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Authors: Manel Loureiro

La Ira De Los Justos (16 page)

Por toda respuesta, Grapes abrió el portón trasero de la furgoneta, sacó un M16 y un cargador y con la destreza propia de alguien con mucha práctica lo cargó y amartilló en un abrir y cerrar de ojos.

—No sé quiénes son esos tipos —dijo—. Pero le doy mi palabra que esta noche van a estar cenando con Satanás.

Grapes repartió las armas entre sus hombres. En el fondo de la furgoneta había una lona verde arrugada que algún operario se había dejado allí abandonada. En un rapto de inspiración, Grapes la sacó y empezó a romperla en tiras. Se anudó una de ellas en el bíceps y pasó el resto a sus chicos, que inmediatamente le imitaron.

—Ya que somos los soldados de Dios del reverendo Greene, qué mejor que una cinta verde, ¿no le parece? —dijo, con una sonrisa lobuna.

Greene asintió con expresión complacida, aunque a Stan Morgan aquella idea pareció sentarle como un trago amargo. No le gustaba perder la iniciativa, y le daba la sensación de que lo estaban dejando de lado.

—No quiero ni una queja de los vecinos. Nada de robar, saquear o destrozar. Simplemente, acabad con esos monstruos y volved aquí. ¿De acuerdo?

—Lo que usted diga, patrón —musitó Grapes con tono irónico, mientras hacía un gesto para reunir a sus hombres—. ¡Vamos, chicos! ¡Hay que patear unos cuantos culos!

Menos de diez minutos después estaban en la entrada del barrio de Bluefont. La urbanización, compuesta por unas trescientas casas, estaba situada al otro lado de un profundo canal que desaguaba en las marismas cercanas, y sólo podía cruzarse por dos puentes. El del lado sur, donde se encontraban, estaba custodiado por el ayudante del sheriff, un chico que tenía pinta de haber salido del instituto la semana anterior, y por un puñado de cincuentones armados con fusiles de caza y con cara de estar a punto de cagarse en los pantalones.

—Los No Muertos entraron por el puente norte —dijo uno de ellos—. El Muro aún no está cerrado por ese lado, y se colaron. Se suponía que Ted Krumble y sus muchachos tenían que estar vigilando el puente, pero no sé qué diablos ha pasado. Les estamos llamando por radio desde hace una hora y no contestan. Hemos oído disparos y una explosión, pero no sabemos nada más.

Grapes asintió, circunspecto.

—¿Quiénes son esos… cómo los ha llamado, No Muertos? —preguntó.

Los demás le miraron con cara alucinada. Molesto, Malachy les explicó que en la cárcel no llegaban muchos periódicos y no tenía ni idea de lo que estaba pasando. Rápidamente, le pusieron al corriente. El pandillero encajó con tranquilidad la información. No es que no creyese a aquellos viejos asustados, pero seguramente la cosa no era para tanto. Si sólo se trataba de tipos con rabia, o algo por el estilo, no tendrían ningún problema. No había nada que no se curase con una inyección de plomo de siete gramos.

—En la radio dicen que hay que dispararles a la cabeza —dijo con voz asustada uno de los vecinos.

—Recordaré su consejo —replicó Grapes, mientras cruzaba el puente a paso ligero, seguido de sus hombres.

Al llegar al otro lado se dio cuenta enseguida de que algo no andaba bien. Bluefont era una típica urbanización de extrarradio americana, formada por una serie de casas con jardín donde los blancos ricos se iban a vivir en cuanto tenían la oportunidad. Pero a medida que avanzaban no veía a nadie por la calle. En una acera, un cortacésped tumbado de lado seguía funcionando. La cestilla se había soltado y el césped recién cortado se esparcía por la acera al compás de una suave brisa.

Un pequeño Subaru estaba plantado en medio de la calzada, con el motor en marcha y todas las puertas abiertas. Grapes se acercó con cuidado y metió el brazo dentro del coche. Giró la llave de contacto y apagó el motor. El silencio que siguió fue realmente aterrador. Tan sólo se oían algunos vagos gemidos, provenientes de algún lugar al norte, a poca distancia.

—Trent, llévate a Bonder, a Kim y a tres más y cubrid esas casas. Los demás, formad grupos de tres e id entrando casa por casa para aseguraros de que están vacías. Si alguien roba algo, aunque sea un bolígrafo, me aseguraré de arrancarle los cojones a bocados. ¿Queda claro?

Los Arios asintieron, obedientes, y se dividieron en grupos. Grapes siguió avanzando por el centro de la calzada, con todos los sentidos alerta. Detrás de él caminaban otros tres Arios, Seth Fretzen, un tipo pequeño y silencioso llamado Crupps, y un gordo de barba al que llamaban Sweet Pussy, sólo Dios sabía por qué.

Al pasar por delante de una casa se detuvo de golpe. La puerta estaba abierta, aunque entornada, y había un charco de sangre fresca en el suelo. En el marco de la puerta alguien había dejado la marca de una mano empapada en sangre al apoyarse. Una gota resbalaba lentamente desde la mancha, trazando un sinuoso sendero sobre la madera blanca.

