Puedo resumir el brillante trabajo de la doctora An… gi Christensen diciendo que se prendió fuego al tejido mediante una mecha de algodón y que la muestra conti… nuó quemándose durante cuarenta y cinco minutos; se empleó como combustible grasa fundida que era absor… bida por la mecha («efecto pábilo»). Otros experimen… tos con huesos demostraron que los osteoporósicos y los menos densos se quemaban de forma más fácil y unifor… me que los huesos densos y sanos. Tras meticulosas pruebas y cálculos matemáticos, Christensen llegó a la conclusión de que en algunos casos el cuerpo humano puede quemarse a temperaturas muy bajas si se ayuda de ropas de algodón que sirvan de mecha.
Las mujeres mayores, obesas y de huesos delicados que visten ropa casera de algodón son las víctimas más probables de este fenómeno, infrecuente pero espeluz… nante. Le ofrezco aquí, lector, el triste caso de Ivy, cuyo apellido me reservo por respeto a su intimidad.
Ivy era una mujer blanca de setenta y cuatro años que, con metro cincuenta de estatura, pesaba casi noventa kilos, según su permiso de conducir y la descrip… ción que los vecinos daban de ella. Hasta dos años antes de su extraña y terrible muerte, trabajó de cuidadora de niños en Miami para complementar sus modestos ingre… sos de la pensión de la Seguridad Social y la pequeña cantidad de dinero que su esposo, Wally, le dejó a su re… pentina muerte. Ivy no trabajó nunca para la misma fa… milia más de seis meses, ya que los padres terminaban inevitablemente por desconfiar de ella después de asistir a una sucesión de circunstancias sospechosas hasta que por último despedían a aquella peculiar mujer aun en el caso de no poder demostrar que hubiera hecho realmen… te nada malo.
Ivy mostraba unas ansias desmesuradas de sentirse necesaria y, desde su punto de vista, no había nadie más necesitado que un niño enfermo o asustado. Procuraba no aceptar nunca una oferta de empleo si los niños ya te… nían edad para hacerse entender de forma inteligente y creíble; de este modo, los padres no podían oír de ellos la verdad de sus fechorías aunque, desde luego, se preo… cuparan cuando volvían de una salida y descubrían a su pequeño o a su niña con retortijones, diarrea, magulladuras o quemaduras inusuales, o presos de un ataque de histeria.
Varios ex clientes, escamados, apuntaban a que la mujer alteraba la comida de los niños con laxantes y otros medicamentos y la cargaba de especias en exceso. Una pareja estaba segura de que Ivy había quemado a su hijo con un cigarrillo de forma intencionada, aunque ella aseguraba que el pequeño había cogido el cigarrillo del cenicero y lo había pisoteado; eso explicaba las ocho quemaduras que presentaba en la planta de sus piececi… tos. Escándalos y comentarios se arremolinaron en torno a ella y, finalmente, Ivy decidió que era mejor retirarse. Fue entonces cuando empezaron sus verdaderos pro… blemas.
A solas en su casita de estuco la mayor parte del tiempo, Ivy pasaba los días bebiendo oporto barato, fumando y engullendo aperitivos delante de la tele. Estaba muy encorvada debido a la osteoporosis, y la artritis la torturaba cada vez más a menudo. Ya nadie la Llamaba ni la necesitaba para nada. Llegó un momento en que odia… ba su vida y a todos los que se habían cruzado en ella; nunca imaginó que se hallaba en camino de convertirse en un caso de combustión humana espontánea para es… tudio.
Quiso el destino, pues, que Ivy estuviera de especial malhumor el día de Navidad de 1987, cuando se puso el vestido de algodón con manga larga porque el tiempo estaba un poco fresco. Se preparó un combinado y abrió la gran caja de bombones Whitman, regalo de su hijo, que vivía no muy lejos de allí pero nunca iba a verla y ra… ra vez llamaba. Se instaló en el sofá de vinilo frente al te… levisor y dejó pasar la mañana bebiendo y fumando. Fue en ese mismo sofá donde, dos días más tarde, su cuerpo terriblemente quemado fue descubierto por la mujer cu… bana que vivía en la casa contigua, la cual se había preo… cupado al ver que Ivy no recogía sus periódicos.
