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Authors: Irving Wallace

Ahora, al fin, esa mentira histórica había sido eliminada por Santiago el Justo.

Pero sobre todo, antes y más importante que nada, la asombrosa revelación de que Jesucristo había sobrevivido a Su Crucifixión (ya fuera por la voluntad de Dios o por la mano de un médico humano) y que no solamente se había mostrado personalmente, sino que había recorrido el mundo, extendiendo Su ministerio terrenal durante otros diecinueve años antes de ascender al cielo.

Jesús según Santiago.

Increíble; y sin embargo, totalmente creíble.

Era un terremoto que sacudiría el canon evangélico de siglos, y al mismo tiempo aseguraría su propio lugar como un edificio que albergaba a un maestro del genio, la sabiduría, la previsión; un profeta creíble, alguien con quien una era racional y científica podría relacionarse y a quien podría interpretar y seguir. Provocaría una sensación internacional; una sensación y un hálito de esperanzas que podría inspirar veneración en los hombres durante siglos por venir.

Jesús según Santiago.

Era una biografía antigua, podada de fábulas, que revivía a un hombre y no a un artificial soplo divino; tal vez no a alguien que caminara sobre las aguas, ni que resucitara muertos, ni sólo a un Hijo de Dios, sino a un hijo de todos los hombres y de todos los tiempos, que conoció el sufrimiento y la alegría y que predicó la bondad, la comprensión y la camaradería, censurando, al mismo tiempo, la crueldad, la hipocresía y la codicia.

«Buscad las escrituras», había aconsejado el discípulo Juan en su evangelio. Steven Randall había buscado una nueva escritura, y ahora trataba de recordar lo que le había inspirado, animado y elevado a tal altura.

Jesús según Santiago. Las imágenes y las visiones danzaban y cantaban dentro de la cabeza de Randall.

El nacimiento de un niño en el atrio de una posada en Belén, desde luego. Dado a luz ya fuera por una virgen de quince años que había concebido por el Espíritu Santo o por una mujer adolescente que hubiera sido fecundada por un marido terrenal… lo cual había quedado sin aclarar, tanto por parte de Santiago como de sus traductores. No obstante, había un indicio de que hubiera Nacido de una Virgen, en el uso que Santiago hacía de la frase «protegida». [Anotación: La implicación en Santiago es que Jesús fue concebido por el Espíritu Santo y que nació de la Virgen María. Tal como Justino Mártir lo explicara en el año 150 A. D.: «Las palabras "He aquí que la virgen concebirá" significan que la virgen concibió sin conocer varón; porque si hubiera tenido trato con alguno ya no sería virgen. Pero el poder de Dios descendiendo sobre la virgen la protegió y provocó que ella concibiera aunque fuera virgen.» Por otra parte, toda vez que Santiago inequívocamente se llama a sí mismo hermano del Señor Jesucristo, puede argüirse que Jesús hubiera nacido de la unión entre María y José, puesto que Santiago parecía haber sido posterior. San Juan Evangelista, de hecho, había dejado asentado que Jesús había nacido «conforme a la carne».] Y después de su nacimiento, Jesús había sido circuncidado al octavo día; sí.

La huida a Egipto, confirmada por Santiago. Había existido un Rey Herodes que había temido el nacimiento de un Mesías y había dispuesto el sacrificio de todos los niños menores de dos años en la región de Belén. [Anotación: La crueldad de Herodes era bien conocida en su tiempo. Aunque observaba la Ley Mosaica y se rehusaba a matar cerdos y a comer su carne, había mandado matar a la que alguna vez fue su esposa favorita y a sus dos hijastros. Esto provocó que César Augusto comentara en Roma: «Preferiría ser el cerdo de Herodes que el hijo de Herodes.»]

Para proteger a su hijo del infanticidio, María y José habían tomado a Jesús huyendo hacia Hebrón, en la planicie costera, y después habían ido a Gaza y Rafia, y luego (por medios desconocidos, aquí faltaban palabras) habían llegado a Pelusio, en Egipto. Había un millón de judíos en Egipto, y Jesús se había refugiado con parientes judíos en Alejandría hasta que Herodes el Grande murió. Luego de que el reinado de Arquelao hubo comenzado, María, José y el niño habían vuelto a Palestina, estableciendo su hogar en Galilea.

Los años hasta ahora desconocidos de la juventud de Jesús fueron esquemática aunque brillantemente expuestos a la luz por Santiago. Jesús estudió en una
beth hasefer
, una casa del libro, una escuela primaria, y antes de la edad de trece años (su edad se deduce a través de las anotaciones) estudió la Ley de Yahweh, el Libro de Jonás, los relatos de varios Mesías y los comentarios de los predicadores. En varias ocasiones visitó la cercana comunidad ascética de los esenios y conversó con ciertos sabios, discutiendo los libros de Enoch. De ellos surgió Su deseo de abolir la esclavitud, la fabricación de las armas y las ofrendas de sacrificios. De ellos también le vino el deseo de ver realizado el reino Mesiánico. Durante un tiempo, su tutor fue un maestro fariseo en Jerusalén, y en el templo los sacerdotes quedaron muy impresionados por Su sabiduría, precocidad y santidad. Santiago estuvo presente en la confirmación de su hermano Jesús.

