Por ejemplo, en el programa de New Haven, los niños de los cursos inferiores reciben lecciones elementales de autoconciencia, relaciones y toma de decisiones. En el primer curso, los alumnos, se sientan en círculo y juegan con «el cubo de los sentimientos» (un cubo en cada uno de cuyos lados hay palabras referidas a emociones tales como triste o excitado). Según cuál sea la cara del cubo que salga en la tirada, los niños describen una ocasión en la que experimentaron este sentimiento, un ejercicio que les ayuda a relacionar los sentimientos con las palabras y que también les proporciona la ocasión de saber que no son los únicos que experimentan ese tipo de sentimientos y de desarrollar la empatía.
En cuarto y quinto curso, cuando la relación con los compañeros asume una importancia extraordinaria, los niños reciben lecciones que les ayudan a mejorar sus amistades, como el desarrollo de la empatía, el dominio de los impulsos y el manejo de la angustia. La clase de Habilidades Vitales (que, como decíamos en una sección anterior, se imparte en quinto curso en Troup), consiste en interpretar las emociones transmitidas por las expresiones faciales de los demás y constituye una facultad esencial para el desarrollo de la empatía. Por su parte, para desarrollar el control de los impulsos suele recurrirse a un gran cartel con un «semáforo» en el que se describen los siguientes seis pasos:
Luz roja: Luz amarilla:
1. Detente, serénate y piensa antes de actuar.
2. Expresa el problema y di cómo lo sientes.
3. Proponte un objetivo positivo.
4. Piensa en varias soluciones.
5. Piensa de antemano en las consecuencias.
Luz verde:
6. Sigue adelante y trata de llevar a cabo el mejor plan.
Por ejemplo, cuando un niño está a punto de enojarse, de replegarse ofendido por alguna nimiedad o de romper a llorar al ser molestado, el maestro puede recurrir al semáforo para recordarle una serie definida de pasos que le ayudarán a solucionar estos problemas de una forma más mesurada. Pero, además del control de los sentimientos, el semáforo subraya también la importancia de una acción más eficaz. Y, en tanto que forma habitual de manejar los impulsos emocionales ingobernables -el hecho de pensar antes de actuar—, puede llegar a convertirse en una estrategia fundamental para afrontar los retos de la adolescencia y de la madurez.
Las lecciones impartidas durante el sexto curso están relacionadas más directamente con las tentaciones y las presiones ligadas al sexo, las drogas y el alcohol que comienzan a salpicar la vida de los niños. En noveno curso, los quinceañeros se ven enfrentados a realidades sociales más ambiguas y se les suele instruir en la capacidad de asumir diversos puntos de vista, el suyo propio y el de los demás implicados. «Si un chico está furioso porque ha visto a su novia charlando con otro chico —dice uno de los maestros de New Haven— se le anima a que, en lugar de pelearse, considere las cosas desde el punto de vista de ella.»
LA FUNCIÓN PREVENTIVA DE LA ALFABETIZACIÓN EMOCIONAL
Algunos de los programas de alfabetización emocional más eficaces se diseñaron como respuesta a problemas concretos, entre los que cabe destacar la violencia. Uno de las campañas preventivas de alfabetización emocional que más rápidamente se está difundiendo en varios cientos de escuelas públicas de la ciudad de Nueva York y de todo el país es el Resolving Conflict Creatively Program, un programa de resolución de conflictos que centra su atención en la forma de plantear los conflictos en el patio escolar para que no desemboquen en incidentes como los que dieron lugar al asesinato de lan More y Tyrone Sinkler a manos de uno de sus compañeros de clase en la Jefferson High School.
Linda Lantieri, la creadora del Resolving Conflict Creatively Program y directora del centro nacional de Manhattan considera que este enfoque tiene una misión que trasciende con mucho la mera prevención de las peleas. Según su autorizada opinión: «el programa enseña a los estudiantes que, además de la pasividad y de la agresividad, disponen de muchas otras respuestas alternativas para resolver los conflictos. Nosotros les mostramos la inutilidad de la violencia y la sustituimos por habilidades concretas. Así, los niños aprenden a afirmar sus derechos sin necesidad de recurrir a la violencia. Estas son habilidades útiles que perduran toda la vida, y no sólo para aquéllos que se muestren más proclives a la violencia». En uno de los ejercicios del programa, los estudiantes deben recordar alguna situación, por pequeña que sea, que les haya ayudado a resolver algún conflicto. En otro, los estudiantes representan una escena en la que una muchacha está tratando de hacer sus deberes en medio del ruido de la cinta de rap a todo volumen que está escuchando su hermana menor. Harta ya, la chica termina apagando el cassette a pesar de las protestas de su hermana. Luego, toda la clase lleva a cabo un debate tratando de encontrar soluciones al problema aceptables para ambas hermanas.
