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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Intriga, #Policíaco

La isla de los perros (53 page)

—Pero no nos espera ningún coche —replicó Stick, a quien no le gustaba la idea de meterle los dedos en los ojos a nadie.

—Aquí es donde entras tú —indicó Trader al reverendo Justice—. A ti los carceleros te tratan con mucho más respeto que a los demás, te hacen preguntas sobre religión e incluso te piden que reces por sus problemas. Estoy seguro de que si les preguntas si puedes utilizar el teléfono porque uno de los miembros de tu parroquia está a punto de morir y necesita los últimos sacramentos por teléfono, accederán.

—Los baptistas no tenemos últimos sacramentos —protestó el reverendo—. Y no estoy muy seguro de si quiero participar en esto. Ya estoy metido en un buen lío por hacer proposiciones deshonestas a esa vieja.

Callaron mientras el guarda con la música a todo volumen pasaba ante la celda, con los ojos vidriosos y chasqueando los dedos a ritmo de rap.

—Cuando llames por teléfono —prosiguió Trader—, hablas con alguien de pocas luces que trabaje para ti, que sea sumiso e ingenuo, y le ordenas que pase a recogerte en coche. Dile que irás con unos amigos; de ese modo, nos largaremos de la ciudad. En el caso muy improbable de que nos detuvieran, yo diré que os he secuestrado y que no tenéis nada que ver con el plan.

El reverendo Pontius Justice se tranquilizó un poco al oír estas explicaciones. Al fin y al cabo, él era un personaje público, famoso por dedicar su vida a salvar almas y luchar contra el crimen. Aunque a veces cediera a sus necesidades carnales reprimidas ligando con mujeres de la noche, siempre les pagaba y les daba las gracias.

Hammer aún no le había dado las gracias a Andy, y a éste le ponía nervioso ver que a ella sólo le interesaba caminar de un lado a otro de su oficina y quejarse.

—Tenías que habérmelo consultado todo primero —repetía ella una y otra vez tras la puerta cerrada de su despacho, aunque los sábados por la mañana apenas había nadie en comisaría—. ¡Por el amor de Dios, Andy! ¿Dónde tenías la cabeza cuando escribiste todas esas tonterías sobre el tesoro Tory? ¡Mira la que se ha organizado! Al alentar a los isleños a apropiarse del supuesto tesoro porque legalmente les pertenece, has conseguido que el gobernador los amenazara y enviase al Ejército. Si nunca hubiese habido una guerra civil, ahora la habría. Y, para serte sincera, estoy completamente de acuerdo con el gobernador. Los isleños no tienen ningún derecho sobre ese tesoro. Pertenece al museo.

—Es esto precisamente lo que intento decirte —la interrumpió Andy—. Mi única intención fue que todo el mundo pensase que los demás le quieren robar. Y a fin de que la isla Tangier se enfureciera de veras con Virginia, tuve que excitar a Virginia para que estuviera real-mente molesta con la isla. Entonces, cuando esta noche Macovich llegue en un helicóptero de la Policía Estatal lleno de gente de la NASCAR que, en realidad, son Smoke y sus perros de la carretera, ¿con qué tipo de bienvenida crees que los recibirán? Apenas necesitaremos a los agentes de paisano.

—Dices tonterías y me estás asustando —le espetó Hammer. Yo pensaba que el objetivo del Agente Verdad era decir siempre la verdad. Creo que en los últimos artículos lo único que has hecho ha sido manipular a todo el mundo, aunque sea por una buena causa o tú creas que lo es. ¡Maldita sea! Estoy tan confundida.

—Sé exactamente lo que sientes —le dijo Andy—. Te prometo que sé lo que me hago. Ambos sabemos lo cruel y peligroso que es Smoke. Si ese helicóptero aterriza en Tangier y ve a tipos que no parecen pescadores, aunque vayan vestidos como tales, es posible que Smoke abra fuego desde la misma pista de aterrizaje. Por eso tenemos que introducir un elemento sorpresa que lo haga dudar unos instantes y nos permita capturarlo sin incidentes.