El padre de ambos, José, había sido en verdad un trabajador de la madera [Anotación: En tiempos de Jesús no había en hebreo o arameo palabra que equivaliese a
carpintero
], y derribaba los cedros y los cipreses en los bosques y reparaba vigas y hacía baúles y pértigas de arar y artesas, pero su hijo mayor, Jesús, no había sido trabajador de la madera, excepto para ayudar ocasionalmente a José en el labrado de algún objeto de ese material. Jesús había dedicado sus años de adolescente a trabajar la tierra como labriego y a pastorear, arando primero el pequeño sembrado de trigo de la familia, cuidando del viñedo y, ya mayor, atendiendo el rebaño de ovejas. La familia de José había vivido austeramente en una pequeña morada de adobes, de la cual los animales venían a ocupar la mitad.

A la muerte de José (el fragmento que indicaba el tiempo se había deteriorado, pero los anotadores creían que había sido tres años después del
bar mitzvah
de Jesús), Cristo había conmovido a Sus familiares y vecinos con Su Plegaria junto al cuerpo de Su padre: «Padre de infinita misericordia, de ojos que ven y oídos que oyen, escucha ¡oh! mi oración por José, el anciano, y envía a Miguel, el jefe de tus ángeles, y a Gabriel, tu mensajero de luz y a tus ejércitos de ángeles, para que puedan marchar con el alma de mi padre, José, hasta llevarla a ti que estás en las alturas.»

De ahí en adelante, Jesús se convirtió en el jefe del hogar, consistente de Su madre y Sus hermanos y hermanas, y trabajó la granja y los viñedos y estudió aplicadamente las antiguas escrituras. Al fin, divinamente inspirado, cedió la granja a Santiago, y comenzó a predicar apaciblemente una doctrina de amor, unión y esperanza en las aldeas de la remota Galilea. Él sabía el koine, el griego común de las ciudades, pero se dirigía a las comunidades judías en el cotidiano lenguaje arameo.

En el decimoprimer año del reinado de César Tiberio, Jesús [Anotación: Cuando tenía veintinueve años de edad] fue en busca de aquel a quien conocía con el nombre de Juan el Bautista, y fue bautizado. En los días que siguieron, se retiró a los bosques y colinas para meditar acerca de su rumbo y para buscar la guía de Su Dios en el cielo. Cuando volvió entre los hombres, Su misión era clara y Sus prédicas se volvieron más audaces y más intensas.

Y luego, de la pluma de carrizo de Santiago, venía una descripción de su hermano mayor conforme emprendía Su ministerio de salvación de los oprimidos, de la gente común que estaba agobiada por los irrelevantes legalismos de la ortodoxia judía y aplastada por las legiones romanas de ocupación. Jesús era de estatura ligeramente superior a la normal [Anotación: La estatura normal de Sus compatriotas era de aproximadamente un metro sesenta y tres centímetros de estatura, así que la de Jesús probablemente fue de un metro sesenta y ocho centímetros] y llevaba el cabello hasta los hombros, con mechones ondulados más abajo de las orejas, un amplio bigote y una espesa barba. Su cabello, del color de las castañas, estaba dividido hacia ambos lados por una raya que llevaba a la mitad de la cabeza. Tenía una amplia frente poblada de cicatrices, los ojos grises y hundidos, la nariz muy larga, chueca y en forma de gancho, los labios llenos. Su semblante estaba cubierto de llagas y Su cuerpo estaba igualmente ulcerado: «El Señor estaba desfigurado en la carne, pero era hermoso de espíritu.» Su mirada era dominante, aunque a menudo era reservado e introspectivo. Sus maneras eran amables, aunque a veces se ensombrecían por la severidad. Su voz era profunda y musical, y daba consuelo a Su creciente multitud de seguidores y discípulos. Su postura era ligeramente encorvada y Su paso era desigual, debido a una deformidad corporal; cojeaba de una pierna lisiada, lo que había llegado a ser evidente el año anterior a Su Crucifixión en Jerusalén y que le ocasionaba muchas dificultades. [Anotación: En el año 207 A. D., uno de los primeros escritores de la Iglesia, Tertuliano, nacido en Cartago, convertido al cristianismo en Roma, señalaba que Jesús había sido inválido: «Su cuerpo no era siquiera de genuina forma humana.»]

Viajaba con un asno, que cargaba Su botijo de agua, Su escudilla, Sus pergaminos enrollados en cilindros, Sus sandalias de repuesto, y caminaba delante del asno, vistiendo algunas veces un manto de lana, una túnica de lino ceñida con una cuerda; calzaba sandalias con tiras de cuero e iba cargando Su bolso y Su bastón.

Al mensaje de Jesús, Santiago dedicaba lo que ahora constituían siete páginas completas en el Nuevo Testamento Internacional. Jesús se dirigía a los pobres y a los que sufrían, y los despertaba. Besaba a todo aquel que era amigo y le decía: «La paz sea contigo», y agregaba que Él venía del Padre que está en los cielos, aseverando: «Aquellos de vosotros que creyeren en mí, aunque estuvieren muertos, vivirán.» Les decía que había sido enviado para implantar en la Tierra un nuevo reino de amor y paz.

