—¿Tan interesante es lo que has encontrado? —Cogió la correa. Luego miró al fondo.
Y, en ese momento, empezó a sonar el teléfono en el bolsillo.
C
omo de costumbre, resultaba difícil trabajar un lunes por la mañana. Patrik estaba sentado en el despacho con los pies sobre la mesa. Observaba atentamente la fotografía de Magnus Kjellner, como si pudiera hacerlo hablar y sonsacarle dónde se hallaba. O mejor dicho, dónde se encontraban sus restos mortales.
Por si fuera poco, estaba preocupado por Christian. Patrik abrió el cajón de la derecha y sacó la bolsa de plástico que contenía la carta y la tarjeta. En realidad, le habría gustado enviarlo a analizar, sobre todo, por si detectaban alguna huella, pero tenía tan poca cosa… no había sucedido nada en concreto. Ni siquiera Erica que, a diferencia de él, había leído todas las cartas, podía decir con certeza que el autor estuviese decidido a causar algún daño a Christian. Aun así, su sexto sentido, como el de Patrik, le decía otra cosa. Los dos tenían la sensación de que había algo maligno en aquellas cartas. Patrik sonrió para sus adentros. Vaya manera de expresarlo. Maligno. No resultaba demasiado científico. Pero las cartas transmitían una suerte de voluntad de hacer daño, no se le ocurría una forma mejor de decirlo. Y aquella sensación lo tenía muy preocupado.
Cuando Erica volvió de su visita a Christian, lo comentó con ella. Habría preferido ir y hablar con él personalmente, pero Erica se lo desaconsejó. No creía que Christian se mostrase receptivo y le pidió a Patrik que esperase hasta que los titulares de la prensa hubiesen caído un poco en el olvido. Y él aceptó, pero ahora, al contemplar aquella letra elegante, se preguntaba si había hecho lo correcto.
El teléfono sonó y Patrik se llevó un sobresalto.
—Hedström. —Dejó la bolsa en el cajón y lo cerró. Luego se quedó paralizado—. ¿Perdón? ¿Cómo dice? —Escuchó cada vez más tenso y no acababa de colgar cuando ya se había puesto en alerta. Hizo varias llamadas antes de asomarse al pasillo y llamar al despacho de Mellberg. No aguardó respuesta, sino que entró directamente. Y despertó tanto al perro como al dueño.
—¡Qué demonios…! —Mellberg se incorporó adormilado, abandonó la posición relajada que tenía en la silla y se quedó mirando a Patrik fijamente—. ¿No te han enseñado que hay que llamar a la puerta antes de entrar? —El comisario se encajó bien el pelo—. ¿Y bien? ¿No ves que estoy ocupado? ¿Qué quieres?
—Creo que hemos encontrado a Magnus Kjellner.
Mellberg se irguió aún más.
—Ajá. ¿Y dónde está? ¿En una isla del Caribe?
—No exactamente. Debajo de una capa de hielo, cerca de Sälvik.
—¿Debajo del hielo?
Ernst
notó la tensión en el aire y puso la oreja tiesa.
—Acaba de llamar un hombre que andaba paseando al perro. Naturalmente, todavía no sabemos con certeza si se trata de Magnus Kjellner, aún no está certificado, pero es bastante probable.
—¿Y a qué estamos esperando? —dijo Mellberg levantándose como un rayo. Cogió la cazadora y pasó por delante de Patrik—. ¡Tiene narices que todo el mundo sea tan lento en esta comisaría! ¿Tanto tiempo necesitabas para soltarlo? ¡Al coche! Conduces tú.
Mellberg salió corriendo hacia el garaje y Patrik se apresuró a volver al despacho para coger la cazadora. Lanzó un suspiro. Habría preferido no ir con el jefe pero, al mismo tiempo, sabía que Mellberg no perdería aquella oportunidad de encontrarse en el ojo del huracán. Con tal de no tener que trabajar, era un lugar en el que solía encantarle estar.
