La importancia de llamarse Ernesto (5 page)

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Authors: Oscar Wilde

Tags: #Humor, teatro

ALGERNON.—¡Oh! En verdad, no soy infame, ni mucho menos, prima Cecilia. No debes tener esa opinión de mí.

CECILIA.—Si no es perverso, nos ha estado mintiendo, indudablemente, a todos, de la manera más inaceptable. Ojalá que no esté llevando una doble vida, intentando ser perverso y ser realmente afable durante todo este tiempo. A esa actitud se le llama hipocresía.

ALGERNON.—
(observándola con estupefacción)
¡Oh! Por supuesto que he sido un poco imprudente.

CECILIA.—Me alegra escucharlo.

ALGERNON.—Verdaderamente, ya que lo mencionas, he sido todo lo perverso que he podido en mi breve vida.

CECILIA.—No creo que deba ufanarse de ella, aunque, indudablemente, haya sido muy satisfactoria.

ALGERNON.—Mucho más grato es estar aquí contigo.

CECILIA.—Lo que me es difícil entender es por qué ha venido a este lugar. El tío Jack volverá hasta el lunes por la tarde.

ALGERNON.—¡Oh! Que enorme frustración para mí. Debo marcharme forzosamente el lunes por la mañana en el primer tren. Tengo una reunión de negocios a la que me interesa mucho… faltar.

CECILIA.—¿No podría faltar en cualquier otro sitio que no fuese Londres?

ALGERNON.—No; la cita es en Londres.

CECILIA.—Bueno; ya sé, naturalmente, lo importante que es no acudir a una cita de negocios cuando se quiere conservar cierto sentido de la belleza de la vida; empero, creo que haría usted mejor en esperar el regreso del tío Jack. Sé que desea hablar con usted de su emigración.

ALGERNON.—¿Acerca de qué?

CECILIA.—De su emigración. Tío Jack ha ido a comprarle a usted su vestuario.

ALGERNON.—No aceptaré de ninguna manera que Jack me compre mi equipo. Tiene un pésimo gusto para las corbatas.

CECILIA.—Dudo que vaya a necesitar alguna corbata. El tío Jack ha decidido enviarlo a Australia.

ALGERNON.—¡A Australia! Antes prefiero morir.

CECILIA.—Pues el miércoles por la noche, mientras cenábamos, dijo que tendría que escoger entre este mundo, el otro y Australia.

ALGERNON.—¡Ah! Bueno. Los informes que he recibido de Australia y del otro mundo son poco alentadores. Este mundo es suficientemente bueno para mí, prima Cecilia.

CECILIA.—Lo sé; sin embargo, ¿es usted bastante bueno para él?

ALGERNON.—Temo que no. Por ello quiero que tú me reformes. Puedo ser tu misión, si no te importa, prima Cecilia.

CECILIA.—Esta tarde no puedo.

ALGERNON.—Bueno, no te importará si comienzo a reformarme yo solo esta tarde, ¿verdad?

CECILIA.—Sería un poco quijotesco de su parte. Sin embargo, creo que debe intentarlo.

ALGERNON.—Lo intentaré. Incluso me siento ya mejor.

CECILIA.—Pues su aspecto demuestra lo contrario.

ALGERNON.—Eso es porque tengo hambre.

CECILIA.—¡Qué descortesía la mía! Debería haber recordado que, cuando uno va a comenzar una vida completamente nueva, uno necesita comer en abundancia y sanamente. ¿Quiere cenar?

ALGERNON.—Se lo agradezco. ¿Podría tomar antes una flor para el ojal? Nunca tengo apetito si no llevo una flor en el ojal.

CECILIA.—¿Aceptaría una caléndula?
(Toma las tijeras.)

ALGERNON.—Discúlpame, pero preferiría una rosa sonrosada.

CECILIA.—¿Por qué?
(Corta una flor.)

ALGERNON.—Porque pareces una rosa sonrosada, prima Cecilia.

CECILIA.—Creo que es incorrecto que me hable de esa forma. La señorita Prism no me dice nunca esas cosas.

