GWENDOLEN.—¡Mi Ernesto!
JACK.—Pero, ¿no querrá usted realmente decir que no podría amarme si no me llamase Ernesto?
GWENDOLEN.—Pero usted se llama Ernesto.
JACK.—Es verdad; pero en caso de que mi nombre fuese otro, ¿quiere usted decir que le sería imposible amarme?
GWENDOLEN.—
(con volubilidad)
¡Ah! Eso es, evidentemente, una especulación metafísica, y, como la mayoría de las especulaciones metafísicas, tiene muy poca relación con los hechos efectivos de la vida real, tal como los conocemos.
JACK.—Personalmente, querida, se lo digo con toda sinceridad: no le doy demasiado interés al nombre de Ernesto… No creo que ese nombre me siente del todo bien.
GWENDOLEN.—Le sienta perfectamente. Es un hombre divino. Tiene í' música. Produce vibraciones.
JACK.—Pues sinceramente, Gwendolen, le confieso que hay nombres mucho más bonitos. Incluso creo que Jack es más encantador que Ernesto.
GWENDOLEN.—¿Jack?… No; tiene poquísima música, si es que realmente tiene alguna. No impresiona. Carece de vibración… He conocido a varios hombres con ese nombre y todos, sin excepción, eran de una fealdad extraordinaria. Incluso, Jack es el diminutivo de los infinitos Johns, criados. Y me compadezco de toda mujer que se haya casado con un hombre cuyo nombre es John. Tal vez jamás pueda tener la maravillosa satisfacción de un único momento de soledad. Sin lugar a dudas, el único nombre que merece confianza es Ernesto.
JACK.—Gwendolen, es imperioso que vaya a bautizarme… quiero decir, debemos casamos inmediatamente. No hay que perder ni un segundo.
GWENDOLEN.—¿Casamos, señor Worthing?
JACK.—
(admirado)
Naturalmente… Ya sabe usted que la adoro, señorita Fairfax, y me ha permitido creer que no le soy indiferente.
GWENDOLEN.—¡Lo adoro! Sin embargo, usted no
JACK.—Bueno, ¿puedo declararme ahora?
GWENDOLEN.—Pienso que sería una oportunidad admirable. Y para I evitarle una probable decepción, señor Worthing, creo que es justo confesarle con toda sinceridad y anticipadamente que estoy totalmente decidida a decirle que sí.
JACK.—¡Gwendolen!
GWENDOLEN.—Lo escucho, señor Worthing, ¿qué quiere decirme?
JACK.—Ya sabe usted lo que quiero decirle.
GWENDOLEN.—Sí, pero usted me lo tiene que decir.
JACK.—Gwendolen, ¿quiere casarse conmigo?
(Se arrodilla)
GWENDOLEN.—¡Claro que acepto, mi vida! ¡Has tardado mucho en pedírmelo! Temo Que tengas muy poca experiencia en materia de declaraciones.
JACK.—Encanto mío, no he amado a nadie en el mundo como a ti.
GWENDOLEN.—Sí, pero los hombres se declaran frecuentemente, para practicar. Estoy enterada de que mi hermano Gerardo lo hace. Todas mis amigas me lo han contado. ¡Qué ojos azules más hermosos tiene usted, Ernesto! Son muy, muy azules. Ojalá que me mire usted siempre de esa manera, principalmente cuando haya personas a nuestro alrededor.
Entra lady Bracknell.
LADY BRACKNELL.—¡Levántese, señor Worthing, de esa postura semiyacente! Es muy indigna.
GWENDOLEN.—¡Mamá!
(El señor Worthing intenta pararse. Ella no lo permite.)
Te suplico encarecidamente que te marches. Este no es lugar para ti. Además, el señor Worthing no ha terminado todavía.
LADY BRACKNELL.—¿No ha terminado de qué, si tengo derecho a saberlo?
GWENDOLEN.—Soy la prometida del señor Worthing, mamá.
