La isla de los perros (42 page)

Read La isla de los perros Online

Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Intriga, #Policíaco

Como esperaba, el compartimento secreto contenía una pinta de vodka Bowman, un paquete de cigarrillos y, gracias a Dios, una pistola de plástico de señales Orion, que tenía un alcance de veintiuna millas. Había tres car… tuchos, cada uno de ellos con una bengala de quince mil candelas, y Fonny Boy los disparó todos apuntando a lo alto. El doctor Faux y él contuvieron el aliento, aún a la deriva en el bote. Todavía se hallaban perdidos en mitad de ninguna parte, y la jaula para cangrejos se obstinaba en seguirlos.

No deberías haberlas disparado todas a la vez —rezongó el doctor, desanimado—. ¿Por qué lo has hecho, Fonny Boy? Habría sido más sensato disparar uno y esperar un rato, luego probar el segundo y por fin el último. Ahora volvemos a estar como al principio, perdi… dos en el mar sin agua ni comida. Y deja ese vodka donde estaba, no conseguirás otra cosa que atontarte y deshidratarte aún más.

Lo que ninguno de los dos tenía forma de saber era que en ese instante tres pilotos de la Guardia Costera y un mecánico hacían maniobras de rutina en un helicóp… tero Jayhawk de color anaranjado brillante. Volaban a una altitud de quinientos pies cuando vieron pasar tres pequeños cohetes ante el parabrisas del aparato y se so… bresaltaron considerablemente.

—¡Dios santo! ¿Qué ha sido eso? —exclamó el piloto que se hallaba al mando por el micrófono.

—¡Nos disparan! —exclamó el mecánico de vuelo desde su asiento, en la parte posterior.

—No, no, creo que son señales de socorro. Bengalas. —El copiloto calmó a sus compañeros. ¿Os habéis fijado en su brillo, como si fueran fosforescentes?

—No estamos en una zona restringida, ¿verdad?

—No, no.

—Entonces deben de ser bengalas.

Las fosforescencias se apagaron rápidamente, pero dejaron unas estelas blancas en el aire que no tardaron en difuminarse, aunque permitían seguirlas hasta el punto de origen si uno se daba cierta prisa. El enorme helicóptero viró al este y en unos minutos divisó un bo… te con dos personas, que empezaron a agitar los brazos frenéticamente. Los tripulantes y el mecánico de la Guardia Costera también observaron una boya que, con toda probabilidad, iba unida a una jaula para cangrejos.

—Joder! ¡Tangierianos! —dijo el copiloto.

—Sí. ¿Y sabéis una cosa? Están en el santuario de cangrejos —replicó el mecánico—. Mirad esa boya ama… rilla. Una nasa de pesca.

En el momento en que ellos divisaban la boya, Fonny Boy y el dentista escucharon el sonido inconfun… dible de las palas del helicóptero. Fonny Boy estaba con… dicionado a responder mal ante la presencia de la Guar… dia Costera; para él no hacía otra cosa que acosar a los pescadores. Sin embargo, esta vez se sentía optimista co… mo nunca gracias al pedazo de metal oxidado que lleva… ba en el bolsillo, ¿No decía siempre su madre que había una razón para las cosas? Si no hubiera ayudado al den… tista a escapar, se hubiera quedado sin carburante y hu… biese sido rescatado por la Guardia Costera, jamás habría descubierto un barco hundido que estaba claramen… te marcado con una jaula de cangrejos. Esta, sin que Fonny Boy y el doctor Faux lo advirtieran, también era arrastrada por la corriente porque la cuerda era dema… siado corta.

—Gracias a Dios —dijo el dentista con la vista puesta en el Jayhawk que se acercaba con rapidez—. ¡Nos han encontrado! Magnífico, porque me parece que no nos hemos movido nada; la trampa para cangrejos sigue ahí, al costado mismo del bote, y ya estaría lejos si nos moviéramos.

—Es increíble la desfachatez con que están pescando en la reserva —comentó el mecánico al tiempo que sacudía la cabeza.

