La Palabra (31 page)

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Authors: Irving Wallace

La reacción del equipo fue unánimemente entusiasta.

Helen de Boer se ofreció para investigar discretamente las posibilidades de usar el palacio real el viernes 12 de julio, la fecha prevista para anuncio de la publicación. Lester Cunningham se ofreció para hablar confidencialmente con los dirigentes del Consorcio Internacional de Telecomunicaciones por Satélite y los de la Unión Europea de Radiodifusión, para averiguar si sería posible usar los satélites para difundir a más de setenta países, miembros de la Unión, las primeras noticias de la Palabra.

—He reservado para el final —dijo Randall—, la discusión de nuestra verdadera historia, nuestra historia principal, nuestra más sensacional historia. Ésa, por supuesto, es la historia completa acerca de Jesucristo, el Cristo verdadero, tal como lo da a conocer nuestro Nuevo Testamento Internacional. En la preparación y popularización de nuestra historia del Retorno de Cristo, pondremos nuestro más grande esfuerzo conjunto. Ahora bien, les confesaré que sólo a grandes rasgos conozco los detalles del contenido de la nueva Biblia. Sé que en esta Biblia conoceremos, por primera vez, la apariencia física de Cristo. Que nos informará de Sus años desconocidos. Que Su hermano nos dirá que Jesús sobrevivió a la Crucifixión y que continuó Su ministerio, llegando a lugares tan lejanos como Roma, y que murió a los cincuenta y cinco años de edad. Puesto que yo soy tan nuevo en este proyecto, no he tenido tiempo de enterarme de más; pero espero que alguno de ustedes, de alguna manera, haya visto ya los originales del Evangelio según Santiago y el Pergamino de Petronio, y que sepa lo que realmente contienen y pueda…

Randall fue interrumpido por las protestas de casi todos.

Las protestas se resumían en una queja común:

—No. A ninguno de nosotros nos dejaron leer los descubrimientos.

Nuevamente, la seguridad los tenía mudos e indefensos.

Randall estaba enfurecido.

—Al diablo con eso —dijo a los demás en el salón—. Si ellos quieren que hagamos la publicidad de su nuevo Cristo, tendrán que permitirnos conocerlo. Bien, el siguiente movimiento está claro. Voy a tomar en mis propias manos las páginas de prueba y voy a averiguar exactamente qué es lo que tenemos para trabajar. Y se lo prometo, yo me encargaré de que ustedes reciban sus copias tan pronto como sea posible. Ahora, levantemos la sesión… y reunámonos de nuevo mañana, cuando espero traerles noticias.

De regreso en su oficina, Randall tomó un breve descanso. Aturdido como estaba después de haber conocido a tanta gente en las últimas seis horas, sabía bien que aún había una faena mayor que era necesario realizar.

Pero antes, no debía olvidar su tarea. Se dirigió al pesado archivo a prueba de fuego, abrió la cerradura y quitó la barra de seguridad. Cogiendo la gaveta superior, localizó el grueso expediente marcado
FOTOGRAFÍAS DEL PAPIRO Y EL PERGAMINO —COPIA ÚNICA— CONFIDENCIAL
.

Llevó el expediente a su escritorio, abrió su ya abultado portafolio negro de piel, y colocó el expediente junto a las carpetas de manila que contenían información acerca de Monti, Aubert, Jeffries y Hennig, que acababa de recibir de los miembros de su equipo.

Solamente una cosa faltaba en su portafolio (la más importante), y estaba dispuesto a ponerle las manos encima inmediatamente.

Se sentó en su silla giratoria y estaba a punto de tomar el aparato telefónico, cuando una llamada en la puerta lo hizo volverse. Antes de que pudiera decir «Pase usted», Naomí Dunn había entrado. Cerrando la puerta tras de sí, ella lo examinó impávida.

—Te ves como si acabaras de salir de una máquina lavadora —dijo Naomí.