Quizás a usted, lector, le interese saber que llevó el caso la doctora Kay Scarpetta, forense jefe del estado de Virginia. Esta empezaba entonces su carrera como pató… loga forense residente de la oficina del forense de Dade County, y fue quien acudió a la desconcertante escena. Los investigadores de incendios y la policía no habían visto nunca algo semejante, lo cual no es de extrañar ya que sólo hay informes de un par de centenares de casos de combustión humana espontánea desde el siglo xvii. El torso de Ivy estaba incinerado casi por completo, in… cluidos los huesos, y sin embargo no había rastro de fuego en ningún otro rincón de la casa. Aunque en el momento de la muerte de la mujer no se sabía gran cosa de la CHE, la reconstrucción de los hechos resulta bastante sencilla a posteriori.
Ivy se quedó dormida de la borrachera y se le cayó de los labios un cigarrillo encendido, que prendió en su ropa de algodón. Cuando su cuerpo empezó a quemarse, la grasa fundida saturó el algodón y la tela actuó de mecha. Ivy sufrió una combustión lenta durante muchas horas hasta que el fuego se extinguió, mucho después de que la mujer muriese. Es una suerte que yo investigara ese raro fenómeno, porque ahora sé lo suficiente para apreciar dos cosas respecto a la muerte misteriosa del pescador Caesar Fender, cuyo cuerpo quemado se en… contró recientemente en Canal Street.
La CHE no es un suceso paranormal y la muerte de Caesar no cumplía en absoluto las premisas de dicho fe… nómeno.
En primer lugar, el residuo blanco grisáceo de la ca… vidad torácica apunta claramente a una fuente externa de combustión. Además, Caesar no era muy mayor, ni tampoco obeso, y es improbable que tuviera los huesos delicados. Más significativo aún es que no llevara ningu… na prenda de algodón, y no podía haberse producido aquel «efecto pábilo». Tampoco había ninguna prueba de que estuviera fumando en el instante de su muerte, aunque uno de los testigos, que ahora es el principal sos… pechoso, dijera que Caesar llevaba un encendedor Bic en el bolsillo; ni el citado encendedor ni fragmentos del mismo se recuperaron en la escena del crimen ni en el depósito de cadáveres.
Esto me lleva a sospechar que se utilizó una pistola de señales para cometer lo que es claramente un asesinato, y tengo la impresión de que la doctora Scarpetta coincide conmigo. Todo ello hace de la muerte de Cae… sar algo muy diferente de la que tuvo Ivy, a quien tanto gustaba recibir la atención a expensas de otros. El trastorno de ésta se denomina síndrome de Munchausen por sustitución, lo cual significa simplemente que al… guien hace daño a otra persona que no puede defenderse ni explicar después qué ha sucedido. Las víctimas suelen ser niños pequeños y enfermos. La motivación del agresor es obtener simpatía o atención, o sentirse nece… sario mientras lleva a su víctima al médico o al hospital.
¡Oh!, no sé qué le pasa a mi pequeño —le solloza el agresor al doctor—, pero vuelve a tener unas diarreas te… rribles y está deshidratado y tan débil que no es capaz de levantarse de la cama. Estoy tan preocupado que no sé qué hacer. Quiero muchísimo a mi pequeño y ya he per… dido dos bebés, y si vuelve a suceder perderé el deseo de vivir…»
Otra reacción común, cuando el presunto cuidador ha hecho daño a alguien cuya custodia tiene encomen… dada, es tomar a la víctima en brazos y arrullarla y llorar.