—Vamos, ¡písale! —Mellberg ya estaba sentado en el asiento del acompañante. Patrik se acomodó ante el volante y giró la llave de encendido.
—¿
E
s la primera vez que sales en la tele? —gorjeó la maquilladora.
Christian la miró en el espejo y asintió. Tenía la boca seca y las manos húmedas. Dos semanas atrás, había aceptado una entrevista en Nyhetsmorgon, de TV4, pero ahora lo lamentaba profundamente. Se había pasado toda la noche de viaje a Estocolmo combatiendo el impulso de coger un tren de vuelta.
Gaby se mostró absolutamente encantada cuando llamaron del Canal 4. Habían oído decir que una nueva estrella alumbraría en breve el parnaso literario, y querían ser los primeros en pedirle una cita para una entrevista. Gaby le explicó que no había mejor publicidad que aquella, que vendería montañas de libros solo por aparecer unos minutos.
Y él se dejó seducir. Pidió el día libre en la biblioteca y Gaby le reservó los billetes de tren y el hotel en Estocolmo. En un principio, sintió cierta expectación ante la idea de aparecer en la televisión con el libro. Con
La sombra de la sirena
. Lo presentarían como «autor» en un canal nacional y le preguntarían sobre la novela. Pero los titulares del fin de semana lo habían estropeado todo. ¿Cómo pudo engañarse de aquel modo? Llevaba tantos años en la sombra que había llegado a creerse que podía salir a la luz otra vez. Incluso desde que empezó a recibir las cartas, continuó viviendo la fantasía de que ya había pasado todo, de que estaba salvado.
Pero con los titulares se esfumó aquel espejismo. Alguien vería, alguien recordaría. Y todo volvería. Se estremeció en el asiento y la maquilladora lo miró sorprendida.
—¿Tiene frío, con el calor que hace aquí? ¿No estará pillando un resfriado?
Christian asintió con una sonrisa. Era mejor así. Sin explicaciones.
La gruesa capa de maquillaje le otorgaba un aspecto antinatural. Incluso en las orejas y las manos le habían puesto una capa de aquella crema de color piel ya que, al parecer, la piel natural se veía de un tono pálido verdoso en la pantalla. En cierto modo, era un alivio. Era como llevar una máscara. Detrás de la cual podría esconderse.
—Pues ya está, listo. La presentadora vendrá a buscarle enseguida. —La maquilladora examinó su trabajo satisfecha. Christian se miró en el espejo. La máscara le devolvió la mirada.
Unos minutos más tarde, lo condujeron a la cafetería que había delante del estudio. El bufé del desayuno era impresionante, pero él se contentó con un poco de zumo de naranja. La adrenalina le bombeaba en el cuerpo y, cuando se llevó el vaso a la boca, comprobó que la mano le temblaba un poco.
—Muy bien, pues ya puedes venir conmigo. —La presentadora le hizo una señal y Christian dejó en la mesa el zumo a medio beber. Le temblaban las piernas cuando la siguió hasta el estudio que estaba un piso más abajo.
—Puedes sentarte —le susurró la presentadora al tiempo que le indicaba cuál era su asiento. Christian se sobresaltó al notar que alguien le ponía una mano en el hombro.
—Perdón, iba a ponerle el micrófono —susurró un hombre con unos auriculares. Christian asintió. Tenía la boca más seca aún que antes y apuró de un trago el vaso de agua que tenía delante.
—Hola, Christian, es un placer conocerte. He leído tu libro y, de verdad, me parece fantástico. —Kristin Kaspersen le ofreció la mano, que Christian le estrechó tras un segundo de vacilación. La tenía tan sudorosa que, seguramente, le parecería una esponja empapada. También el presentador se les había acercado y ya se había sentado en su puesto. El hombre lo saludó y se presentó como Anders Kraft.
Allí, sobre la mesa, estaba el libro. Y detrás de donde se encontraban, el meteorólogo hablaba del tiempo. Tenían que conversar entre susurros.
