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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Intriga, #Policíaco

La isla de los perros (57 page)

Smoke continuó apuntando a la cabeza a Andy y amenazó con matar a Popeye si él y Hammer no hacían exactamente lo que les decía.

—Sé que los dos lleváis armas; echadlas aquí atrás —ordenó Smoke por el micrófono.

«Limítate a pilotar el aparato», se dijo Andy.

—¡Echadlas aquí atrás ahora mismo! La voz cruel de Smoke resonó en los auriculares.

—Estoy pilotando —replicó Andy. Necesito ambas manos y los pies para llevar los mandos, y no voy a apartarlos para buscar un arma que no tengo hasta que estemos posados en el suelo.

—Yo no tengo ningún arma —respondió Hammer, dudando de si volverse por sorpresa y pegarle un tiro a Smoke con la pistola de nueve milímetros que llevaba en el bolso.

Sin embargo, decidió que no sería buena idea. A tan corta distancia, acertar el tiro no era problema. Pero si Smoke conseguía disparar su arma porque ella había abierto fuego con la suya, Andy podía resultar herido o muerto y ella tendría que encargarse de pilotar el aparato… y no sabía nada de helicópteros. Además, si su bala atravesaba al pirata y alcanzaba el motor, podía causar una avería grave y terminarían estrellándose. Contempló las aguas oscuras del río James en la desembocadura de la bahía de Chesapeake y recordó su miedo a ahogarse.

—Vuelve a sentarte y cállate —dijo a Smoke con el tono de severidad que reservaba a los sospechosos—. Ya estamos sobre la bahía y no querrás que perdamos el control del helicóptero precisamente ahora, ¿verdad? Si nos estrellamos, nos ahogaremos todos. Quedarás atrapado aquí dentro y golpearás las puertas tratando desesperadamente de abrirlas, pero no lo lograrás debido al vacío y te encontrarás debatiéndote en el frío y la oscuridad mientras el agua llena la cabina y te asfixias lenta-mente.

—¡Tranquilo! —suplicó Cuda a Smoke—. Tranquilízate, tío. ¡No quiero ahogarme!

Possum mantuvo a Popeye envuelta en la bandera y le acarició la cabeza. Smoke volvió a su asiento y jugó con la jeringa mientras Unique fijaba su extraña mirada en la nuca del Agente Verdad, con el cúter apretado en su delicada mano con tal fuerza que las uñas se le clavaban en la palma hasta hacerla sangrar. No sentía el menor dolor, sólo la oleada de calor y las intensas vibraciones y frecuencias que procedían de su Oscuridad.

Andy consultó una carta de navegación y entró en la frecuencia de radio de Patuxent; minutos después, captó la llamada de la torre de control militar.

—Helicóptero cero, uno, uno Delta Bravo —se identificó por la radio.

—Uno Delta Bravo, adelante —respondió la torre.

—Están utilizándose las zonas restringidas 6609 y 4006? —preguntó Andy.

—Negativo.

—Solicito permiso para transitar por ellas a mil pies, en ruta a la isla Tangier —dijo Andy.

—Permiso denegado. —La torre respondió exactamente lo que Andy había esperado oír.

—Entendido —asintió al tiempo que introducía en la radio en señal de respuesta el código 7500, anunciando un secuestro. A continuación hizo una señal a Hammer con el pulgar hacia arriba.

A pesar de todo, continuó dirigiéndose a la zona de transición entre las áreas restringidas; ahora que Patuxent lo tenía en el radar, conocía su número de identificación y estaba al corriente de que tenía secuestradores a bordo, los militares responderían. Aumentó las revoluciones del motor y agradeció una racha de viento que los impulsó a ciento setenta nudos. Quince minutos más tarde entraron en el espacio aéreo de Patuxent.

Andy respiró hondo y pasó el 430 a piloto automático. Smoke no podía saber que ahora tenía las manos y los pies libres y Andy alargó una de ellas, poco a poco, hasta sacar la pistola de la funda del tobillo. Hammer lo imitó y sacó discretamente su arma del bolso. Los dos ocultaron las pistolas bajo los muslos con el fin de que Smoke no viera lo que sucedía si volvía a levantarse de su asiento para asomarse de nuevo a la cabina.