El piloto inmovilizó el helicóptero a baja altura, en una maniobra que levantó un torbellino de agua en torno a la embarcación. Los dos marineros al pairo bajaron la cabeza y se taparon los ojos. Sus ropas se agitaron co… mo un espantapájaros bajo un huracán mientras descen… día la cestilla de rescate.

Cruz Morales también necesitaba que lo rescataran y empezaba a desesperar. Tal vez debería entregarse a las autoridades. Por lo menos, podría refugiarse de la ma… ñana helada y tomar una comida caliente. Estaba agotado de dar vueltas a pie por el West End de Richmond; cautamente, había decidido ocultar el coche porque pa… recía que toda la policía de Virginia y los militares lo buscaban. Lo único que tenía que hacer era encontrar a alguien, una mujer —y mejor si no tenía un aspecto atlé… tico o un aire decidido— a la que amenazar para robarle dinero y las llaves del coche. Entonces escaparía, dejaría el coche lo antes posible y robaría otro para regresar con él a Nueva York. 0, mejor aún, pensó mientras se aproximaba a un edificio bajo de ladrillo en una zona arbolada junto a un lago, en el corazón del bosque: podía abandonar el coche en la estación del Amtrack y volver a casa en tren.

En un rótulo del edificio de ladrillo decía: «Ministe… rio Baptista del Campus». Cruz se sorprendió de encon… trar allí una iglesia y se le ocurrió que tal vez alguno de los feligreses hablaría español. Se atusó el cabello y se frotó los dientes con la manga de la chaqueta en un in… tento de ofrecer un aspecto más presentable; se le acele… ró el corazón. Abrió la puerta del local en el preciso ins… tante en que Barbie Fogg conducía a una estudiante a la sala de espera, donde había una mesilla auxiliar con un montón de revistas y profusión de plantas artificiales que Barbie había comprado por una nimiedad en la li… quidación de mobiliario de una casa del vecindario.

—Puedo imaginármelo —Barbie se condolía con la estudiante, que tenía acné—. Siempre he tenido la piel seca, de forma que no he sufrido tu problema, pero cla… ro que puedo comprender cómo te sientes… Dale una oportunidad a mi médico; sé que te ayudará.

—Espero que sí, señora Fogg. Como le he dicho, no pienso en otra cosa y me siento fatal.

Ninguna de las dos prestó atención a Cruz. Este se apresuró a tomar asiento en un sofá y se quedó absorto en una revista que no era capaz de comprender, pues su nivel de lectura apenas pasaba de ser mediocre.

—Mi madre siempre decía que el jabón es la clave. Te frotas con jabón Ivory las zonas problemáticas y con… tribuye a secarlas —continuó Barbie al tiempo que pro… pinaba unas palmaditas reconfortantes en el hombro de la alumna—. Yo no lo he probado nunca, porque no sería útil en mi caso. Quizá te convenga una exfoliación.

—¿Una exfoliación?

—Mi doctor hace exfoliaciones químicas. Pregúnta… le al respecto.

—Desde luego que lo haré. Muchísimas gracias, señora Fogg. Sólo el hecho de hablar con alguien ya es… reconfortante, ¿sabe?

—Soy la mayor creyente en las bondades de una charla entre amigas —asintió Barbie con afecto. Y no te preocupes si los chicos del campus no quieren salir contigo. Un día de estos encontrarás a tu príncipe y vivi… rás feliz por siempre jamás. ¡Con una piel hermosa!

Barbie notó que la envolvía una sensación de abati… miento mientras pronunciaba unas palabras que sona… ban huecas en su alma. La muchacha jamás lograría una piel hermosa. Ya tenía marcas y señales de un rojo y púr… pura subidos, que sin duda precisarían un tratamiento de cirugía mediante láser con la esperanza de reparar el da… ño de años. Respecto a lo de vivir feliz por siempre jamás, Barbie no sabía de nadie capaz de afirmar tal cosa con sinceridad. La vida junto a Lennie era plana e insul… sa, y esa mañana Barbie estaba impaciente por encontrar un momento de calma para escribir otra carta a su amante de la NASCAR.