—De una lavadora de cerebros —la corrigió él—; una máquina de remolino que me hizo girar adentro con otras cien personas. Tú deberías saberlo. Tú fuiste la que me metió en eso —suspiró Randall—. ¡Vaya día!

—Es sólo el principio —dijo Naomí sin benevolencia. Luego arrastró una silla frente al escritorio de él y se sentó en una esquina, como para indicarle que su visita iba a ser breve y de negocios—. Te vi tomando notas por todas partes por donde ibas.

—Siempre lo hago —dijo él a la defensiva—. Especialmente cuando me enfrento a tantos nombres tan diferentes. Quería un antecedente de quién es quién y qué hace cada uno.

—Bueno, eso no es eficiente; una persona de tu posición teniendo que hacer todo eso. Debiste haber tenido una secretaria contigo para que se encargara de las anotaciones. Es culpa mía. Debí haberlo previsto desde el instante en que llegaste. Más vale que arreglemos este asunto de la secretaria antes de que hagas otra cosa —Naomí hizo una pausa—. ¿Tienes alguna preferencia? Quiero decir, ¿estás pensando en utilizar a Darlene Nicholson? Porque de ser así, el inspector Heldering tendrá que…

—Basta, Naomí. Tú sabes bien cómo están las cosas.

Ella se encogió de hombros.

—Me gusta estar segura. Ahora que ya estás formalmente instalado, tu importancia dentro del proyecto se ha incrementado. Queremos que estés satisfecho en todos sentidos. Necesitas una secretaria privada, una con experiencia en publicaciones religiosas en quien puedas confiar plenamente.

Randall puso los codos sobre el escritorio y la miró directamente a los ojos.

—¿Qué tal tú, Naomí? Yo confío en ti. Hemos estado juntos.

Ella se sonrojó.

—Yo… yo me temo que no. Mi lealtad al señor Wheeler es total.

—¿Al señor Wheeler? Ya veo. —Lo que él pensó que veía era que tal vez el norteamericano modelo de editor religioso tenía a su lado a una ex monja—. Está bien, ¿qué sugieres, Naomí?

—Yo creo que tú necesitas alguna que ya esté involucrada en el proyecto. Tengo a tres muchachas que han estado con nosotros durante más de un año, todas ellas altamente calificadas. Cada una ha sido investigada y ha recibido una tarjeta verde, lo cual es una ventaja, ya que las otras chicas sólo tienen tarjetas negras. Puedes entrevistar a esas tres antes de marcharte.

—No, gracias. Estoy demasiado cansado. Además, tengo otra cosa que hacer. Aceptaré tu recomendación. ¿Puedes recomendarme una?

Naomí se puso de pie. Su tono de voz era enérgico.

—A decir verdad, sí puedo. Previendo que pudieras solicitar mi consejo, traje conmigo a una de las muchachas. Está en la oficina de afuera. Su nombre es Lori Cook. Es norteamericana. Pensé que eso podría facilitarte las cosas. Lori ha estado en Europa durante dos años. Dominio completo de la taquigrafía. Tiene habilidades excepcionales. Ha estado trabajando en este piso durante un año y dos meses y es una devota fanática del proyecto… y de la religión.

—¿Sí?

Naomí Dunn entrecerró los ojos.

—¿Qué quieres decir con eso? Prefieres a alguien que sea creyente, ¿o no? Eso ayuda. Cuando una empleada nuestra siente que está haciendo un trabajo divino, el tiempo simplemente no cuenta para ella —Naomí hizo una pausa—. Una cosa más, Steven. Lori tiene un defecto físico. Es coja. No la he interrogado al respecto, porque ella sola se las arregla muy bien. Peto, como te dije, tiene todo lo que una secretaria debe tener; aunque debo prevenirte —Naomí sonrió pícaramente—: difícilmente podría considerarse a Lori un objeto sexual.

Randall dio un respingo.

—¿De veras crees que eso me importa mucho?