«Pobrecito —exclama el agresor, mentiroso y des… piadado—, pobrecito mío. ¿Cómo te has quemado esos piececitos? No te preocupes, yo cuidaré de ti. No llores, por favor, no llores y no la tomes conmigo. Yo no te he hecho nada, mi amor».
El bebé llora, chilla y se agarra lleno de pánico y do… lor a mamá o a papá, o bien al cuello del cuidador, mientras lo llevan al servicio médico de urgencias, donde el progenitor o el cuidador consiguen la atención y la com… prensión deseadas.
Me parece perfectamente posible que Major Trader, además de su proclividad hacia los piratas, padezca de este síndrome de Munchausen por sustitución: incita a los demás a manipular y sentirse necesitados. Si alguno de ustedes, mis lectores, se encuentra con él o sabe dón… de está, llame a la policía de inmediato. La última vez que lo vieron estaba desayunando un bocadillo y salía de su garaje en coche, y ahora ha evitado su detención y se le considera un fugitivo peligroso. Si lo ven, hagan el favor de no acercarse: es violento e incapaz de sentir re-mordimientos. Tampoco deben aceptar comida de él; sobre todo, los dulces.
¡Tengan cuidado ahí afuera!
—Eso es lo que estoy estudiando —la voz de la doc… tora Scarpetta resonó en el intercomunicador del despa… cho de Hammer poco después de que el último artículo del Agente Verdad surcara el ciberespacio—. Pero ha… bría preferido que no apareciera en Internet ninguna in-formación sobre la bengala de señales o cualquier otro detalle del caso.
—Nadie tiene el menor control sobre lo que escribe el Agente Verdad —replicó Hammer el tiempo que lan… zaba una mirada de desaprobación a Andy—. Mantiene un anonimato total.
—Cómo habrá sabido de ese caso de Miami? —se preguntó la doctora Scarpetta.
—Quizás haciendo una búsqueda en Internet sobre la combustión humana espontánea… —Esta vez fue Andy quien respondió. Supongo que la prensa se ocupó ampliamente de un caso tan excepcional, ¿no?
—Sí como de costumbre.
—Qué viene ahora? —inquirió Hammer mientras deambulaba, inquieta.
—He enviado el residuo grisáceo al laboratorio de estudio de pruebas y veremos si encontramos óxido de estroncio, perclorato potásico, fosfórico y elementos químicos parecidos —les informó la doctora por el in… tercomunicador—. Entretanto, tenemos una muerte debida a quemaduras en el cuarenta por ciento del cuer… po; todo lo demás queda pendiente de confirmación, pero creo que deberían considerar el asunto un caso de ho… micidio, a menos que descubramos que el hombre lleva… ba encima una bengala de alguna clase que se encendió por accidente.
—Trader mintió. ¡Vaya sorpresa! —comentó Andy a Hammer cuando ésta colgó el teléfono—. Mejor para ese hispano con matrícula de Nueva York.
Por desgracia, Macovich no tenía modo de saber lo que Hammer y Andy estaban hablando. Mientras el agente esperaba en el coche a que Regina terminara su visita a Barbie en el edificio, Cruz Morales salió al exte… rior a fumar y advirtió la presencia del Caprice sin dis… tintivo. El corazón le dio un vuelco y empezó a latirle de forma acelerada. ¡La maldita consejera había hablado con la policía! Soltó el cigarrillo y echó a correr, lo cual llamó de inmediato la atención de Macovich, que lo re-conoció como el mexicano que se había detenido en la taquilla (le peaje de Hooter. Macovich también soltó el pitillo y saltó del coche en su persecución.
—¡Alto o disparo! —gritó al tiempo que sacaba la pistola.
—Si, he pensado en pegarme un tiro. —Regina le abrió su corazón a Barbie Fogg; ninguna de las dos se había percatado de la persecución a pie que se desarro… llaba en el aparcamiento—. Pero no tengo pistola.
—¡No sabes cuánto me alegro de ello! —exclamó Barbie con alivio.
