—¿Algo más sobre Kjellner?
—Nada de particular. —Pedersen pareció desilusionado al ver que Patrik no mostraba más entusiasmo por su hallazgo—. Lo apuñalaron y murió, seguramente en el acto. Debió de sangrar una barbaridad. Dejaría el lugar del crimen como un matadero. Aclarar esa parte es trabajo vuestro. Te enviaré el informe por fax, como siempre.
—¿Y Lisbet? ¿Qué has averiguado sobre ella?
—Murió de muerte natural.
—¿Estás seguro?
—Practiqué la autopsia muy a conciencia. —Pedersen parecía ofendido y Patrik se apresuró a añadir:
—O sea, lo que estás diciendo es que no la asesinaron, ¿verdad?
—Correcto —respondió Pedersen, aún con un resto de frialdad—. Para ser sincero, es un milagro que viviera tanto tiempo. El cáncer se había extendido por casi todos los órganos vitales. Lisbet Bengtsson estaba muy enferma. Sencillamente, se murió.
—Así que Kenneth estaba equivocado —dijo Patrik como hablando consigo mismo.
—¿Cómo?
—No, nada. Estaba pensando en voz alta. Gracias por darle prioridad a esto. En estos momentos, necesitamos toda la ayuda posible.
—¿Tan mal está la cosa? —preguntó Pedersen.
—Sí, tú lo has dicho, tan mal está.
A
lice y él tenían algo en común. Les encantaba el verano. A él, porque no tenía que ir al colegio y no tenía que aguantar a sus torturadores. A Alice, porque podía nadar en el mar. Pasaba en el agua todo el tiempo que podía. Nadaba hacia el fondo y hacia la orilla y daba volteretas. Toda la torpeza que aquel cuerpo desmañado desplegaba en tierra, desaparecía en el instante en que se adentraba en el agua. Allí se movía sin dificultad y suavemente
.
Su madre era capaz de contemplarla durante horas. Aplaudir sus cabriolas en el agua y animarla a que practicara. La llamaba «su sirena»
.
Pero a Alice no le interesaba el entusiasmo de su madre. En cambio, lo buscaba a él con la mirada y le gritaba
:
—¡Mírame! —Se tiraba desde la roca y cuando volvía a salir a la superficie, le sonreía—. ¿Me has visto? ¿Has visto lo que he hecho? —preguntaba con el ansia en la voz y con una expresión hambrienta en la mirada. Pero él no se dignaba responder. Levantaba brevemente la vista del libro que estuviera leyendo sentado en la toalla, sobre las rocas. Ignoraba lo que Alice quería de él
.
Su madre solía responder por él, tras lanzarle una mirada de enojo mezclado con no poco desconcierto. Ella tampoco lo comprendía. Ella, que dedicaba a Alice todo su tiempo y todo su amor
.
—¡Yo sí te he visto, cariño! ¡Qué bien! —le respondía. Pero era como si Alice no oyese la voz de su madre, sino que volvía a gritarle a él
:
—¡Mira ahora! ¡Mira lo que hago! —Y se iba nadando a crol hacia el horizonte. Adelantaba los brazos con movimientos rítmicos y bien coordinados
.
Su madre se puso de pie llena de preocupación
:
—Alice, cariño, no te alejes más. —Se hizo sombra con la mano sobre los ojos
.
—Se está alejando demasiado. ¡Ve a buscarla!
Él intentó hacer como Alice y fingir que no la oía. Siguió pasando páginas despacio, concentrado en las palabras y en las letras negras sobre el papel blanco. Entonces, sintió un dolor ardiente en el cuero cabelludo. Su madre le había agarrado un buen mechón de pelo y tiraba con todas sus fuerzas. Él se levantó en el acto y entonces ella lo soltó
.
—Ve a buscar a tu hermana. Mueve esa mole de grasa y procura que vuelva a la orilla
.
Rememoró un instante la sensación de la mano de su madre cogiéndole la suya el día que nadaron juntos, cómo lo soltó y él se hundió en el agua. A partir de aquel día, dejó de gustarle bañarse en el mar. Había algo aterrador en el agua. Existían bajo la superficie cosas que él no veía, de las que no se fiaba
.
La madre echó mano entonces del michelín de la cintura y pellizcó fuerte
.
—Ve a buscarla. Ahora. De lo contrario, te dejaré aquí cuando nos vayamos a casa. —Lo dijo en un tono que no le dejó elección. Sabía que estaba hablando en serio. Si no hacía lo que le ordenaba, lo abandonarían en la isla
.