Fonny Boy y el doctor Faux tampoco sabían qué estaba ocurriendo. Iban caminando por Janders Road a plena vista de cualquiera, pero no veían el menor rastro de ningún isleño. Muchas de las casitas tenían las luces apagadas y no circulaba un solo carrito de golf o una sola bicicleta bajo el frío atardecer. Desde que los dos se escabulleran del transbordador después del infructuoso intento de sobornar al capitán para ir en busca de la nasa para cangrejos con la boya amarilla, habían hecho todo el camino con la impresión de que la isla entera se hallaba desierta.

—¡Te lo juro! Quizá por fin ha venido Dios a llevárselos —dijo Fonny Boy, que había oído hablar de ello toda la vida—. ¡Y a nosotros no nos ha alcanzado porque no somos merecedores del cielo debido a nuestros pecados!

—¡Menuda tontería! —replicó el dentista con frustración.

Estaba cansado, hambriento y aterido de frío, y no hacía más que imaginar a todos los pescadores a bordo de sus barcas en busca del tesoro. Se preguntó si la Guardia Costera los habría rodeado y detenido a todos, o si los pescadores habían encontrado la manera de conseguir la colaboración de las autoridades. En pocas palabras, el doctor Faux ignoraba qué sucedía, pero estaba asustado y deseaba no haber cometido la estupidez de engrosar sus facturas, mentir a Sanidad, aprovecharse de los niños y echar a perder la dentadura de tantos in-cautos para obtener beneficios.

Cuando al fin llegaron a casa de Fonny Boy, allí tampoco había nadie.

—Mi madre debería estar aquí, preparando el fuego y limpiando los platos. Nunca sale después de oscurecer —se asombró Fonny Boy al tiempo que sus temores aumentaban—. ¡Estoy convencido de que Cristo bajó en su nube y se los ha llevado a todos, menos a nosotros!

—Basta —insistió el dentista—. Nadie ha ido a ninguna parte en una nube, Fonny Boy. Eso es un cuento. Vamos, tiene que haber una explicación para el hecho de que la isla esté desierta; cogeremos el carrito de golf de tu familia y daremos una vuelta. Sugiero que vayamos al aeropuerto a ver si sucede algo allí.

La batería del carrito estaba descargada, y aquello no hizo sino aumentar los malos presagios que Fonny Boy tenía.

—Iremos andando, pues —decidió el doctor Faux, y tomó en otra dirección que atajaba por una marisma—. Admito que es extraño. Si todo el mundo está en las barcas buscando el tesoro, ¿cómo es que había tantas amarradas en los muelles cuando dejamos el transbordador?

—¡Chist! —dijo Fonny Boy con un dedo sobre los labios—. ¡Oigo un helicóptero! ¡Debe de ser la Guardia Costera!

El dentista aguzó el oído y captó el ruido lejano. También detectó algo más.

—Cantos —dijo—. ¿Los oyes, muchacho?

Los dos se detuvieron en el sendero y el aire salobre revolvió sus cabellos mientras se aplicaban a oír el leve sonido de unos cantos religiosos que el viento transportaba, casi imperceptibles.

Viene de la iglesia metodista McMann Leon, la de Main Street —apuntó Fonny Boy con un jadeo de excitación—. Pero no lo entiendo, porque en esa iglesia no hay servicio los sábados por la noche.

Fonny Boy y el dentista echaron a correr en aquella dirección mientras el sonido de las palas del helicóptero aumentaba; distinguieron dos brillantes focos que se movían en el firmamento tachonado de estrellas, procedentes del oeste. Fonny Boy echó a correr y se despreocupó de si dejaba atrás al dentista.

—¡Eh! ¡Espérame! —lo llamó Faux—. Bueno, no importa; yo voy al aeródromo a ver si puedo largarme de aquí volando en uno de esos helicópteros que vienen.

