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Authors: Laura Gallego García

La Maldición del Maestro (12 page)

Salamandra decidió que estaba demasiado aturdida para considerar la propuesta de Kai, y lo echó de su cuarto mientras se cambiaba de ropa y se vestía con su túnica blanca. Poco después bajaba a lavarse la cara y a robarle a Tina un bollo de la cocina, siempre seguida por Kai.

—Bueno, bueno, ya voy —gruñó la aprendiza finalmente.

Se volvió hacia Kai.

—Exactamente, ¿dónde quieres que la busquemos?

—Debo volver a mi mundo y preguntar allí. Seguro que alguien sabe decirme si la han visto.

—¿Tu mundo? ¿Y qué mundo es el tuyo?

Kai esbozó una triste sonrisa.

—Eso ahora no importa. Solo me gustaría saber si tenéis en la Torre algún objeto que pueda servir de puerta dimensional.

—Este... pues no lo sé.

—¿Puedes preguntarle a alguien?

—Debería acudir a Shi-Mae, pero sospecho que no es una buena idea —Kai negó vehementemente con la cabeza. —Bueno, entonces, como Fenris sigue sin conocimiento, el siguiente en la gradación es Conrado.

Jonás se situó en el círculo de la Sala de Pruebas. Frente a él, en la Silla del Examinador, estaba Shi-Mae.

—¿Estás preparado, aprendiz? —preguntó ella.

Jonás asintió, con un nudo en la garganta. Inspiró profundamente y recitó:

—Yo, Jonás, aprendiz de tercer grado de la Escuela de Alta Hechicería de la Torre, me presento voluntariamente al examen del Libro del Agua, para convertirme en aprendiz de cuarto grado e iniciarme en los misterios del elemento Fuego.

—Se aprueba tu presentación —dijo Shi-Mae; parecía un tanto aburrida. —Veamos qué sabes hacer, aprendiz. ¿Conoces el hechizo 47-c del Libro del Agua?

Jonás tragó saliva de nuevo. Cerró los ojos para concentrarse mejor.

«El hechizo de la barrera acuática», recordó de pronto. Lentamente, empezó a pronunciar las palabras mágicas.

—¿Una pu... puerta dimensional? —tartamudeó Conrado.

—Sí, una puerta —repitió Salamandra.

—No tengo ni idea —dijo el chico. —La Torre está llena de trastos viejos que podrían ser antiguos objetos mágicos en desuso.

—Pero una puerta dimensional es algo muy importante —susurró Kai. —Seguro que ningún Archimago que pasase por aquí dejaría un objeto así cogiendo polvo en un trastero.

—Pero una puerta dimensional es algo muy importante —se apresuró a repetir Salamandra—. Seguro que ningún Archimago que pasase por aquí dejaría un objeto así cogiendo polvo en un trastero.

—Mmm —dijo Conrado. —Pues en tal caso estará en el estudio de la Maestra, ¿no?

Kai y Salamandra cruzaron una mirada.

—Shi-Mae está ocupada ahora —le recordó Kai.

Salamandra no respondió. Conrado la miró, muy preocupado.

—¿Qué es lo que pasa, Salamandra?

Ella le devolvió una mirada pensativa.

—Voy a contarte un secreto, Conrado. Por favor, necesito que no le digas nada de esto a nadie.

Jonás respiró profundamente. Estaba muy cansado, pero creía que el examen le estaba saliendo bastante bien.

Shi-Mae se reclinó sobre la Silla del Examinador y lo observó atentamente. Jonás trató de adoptar un aire resuelto.

—Siguiente ejercicio —dijo Shi-Mae—. Invocación 33-e.

Jonás palideció. Era una de las invocaciones más complejas.

Trató de sobreponerse. «No debo dudar, no debo tener miedo», se dijo a sí mismo.

Lentamente, empezó a conjurar.

—No deberíamos estar aquí —dijo Conrado por enésima vez.