Una de las claves del éxito del programa de solución de conflictos hay que buscarla en su aplicación más allá del aula hasta el patio y la cafetería, los lugares en los que es más probable que se desaten los conflictos. Con ese objetivo, algunos estudiantes son formados como mediadores —un papel que pueden comenzar a desempeñar en los últimos años de la escuela elemental—, aprendiendo a manejar peleas, provocaciones, amenazas, problemas interracíales y otros incidentes potencialmente violentos de la vida escolar. Así, cuando estalla la tensión los estudiantes pueden buscar a un mediador que les ayude a resolver el problema.
Los mediadores aprenden a expresar sus comentarios de modo que hagan sentir su imparcialidad a las partes en litigio.
Una de las tácticas utilizadas consiste en sentarse con los implicados e invitarles a escuchar a la otra parte sin interrupciones esBram store, una técnica de trabajo en grupo que, recurriendo a las sugerencias individuales, permite suscitar un máximo de ideas originales, en un mínimo de tiempo.
Omitiendo los insultos, de modo que todos tengan la oportunidad de calmarse y exponer su punto de vista. Luego, cada uno de ellos repite lo que le ha dicho el otro (como una forma de verificar si realmente le ha escuchado) y finalmente, todos juntos tratan de buscar soluciones que satisfagan a ambas partes, concluyendo muchas veces, con la firma de un acuerdo.
Pero, además de la mediación en una determinada disputa, el programa instruye a los estudiantes a pensar de manera distinta sobre los desacuerdos. En palabras de Ángel Pérez, que fue formado como mediador mientras se hallaba en la escuela primaria: «el programa cambió mi manera de pensar. Antes creía que lo único que podía hacer cuando alguien se metía conmigo, cuando alguien me hacía algo, era pelearme y devolvérselo, pero desde que he asistido a este programa tengo una forma de pensar más positiva. Si alguien me hace algo negativo no trato de desquitarme sino que intento solucionar el problema». Y esto ha terminado difundiendo este punto de vista en su comunidad.
Aunque el objetivo fundamental de Resolving Confiict Creatively Program consiste en impedir la escalada de la violencia, Lantieri considera que su objetivo es mucho más amplio. En su opinión, las habilidades necesarias para acabar con la violencia no son ajenas a todo el espectro de las competencias emocionales (puesto que, por ejemplo, para prevenir la violencia es tan importante saber dominar la cólera como saber lo que uno está sintiendo, saber controlar los impulsos o saber expresar las quejas).
Gran parte del entrenamiento en este programa tiene que ver con habilidades emocionales tan fundamentales como el reconocimiento de un amplio abanico de sentimientos, la capacidad de darles nombre y la empatía. Cuando Lantieri describe los resultados de la evaluación de los efectos de su programa, no deja de señalar con satisfacción el aumento del «respeto entre los niños» y la disminución del número de peleas y de insultos.
A similares conclusiones sobre la alfabetización emocional llegó un consorcio de psicólogos que buscaba formas de ayudar a aquellos niños cuya trayectoria vital parecía abocarles a la delincuencia y a la violencia. Como ya hemos visto en el capítulo 15, muchos de los estudios que se han llevado a cabo con estos chicos señalan con claridad el camino que suelen seguir, un camino cuyo inicio está marcado por la impulsividad y la tendencia a la irritabilidad en los primeros años de la escuela, que les convierte en marginados sociales al final de la escuela primaria, que les lleva a relacionarse con un círculo de muchachos con problemas similares, que les impulsa a emprender su carrera delictiva durante la enseñanza media y que, al comenzar la edad adulta, les hace poseedores de un abultado historial delictivo.
Todos los programas diseñados para llevar a cabo intervenciones que puedan ayudar a que estos chicos abandonen el camino de la violencia y el delito son, de un modo u otro, programas de alfabetización emocional. Uno de ellos, desarrollado por un consorcio en el que se encontraba Mark Greenberg, de la Universidad de Washington, es el PATHS (el acrónimo de Parents and Teachers Helping Students), un programa que no sólo se aplica en aquellos niños que tienden al delito y a la violencia —y, en ese sentido, necesitan más de él—, sino que se imparte a todos los alumnos de la clase, evitando así la estigmatización de cualquier subgrupo.
Porque lo cierto es que esta clase de enseñanza es provechosa para todos los niños. Por ejemplo, uno de los temas fundamentales del curso tiene que ver con el estudio del dominio de los impulsos durante los primeros años de escolarización, un aprendizaje cuya carencia conlleva la dificultad de prestar atención (con el consiguiente retraso en el aprendizaje y la posible pérdida del curso), y otro de los temas está relacionado con el reconocimiento de los sentimientos. De hecho, el programa de PATHS está dividido en cincuenta lecciones diferentes y se ocupa de impartir a los niños más pequeños lecciones sobre las emociones más fundamentales (como, por ejemplo, la felicidad y el enojo), dedicándose luego a sentimientos más complejos (como los celos, el orgullo y la culpa).