Algo cayó al suelo dentro de la casa, haciéndose añicos. Grapes miró a sus hombres y les indicó que caminasen pegados a él hacia el porche. Subió los escalones lentamente, tratando de no hacer ruido, aunque éstos crujieron levemente al apoyarse.

Al llegar a la puerta, la empujó con el cañón de su M16. El interior estaba oscuro y fresco. Desde allí podía ver un zaguán que daba paso a un salón al fondo. En el lado derecho, una escalera arrancaba hacia el piso superior. Las manchas de sangre salpicaban varios escalones, y quienquiera que fuese había ido arrastrando con su cuerpo todos los cuadros colgados en la pared de la escalera, pues estaban en el suelo, hechos pedazos.

Por gestos indicó a Seth y a Crupps que subiesen las escaleras. Él, con Sweet Pussy pegado a los talones, cruzó el zaguán y entró en el salón.

Era un salón que decía a los cuatro vientos «
mírame, mi dueño es un tipo jodidamente rico
». Los muebles eran de la mejor calidad, y había un sofá que parecía diseñado para acomodar a una docena de personas, por lo menos. En la pared colgaba un televisor monstruoso y las alfombras eran tan espesas que si una moneda cayese sobre ellas se perdería para siempre.

Sweet Pussy le tiró de la manga y le señaló el suelo. En una esquina, al lado de un enorme aparador, un jarrón estaba hecho pedazos. Aquello debía de ser lo que habían oído caer cuando pasaban por delante.

Algo rasposo sonó dentro de la cocina. Evitando pisar los trozos rotos del jarrón, Grapes se fue acercando lentamente a la puerta. Y allí se detuvo, atónito.

Una chica de veintipocos años, alta, delgada, de cuerpo escultural y vestida únicamente con un minúsculo tanga se balanceaba en medio de la estancia, con la mirada perdida.

Está totalmente colocada
, fue lo primero que pensó Grapes, tratando de apartar la mirada de las tetas operadas de la muchacha. El pelo rubio y lacio le colgaba sobre la mitad del rostro, ocultando su expresión, y no parecía haberse dado cuenta de que los dos hombres habían entrado en la habitación.

Aquí hay algo que no está bien
. Su cerebro lanzaba señales de alarma por doquier, pero no era capaz de localizar la pieza que no encajaba. Sweet Pussy entró detrás de él y al ver a la chica desnuda abrió los ojos como platos.

—¡Joder! ¡Hola, guapa! —exclamó, mientras se acercaba a la chica—. ¿Te has fijado, Grapes? Menudo par de…

Todo pasó en una fracción de segundo. Sweet Pussy estiró su mano hacia los pechos de la chica (
están cubiertos de venas, de venas reventadas
), con un brillo lujurioso en la mirada. La chica levantó la cabeza (
los ojos, los ojos están muertos, joder
) y antes de que le diese tiempo a reaccionar, clavó los dientes en el cuello de Sweet Pussy.

El pandillero lanzó un rugido de sorpresa, mientras apartaba a la chica de un empujón. Con la culata del arma le arreó un golpe en la cabeza, que le reventó la boca. Grapes observó, fascinado, que en vez de caer como un plomo la chica se lanzaba de nuevo hacia Sweet Pussy, como si no hubiese pasado nada.

Para Sweet Pussy las cosas se complicaron enseguida. Trató de golpear a la chica de nuevo, pero el mordisco le había seccionado la carótida, y aunque él todavía no lo sabía, su cerebro ya se estaba muriendo por falta de riego. Mareado, lanzó un golpe flojo y desviado, pero no pudo evitar que la muchacha se abalanzase de nuevo sobre él. Ambos rodaron por el suelo, arrastrando una montaña de platos en su caída, que se rompieron con estruendo. De un empujón, pudo apartarla un par de metros y disparó su M16 contra la chica.

Las balas de punta hueca reventaron al impactar contra el cuerpo de la muchacha, abriendo un enorme agujero en su abdomen. El impulso del disparo la proyectó contra la pared con violencia. Su cuerpo golpeó con fuerza el muro y fue resbalando lentamente, mientras sus intestinos empezaban a desparramarse.

—Grapes… —gorgoreó Sweet Pussy desde el suelo, mientras se ponía la mano en el cuello—. Grapes… necesito… ayuda.

Grapes le observó, sabiendo que estaba condenado. La sangre manaba a chorros regulares, mientras su corazón seguía bombeando sin cesar, tratando de alimentar un cerebro que se moría por momentos. La luz de la vida se escapaba de los ojos de Sweet Pussy, pero Grapes no le prestó atención.

Porque la muchacha desnuda
se había vuelto a levantar
.

Con un gemido ininteligible, comenzó a caminar hacia él a trompicones, pisando restos de platos rotos, mientras sus pies se enredaban entre una hilera de intestinos que salían sin cesar de su abdomen.

Grapes alzó su arma y disparó contra la cabeza de la chica. La frente de la muchacha se abrió como una naranja podrida y en la pared situada detrás de ella apareció de golpe un enorme
graffiti
de sangre y huesos pulverizados. Sólo entonces la chica cayó al suelo, definitivamente muerta.