—No estarás nervioso, ¿verdad? —dijo Kristin sonriendo—. No tienes por qué. Tú míranos a nosotros y todo irá bien.
Christian asintió de nuevo sin pronunciar palabra. Le habían llenado el vaso de agua, que otra vez bebió de un solo trago.
—Ahora nos toca a nosotros, dentro de unos veinte segundos —señaló Anders Kraft guiñándole un ojo. Christian notó que la serenidad que irradiaba aquella pareja lo tranquilizaba un poco, e hizo cuanto pudo por no pensar en las cámaras que lo rodeaban y que lo enviarían en directo a buena parte de la población sueca.
Kristin empezó a hablar dirigiéndose a un punto que había detrás de él y Christian comprendió que estaban transmitiendo. Se le aceleró el corazón, le zumbaban los oídos y tuvo que hacer un esfuerzo para prestar atención a lo que decía Kristin. Tras una breve introducción, le hizo la primera pregunta:
—Christian, la crítica ha elogiado ampliamente tu primera novela,
La sombra de la sirena
. Y también el número de lectores ha sido mayor de lo normal para un escritor hasta ahora desconocido. ¿Cómo te sientes?
Le temblaba un poco la voz cuando empezó a hablar, pero Kristin lo miraba con firmeza y serenidad y Christian se concentró en ella, no en la cámara que veía con el rabillo del ojo, de modo que al cabo de un par de frases balbucientes, él mismo oyó cómo se le estabilizaba la voz.
—Pues, naturalmente, es fantástico. Siempre abrigué el sueño de ser escritor, y verlo hecho realidad y, además, con esta acogida, es algo con lo que ni había soñado.
—La editorial ha hecho una gran apuesta. Te vemos anunciado en grandes carteles en los escaparates de las librerías y se habla de una primera edición de quince mil ejemplares. Además, se diría que, en las páginas de cultura, los críticos compiten por compararte con los grandes nombres de la literatura. ¿No te supera un poco todo esto? —Anders Kraft lo miraba amablemente.
Christian empezaba a sentirse más seguro, el corazón había recobrado el ritmo habitual.
—Desde luego, que la editorial confíe en mí y se haya atrevido a hacer semejante apuesta significa mucho para mí, pero el que me comparen con otros escritores me resulta un tanto extraño. Cada uno tiene una manera de escribir y todas son únicas. —Ahora se sentía en su terreno. Se relajó un poco más y, un par de preguntas más tarde, pensó que podría haber seguido hablando allí durante horas.
Kristin Kaspersen cogió algo que había sobre la mesa y lo mostró a la cámara. Christian empezó a sudar otra vez. Era el
GT
del sábado, con su nombre en grandes letras negras. Las palabras AMENAZA DE MUERTE acapararon su atención. Ya no quedaba agua en el vaso y Christian intentaba tragar una y otra vez, para humedecer la boca.
—Se ha convertido en un fenómeno cada vez más habitual en nuestro país: los famosos se convierten en blanco de amenazas, sin embargo, en tu caso comenzó antes de que el público te conociera. ¿Cuál crees que es el origen de las amenazas?
En un primer momento no consiguió emitir más que una especie de graznido, pero después logró emitir una respuesta:
—Es algo que se ha sacado de contexto y ha adquirido unas proporciones descomunales. Siempre hay gente envidiosa, gente con problemas psíquicos y… bueno, no tengo mucho más que decir al respecto. —Estaba tenso de pies a cabeza y se secó las manos en la pernera del pantalón, por debajo de la mesa.
—Bien, pues muchas gracias por venir a hablarnos de esta novela tan elogiada,
La sombra de la sirena
. —Anders Kraft sostenía el libro ante la cámara y sonreía. Christian sintió un alivio inmenso, pues comprendió que la entrevista había terminado.
—Ha ido bastante bien —dijo Kristin Kaspersen recogiendo sus papeles.
