuerdo que el general se llamaba Ernesto. Ya sospechaba que por alguna razón muy particular me era insoportable ese nombre.

GWENDOLEN.—¡Ernesto! ¡Mi Ernesto! ¡Desde el principió advertí que no podías llamarte de otro modo!

JACK.—Gwendolen, para un hombre es una cosa espantosa descubrir súbitamente que durante toda su vida no ha dicho más que la verdad. ¿Puedes perdonarme?

GWENDOLEN.—Claro, porque tengo la certeza de que cambiarás.

JACK.—¡Mi amor!

CHASUBLE.—
(a la señorita Prism)
¡Leticia!
(La abraza.)

SEÑORITA PRISM.—
(emocionada)
¡Federico! ¡Por fin!

ALGERNON.—¡Cecilia!
(La abraza)
¡Por fin!

JACK.—¡Gwendolen!
(La abraza)
¡Por fin!

LADY BRACKNELL.—Sobrino mío, temo que comienzas a dar señales de incultura.

JACK.—Te equivocas, tía Augusta; acabo de percatarme por primera vez en mi vida de la vital importancia de llamarse Ernesto.

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