Kai, harto de sus escrúpulos, abrió la puerta del estudio de golpe, y el muchacho se sobresaltó.

—Sa... Salamandra, dile a tu amigo que no haga esas cosas... —murmuró, mirando muy nervioso a su alrededor. —No es mi amigo, es amigo de Dana, ya te lo he dicho—Salamandra se detuvo frente a la cuarta puerta y trató de abrirla, como solía hacer siempre, sin mucha fe; pero, para su sorpresa, la puerta se abrió.

—Eh, mirad. Está abierta.

Conrado estaba a punto de entrar en el estudio de Dana, pero se volvió rápidamente.

—¡Salamandra! —susurró. —¿Qué haces? —Solo voy a echar un vistazo, solo un momento... Conrado vaciló. Tenía puesta la mano en el picaporte, pero Salamandra ya había desaparecido en el interior de la habitación misteriosa. Con un suspiro, el chico se apartó de la puerta del estudio de la Señora de la Torre y entró tras su amiga.

Salamandra se había detenido en el centro de la habitación y miraba a su alrededor con curiosidad.

—¿Pero qué ha pasado aquí? Está todo patas arriba. —Fue aquí donde Dana, Fenris y Maritta derrotaron al Maestro —dijo Kai en voz baja.

—¡El Maestro! —repitió Salamandra, sobrecogida. —¿Te refieres al Maestro de Dana?

Pero Kai no la escuchaba. Se dirigía hacia un bulto inmóvil en una esquina de la habitación. Salamandra lo siguió, intrigada.

Se trataba de una forma plana y ovalada, cubierta por un enorme paño de terciopelo azul. Salamandra la tocó con precaución.

—Esto no estaba aquí antes —dijo.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Conrado, acercándose a ella.

—Porque todo lo que hay aquí está lleno de polvo, y esto no. La tela parece muy nueva.

Antes de que Conrado pudiera detenerla, Salamandra dio un fuerte tirón, y el paño cayó al suelo, descubriendo un enorme espejo.

—Vaya —comentó la chica. —¿Es un espejo mágico?

—Creo que es más que eso —comentó Conrado, acercándose para examinarlo—. Es la puerta dimensional que andabas buscando. ¡Qué casualidad!

—No creo que sea una casualidad —opinó Kai, sombrío. Conrado no podía oír sus palabras, pero Salamandra sí, y se volvió inmediatamente hacia él.

—¿Qué quieres decir? —Este espejo no es de Dana.

—Mira, son caracteres élficos —dijo entonces Conrado, que estaba examinando el marco del espejo. —Veamos, tengo mi élfico un tanto oxidado, pero parece que dice... «Pregunta y te contestarán».

—Qué absurdo —comentó Kai. —Te contestarán si les da la gana. ¿Puedes hacer que funcione?

Conrado no contestó. Seguía examinando el espejo, y Salamandra recordó entonces que el chico no podía ver ni oír a Kai. Se apresuró, por tanto, a formularle la pregunta a Conrado:

—¿Puedes hacer que funcione?

Conrado dio un respingo.

—Esto... no lo sé. Es un objeto muy poderoso.

Salamandra miró a Kai, que asintió.

—Inténtalo —dijo la muchacha.

—No sabes para qué sirve, ¿verdad? —dijo Conrado, estremeciéndose—. Este espejo sirve para invocar a los muertos.

—Solo ellos pueden decirnos dónde está Dana —dijo Kai. —No os preocupéis. Limitaos a abrir la puerta y yo haré el resto.

Salamandra transmitió a Conrado el mensaje de Kai; el aprendiz no parecía muy convencido.

—Salamandra, podrían pasar cosas terribles...

—Shi-Mae tardará aún un rato...

—No me refiero a eso. Podríamos traer algún espíritu del Otro Lado. No se debe jugar con las almas de los muertos.

—No pasará nada de eso —intervino Kai. —Confiad en mí. Solo tenéis que dejarme entrar ahí.

—¿Y si no puedes volver? —dijo Salamandra, preocupada.