—Yo sólo quería que tú supieras. Creo que será mejor que la veas aunque sea un minuto, antes de decidirte.

—Me quedaré con ella. Y la veré… pero sólo un minuto.

Naomí se dirigió a la puerta y la abrió.

—Lori, el señor Randall te recibirá ahora.

Naomí se hizo a un lado y Lori Cook entró al cuarto.

Apresuradamente, Naomí la presentó a Steven y luego se marchó.

—Pase, pase —dijo Randall—, y tome asiento.

Naomí había dicho la verdad, por supuesto. Lori Cook difícilmente podría considerarse un objeto sexual. Tenía el aspecto de pájaro; parecía un pequeño gorrión gris. Cojeando, Lori se dirigió al escritorio, se sentó nerviosamente, apartó de su cara un mechón de pelo y cuidadosamente cruzó las manos sobre su regazo.

—La señorita Dunn me dice que usted es toda una experta —comenzó Randall—. Entiendo que ha estado trabajando en otra oficina. ¿Por qué querría usted dejarla para convertirse en mi secretaria?

—Porque se me dijo que aquí es donde todo lo importante estará sucediendo de hoy en adelante. Todos dicen que el éxito del Nuevo Testamento Internacional depende de usted y de su equipo.

—Todos exageran —dijo Randall—. Pero, de cualquier manera, será un éxito para el cual nosotros podremos contribuir. El éxito de esta nueva Biblia, ¿es muy importante para usted?

—Lo es
todo
para mí. Ninguno de nosotros conocemos su contenido, pero por lo que yo he escuchado, debe ser algo increíblemente milagroso. Estoy ansiosa por leerlo.

—Yo también —dijo Randall hoscamente—. ¿En qué religión cree usted, Lori?

—Yo era católica, pero recientemente he abandonado la Iglesia y he estado asistiendo a los servicios presbiterianos.

—¿Por qué?

—No estoy segura. Supongo que estoy buscando la verdad.

—Me han dicho que usted ha estado en Europa desde hace algunos años. Me interesa saber por qué salió usted de su ciudad natal, sea cual fuere.

Randall notó que Lori Cook apretaba los puños. Su voz de niñita, apenas audible, temblaba.

—Salí de Bridgeport, Connecticut, hace como dos años. Después de terminar mis estudios preparatorios, trabajé y ahorré dinero para poder viajar. Cuando tenía veintidós años… pensé que era hora de hacerlo, así que… me vine en una peregrinación.

—¿Una peregrinación?

—En busca de… no se ría de mí… en busca de un milagro. Mi pierna. Soy coja desde pequeña. La medicina nunca pudo hacer nada, así que yo pensé que tal vez el Señor podría ayudarme. Peregriné por todos los santuarios y los lugares sagrados de los que había oído hablar; los sitios famosos donde habían ocurrido curas auténticas. Me lancé a viajar, consiguiendo empleo en los lugares a los que llegaba para poder seguir viajando. Primero fui a Lourdes, por supuesto. Nuestra Señora se le había aparecido a Bernadette, así que yo oré para que se me apareciera a mí también. Yo supe que allí iban dos millones de peregrinos cada año, que cerca de cinco mil curas habían sido reportadas en sólo doce meses y que la Iglesia había declarado que cincuenta y ocho de esas curas (ceguera, cáncer, parálisis) habían sido milagrosas.

Randall estuvo tentado de preguntarle a Lori qué había sucedido en Lourdes, pero como ella tenía obvias intenciones de continuar con su narración, se contuvo.