ALGERNON.—Entonces será una vieja dama miope.
(Cecilia le coloca la rosa en el ojal.)
Eres la muchacha más bonita que he visto en mi vida.

CECILIA.—La señorita Prism asegura que todas las personas encantadoras son una trampa.

ALGERNON.—Una trampa en la que todo hombre prudente querría dejarse atrapar.

CECILIA.—¡Oh! Creo que a mí no me gustaría atrapar a un hombre sensato. No sabría de qué hablarle.

Entran en la casa. La señorita Prism y el doctor Chasuble regresan.

SEÑORITA PRISM.—Está usted muy solo, mí estimado doctor Chasuble. Debería casarse. Le comprendo, todavía misántropo; pero un mujerántropo, ¡jamás!

CHASUBLE.—
(con un escalofrío de hombre docto)
No merezco, créame, un vocablo de tan marcado neologismo. El precepto, así como la práctica de la Iglesia primitiva, eran claramente opuestos al matrimonio.

SEÑORITA PRISM.—
(sentenciosamente)
Ésa es, sin duda alguna, la razón de que la Iglesia primitiva no haya durado hasta nuestros días. No parece usted darse cuenta, mi querido doctor, de que un hombre que se empeña en permanecer soltero se convierte en una perpetua tentación pública. Los hombres deberían ser más prudentes; su propio celibato es lo que pierde a las naturalezas frágiles.

CHASUBLE.—Sin embargo, ¿es que un hombre no tiene los mismos atractivos cuando está casado?

SEÑORITA PRISM.—Un hombre casado no posee nunca atractivos más que para su mujer.

CHASUBLE.—Y, según me han dicho, muchas veces ni siquiera para ella

SEÑORITA PRISM.—Eso depende de las simpatías intelectuales de la mujer. Se puede siempre confiar en la edad madura. Se puede dar crédito a la madurez. Las mujeres jóvenes están verdes.
(Él doctor Chasuble se estremece.)
Hablo en términos de horticultura. Mi metáfora estaba tomada de las ñutas. Pero, ¿dónde está Cecilia?

CHASUBLE.—Tal vez nos haya seguido a las escuelas.

Entra Jack muy despacio por el fondo del jardín. Viste de luto riguroso, con una gasa negra sobre la cinta del sombrero y guantes negros.

SEÑORITA PRISM.—¡Señor Worthing!

CHASUBLE.—¿Señor Worthing?

SEÑORITA PRISM.—Es una verdadera sorpresa. No le esperábamos a usted hasta el lunes por la tarde.

JACK.—
(estrechando la mano de la señorita Prism con ademán trágico)
He regresado antes de lo que esperaba. Supongo que estará usted bien, doctor Chasuble.

CHASUBLE.—Mi estimado señor Worthing, espero que ese traje de luto, no significará ninguna terrible calamidad.

JACK.—Mi hermano.

SEÑORITA PRISM.—¿Más deudas vergonzosas, más locuras?

CHASUBLE.—¿Sigue siempre haciendo su vida de placer?

JACK.—
(inclinando la cabeza)
¡Muerto!

CHASUBLE.—¿Ha muerto su hermano Ernesto?

JACK.—Por completo.

SEÑORITA PRISM.—¡Qué lección para él! Espero que le servirá.

CHASUBLE.—Señor Worthing, le doy a usted mi sincero pésame. Tiene usted, al menos, el consuelo de saber que fue usted siempre el más generoso y el más indulgente de los hermanos.

JACK.—¡Pobre Ernesto! Tenía muchos defectos; pero es un golpe doloroso, muy doloroso,

CHASUBLE.—Muy doloroso, en efecto. ¿Estaba usted con él en sus últimos momentos?

JACK.—No. Ha muerto en el extranjero; en París, sí. Recibí anoche un telegrama del gerente del Gran Hotel.

CHASUBLE.—¿Indica la causa de la muerte?

JACK.—Un fuerte enfriamiento, según parece.

SEÑORITA PRISM.—Cada hombre recoge lo que siembra.

CHASUBLE.—
(levantando la mano)
Caridad, mi querida señorita Prism, caridad. Ninguno de nosotros es perfecto. Yo mismo tengo una debilidad especial por el juego de las damas. ¿Y el entierro tendrá lugar aquí?