Las lecciones sobre conciencia emocional enseñan a controlar lo que siente el niño, a darse cuenta de lo que sienten quienes le rodean y, lo que resulta todavía más importante para los demasiado dispuestos a la violencia, les enseña a distinguir entre las situaciones en las que alguien es realmente hostil de aquéllas otras en las que la hostilidad procede, en realidad, de uno mismo.
Obviamente, una de las lecciones más importantes tiene que ver con el dominio de la cólera. La premisa básica que los niños aprenden con respecto a la cólera (y, en realidad, con respecto a todas las demás emociones) es la de que «todos los sentimientos son adecuados» pero que algunas reacciones son adecuadas mientras que otras, por el contrario, no lo son. Una de las herramientas utilizadas para la enseñanza del autocontrol recurre al «semáforo» al que ya nos hemos referido cuando hablábamos de New Haven. Otras unidades ayudan al niño con sus relaciones, constituyendo así un verdadero antídoto contra el rechazo social que puede terminar conduciéndole a la delincuencia.
REPENSAR LA ESCUELA: ENSEÑAR A SER Y ENSEÑAR A RESPETAR
En la medida en que la vida familiar está dejando ya de ofrecer a un número cada vez mayor de niños un fundamento seguro para la vida, la escuela está convirtiéndose en la única institución de la comunidad en la que pueden corregirse las carencias emocionales y sociales del niño. Con ello no quiero decir que la escuela, por sí sola, pueda sustituir a todas las demás instituciones sociales (que, por cierto, se hallan al borde del colapso con demasiada frecuencia).
Pero dado que casi todos los niños están escolarizados (por lo menos en teoría), la escuela constituye el único lugar en el que se pueden impartir a los niños las lecciones fundamentales para vivir que difícilmente podrán recibir en otra parte. De este modo, el proceso de alfabetización emocional impone una carga adicional a la escuela, que se ve así obligada a hacerse cargo del fracaso de la familia en su misión socializadora de los niños, una difícil tarea que exige dos cambios esenciales: que los maestros vayan más allá de la misión que tradicionalmente se les ha encomendado y que los miembros de la comunidad se comprometan más con el mundo escolar.
En cualquier caso, lo importante no es tanto el hecho de que haya una clase específicamente dedicada a la alfabetización emocional como la forma en que se imparta esta enseñanza. Tal vez no haya tema en el que la calidad del maestro resulte tan decisiva, porque la forma en que el maestro lleve adelante la clase constituye, en sí misma, un modelo, una lección de Jacto en competencia emocional (o, todo hay que decirlo, en la falta de ella).
Dondequiera que un maestro responda a un estudiante, hay veinte o treinta más que reciben una lección.
El hecho es que existe un proceso natural de autoselección con respecto al tipo de maestro que gravita en torno a estos cursos, porque no todo el mundo es temperamentalmente apto para impartirlos. Digamos, para comenzar, que los maestros deben sentirse cómodos hablando de los sentimientos y que no todo el mundo se encuentra a gusto ni quiere estar en esta situación. Lo cierto es que la educación normal que han recibido los maestros les ha preparado muy poco —si es que les ha preparado algo— para esta clase de enseñanza. Por todas estas razones los programas de alfabetización emocional suelen tener en cuenta la necesidad de que los maestros se dediquen durante varias semanas a formarse especialmente en este nuevo enfoque.
Aunque muchos maestros puedan ser reacios de entrada a abordar un tema que parece tan ajeno a su formación y a sus rutinas habituales, existen pruebas de que la mayor parte de quienes lo intentan siguen adelante complacidos. Cuando se enteraron de ello, el 31 % de los maestros de las escuelas de New Haven que debían reciclarse para impartir los nuevos cursos de alfabetización emocional mostraron claras resistencias pero, al cabo de un año de desempeñar esta tarea, más del 90% respondió que estaba encantado con ello y que quería seguir dando aquella clase el curso siguiente.
UNA MISIÓN EXTRA PARA LAS ESCUELAS
Pero, más allá del necesario entrenamiento de los maestros, la alfabetización emocional extiende también las obligaciones de la escuela al convertirla en un agente más manifiesto de la sociedad que también debe cumplir con la función de enseñar a los niños las lecciones esenciales para vivir (recuperando así uno de los papeles tradicionalmente asignados a la educación). Esta función ampliada de la escuela requiere, además del contenido concreto del programa, aprovechar las oportunidades que se presenten dentro y fuera del aula para que los alumnos transformen los momentos de crisis personal en lecciones de competencia emocional, algo que funciona mucho mejor cuando estas lecciones se complementan en el hogar. La mayor parte de los programas de alfabetización emocional incluyen clases especiales para que los padres no sólo refuercen lo que sus hijos están aprendiendo en la escuela, sino también para ayudarles eficazmente si quieren contribuir al desarrollo emocional de sus hijos.