—Después de eso —prosiguió Lori Cook—, me fui a Portugal, al Santuario de Nuestra Señora de Fátima; donde en 1917 tres pastorcitos vieron la aparición de la Santísima Virgen, parada sobre una nube y brillando más esplendorosamente que el sol. Posteriormente, visité el santuario de Lisieux, en Francia, así como la Catedral de Turín, en Italia, donde se conserva el Santo Sudario. Más tarde fui a Monte Alegre, y luego a la Capilla Sancta Sanctorum a rezarle al retrato de Nuestro Señor, ése que no fue pintado por las manos de ningún mortal, y allí traté de subir de rodillas los veintiocho escalones santos, pero no me lo permitieron. Después de eso viajé a Beauraing, en Bélgica, donde cinco niños presenciaron apariciones en el año de 1932, y finalmente fui a Walsingham, en Inglaterra, de donde se habían reportado algunas curaciones. Y… y entonces desistí.

Randall tragó saliva.

—¿Desistió usted… hace un año?

—Sí. Supongo que Nuestro Señor no escuchó mis oraciones en ninguna parte. Ya ve usted mi pierna; sigo cojeando.

Conmovido, Randall recordó que durante unas vacaciones veraniegas, cuando estaba en la escuela preparatoria, había leído por primera vez el libro
Servidumbre humana
, de W. Somerset Maugham. El héroe, Philip Carey, había nacido cojo. A los catorce años, Philip se había vuelto muy religioso, y se convenció a sí mismo de que, si así fuera la voluntad de Dios, la fe podría mover montañas. Había decidido que si creía firmemente y le rezaba con paciencia a Dios, el Señor sanaría su cojera. Philip creyó y rezó, y fijó la fecha del milagro. La noche anterior, dijo sus oraciones al desnudo, para agradar al Creador. Luego, pleno de confianza, se acostó a dormir.
A la mañana siguiente despertó lleno de alegría y gratitud. Su primer instinto fue el de bajar la mano y tocarse el pie que ya estaba sano, pero hacer tal cosa parecería como si dudara de la bondad de Dios. Él sabía que su pie estaba bien. Pero al fin se decidió, y con los dedos del pie derecho se tocó el izquierdo. Luego pasó su mano sobre el pie. Bajó la escalera cojeando…

Con ese pasaje, supuso Randall, él también se había vuelto cínico. ¿Y Lori Cook? Continuó escuchando.

—Yo nunca he culpado a Nuestro Señor —estaba diciendo ella—. Tanta gente le pide que yo me imagino que, cuando yo le recé, Él estaba demasiado ocupado. Todavía tengo fe. Iba a regresar a casa hace un año, pero oí hablar de un cierto proyecto religioso que solicitaba secretarias. Algún instinto me impulsó a presentarme a la entrevista en Londres. Me contrataron y fui enviada aquí, a Amsterdam. Desde entonces he estado con Resurrección Dos y para nada lo he lamentado. Aquí todo es misterioso, pero estimulante. Estoy realizando mi labor en espera de saber que hemos realizado un buen trabajo.

Randall estaba emocionado, y dijo:

—No se desilusionará, Lori. Bien, está contratada.

Ella estaba realmente emocionada.

—Gracias, señor Randall. Estoy… estoy lista para comenzar en este instante, si es que tiene algo para mí.

—No lo creo, Lori. Además, ya casi es hora de irse a casa.

—Bueno, si no tiene usted nada especial, señor Randall, me quedaré todavía un rato y mudaré las cosas de mi antiguo escritorio al nuevo.

Lori Cook había cojeado hacia la puerta y se disponía a salir cuando Randall recordó que sí
había
algo; algo importante que había estado a punto de hacer cuando Naomí lo había interrumpido.

—Un segundo, Lori. Hay un asunto en el cual puede ayudarme. Quiero agenciarme cuanto antes una copia en inglés del Nuevo Testamento Internacional. Entiendo que Albert Kremer, del Departamento Editorial, tiene pruebas de galerada. ¿Me lo quiere poner en la línea telefónica?

Lori salió apresuradamente para hacerse cargo de la primera tarea en su nuevo puesto.

Randall se reclinó sobre el sillón durante unos cuantos segundos, mientras esperaba, y luego tomó el auricular cuando la llamada de Lori sonó.

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