LADY BRACKNELL.—Disculpa, pero tú no eres la prometida de ningún hombre. Cuando te comprometas con una persona, yo, o tu padre, si su salud se lo permite, te lo comunicaremos. Un compromiso debe presentársele a una muchacha como sorpresa, agradable o desagradable, según sea el caso. Este asunto, debido a su complejidad, no debería permitírsele arreglarlo por sí misma. Y ahora quiero que me aclare algunas dudas, señor Worthing. Mientras tanto, tú, Gwendolen, aguardarás en el carruaje.
GWENDOLEN.—
(reconviniéndola)
¡Mamá!
LADY BRACKNELL.—He ordenado que me esperes en el carruaje, Gwendolen.
Gwendolen se encamina hacia la puerta. Ella y Jack se lanzan besos por detrás de Lady Bracknell. Lady Bracknell observa vagamente a su alrededor como si no advirtiese lo que estaba sucediendo, se vuelve y le pide nuevamente a Gwendolen que vaya al carruaje. Gwendolen se marcha volviéndose para mirar a Jack Luego de sentarse y sacar de su bolsillo un pequeño cuaderno de notas y un lápiz, lady Bracknell le ofrece asiento al señor Worthing.
JACK.—Gracias, lady Bracknell, prefiero estar de pie.
LADY BRACKNELL.—
(lápiz y cuadernito de notas en mano)
Creo que es mi deber advertirle que no está usted incluido en mi lista de muchachos elegibles, aunque tengo la misma que la apreciada duquesa de fe Bolton. Realmente trabajamos juntas. Pero estoy totalmente dispuesta a anotar el nombre de usted si sus respuestas son las que requiere una madre verdaderamente amorosa. ¿Fuma usted?
JACK.—Pues bien: sí, debo reconocer que fumo.
LADY BRACKNELL.—Me da mucho gusto saberlo. Un hombre debe tener siempre una ocupación cualquiera. En Londres hay muchos hombres desocupados. ¿Qué edad tiene?
JACK.—Veintinueve años.
LADY BRACKNELL.—Esa es una edad excelente para casarse. Siempre ftl he pensado que si un hombre desea casarse debe saberlo todo o nada. ¿En qué caso se encuentra usted?
JACK.—
(después de dudar durante unos segundos)
No sé nada, lady Bracknell.
LADY BRACKNELL.—Me da mucho gusto saberlo. Rechazo la menor intromisión de la ignorancia natural. La ignorancia se parece a un delicado fruto exótico: si la tocas, la marchitas. La teoría de la educación moderna es íntegra y radicalmente falsa. Por fortuna en Inglaterra, en cualquier escala, no causa el menor efecto. Si lo produjese, sería un peligro probado para las clases altas, y daría lugar, probablemente, a actos de violencia en Grosvenor Square. ¿Cuál es su salario?
JACK.—De siete a ocho mil libras esterlinas al año.
LADY BRACKNELL.—
(luego de anotar en su cuadernito)
¿En tierras o en inversiones?
JACK.—En inversiones, la mayoría.
LADY BRACKNELL.—Eso es muy ventajoso. Entre los deberes que se le exigen a uno durante su vida y los deberes que se le exigen tras su muerte, las tierras han dejado de ser, en todo caso, un beneficio o un placer. Le dan posición a uno, y lo previenen de aumentarlas. Es cuanto puede decirse de las tierras.
JACK.—Poseo una casa de campo con algunas tierras, lógicamente dentro de la misma propiedad, unos mil quinientos acres aproximadamente; sin embargo, no proceden de eso mis ingresos reales. En realidad, por lo que he podido comprobar, los cazadores furtivos son los únicos que sacan algo de las tierras.
LADY BRACKNELL.—¿Esa casa de campo cuántas alcobas tiene? Bueno, ese punto puede aclararlo después. ¿Tiene una casa en Londres, verdad? Una muchacha de naturaleza simple, que conserva su belleza natural como Gwendolen, es difícil que pueda vivir en el campo.
JACK.—Sí; tengo una casa en la plaza de Belgravia, sin embargo, la he arrendado desde este año a lady Bloxham. Naturalmente que puedo pedirle que la desaloje cuando yo lo desee, con seis meses de aviso.