—Levántate ahora de nuevo si puedes, zorra. —Grapes se acercó a la chica con precaución y le propinó una patada en las nalgas. Sus disparos le habían arrancado de cuajo la parte superior de la cabeza. Estaba muerta y bien muerta. De improviso, oyó un ruido a su espalda.

Sweet Pussy se estaba levantando trabajosamente, braceando como un borracho después de resbalar. Grapes se dio la vuelta y casi se cayó de espaldas de la impresión. El cuello del pandillero estaba desgarrado y su mono naranja de preso totalmente empapado de su propia sangre. Pero lo peor era que la piel de Sweet Pussy se estaba cubriendo por momentos de miles de pequeñas venitas reventadas que no cesaban de extenderse por toda su cara.

—Hey, Sweet Pussy —dijo Grapes, notando un temblor desconocido en su voz—. Tienes un aspecto realmente malo, amigo. Creo que deberías ir a que te echasen un vistazo a esa herida…

Sweet Pussy no respondió. En vez de eso, levantó la cabeza y miró directamente a Grapes. Tenía la misma expresión carente de vida que la chica. Con un gruñido sordo se abalanzó sobre Grapes, pero tropezó con una de las piernas de la chica y cayó al suelo, terminando de destrozar los platos que aún no se habían roto.

Ahora es como ella. Son como vampiros, o algo por el estilo
. La mente de Grapes funcionaba a toda velocidad, mientras levantaba de nuevo su arma. A menos de un metro no podía fallar, y disparó tres tiros bien colocados en el pecho y el corazón de Sweet Pussy. El Ario (o lo que quedaba de él) se incorporó de nuevo, como si en vez de tres balazos Grapes le hubiese lanzado besos.

—¡Estás muerto! ¡Tienes que estar muerto, joder! —gritó Malachy Grapes, sintiendo miedo por primera vez desde que había entrado en el reformatorio, a los dieciséis años. Con el sabor amargo del pánico en la boca, colocó el rifle en modo de disparo automático y con el cañón a menos de veinte centímetros de la cara de Sweet Pussy abrió fuego de nuevo.

La cara de Sweet Pussy simplemente desapareció en una masa de gelatina roja. Cayó hacia atrás con fuerza y se derrumbó sobre el cadáver de la chica, donde dejó de moverse definitivamente.

Toda la habitación olía a sangre y pólvora. Grapes se apoyó en el aparador, temblando de la impresión.
No es posible, no es posible
, se decía sin cesar. Entonces oyó disparos en la planta superior de la casa y una explosión lejana tres o cuatro calles más allá.

De pronto, Malachy Grapes se dio cuenta de que patear aquellos culos iba a ser bastante más difícil de lo que había pensado.

Seis horas más tarde, treinta y tres Arios agotados, temblorosos y cubiertos de sangre se reunieron en la entrada del puente sur. Habían limpiado Bluefont, pero la experiencia había sido costosa y terrorífica. El reverendo Greene les esperaba, con una sonrisa radiante, y los vecinos allí presentes le miraban con algo cercano a la veneración. Sus muchachos habían salvado Bluefont. Los muchachos de Greene habían salvado Gulfport. Realmente, el reverendo tenía que ser alguien especial. Alguien bendecido por Dios.

Mientras Grapes se acercaba al reverendo, cansado y cubierto de restos de sangre, se preguntó si había sitio para él y sus hombres en aquel lugar. Pero, de pronto, fue consciente de que el exterior tenía que ser peor, mucho peor. Y la mirada de Greene (
esa mirada, esa increíble fuerza negra
) le impactó con una violencia casi física, que le hizo boquear, tratando de conseguir aire.

Fue en ese momento cuando Malachy Grapes se dio cuenta de que había encontrado su lugar en el mundo.

Y era un lugar jodidamente divertido.

16

—Reverendo, ya están aquí. —Susan Compton, su secretaria particular, entró anadeando sobre sus cortas piernas. Cincuentona, era rechoncha, miope y más fea que un dragón, pero era tremendamente eficiente y mantenía la oficina del ayuntamiento en orden con mano férrea desde hacía dieciséis años.

—Haga que pasen, Susan —contestó Greene mientras rodeaba su mesa y se sentaba en el enorme sillón que un día había pertenecido a Stan Morgan (
que Dios lo tenga en su Gloria, amén, aleluya
). El antiguo alcalde de Gulfport había tenido el buen gusto de morir de un vulgar infarto la semana siguiente de haber nombrado a Greene su primer consejero, poniéndole al reverendo la ciudad en bandeja de plata. La rodilla llevaba latiéndole intermitentemente todo el día, pero la intensidad del dolor había aumentado un grado.

La puerta se abrió de nuevo y un grupo de cinco personas entró detrás de la señora Compton. Abriendo la marcha iba Malachy Grapes, su brazo derecho, seguido de Strangärd, aquel marinero sueco que había llegado a Gulfport después de un azaroso viaje desde Virginia, donde le había sorprendido el Apocalipsis. Pero lo más interesante eran las tres personas que entraron inmediatamente detrás.

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