La importancia de llamarse Ernesto

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Authors: Oscar Wilde

Tags: #Humor, teatro

 

Dos excelentes amigos, Algernon Moncrieff y Jack Worthing, tratan de conquistar a Cecilia Cardew y a Gwendolen Fairfax, respectivamente, a quienes el nombre de «Ernesto» seduce arrebatadamente. Para conseguir lo anterior, ambos jóvenes han asegurado, falsamente, llamarse «Ernesto». Jack, tutor de Cecilia, ha hecho creer a ésta que él tiene un hermano menor llamado «Ernesto», el cual es un «calavera». Las historias que Jack le cuenta a Cecilia del supuesto hermano hacen que ésta se enamore del inexistente «Ernesto» y quiera conocerlo. Por su parte, Algernon, valiendose de argucias, llega a la casa de campo de Jack para conocer a Cecilia y se enamora de ella. Cecilia y Gwendolen piensan que están enamoradas del mismo «Ernesto», pues Gwendolen no sabe que el verdadero nombre de su «Ernesto» es Jack. Finalmente, este último confiesa la verdad y las parejas encuentran la felicidad a pesar de los engaños.

Oscar Wilde

La importancia de llamarse Ernesto

ePUB v1.0

Narukei
05.06.12

Título original:
The Importance of Being Earnest

Oscar Wilde, 1895

Diseño/retoque portada: Narukei

Traducción: Ediciones Leyenda, S.A de C.V.

Editor original: Narukei (v1.0)

ePub base v2.0

PERSONAJES

JOHN WORTHING (JACK), juez de paz.

ALGERNON MONCRIEFF.

GWENDOLEN FAIRFAX.

CECILIA CARDEW.

LADY BRACKNELL.

Reverendo canónigo CHASUBLE.

SEÑORITA PRISM, institutriz.

LANE, criado.

MERRIMAN, mayordomo.

ACTO PRIMERO

Saloncito íntimo de mañana, en el piso de soltero de Algernon, ubicado en la calle Half Moon. La habitación está suntuosa y artísticamente amueblada. Lañe prepara en la mesa el servicio para el té de la tarde, y luego de que cesa la música, entra Algernon.

ALGERNON.—¿Has escuchado lo que estaba tocando?

LANE.—No, señor; pues pienso que es impropio hacerlo.

ALGERNON.—Entonces, lo siento por ti. No toco con precisión. Todo el mundo toca con precisión, sin embargo, yo toco con una expresión estupenda. Respecto al piano, los sentimientos son mi fuerte. Guardo la ciencia para la Vida.

LANE.—Sí, señor.

ALGERNON.—Y, ya que hablo de la ciencia de la Vida, ¿ya tienes preparados los sandwiches de pepino para lady Bracknell?

LANE.—Sí, señor.

Se los muestra en una bandeja.

Algernon los examina, toma dos, se sienta en el sofá y dice:

ALGERNON.—¡Oh!… Y a propósito, Lañe, he advertido que en tu libro de cuentas has anotado que durante la cena del jueves el señor Worthing, lord Shoreman y yo bebimos ocho botellas de champaña.

LANE.—En efecto, señor: ocho botellas y un poco más.

ALGERNON.—¿Por qué será que en una casa de soltero son, invariablemente, los sirvientes quienes se beben el champaña? Lo pregunto sencillamente por curiosidad.

LANE.—Supongo que se debe a la excelente calidad de esa bebida, señor. He advertido que en las casas de los hombres casados el champaña rara vez es de primera calidad.

ALGERNON.—¡Por Dios! ¿Tan desmoralizador es el matrimonio?

LANE.—Particularmente, considero que es un estado muy agradable, señor. Hasta el momento he tenido poquísima experiencia. Sólo me he casado una vez. Fue un error entre una muchacha y yo.

ALGERNON.—
(lánguidamente)
No sé si me importa mucho su vida familiar, Lane.

LANE.—No, señor; no es un tema muy relevante. Yo tampoco pienso en ella.

ALGERNON.—Muy natural. No lo dudo. Es suficiente. Gracias, Lane.

Lane sale.