—Te veré pronto —le prometió en un susurro.

—Sí, vendré a verla pronto —respondió la estudiante afligida por el acné, y salió por la puerta.

Fue entonces cuando Barbie advirtió la presencia del muchacho mexicano de aspecto zarrapastroso que estaba sentado en el sofá. Frunció ligeramente el ceño y notó una punzada de inquietud. Desde luego no tenía aspecto de ser uno de sus alumnos, pero los chicos po… dían ser tan desaliñados en estos tiempos. También parecía un poco joven para estar en la universidad, aunque cuanto mayor se hacía Barbie, más jóvenes le parecían los alumnos.

—¿Puedo ayudarte? —dijo en un tono profesional que había adquirido con el tiempo, y que aparcaba nada más entrar en casa porque molestaba a Lennie.

—Sí —respondió él en español con timidez, sin ape… nas levantar los ojos de la revista.

—Lo siento, sólo hablo inglés —reconoció Bar… bie—. Pero tú también lo hablas, ¿no?

La inquietud de la mujer aumentó. ¿Cómo era posi… ble que el muchacho estudiara en la universidad de Richmond, si no hablaba inglés? Y si no era estudiante, ¿qué estaba haciendo allí, en el Ministerio Baptista del campus? Barbie deseó contar con la presencia del reve… rendo Justice, pero aquella mañana no había llamado pa… ra decir dónde estaba ni cuándo llegaría, y la secretaria se encontraba de baja a causa de un resfriado. De modo que Barbie estaba sola en el pequeño edificio.

—Sí —respondió Cruz—, hablo un poco de inglés, pero no muy bien.

—¿Tenías cita?

—No, no tengo cita. Pero necesito ayuda urgente.

Barbie tomó asiento al otro extremo del sofá, guardando la distancia, al tiempo que se decía que no sería buena idea llevar a aquel mexicanito mal vestido a su despacho y cerrar la puerta.

—Háblame de ti —Barbie utilizó la frase con la que siempre empezaba las sesiones mientras deseaba otra vez que el reverendo entrara por la puerta en aquel mis… mo instante.

Sin embargo, recordó que el reverendo Justice había acudido al hospital a visitar a aquel pobre camionero apaleado y tenía pendientes muchas peticiones para que acudiera a dar conferencias e intervenir en programas locales de radio y de televisión. Por tanto, no debía ser tan egoísta como para desear que el reverendo se aparta… ra de la gente verdaderamente necesitada sólo porque ella se sintiera un poco incómoda.

—No tengo dinero —expuso Cruz al tiempo que sus intenciones criminales empezaban a tambalearse—. No soy de aquí y no tengo dinero para volver a casa. Yo sólo había venido por un trabajo, ¿sabe? Y luego suce… dieron todas esas cosas… Me asusté.

—Bueno, en la capilla del campus no tienes que te… mer nada —dijo Barbie con convencimiento y un punto de orgullo—. Estamos aquí para ayudar a la gente, y no podrías hallarte en lugar más seguro.

—Sí, está bien. No me sentía seguro y tengo mucha hambre. Cruz contuvo unas lágrimas con un par… padeo.

También necesitaba afeitarse la pelusa negra del bi… gote y precisaba un buen corte de pelo. Barbie se fijó además en que llevaba las uñas muy sucias y exhibía un tatuaje en el revés de la mano derecha. Aquel muchacho había llevado una vida difícil, el pobre…

—Cómo has dado con nosotros? —se preguntó en voz alta.

—He visto el cartel y he pensado que quizás era us… ted familia de Gustavo, de Sabina o tal vez de Carla.

Barbie no supo a qué se refería el muchacho.

—Así pues —continuó Cruz—, he entrado. ¿Sabe usted cómo podría hacer para volver a casa?