—No entiendo qué me sucede —continuó Regina entre lágrimas tras la puerta cerrada del despacho de Barbie, que estaba amueblado con un escritorio azul lacado, un sofá rosa y profusión de adornos de seda en re… lajantes tonos pastel—. Es como si fuera de otro planeta.
Creo que estoy diciendo lo correcto, y a todo el mundo le parece un fastidio. No tengo un solo amigo y, aunque tuviera alguno… —Consultó el reloj—. Bueno, hace tres horas creía que tenía uno, pero ya no. Me parece que nunca he hablado con nadie tanto tiempo seguido como ahora con usted. Y, desde luego, nunca me habían pres… tado tanta atención —añadió en tono lastimero.
—¿Quién era ese amigo que creías tener hace tres horas? —Barbie la escuchaba muy atenta desde una silla de color lavanda.
—Andy. Me dejaba ser su auxiliar y, de repente, se ha vuelto odioso.
—¿Su auxiliar? ¿Es tu novio, o lo ha sido algún tiem… po? —Barbie estaba algo sorprendida.
Si alguna vez había conocido una mujer que no re… sultara atractiva a los hombres, era esa pobre chica. Ne… cesitaba con urgencia un cambio radical de imagen. Si le encargaban a ella la tarea casi imposible, empezaría por realzar los colores de Regina, que resultaban difíciles de determinar. Las facciones pálidas y anónimas y el cabe… llo oscuro resaltarían más, sin duda, con colores atrevi… dos como el carbón o el rojo, pero Barbie pensaba que sólo las mujeres más femeninas soportaban bien un as… pecto que insinuase firmeza y carácter.
Lo que menos necesitaba Regina era reforzar un aire agresivo. Tal vez si perdía cuarenta kilos, se maqui… llaba, se hacía un bonito peinado y empezaba a ponerse cremas con regularidad, su aspecto se suavizaría, pensó Barbie.
—No es mi novio —decía Regina con una indigna… ción que dejaba entrever lo dolida que estaba y la horri… ble opinión que tenía de sí misma.
—¿Tienes dolores de cabeza? —preguntó Barbie. Regina se sonó la nariz de forma ruidosa.
—Por supuesto. ¿Cómo no habría de tenerlos cada día, alguien en mi situación?
Barbie pensó que debería trabajar todos los aspectos de la pobre muchacha; incluso enseñarle a sollozar por lo bajo, en lugar de sonarse la nariz de aquella forma.
—Frunces demasiado el entrecejo y se te marcan mucho los músculos del ceño —señaló—. Creo que un buen sitio para empezar sería Botox. Puedo ponerte en contacto con mi doctor. Pero antes hablemos de ese novio tuyo y de lo que ha sucedido.
—¡Andy no es mi novio! —exclamó Regina aún más fuerte, con el rostro hinchado y encendido—. Esta ma… ñana me ha dejado ser su auxiliar y hemos ido al depósi… to de cadáveres, pero luego se ha puesto irritable.
—Andy trabaja en el depósito de cadáveres? —Bar… bie se horrorizó.
Aquello iba de mal en peor. Una morgue era el últi… mo lugar que convenía visitar a alguien como Regina, y la idea de proponerle un maquillaje de tonos invernales se hizo aún más inapropiada y de mal gusto; nadie que rondara por el depósito de cadáveres debería ir de rojo subido y negro.
—Es agente de policía —explicó Regina con cre… ciente impaciencia—. Pero tampoco le he caído bien a la mujer que dirige el depósito y no me ha dejado ver una autopsia sólo por no saber deletrear.
Barbie la escuchó con muda perplejidad.
—Ya sabe —continuó Regina—, la forense jefe.
—¡Ah, sí! He leído cosas sobre ella y la he visto en televisión —dijo Barbie—. Con esa melena rubia y esa figura esbelta, a ella sí que le sientan bien los tonos intensos. Pero empiezo a ver que contigo deberíamos probar algo diferente. Quizá colores claritos y luminosos. ¿Has llevado falda alguna vez?