ALGERNON.—La opinión que tiene Lane del matrimonio parece algo relajada. En verdad, si las clases inferiores no dan un buen ejemplo, ¿qué utilidad tienen en este mundo? Como clases, parece que no tienen en absoluto ningún sentido de responsabilidad moral.

Entra Lane.

LANE.—El señor Ernesto Worthing.

Entra Jack. Se retira Lane.

ALGERNON.—¿Cómo estás, mi apreciado Ernesto? ¿A qué has venido a la ciudad?

JACK.—¡Oh el placer, el placer! ¿Qué otra cosa puede traer a la gente? ¡Ah!, ¡pero estás comiendo, Algy!

ALGERNON.—
(con displicencia)
Creo que es costumbre en la buena sociedad disfrutar de un leve refrigerio a las cinco. ¿Dónde has estado desde el jueves pasado?

JACK.—
(sentándose en el sofá)
En el campo.

ALGERNON.—¿Y qué te ha obligado a encarcelarte allí?

JACK.—
(quitándose los guantes)
Cuando uno se encuentra en la ciudad, se divierte uno solo. Cuando uno sé encuentra en el campo, divierte a los demás. Esto es temiblemente tedioso.

ALGERNON.—¿Y quiénes son esas personas a las que tú diviertes?

JACK.—
(con tono indiferente)
¡Oh! Vecinos, vecinos.

ALGERNON.—¿En tu tierra de Shropshire has encontrado vecinos tratables?

JACK.—¡Totalmente repugnantes! No hablo nunca con ninguno de ellos.

ALGERNON.—¡Debes divertirles de una manera formidable!
(Se levanta y coge un sandwich.)
A propósito, Shropshire es tu patria chica, ¿no es así?

JACK.—¿Qué dices? Por supuesto, así es. Y, ¿por qué están dispuestas todas esas tazas? ¿Por qué estos sandwiches de pepino? ¿Por qué esta insana excentricidad en un hombre tan joven? ¿A quién has invitado a tomar el té?

ALGERNON.—¡Oh! Solamente tía Augusta y Gwendolen.

JACK.—¡Es divinamente encantador!

ALGERNON.—En efecto, todo eso está muy bien, sin embargo, temo que a tía Augusta le disguste encontrarte aquí.

JACK.—¿Podrías decirme por qué?

ALGERNON.—Mi apreciado amigo, es por tu vergonzosa manera de coquetear con Gwendolen. Es casi tan inmoral como la forma como coquetea Gwendolen contigo.

JACK.—Estoy enamorado de Gwendolen. He venido a Londres exclusivamente para declarármele.

ALGERNON.—Supuse que habías venido a buscar placer. A eso le doy el nombre de negocios.

JACK.—Eres muy poco romántico.

ALGERNON.—Sinceramente, no distingo ni un ápice de romántico en una propuesta de matrimonio. Sentirse enamorado es muy romántico. Sin embargo, no hay nada romántico en una declaración definitiva. Porque incluso puede uno ser aceptado. Creo que de esa manera ocurre, generalmente. Y entonces se acabó todo entusiasmo. La verdadera esencia del romanticismo es la incertidumbre. Si llego a casarme, procuraré olvidarme del amor.

JACK.—Te creo, mi apreciado Algy. El divorcio fue exclusivamente inventado para personas cuya memoria está curiosamente constituida.

ALGERNON.—¡Oh! Es en vano hacer reflexiones de este tema. Los divorcios se realizan en el cielo.
(Jack estira la mano para coger un sándwich, Algernon no se lo permite.)
Por favor, deja de comer los sandwiches de pepino. He ordenado que los preparen especialmente para tía Augusta.
(Luego de decir esto toma uno y se lo come.)

JACK.—Pero, ¿por qué me los niegas y tú no paras de comértelos?

ALGERNON.—Eso es totalmente distinto. Yo soy su sobrino.
(Coge un plato)
Come un trozo de pan con mantequilla. El pan con mantequilla es para Gwendolen. A Gwendolen le fascina el pan con mantequilla.

JACK.—
(arrimándose a la mesa y sirviéndose él mismo)
Este pan y esta mantequilla están muy sabrosos.

ALGERNON.—Es verdad, mi apreciado amigo, sin embargo, no es necesario que comas como si fueras a terminártelo todo. Actúas como si ella ya fuera tu esposa. No lo es aún y dudo que lo sea jamás.