Fonny Boy corrió como no lo hiciera en toda su vida; estaba jadeante y bañado en sudor cuando por fin ascendió los peldaños de la iglesia y abrió la puerta de par en par. No podía creer lo que vio en el interior. Hasta la última persona de la isla debía de haberse congregado allí, las luces estaban apagadas y los isleños sostenían velas. Cantaban a coro sin acompañamiento y Fonny Boy se quedó inmóvil, observándolos, presa del miedo y la confusión. Debía de haber sucedido algo terrible, pensó; o tal vez algo maravilloso; o tal vez sabían que Jesucristo descendía a buscarlos y aguardaban allí la nube que los transportaría. Aquello era una estupidez, protestó en silencio. ¿Por qué no estaban todos buscando el tesoro? ¿Por qué no se preocupaban de los helicópteros que estaban llegando? El ruido de los motores ya podía oírse en el interior de la iglesia. Fonny Boy sacó su armónica del bolsillo, ahuecó las manos en torno a ella para cortar el aire, juntó los labios y empezó a extraer las notas de un blues al tiempo que marcaba el ritmo con el pie.

El cántico cesó al instante y el reverendo Crockett ocupó el púlpito y escrutó el mar de velas parpadeantes.

—¿Quién anda tocando la armónica? —inquirió.

Fonny Boy improvisó una letra y sopló unas notas:

—Ya no voy más a la deriva, ya no voy vestido de domingo con los bolsillos vacíos, soy un hombre generoso, yo nunca he sido pobre.

A su alrededor se alzaron unos jadeos de asombro y unas voces exclamaron: «¡Alabado sea Dios!», «¡Jesúsbendito!» y «¡Es un milagro!». De inmediato, la madre de Fonny Boy salió tambaleándose de un banco y estrechó al muchacho entre sus brazos; un instante después, su padre lo alzaba en sus brazos con el curtido rostro bañado en lágrimas. Todo el mundo en la isla dio por muerto a Fonny Boy al correr la voz del asunto del tesoro Tory y de la captura del dentista; como no hubo mención alguna del muchacho en relación con tales noticias, los isleños supusieron que el pobre Fonny Boy había sido lanzado por la borda por el codicioso doctor Faux.

—¡Alcemos las manos unidas en señal de alabanza! —proclamó el reverendo Crockett—. ¡El Señor nos ha otorgado su gracia y ha vuelto a insuflar vida en este muchacho, que se había ahogado!

—¡Alabado sea Dios! —exclamó la madre—. ¡Me ha devuelto a mi hijo de entre los muertos!

—¡Que me muera si estaba muerto! —replicó Fonny Boy, confundido y profundamente emocionado, cuando empezó a entender que la isla entera se había reunido en la iglesia para rogar por su suerte—. El dentista me ha traído de vuelta antes de anochecer.

Un estruendo envolvió a los congregados cuando unos helicópteros sobrevolaron la iglesia, haciendo vibrar el tejado.

—¡Lo que faltaba! —exclamó el reverendo Crockett con desaprobación—. ¿El dentista ha vuelto a Tangier?

—¡Pues no! —respondió Fonny Boy, hablando al revés.

—¿Dónde está?

—¡Se dirigía al aeródromo! —indicó.

—¡Ese mal hombre de tierra firme me sacó hasta el último diente! —dijo la señora Pruitt en voz lo bastante alta para que todo el mundo la oyese.

—¡Y a mí!

—¡Y a mí!

—¡Sí, a mí también!

¡Seguro que planea huir en los helicópteros!

Antes de que Fonny Boy se diera cuenta de nada, las voces coléricas se unieron en un vocerío ensordecedor y la población de la isla al completo salió de la iglesia. Formando un frente unido y decidido a la luz de las velas, se encaminó al aeródromo, que estaba a apenas cinco minutos a pie pues en la isla todo quedaba cerca.