«Todos los que le vieron y escucharon, supieron igualmente de Su compasión.» Todos eran como uno solo a Sus ojos. Hablaba de la tiranía, la brutalidad, la pobreza y el caos sobre esta Tierra, que debían desaparecer ante Su promesa de justicia, bondad, desprendimiento y paz. Aquellos que creyeran triunfarían sobre la muerte, y en el reino por venir conocerían la felicidad eterna.

A menudo, escribió Santiago, Jesús era específico en sus prédicas. Demandaba igualdad para las mujeres. «Una hija tiene el derecho de heredar parte por parte con sus hermanos.» Santiago corroboraba la autenticidad del pasaje de San Juan acerca de la mujer sorprendida en adulterio, sólo que el relato de Santiago difería del de aquél. Jesús había ido a predicar al templo en el Monte de los Olivos cuando los fariseos, esforzándose por ponerle una trampa, lo confrontaron con una mujer casada hallada en adulterio. «Ellos le dijeron: "Maestro, esta mujer ha sido descubierta en adulterio. Nos fue ordenado que sufra la estrangulación. ¿Qué dices a esto? " Y Jesús les dijo a aquellos que trataban hacerle errar: "Aquel de vosotros que esté libre de pecado, que la estrangule." Así, convicto por su propia conciencia, cada uno salió del templo. Jesús tocó la frente de la mujer y le preguntó: "¿Te ha condenado algún hombre?" Ella replicó: "Ninguno, Señor." Y Jesús dijo: "Ni yo te condeno. Vete, y de ahora en adelante no peques más."»

Santiago había asentado numerosos proverbios de su hermano Jesús que resultaban de sobrecogedora relevancia para el mundo de hoy en día. Proverbios relativos a la explotación de los pobres por los ricos y por la clase dominante; frases que se referían a la necesidad de un pacto entre las naciones para terminar con la guerra y el colonialismo; dichos acerca de la necesidad de educación para todos; palabras que desaprobaban la superstición, el dogma y el rito, y dos sentencias que en realidad profetizaban que un día los hombres saltarían a los planetas del cielo en una época en la que la Tierra estaría al borde de su autodestrucción.

A todo lo largo de su relación, Santiago había recolectado preceptos, aforismos, máximas y adagios de Jesús que hasta ahora habían sido desconocidos, al igual que algunos que obviamente habían servido como fuente original para los cuatro evangelistas tradicionales y para los escritores de los muchos evangelios apócrifos.

Según Santiago, «Nuestro Señor Jesucristo les decía que aquel que tiene en su canasta un bocado que comer y se pregunta: "¿Qué comeré mañana?", es un hombre de poca fe.»

Según Santiago, «Y Jesús les recordaba: "Tened presente esto: ningún sirviente puede servir a dos amos. Si deseáis servir a Dios y a Mammón, ello no os aprovechará en ningún caso."» Según Santiago, «El ungido les dijo a sus seguidores: "Renovaos buscando la comunión con la naturaleza de la vida y con el Hacedor. Id al bosque y al prado, y respirad larga y plenamente, y conoced el aire y la verdad, y meditad sobre la verdad, arrojando fuera todo lo que corrompe al hombre, todo lo que es sucio para el cuerpo y malo para la mente. Así, por el aire y por el Padre sagrado, naceréis de nuevo."»

Había más.

Había esto, el germen de la Regla de Oro: «Dijo Jesús: "Los hijos de Dios deben convertirse en los hijos de los hombres; cada hombre ha de ayudar al otro, cada hermano al hermano. Todos los hijos de los hombres serán hijos de Dios si aman no solamente a aquellos que los aman, sino si aman a sus enemigos y devuelven amor por odio. Cualesquiera dos que hagan la paz uno con el otro en esta casa, dirán a la montaña: Muévete, y será movida. Trata con los otros como querrías que te tratare contigo. Nada hagas a tu vecino lo que no querrías que él te hiciere después. Aquellos que esto obedecieren, harán la Tierra como el cielo, y heredarán y conocerán el reino de Dios."»

Y había esto, una forma de vivir: «Entonces dijo Jesús: "Desprecia la hipocresía y aquello que es malo. Busca la verdad y aquello que es bueno. No dejes que el reino del cielo se marchite, porque el reino es como la rama de una palmera, cuyos frutos caen cerca de ella, y los frutos son bienes que deben ser recobrados y nuevamente sembrados."»

Y había esto, una filosofía para el presente: «Y Jesús los reunió a Su alrededor, diciéndoles: "No olvidéis cuánto tiempo ha existido el mundo antes de vuestro nacimiento, y cuánto existirá después de vosotros, y con esto sabed que vuestra vida terrenal es un solo día y vuestros sufrimientos una sola hora. Por lo tanto, vivid no con la muerte sino con la vida. Recordad mi palabra, que es tener fe, dar amor, hacer buenas obras. Porque benditos serán aquellos que serán salvados por creer en esta palabra."»

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