—Mientras la puerta esté abierta podré volver. Solo necesito, Salamandra, que no te alejes de aquí, y que no sueltes ese colgante por nada del mundo. Es el puente, ¿recuerdas?

Conrado miraba a Salamandra muy serio.

—No termino de acostumbrarme a verte hablar con alguien a quien no puedo ver ni oír.

Salamandra explicó a su amigo lo que quería Kai. Conrado movía la cabeza, preocupado.

—Está bien, lo intentaré —dijo finalmente, tragando saliva.

Retumbó un trueno. Un pesado manto de nubes negras había cubierto la sala. Comenzó a llover copiosamente, y pronto la Archimaga y el aprendiz estuvieron completamente empapados, pero ninguno de los dos pareció notarlo. Un soplo de aire húmedo recorrió la sala de pruebas. En un rincón oscuro se oyó una risa grave; Shi-Mae y Jonás vieron que desde allí los miraba un pequeño rostro cambiante en el que solo se apreciaban bien unos ojos rojos, estrechos y alargados.

—El elemental de la tormenta —murmuró Jonás.

El elemental voló por toda la habitación. Era como una ráfaga de viento con rostro, un rostro de rasgos picudos; a veces se podían distinguir las formas de un pequeño cuerpo de miembros largos, esbeltos y escamosos.

—¿Sabes controlarlo, aprendiz? —preguntó Shi-Mae, enarcando una ceja.

Jonás vaciló.

—Elemental, ven a mí —ordenó en idioma arcano.

El elemental se detuvo y miró al aprendiz. Jonás pensó que no le haría caso, y que Shi-Mae lo suspendería, por inútil. Pero súbitamente la criatura del agua se deslizó hacia él, y Jonás sintió que lo rozaba algo húmedo y viscoso que le heló hasta el tuétano de los huesos. Miró a su alrededor, en busca del elemental, mientras la lluvia seguía cayendo pesadamente sobre él.

Lo encontró a su lado, quieto, mirándolo, esperando sus órdenes.

Jonás suspiró imperceptiblemente. Shi-Mae asintió, satisfecha.

Conrado terminó de pronunciar las palabras mágicas y el espejo se iluminó. Dejó de reflejar la habitación para mostrar un paisaje brumoso y espectral, de formas cambiantes y colores inverosímiles.

—No tardaré —prometió Kai.

Antes de que Salamandra pudiese decir nada, el muchacho entró a través del espejo y desapareció. Incluso Conrado notó que se había ido, porque se le puso la piel degallina.

—No entiendo nada de lo que está pasando, Salamandra.

—Yo tampoco —confesó ella, aferrando con fuerza el amuleto de Dana, que aún llevaba colgado al cuello. —Solo nos queda esperar que vuelva antes que Shi-Mae —miró a Conrado con seriedad. —Creo que el espejo es suyo.

Conrado gimió, lleno de remordimientos.

Kai recorrió el mundo de los espíritus sin tener muy claro adonde iba. A veces se detenía a preguntar, pero nadie era capaz de decirle dónde estaba Dana. «¿Puede haber un lugar que los muertos no conozcan?», se preguntaba el chico. Dana no estaba muerta; si fuera así, él ya la habría encontrado.

Y recordaba, con espantosa claridad, unas palabras que había oído pronunciar a alguien, no hacía mucho, en aquella misma dimensión: «Pequeño insensato, esta vez ni siquiera tú podrás evitar que cumpla mi venganza, porque he reservado para Dana un destino peor que la muerte...». Un destino peor que la muerte...

De pronto oyó un rumor; era un rumor lejano, pero Kai oyó en él la palabra «Kin—Shannay», y supo que hablaban de Dana. Corrió hacia el lugar de donde salía el rumor. Eran dos espíritus viejos; el color especial de su aura indicó a Kai que habían sido magos en vida.

—Busco a una Kin-Shannay que no está muerta, pero que tampoco parece estar viva,—dijo.

Los espíritus callaron.