JACK.—No. Parece ser que expresó el deseo de que le enterrasen en París.

CHASUBLE.—
En París! (Moviendo la cabeza.)
Temo que ese detalle indique lapoca sensatez de su estado de ánimo en los últimos momentos. Deseará usted, sin duda, que haga yo el domingo próximo alguna ligera alusión a esta desgracia doméstica.
(Jack le aprieta la mano convulsivamente.)
Mi sermón sobre el significado del maná en el desierto puede adaptarse a casi todas las ocasiones alegres o, como en el presente caso, luctuosas.
(Todos suspiran.)
Lo he predicado en fiestas campestres, en bautizos, confirmaciones, días de penitencia y fechas solemnes. La última vez que lo pronuncié fue en la catedral, como sermón de caridad abeneficio de la sociedad preventiva contra el descontento de las clases altas. Al obispo, que estaba presente, le causaron mucha impresión algunas de las comparaciones que hice.

JACK.—¡Ah! ¿No ha hablado usted de bautizos, doctor Chasuble? Porque eso me recuerda una cosa. ¿Supongo que sabrá usted bautizar muy bien?
(El doctor Chasuble se queda estupefacto.)
Quiero decir, como es natural, que estará usted bautizando continuamente, ¿no es eso?

SEÑORITA PRISM.—Siento decir que es uno de los deberes más constantes del rector en esta parroquia. Yo he hablado más de una vez a las clases menesterosas sobre este asunto. Aunque parecen ignorar lo que es economía.

CHASUBLE.—Pero ¿hay algún niño determinado por quien se interese usted, señor Worthing? Su hermano creo que era soltero, ¿es verdad?

JACK.—¡Oh, sí!

SEÑORITA PRISM.—
(con amargura)
La gente que vive únicamente para el deleite lo suele ser.

JACK.—Pero no es para ningún niño, mi querido doctor. Me gustan mucho los niños. ¡No! El caso es que quisiera yo ser bautizado esta tarde, si no tiene usted nada mejor que hacer.

CHASUBLE.—Pero, seguramente, señor Worthing, estará usted ya bautizado.

JACK.—No recuerdo absolutamente nada.

CHASUBLE.—Pero ¿tiene usted alguna duda importante sobre eso?

JACK.—Creo tenerla. Claro es que no sé si la cosa le molestará a usted, o si le parezco ya un poco viejo.

CHASUBLE.—No, por cierto. La aspersión y hasta la inmersión de los adultos son prácticas perfectamente canónicas.

JACK.—¡La inmersión!

CHASUBLE.—No tenga usted cuidado. Basta con la aspersión, y es incluso lo que le aconsejo. ¡Está el tiempo tan variable! ¿A qué hora desea usted que se efectúe la ceremonia?

JACK.—¡Oh! Podemos quedar en las cinco, si a usted le parece.

CHASUBLE.—¡Perfectamente, perfectamente! Tengo, además, otras dos ceremonias similares a esa hora. Han nacido recientemente dos gemelos en una de las quintas alejadas de la finca de usted. El pobre Jenkins, el carretero, es un hombre que trabaja de firme.

JACK.—¡Oh! No me parece divertido ser bautizado en compañía de otros rorros. Sería infantil. ¿Le parecería a usted bien a las cinco y media?

CHASUBLE.—¡Admirablemente, admirablemente!
(Saca el reloj.)
Y ahora, mi querido señor Worthing, no quiero molestar mas tiempo en su casa, sumida en la pesadumbre. Le aconsejaría tan sólo queno se déjase abatir demasiado por el dolor. Las que nos parecen pruebas amargas son muchas veces beneficios disfrazados.

SEÑORITA PRISM.—Esto me parece un beneficio evidente.

Llega Cecilia, que viene de la casa.

CECILIA.—¡Tío Jack! ¡Oh! Me alegra muchísimo verle ya de vuelta. Pero ¡qué traje tan horrible se ha puesto usted! Vaya usted a cambiar de ropa.

SEÑORITA PRISM.—¡Cecilia!