—Desde luego que sí —confirmó Anders poniéndose de pie—. Perdona, tengo que irme al espacio de lotería.
Cuando el hombre de los auriculares lo hubo liberado del micrófono, Christian se levantó. Dio las gracias y salió del estudio en compañía de la presentadora. Aún le temblaban un poco las manos. Subieron la escalera, pasaron por delante de la cafetería y luego bajaron otra vez y salieron al frío invernal. Se sentía aturdido y mareado, no exactamente en condiciones de verse con Gaby en la editorial, tal y como habían acordado.
Fue mirando por la ventanilla mientras el taxi lo llevaba al centro de la ciudad. Sabía que, a partir de aquel momento, había perdido el control por completo.
—
A
já, ¿y cómo resolvemos esto? —preguntó Patrik oteando la capa de hielo.
Torbjörn Ruud parecía tan tranquilo, como de costumbre. Siempre conservaba la calma, por difícil que se les presentara la tarea. En su trabajo en la Científica de Uddevalla estaba acostumbrado a solucionar los problemas más dispares.
—Tendremos que practicar un agujero en el hielo e izarlo con una cuerda.
—¿Aguantará el hielo vuestro peso?
—Si los hombres llevan el equipo adecuado, no habrá ningún problema. El mayor riesgo es, en mi opinión, que cuando hagamos el agujero, el tipo se suelte y la corriente lo arrastre bajo el hielo.
—¿Y cómo podemos evitarlo? —quiso saber Patrik.
—Tendremos que hacer un agujero pequeño al principio y luego sujetarlo con ganchos antes de seguir cavando.
—¿Lo habéis hecho ya en alguna ocasión? —Patrik aún no se sentía del todo tranquilo.
—Pues… —Torbjörn tardó en contestar, como si estuviera reflexionando—. No, me parece que nunca se nos ha presentado el caso de un cadáver congelado bajo el hielo. Supongo que lo recordaría.
—Pues sí —dijo Patrik volviendo de nuevo la vista al lugar en que se suponía que estaba el cadáver—. Bien, haced lo que debáis, entre tanto yo iré a hablar con el testigo. —Patrik se dio cuenta de que Mellberg estaba hablando muy interesado con el protagonista del hallazgo. Nunca era buena idea dejar a Bertil mucho tiempo solo con nadie, ni con los testigos ni con la gente en general.
—Hola, Patrik Hedström —se presentó cuando llegó al lugar donde se encontraban Mellberg y el desconocido.
—Göte Persson —respondió el hombre y le estrechó la mano mientras trataba de controlar a un golden retriever que saltaba agitadísimo.
—
Rocky
quiere volver al sitio, me ha costado lo mío traerlo a tierra otra vez —explicó Göte tirando un poco de la correa del perro, para marcar quién tenía el mando.
—¿Lo encontró el perro?
Göte asintió.
—Sí, se adentró en el hielo y se negaba a volver. Se quedó allí parado ladrando. Temía que el hielo se quebrase y que se ahogara, así que me arrastré hasta él. Y cuando lo vi… —El hombre se puso pálido, seguramente al recordar la cara del muerto bajo la superficie escarchada. Sacudió los hombros y el color empezó a volverle a las mejillas—. ¿Tengo que quedarme aquí mucho tiempo? Mi hija va camino de la maternidad. Es mi primer nieto.
Patrik sonrió.
—En ese caso, comprendo que quiera irse. Espera solo unos minutos y le dejaremos ir para que no se pierda nada.
Göte se conformó con aquella respuesta y Patrik continuó haciendo preguntas, aunque pronto comprendió que el testimonio de aquel hombre no les aportaría mucho más. Sencillamente, había tenido la mala suerte de encontrarse en el lugar equivocado y en un mal momento, o quizá en el lugar acertado y en el mejor momento, según el punto de vista. Tras haber tomado nota de su dirección y datos de contacto, Patrik dejó marchar al futuro abuelo que, medio renqueando, se alejó presuroso rumbo al aparcamiento.