—Soy su Kai, —insistió el muchacho. —Mi deber es encontrarla y protegerla, en el nombre de las criaturas del Otro Lado. Vosotros deberíais ayudarme.

Los espíritus guardaron silencio un momento. Entonces uno de ellos dijo, con un suspiro:

—Muchacho, no creo que te sea posible recuperarla ya.

Y el otro añadió:

—¿Has oído hablar del Laberinto de las Sombras?.

Conrado se incorporó, muy nervioso.

—¿Qué es eso?

Salamandra también lo había sentido, una especie de ondulación en la superficie del espejo.

—Quizá sea Kai, que vuelve —dijo, esperanzada.

Pero un estremecimiento la recorrió de arriba abajo cuando oyó en su mente una voz susurrante:

—¿Eres tú? ¿Qué es lo que quieres ahora?.

Conrado miró a Salamandra, aterrado. También él la había sentido. Una voz masculina, baja y bien modulada.

—¿Quién eres tú?, —pensó Salamandra inmediatamente.

—¿Qué significa esto?, —preguntó la voz, irritada. —¿Quiénes sois vosotros?.

—Podemos mostrártela, —añadieron los espíritus, —pero no puedes llegar hasta ella desde aquí. El Laberinto de las Sombras tiene su propia puerta.

Kai asintió, impaciente. Los espíritus abrieron una ventana y el chico pudo ver por fin el Laberinto de las Sombras.

Ninguno de los aprendices tuvo valor para contestar a la pregunta telepática. Disgustada, aquella presencia que se había comunicado con ellos a través del espejo los abandonó y se marchó de nuevo al lugar de donde había venido.

—¿Qué... era eso? —susurró Salamandra, aterrada.

Shi-Mae alzó la cabeza súbitamente, y frunció el ceño. Habría jurado que él la llamaba... pero no, no podía ser. Había dejado la puerta del espejo cuidadosamente cerrada la última vez. Él no podría haberla abierto por sí mismo. Y en la Torre no había nadie que tuviese los conocimientos necesarios para hacerlo, a excepción de Fenris y ella misma,claro.

La arruga de la frente de Shi-Mae se hizo más profunda. Estaba aquel aprendiz de cuarto grado (la Archimaga no recordaba su nombre), pero no lo consideraba lo suficientemente osado como para atreverse a revolver en las pertenencias ajenas.

De cualquier modo, solo había una forma de averiguarlo.

Se levantó; pero entonces cayó en la cuenta de que Jonás estaba todavía ahí, ejecutando el último hechizo que le había dicho que hiciera. Shi-Mae se volvió a sentar, indecisa. Jonás estaba tratando de controlar a dos elementales de la tormenta a la vez. Si lo interrumpía, los elementales podrían descontrolarse y tardarían semanas en volver a enviarlos a su plano.

La Archimaga suspiró con impaciencia. Tendría que esperar.

Dana vagaba por un mundo en el que todo parecía irreal Sabía que estaba atrapada, sabía que no lograría escapar de allí a no ser que recibiese ayuda del exterior; pero aquella idea le daba miedo. ¿Cuántos de sus seres queridos acabarían prisioneros con ella por intentar salvarla?

Hacía tiempo que la Señora de la Torre se habría dejado llevar por la desesperación. Sin embargo, luchaba por seguir consciente, por mantener la cordura, por continuar viva... si es que seguía viva.

Dana ya no estaba segura de ello.

Y entonces oyó la voz de Kai, llamándola entre la niebla.

Lo primero que pensó fue que se trataba de una ilusión. Pero aquella voz había encendido la llama de la esperanza en su corazón, y avanzó entre las brumas, titubeante.

—¿Kai?

Pronunció las palabras de un hechizo para despejar la niebla. Las brumas susurrantes se alejaron un tanto de ella, y Dana se sintió un poco mejor.

Le pareció ver el rostro de Kai un poco más allá. Corrió a su encuentro. Se miraron a los ojos.

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