CHASUBLE.—¡Hija mía! ¡Hija mía!

Cecilia se dirige hacia Jack; éste la besa en la frente con aire melancólico.

CECILIA.—¿Qué ocurre, tío Jack? ¡Póngase usted alegre! ¡Parece que tiene usted dolor de muelas! ¡Qué sorpresa le preparo! ¿Quién cree usted que está en el comedor? ¡Su hermano!

JACK.—¿Quién?

CECILIA.—Su hermano Ernesto. Ha llegado hace una media hora.

JACK.—¡Qué disparate! Yo no tengo hermano.

CECILIA.—¡Oh, no diga usted eso! Por mal que se haya portado con usted anteriormente, no por eso deja de ser su hermano. No es posible que tenga usted tan poco corazón como para renegar de él. Voy a decirle que salga. Y le dará usted la mano, ¿verdad, tío Jack?

Vuelve a entrar corriendo en la casa.

CHASUBLE.—Éstas sí que son noticias alegres.

SEÑORITA PRISM.—Después de estar todos nosotros resignados a su pérdida, ese retomo inesperado me parece singularmente calamitoso.

JACK.—¿Que mi hermano está en el comedor? No sé qué querrá decir todo esto. Lo encuentro completamente absurdo.

Entran Algernon y Cecilia tomados de la mano. Se dirigen muy despacio hacia Jack.

JACK.—¡Santo Dios!

Con un gesto ordena a Algernon que se marche.

ALGERNON.—Hermano John, he venido de Londres para decirte que me avergüenzan mucho los disgustos que te he dado y que estoy decidido a enmendarme por completo en lo sucesivo.

Jack le mira con ojos furibundos y no le tiende la mano.

CECILIA.—Tío Jack, no irá usted anegarle la mano a su propio hermano.

JACK.—Nada me moverá a estrechar su mano. Su venida aquí me parece ignominiosa. Él sabe muy bien por qué.

CECILIA.—Tío Jack, sea usted bueno. Siempre hay algo bueno en todo el mundo. Ernesto me hablaba precisamente de su pobre amigo paralítico, el señor Bunbury, al que visita con mucha Secuencia Y seguramente tiene que haber mucha bondad en quien la tiene con un enfermo y renuncia a los placeres de Londres para sentarse junto a un lecho de dolor.

JACK.—¡Oh! Ha estado hablando de Bunbuiy, ¿verdad?

CECILIA.—Sí; me ha estado contando todo cuanto se refiere a ese pobre señor Bunbury y a su terrible estado de salud.

JACK.—jBunbury! Bueno, pues no quiero que vuelva a hablarte de Bunbury ni de nada. Es para volverse completamente loco.

ALGERNON.—Reconozco, naturalmente, que es mía toda la culpa. Pero debo decir, y así lo creo, que la frialdad de mi hermano John me es particularmente dolorosa Yo esperaba una acogida más calurosa, sobre todo teniendo en cuenta que es la primera vez que vengo aquí.

CECILIA.—Tío Jack, si no le da usted la mano a Ernesto, no se lo perdonaré nunca.

JACK.—¿Que no me perdonarás nunca?

CECILIA.—¡Nunca, nunca, nunca!

JACK.—Bueno; es la última vez que lo hago.
(Le da la mano a Algernon, mirándole con ojos llameantes.)

CHASUBLE.—Es muy agradable, ¿verdad?, presenciar una reconciliación tan perfecta. Yo creo que podríamos dejar solos a los dos hermanos.

SEÑORITA PRISM.—Cecilia, ten la bondad de venir con nosotros.

CECILIA.—Sí, señorita Prism. Mi pequeño trabajo de reconciliación ha terminado.

CHASUBLE.—Ha realizado usted hoy una acción muy hermosa, hija mía.

SEÑORITA PRISM.—No debemos ser prematuros en nuestros juicios.

CECILIA.—Me siento muy dichosa.

Salen todos, a excepción de Jack y Algernon.

JACK.—Eres un rufián, Algy, tienes que largarte de aquí lo más pronto posible; no te permitiré ningún bunburismo aquí.

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