—Eso depende de cómo hayas llegado aquí, para empezar —respondió Barbie, confusa—. ¿Y dónde está tu casa?

Cruz no era muy listo, pero se dio cuenta de que el coche tenía matrícula de Nueva York y que los policías buscaban a un hispano neoyorquino. Quizás era mejor no mencionar la ciudad, de momento.

—Apuesto a que vienes de Florida —apuntó Bar… bie—. Allí viven muchos hispanos. Mi marido me llevó a los Everglades en nuestro segundo aniversario. El siem… pre había querido montar en una de esas lanchas movi… das por ventilador y luego pasamos dos noches en Mia… mi Beach en uno de los pocos hoteles que no estaban completos en esos días, porque a mí me encanta esa se… rie de televisión que transcurre allí, ¿sabes cuál digo?

Cruz frunció el entrecejo y se rascó la cabeza.

—Bueno —continuó ella—, quizá podrías tomar el autobús a Florida. El Ministerio Baptista del campus tie… ne un pequeño fondo discrecional al que es posible re… currir si un alumno necesita llegar a su casa y no puede pagarse el viaje.

Cruz se hundió en una depresión. En Florida no co… nocía a nadie.

—Podría ir a Nueva York a buscar un empleo —dijo entonces con la esperanza de que ella no pensara que era neoyorquino, y por tanto no lo relacionara con el asesi… no en serie hispano que andaba por ahí cometiendo crí… menes racistas.

—Nueva York es enorme —apuntó Barbie, y allí es muy difícil encontrar empleo. Pero te diré lo que voy a hacer. ¿Qué te parece si te doy dinero para que com… pres un billete de autobús y algo para comer?

Algo le susurró a la mujer que quizá no era aconse… jable hablar de dinero o mencionar la existencia de unos fondos discrecionales en el edificio, pero siempre era un poco impulsiva en lo que hacía por la gente que se en… contraba en dificultades; aunque aquel muchacho tenía una piel perfecta, se le veía desgraciado y miserable. Así pues, tal vez Dios le estaba diciendo que hiciera ese pe… queño milagro por el chico, y Barbie pensó en su arco iris y la embargó un sentimiento de felicidad.

—¡Oh, gracias, gracias! —dijo el chico en español, con inmenso alivio—. Dios la bendiga. Es usted una buena mujer. Me salva la vida y no lo olvidaré nunca.

Barbie se sintió reconfortada ante esas palabras de gratitud y pensó mejor las cosas. Se levantó del sofá.

—Pero antes tengo que hablarlo con el reverendo Justice, si logro encontrarlo —añadió. Quizás has oído hablar de él. Se ha hecho muy famoso últimamente. Intentaré ponerme en contacto con él, aunque es como si se hubiera esfumado de la faz de la tierra. Espera aquí.

—Aquí estaré —prometió Cruz.

Barbie regresó al despacho y cerró la puerta. Llamó a la secretaria, que no parecía muy resfriada cuando contestó al teléfono.

—Tienes idea de dónde está el reverendo? —pre… guntó Barbie mientras en su interior, con o sin arco iris, empezaban a resurgir los temores. ¿Cómo podía estar segura de que el hispano era un buen chico? ¿Y si no lo era?

—¿Has probado en su casa? —apuntó la secretaria con tono seco, como si Barbie fuera una molestia.

—No contesta nadie —respondió Barbie en tono de frustración al tiempo que alguien llamaba a la puerta.

Deseó hablar con Hooter para pedirle su opinión sobre lo de dar dinero al chico hispano pero, por lo que Barbie sabía, las cabinas de peaje no disponían de telé… fono.

—Hay alguien ahí? —exclamó una voz femenina al tiempo que volvían a llamar a la puerta.

Barbie se apresuró a ver quién era.

—Lo siento —gritó nerviosa desde el otro lado de la puerta—. ¿Quién es usted? ¿Tiene cita?

Other books

Life Without You by Liesel Schmidt
Earth vs. Everybody by John Swartzwelder
Twilight by Woods, Sherryl