—Vamos a organizarlo bien. Movilizaremos a las tropas —decidió Hammer—. El gobernador deberá volver a casa en coche después de la carrera. Tú y yo volaremos a Tangier en helicóptero y veremos qué podemos hacer para poner punto y final a esta historia. Y, por cierto, ¿qué te hace pensar que de veras exista ese tesoro en el fondo de la bahía?

—No es que lo piense —respondió Andy—, pero ese viejo trozo de hierro procedía de una batalla que se libró entre piratas, tal vez. Y ese tránsfuga de Joseph Wheland debió de amasar una buena fortuna tras todos esos años de dedicarse a expoliar plantaciones y otros barcos… En algún lugar tiene que estar el tesoro, ¿no?

Capítulo 30

Barbie Fogg jamás había estado en una plantación de verdad, pero al llegar a la verja de la mansión del gobernador intuyó cómo debían de haber sido en su época. Entró y vio algo muy extraño.

Dos fornidos agentes de Protección de Personalidades metían paja en la parte trasera de una gran limusina negra. Barbie aparcó en la calzada circular, agarró sus productos de maquillaje, que guardaba cuidadosamente en una caja de herramientas, y sacó una bolsa de ropa del maletero.

—¿Qué hacen? —preguntó a los agentes—. No es mi intención fisgar, pero ¿por qué amontonan esa paja en el suelo de esa hermosa limusina? ¿Acaso quieren plantar flores en su interior? Me parece una buena idea. Así el gobernador podrá ir montado en un jardín.

Los agentes le respondieron con seriedad que aquella información era confidencial y entonces se abrió la puerta de la mansión y apareció un mayordomo negro que vestía una chaqueta blanca muy almidonada. El hombre saludó a Barbie con una sonrisa.

—Entre —le dijo, amable—. La señorita Regina la está esperando. Permítame el abrigo. ¿Quiere que la ayude con la caja de herramientas?

—Gracias —respondió Barbie mientras se quitaba el abrigo. Debajo llevaba un ajustado y sexy vestido de cuero que resultaba muy poco acorde con su voz melindrosa y suave—. Necesito la caja de herramientas y la bolsa de ropa para arreglar a Regina.

Pony sabía que la apariencia de Regina requería mucho trabajo, pero le entristecía pensar que las cosas se hubieran deteriorado tanto que requirieran herramientas para arreglarlas. Acompañó a Barbie por la escalera de caracol hasta las estancias privadas de la primera familia, donde encontraron a Regina revolviendo su armario. Sacaba pinturas y sudaderas, y cada vez parecía más desalentada.

—¡Oh! —exclamó aliviada cuando Barbie entró y dejó la caja y la bolsa sobre la cama—. ¡Me alegro de que estés aquí! No encuentro nada que ponerme y hace un rato me he mirado al espejo y me he asustado. ¿Crees que a la hora de la carrera habrás terminado de ponerme guapa?

—Claro que sí —la tranquilizó Barbie mientras miraba por la ventana y veía a los dos agentes que metían paja en la limusina.

—Es para el viaje de Trip —explicó Regina.

—¿Qué Trip? —preguntó Barbie.

—Trip es el nuevo mini caballo de papá, especialmente adiestrado como lazarillo. Papá tiene que ir con él a todas partes y como yo soy la supervisora, ¿sabes?, he investigado un poco sobre el asunto; me he enterado de que los mini caballos viajan mejor en coche si tienen paja.

Hizo una pausa para ver si Barbie la comprendía. No era el caso.

—Para que le parezca que está en una especie de establo —apuntó la chica.