Unos soldados que vestían uniforme de combate saltaban de dos helicópteros Black Hawk cuando vieron una pequeña nube de lucecitas que flotaba en dirección a ellos. Andy divisó el extraño enjambre de luces mientras lo sobrevolaba a mil quinientos pies, en el preciso instante en que Unique empujaba una corredera y dejaba al descubierto el filo del cúter.

—¿Qué sucede ahí abajo? —dijo Hammer, incapaz de contenerse.

—¡Será mejor que no intentéis nada u os podéis dar por muertos! —amenazó Smoke al tiempo que contemplaba por la ventanilla el mar de luces en movimiento y los grandes helicópteros Black Hawk—. ¿Qué habéis hecho? ¿Qué demonios es eso? ¡Hablad ahora mismo!

Possum tenía concentrada su atención en la jeringa que empuñaba Smoke. Conocía a éste lo suficiente para saber qué sucedería a continuación. En el instante en que el helicóptero se posara en el suelo, Smoke pincharía a Popeye a través de la bandera y le inyectaría el raticida; a continuación dispararía contra Hammer y el Agente Verdad y obligaría a sus perros de carretera, él y Cuda, a quedarse con él en aquella isla horrible para siempre jamás. De repente Possum notó que Unique se contraía como si sufriera un ataque al tiempo que desabrochaba el cinturón de seguridad.

—¡Adiós, Popeye! —musitó Smoke en un tono malévolo y burlón mientras quitaba el capuchón naranja de protección y dejaba al descubierto la aguja.

—¡Unique, no! —gritó Possum.

Andy recordó al instante que Possum había escrito en uno de los correos electrónicos: «Fue Unique», en referencia a quién había acuchillado a Moses, y que éste hablaba de un ángel que le había prometido «una experiencia única».

—¡Socorro! —chilló Andy por el micrófono en tanto reducía la velocidad, bajaba el morro del helicóptero y tiraba de la palanca hacia la derecha, haciendo que el aparato girase sobre sí mismo.

Durante un espeluznante momento quedaron boca abajo; de inmediato, se dispararon las alarmas y las luces de emergencia empezaron a destellar y el helicóptero, de improviso, saltó como un caballo rampante.

—¡Nos estrellamos! ¡Nos estrellamos! —exclamó Andy por el intercomunicador al tiempo que ponía el motor en punto muerto, bajaba al máximo la palanca de dirección y deslizaba el helicóptero con el aire que pasaba entre las palas de los rotores como único sostén para evitar que el aparato cayera como un yunque.

Apagar deliberadamente el motor en el aire no tenía nada de especial. Andy practicaba las autorrotaciones a menudo, y no sólo se le daban muy bien sino que también le encantaba la emoción de posar el aparato de cuatro toneladas sin ayuda de los motores. Otro truco que le gustaba practicar consistía en esperar hasta estar a diez metros del suelo antes de dar gas otra vez y remontar el vuelo, que fue lo que hizo esta vez; de pronto el helicóptero atronó de nuevo el aire de la noche en una subida a toda potencia. A quinientos pies, Andy cortó el motor de nuevo, sonrió a Hammer mientras la alarma se oía otra vez e inició otra autorrotación. Efectuó la peligrosa maniobra tres veces más y no le sorprendió ver que, cuando por fin descendió hasta tomar tierra, Smoke, Cuda y Possum estaban pálidos y encogidos en posición fetal y Unique aparecía tirada en el suelo, paralizada.

—¡Yo cogeré a Smoke, tú ve por la chica! —le gritó Andy a Hammer cuando abrieron las puertas de atrás, mientras las palas seguían girando y los envolvía en un vendaval—. ¡Cuidado con ella! ¡Es nuestra navajera!

Andy apuntó con su pistola a Smoke; éste, mareado, había perdido su arma hacía rato. Andy lo sacó a rastras de la cabina y lo arrojó al suelo como si fuera un saco de patatas al tiempo que Hammer agarraba a Unique. El mar de velas encendidas se dirigió hacia ellos y formó un círculo alrededor mientras los soldados acudían corriendo a ver qué diablos sucedía.

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