LADY BRACKNELL.—¿Lady Bloxham? No la conozco.
JACK.—¡Oh! Ella casi no sale de la casa. Es una señora de edad muy avanzada
LADY BRACKNELL.—¡Ah! En la actualidad eso no es garantía de decencia ¿Qué número de la plaza de Belgravia?
JACK.—Ciento cuarenta y nueve.
LADY BRACKNELL.—
(moviendo la cabeza)
En el lado que no está de moda. Ya me imaginaba que habría algo. Empero, eso lo podemos modificar con facilidad.
JACK.—¿La moda o el lado?
LADY BRACKNELL.—
(severamente)
Me imagino que los dos, si es necesario. Y en política ¿de qué lado está?
JACK.—Temo que en rigor de ninguno. Soy tan sólo liberal unionista del mantenimiento de la unión inglesa a ultranza, enemigo, por ende, de la autonomía irlandesa.
LADY BRACKNELL.—¡Oh! Eso le coloca entre los «tories». Cenan con I nosotros. O vienen a conversar por la noche, en todo caso. Ahora, abordemos cuestiones menores. ¿Sus padres viven?
JACK.—Ambos han muerto.
LADY BRACKNELL.—Perder a uno de los dos, señor Worthing, puede juzgarse como una desgracia; perder a ambos es como un descuido. ¿Quién era su padre? Indudablemente, un hombre con cierta riqueza. ¿Nació en lo que los periódicos radicales llaman el «reino de los negocios», o se había encumbrado en el círculo de la aristocracia?
JACK.—Temo no saberlo exactamente. La verdad es que aunque he manifestado que perdí a mi padre y a mi madre, lo más cercano a la realidad sería decir que, supuestamente, fueron ellos los que me perdieron a mí… En la actualidad no sé quién soy por mí nacimiento Fui… bueno, fui encontrado.
LADY BRACKNELL.—¡Encontrado!
JACK.—El difunto señor Thomas Cardew, anciano caballero, muy humano y misericordioso, me encontró y me dio el nombre de Worthing porque casualmente tenía un billíete de primera clase para Worthing en su bolsillo en ese momento. Worthing es un pueblo de la comarca de Sussex. Es una playa concurrida.
LADY BRACKNELL.—¿Dónde lo halló ese caballero misericordioso?
JACK.—
(con gravedad)
En una bolsa de mano.
LADY BRACKNELL.—¿En una bolsa de mano?
JACK.—
(muy serio)
Naturalmente, lady Bracknell. Me encontraba en una bolsa de mano, un saco de mano un tanto grande, de cuero negro, con asas; es decir, una bolsa corriente.
LADY BRACKNELL.—¿En qué lugar encontró ese señor James o Thomas Cardew ese saco de mano corriente?
JACK.—En el guardarropa de la estación Victoria, Se la dieron, equivocadamente, por el suyo.
LADY BRACKNELL.—¿En el guardarropa de la estación Victoria?
JACK.—Sí, en la línea Brighton.
LADY BRACKNELL.—El nombre de la línea no es importante, señor Worthíng; confieso que me siento un poco desconcertada por lo que acaba de revelarme. Nacer, o tan siquiera haber sido criado en un saco de mano, con asas o sin éstas, roe parece una ofensa hacia el recato de la vida de familia, que recuerda los peores abusos de la Revolución Francesa, Y supongo que sabrá a lo que ha conducido ese infortunado movimiento. Respecto al lugar exacto en el cual fue hallado el saco de mano, el guardarropa de una estación de ferrocarril podría servir para ocultar una indiscreción social, y realmente es muy factible que haya sido utilizado para ese propósito antes de ahora; sin embargo, difícilmente puede ser considerada como una base segura para un reconocimiento en la buena sociedad,
JACK.—¿Qué me sugeriría usted hacer? No es necesario que diga que haría cualquier cosa para asegurar la felicidad de Gwendolen.
LADY BRACKNELL.—Le sugiero, señor Worthing, que procure conseguir parientes lo más rápido que pueda y que haga un esfuerzo supremo Óscar Wilde para presentar, siquiera, a uno de sus dos progenitores, antes de que concluya la temporada.