—¡Oh! —exclamó Barbie, asombrada—. Y yo que pensaba que iban a plantar un jardincito móvil. ¡Estúpida de mí! Pero yo diría que si un caballito hace sus necesidades dentro de una limusina, con paja o sin ella, a los demás pasajeros no ha de resultarles muy agradable.

—La caca de caballo no huele como la de perro —le recordó Regina—. Y justo cuando Trip termine de hacer sus necesidades, tiras paja encima y ni te enteras.

—¿Y qué pasará mientras estés en el palco del gobernador viendo la carrera? —preguntó Barbie, preocupada, al tiempo que depositaba tubos de base para maquillaje, limpiador de impurezas, esmalte de uñas, tratamientos capilares, tintes y decenas más de cosméticos sobre una cómoda antigua de nogal.

—Si quiere salir, dará en la puerta con la pezuña —respondió Regina. Entonces lo bajaré en el ascensor y lo llevaré a algún sitio donde haya hierba. ¿Para qué son las tijeras? ¿Vas a cortarme el cabello?

Barbie ordenó a Regina que tomara asiento en la mecedora de lona y que estuviera muy quieta. Miró con atención la que iba a ser su obra más difícil y decidió que el cabello negro y rizado con las puntas abiertas de Regina tenía que cortarse.

—Enséñame los dientes —dijo Barbie.

Regina abrió la boca y tensó los labios para mostrar unos dientes amarillentos que podían ser los de un mini caballo, pensó Barbie con ironía.

—He traído un producto para dejarte los dientes blancos —dijo con más optimismo del que sentía en realidad—. Será mejor que te lo ponga ahora para que tenga tiempo de actuar. Y ese cabello, querida, no tiene color, de veras. Es como leonado, ni negro ni castaño, y creo que lo mejor sería teñirlo de negro y cortarlo por debajo de las orejas, escalado, claro está, para que te suavice la nariz y la barbilla.

»También he traído una crema bronceadora para que te la pongas después del baño con sales del mar Muerto, la manicura, la pedicura y una mascarilla de barro. La piel se te pondrá de un tono dorado sin necesidad de que la expongas a los dañinos rayos del sol. ¿No te parece excitante?

Regina no estaba muy segura. No había previsto que Barbie le pediría que se desnudara del todo y que tendría que permitir que una desconocida le pusiera barro, lociones y mascarillas en su rollizo cuerpo.

—Sé lo que estás pensando —dijo Barbie mientras le colocaba una toalla alrededor del cuello y empezaba a cortarle grandes mechones de cabello que le recordaban las matas que rodaban en las películas antiguas del Oeste que a veces veía con Lennie—. El día que hablamos en el Ministerio Baptista me di cuenta de que tienes una baja autoestima y que detestas tu cuerpo. Y, probablemente, ahora estás un poco nerviosa por tener que desnudarte y que alguien te frote, te rasque y te masajee todo el cuerpo, pero te sentará bien y cuando veas el resultado quedarás encantada.

—Por más que me frotes y me rasques, no conseguirás quitarme toda esta grasa —comentó Regina con franqueza mientras caían al suelo más mechones de cabello. En circunstancias normales, la idea de que le tocaran el cuerpo de tantas maneras distintas le habría parecido secretamente placentera.

Pero Barbie Fogg no era su tipo. En absoluto. No era lo bastante robusta, y a Regina le pareció que Barbie podía pasarse todo el día tocando y masajeando a otra mujer sin experimentar ni el más leve cosquilleo de deseo. A Barbie no debía de interesarle el contacto físico con nadie, pensó Regina. En este aspecto seguro que era igual a su madre; desde que Regina tenía uso de razón, la mujer siempre había encontrado mayor interés en las antigüedades, como los bancos de hierro forjado, las cajas metálicas de café o de tabaco y los trébedes, que en las aventuras sexuales con personas del sexo opuesto, del mismo sexo o consigo misma.