JACK.—¿Por qué estás tan seguro?

ALGERNON.—Porque las chicas jamás contraen matrimonio con el hombre con el que coquetean. No consideran que sea honesto.

JACK.—¡Eso es una gran estupidez!

ALGERNON.—Estás equivocado. Esto demuestra por qué puedes ver un sinfín de solteros por todas partes. Además, yo no consentiría ese matrimonio.

JACK.—¿Te opondrías?

ALGERNON.—Mi apreciado amigo, Gwendolen es mi prima hermana. Y antes de aceptar que sea tu esposa, has de explicarme por completo el asunto de Cecilia.
(Se escucha el tintinear del timbre.)

JACK.—¡Cecilia! ¿Qué es lo que deseas saber? Jamás he cruzado una sola palabra con una mujer que se llame Cecilia.

Entra Lane.

ALGERNON.—Trae por favor la cigarrera que el señor Worthing olvidó en la sala de fumar la última vez que nos acompañó a cenar.

LANE.—En seguida, señor.

Sale Lane

JACK.—Entonces, ¿has tenido mi cigarrera todo este tiempo? Podrías haberme hecho el favor de decírmelo. He enviado varias cartas frenéticas a Scotland Yard para que se encarguen de este asunto. Incluso he estado dispuesto a ofrecer una espléndida recompensa.

ALGERNON.—Bueno, espero con impaciencia tu oferta…

JACK.—Ya no es necesario, pues ya ha aparecido.

Entra Lane con la cigarrera sobre una bandeja. Algernon la recibe. Se retira Lane.

ALGERNON.—Me obligas a decirte que esa actitud me parece sumamente mezquina, Ernesto.
(Abre la cigarrera y la examina.)
Empero, no importa porque ahora veo la inscripción de la parte de dentro, y compruebo que el objeto no te pertenece.

JACK.—Te equivocas, es mío.
(Dirigiéndose hacia él)
En más de cien ocasiones me la has visto, además, nadie te ha autorizado a leer lo que está escrito en su interior. Es una insolencia leer una cigarrera particular.

ALGERNON.—¡Oh! ES absurdo tener una regla rigurosa e invariable sobre lo que debe y no debe leerse. Más de la mitad de la cultura moderna depende de lo que no debería leerse.

JACK.—Es un hecho del que estoy perfectamente informado, pero no es mi propósito discutir acerca de la cultura moderna. Este tema no merece conciliarse en privado. Lo único que quiero es recobrar mi cigarrera.

ALGERNON.—También lo sé, sin embargo, esta cigarrera no te pertenece. Esta cigarrera se la obsequiaron a una persona que se llama Cecilia y tú has asegurado que no conoces a nadie con ese nombre.

JACK.—Bueno, ya que te empecinas en saberlo, te diré que Cecilia es mi tía.

ALGERNON.—¡Tu tía!

JACK.—Sí. Además, es una anciana maravillosa, encantadora, que vive en Tunbridge Wells. Dame la cigarrera en seguida, Algy.

ALGERNON.—
(tendiéndose en el sofá)
Pero, ¿por qué se llama a sí misma «la pequeña Cecilia», si es tía tuya y si vive en Tunbridge Wells?
(Continúa leyendo.)
«De la pequeña Cecilia, con su más tierno amor.»

JACK.—
(en dirección hacia el sofá e hincándose en él)
Mi apreciado amigo, no hay nada de raro en eso: unas tías son grandes y otras no lo son. Es ésta, innegablemente, una cuestión sobre la cual debe estarle permitido a una tía decidir por sí misma. ¡Crees que todas las tías deben ser exactamente iguales a la tuya! ¡Eso es absurdo! Por dios, dame mi cigarrera.
(Persigue a Algernon por toda la habitación.)

ALGERNON.—Estoy de acuerdo, sin embargo, ¿por qué tu tía te llama tío suyo? «De la pequeña Cecilia, con su más afectuoso amor, a su adorado tío Jack.» No hay nada reprobable, lo admito, en que una tía sea pequeña, pero que una tía, sin importar la estatura o la edad que tenga, deba llamar a su propio sobrino su tío, es lo que no puedo entender. Además, tú no te llamas Jack, sino Ernesto.

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