JACK.—Pues no veo cómo voy a arreglármelas para eso. Puedo traerle la bolsa cuando lo indique. La conservo en mi casa, en mi armario. Creo que con eso podría realmente darse por satisfecha, lady Bracknell.
LADY BRACKNELL.—¡Yo, caballero! ¿Qué tengo que ver con eso? ¡No creerá que lord Bracknell y yo vamos a caer en la locura de casar a nuestra hija única, una muchacha educada con el mayor cuidado, con un paquete de guardarropa. ¡Buenos días, señor Worthing!
(Lady Bracknell sale con una rabia majestuosa.)
JACK.—¡Buenos días!
Desde un salón contiguo, Algernon comienza a tocar la marcha nupcial; Jack, con aire furibundo, camina hacia la puerta.
JACK.—¡Por Dios, no toques esa música tan pavorosa, Algy! ¡Qué torpe eres!
Cesa la música y Algernon entra con semblante risueño.
ALGERNON.—¿Conseguiste lo que te proponías, mi viejo amigo? ¿No querrás decir que Gwendolen te dio calabazas? Sé que es un hábito suyo. Siempre rechaza a sus pretendientes. Lo encuentro muy perverso en ella.
JACK.—¡Oh! Es tan correcta como un salvamanteles. Ya estamos comprometidos. Su madre es totalmente insoportable. Jamás he conocido a una Gorgona semejante… En realidad, no sé cómo será una Gorgona; sin embargo, estoy segurísimo de que lady Bracknell lo es. En cualquier caso, es un monstruo, y no mitológico, lo cual resulta más bien injusto… Perdóname, Algy. Creo que no debería hablar de tu tía de esta forma, estando tú presente.
ALGERNON.—No te preocupes, a mí me encanta oír maltratar a mi familia. Es lo único que me hace tolerarlos después de todo. Los parientes son, sinceramente, un hatajo de personas impertinentes que no tienen la más remota noción de cómo hay que vivir, ni el más pequeño instinto de cuándo morirse.
JACK.—¡Oh, eso es absurdo!
ALGERNON.—Te equivocas.
JACK.—Está bien, no quiero reñir por ese tema. Tú siempre quieres discutir todo.
ALGERNON.—Precisamente para eso las cosas fueron creadas.
JACK.—Te juro que si yo pensase eso, me pegaría un tiro…,
(Pausa.)
¿Crees, Algy, que existe una posibilidad de que Gwendolen llegue a parecerse a su madre dentro de ciento cincuenta años?
ALGERNON.—Todas las mujeres llegan a imitar a sus madres. Ésa es su tragedia. A los hombres no les ocurre lo mismo. Ésta es la suya. Jack: ¡Es muy ingenioso eso!…
ALGERNON.—Está perfectamente comprobado. Y es tan verdadero como puede serlo cualquier observación en la vida civilizada.
JACK.—Estoy hastiado de la inteligencia. En la actualidad, todo el mundo es inteligente. No puedes ir a ninguna parte sin encontrarte con personas inteligentes. Esto ha llegado a ser una verdadera calamidad pública. Le imploro a Dios que deje a unos cuantos torpes.
ALGERNON.—Los hay.
JACK.—Me encantaría muchísimo encontrármelos. ¿De qué temas hablan?
ALGERNON.—¿Los torpes? ¡Oh! De las personas inteligentes, naturalmente.
JACK.—¡Qué estúpidos!
ALGERNON.—Por cierto: ¿le has dicho a Gwendolen la verdad: de que eres Ernesto en Londres y Jack en el campo?
JACK.—
(con marcado aire de protección)
Mi apreciado amigo, la verdad no es el tipo de cosas que uno dice a una muchacha hermosa, agradable e inteligente. ¡Qué ideas más extraordinarias tienes acerca de la manera de proceder con una mujer!
ALGERNON.—La única forma de proceder con una mujer es hacerle el amor, si es hermosa, o hacérselo a otra, si es fea.