—Te pondremos a dieta de inmediato —dijo Barbie sin parar de darle a las tijeras—, lo cual significa que no podrás acercarte a las mesas del buffet de las carreras, ¿de acuerdo? Una buena ensalada con mucho apio, zanahoria y rábanos te ayudará a mantener la línea. Venga, no seas tan negativa. Ya sabes lo que dicen, ¿no? La ropa es la mejor amiga de una chica; así que entré en una tiendecita muy mona y elegí algo perfecto para ti.

—¿Qué es? —preguntó Regina, desconfiada, mientras Barbie empezaba a quitarle el cabello de la nuca con una navaja.

—Es monísimo. He intuido que te sentirías muy cómoda con él y que va perfecto con tu cara, tu tipo y tu personalidad. ¡Es un vestido de algodón perfecto! Cuando lo encontré, casi no podía creerlo. Ahora, no te muevas, no te balancees en absoluto. Esta mecedora es encantadora, pero no quiero cortarte con la navaja mientras te afeito la nuca; luego te haré una depilación a la cera del labio superior y de la barbilla, y tal vez te aclare las cejas y las patillas con unas pinzas.

»Bueno, pues lo que he encontrado es un mono de algodón lavado a la piedra, pero que lleva falda en vez de pantalones y que puedes ponerte con esta bonita camisa de seda de manga larga que está diseñada para que parezca una camisa de leñador pero que tiene un cuello de encaje y te resaltará mucho el busto gracias a este sujetador que he comprado. Tuve que adivinar la talla, pero supongo que usas la más grande.

—Jamás llevo sujetador —replicó Regina—. No soporto los sujetadores y casi siempre utilizo camisetas, porque debajo de las sudaderas nadie ve lo que llevo.

—Pues esta noche sí te verán —le aseguró Barbie con voz melindrosa—. Llevarás un escote tan grande que podrías meterte dentro todo un almuerzo. Y de los zapatos, porque ninguna indumentaria está completa sin los zapatos, he encontrado un par de zapatillas de tenis de cuero de color rojo. ¿Te imaginas? Llevan un cierre con lentejuelas a la altura del tobillo y lazos de cuero blanco, y te las pondrás con estos calcetines de diseño que parecen antiguos pero que están hechos de seda. ¿Tu talla de vestido es la cincuenta y cuatro?

—¿De hombre o de mujer? —preguntó Regina muy quieta mientras Barbie seguía afeitándole el cogote—. Siempre llevo ropa de hombre, o sea que no sé cuál es mi talla en ropa de mujer.

—No te preocupes en absoluto. Soy muy buena adivinando las tallas de la gente —dijo Barbie al tiempo que retrocedía para admirar su obra—. Supongo que gracias a mi trabajo como consejera he aprendido a saber qué pie calza la gente y qué talla usa, ¿no crees?

Barbie le tendió un espejo a Regina para que admirase su nuevo peinado.

—No sé —dijo la chica, dudosa—. Tiene la misma forma que los cascos de los pilotos de carreras.

—Pues es el último grito —sonrió Barbie—. Se llama NASCOIF, ¿no lo encuentras muy chic? Si tuvieran que hacértelo en un salón de belleza te cobrarían mucho dinero, eso suponiendo que te dieran hora y no te pusieran en una lista de espera durante toda la temporada de las carreras.

—Y si es tan chic, ¿por qué no te haces tú uno? —quiso saber Regina.

—Oh, porque mis rasgos son demasiado delicados —respondió Barbie—. Y ahora, vamos a meterte en la bañera.

Hooter también dedicó el día a arreglarse para asistir a las carreras. Había invertido horas en deshacerse las trencitas y acondicionarse el cabello, que en ese instante se cocía bajo un gorro de plástico enchufado a un secador; mientras, se pegaba unas nuevas uñas acrílicas que parecían banderas americanas curvadas. Luego se introdujo en unos ajustadísimos pantalones que imitaban la piel de serpiente y encima se puso unas botas plateadas cerradas con velcro, estilo astronauta.

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