Con el corazón latiéndole acelerado en el pecho, se encaminó a la orilla. Tuvo que hacer un esfuerzo supremo de voluntad para tomar impulso con los pies y zambullirse. No se atrevía a tirarse de cabeza, como Alice, sino que se dejaba caer en el azul, en el verde de las aguas, con los pies por delante. Le entró agua en los ojos y parpadeó para poder ver de nuevo. Notó que lo invadía el pánico, que la respiración se volvía ligera y superficial. Entornó los ojos. A lo lejos, camino del sol, vio a Alice. Empezó a nadar hacia ella con movimientos torpes. Notaba la presencia de su madre a su espalda, en la roca, con los brazos en jarras
.
Él no sabía nadar a crol. Avanzaba a brazadas breves y apresuradas. Pero continuó hacia el fondo, siempre consciente de la profundidad que se abría bajo sus pies. El sol le picaba en los ojos y se le saltaban las lágrimas. Lo único que deseaba era dar la vuelta, pero no podía. Tenía que alcanzar a Alice y llevarla junto a su madre. Porque su madre quería a Alice. A pesar de todo, la quería
.
De repente, notó algo en el cuello. Algo que lo agarraba fuerte y le hundía la cabeza bajo el agua. Lo invadió el pánico y empezó a manotear intentando liberarse y subir de nuevo a la superficie. Entonces desapareció la presión en la garganta, tan rápido como se había presentado, y, cuando notó de nuevo el aire en la cara, tomó aliento de nuevo
.
—Tontorrón, si soy yo
.
Alice apartaba el agua sin esfuerzo y lo miraba irradiando entusiasmo. El pelo oscuro, heredado de su madre, relucía al sol, y la sal le brillaba en las pestañas
.
Él vio los ojos de nuevo. Aquellos ojos que lo miraban fijamente bajo el agua. Aquel cuerpo laxo e inerte que, en lugar de moverse, descansaba sobre el fondo de la bañera. Meneó la cabeza para ahuyentar aquellas imágenes que no quería ver
.
—Mamá quiere que vuelvas —dijo sin resuello. Él no era capaz de mantenerse en el agua con la misma facilidad que Alice y la mole de su cuerpo se hundía bajo el agua como si tuviese las articulaciones lastradas por un peso
.
—Pues tendrás que llevarme —dijo Alice con aquella forma suya de hablar tan curiosa, como si la lengua no encontrase el lugar adecuado en la boca cuando articulaba
.
—Venga ya, que no voy a poder tirar de ti
.
Ella se rio y echó hacia atrás la melena mojada
.
—Pues solo pienso ir contigo si me llevas
.
—Pero si tú nadas mucho mejor que yo, ¿por qué iba a tener que tirar de ti? —Pero sabía que había perdido. Le indicó con una seña que le rodeara el cuello con las manos otra vez, y ahora que sabía qué era, que sabía que era ella, no se asustó
.
Empezó a nadar. Pesaba, pero podía con ella. Notaba la fuerza de los brazos de Alice alrededor del cuello. Llevaba todo el verano nadando tanto que se le habían perfilado los músculos de los brazos. Iba colgada de él, dejándose arrastrar como una barca. Con la mejilla pegada a su espalda
.
—Yo soy tu sirena —dijo—, no la sirena de mamá
.
—
E
s que no lo sé… —Cia miraba a un punto lejano, más allá del hombro de Patrik, con las pupilas dilatadas. Supuso que le habrían administrado algún tipo de fármaco que la hacía actuar de aquel modo tan ausente.
—Sé que ya te lo hemos preguntado muchas veces, pero debemos encontrar el vínculo entre la muerte de Magnus y lo que ha ocurrido hoy. Ahora que hemos podido constatar que Magnus murió asesinado es incluso más importante. Podría ser algo en lo que no hayas pensado, algún detalle que nos ayude a avanzar —la animó Paula con voz suplicante.
Ludvig apareció en la cocina y se sentó al lado de Cia. Seguramente, había estado escuchando fuera.
—Queremos ayudar —dijo con voz solemne. La expresión de los ojos lo hacía aparentar más de los trece años que tenía.
—¿Cómo se encuentran Sanna y los niños? —preguntó Cia.
—Naturalmente, están conmocionados.
Patrik y Paula habían recorrido todo el trayecto hasta Fjällbacka preguntándose si no deberían ocultarle a Cia lo sucedido. Pensaban que quizá no estuviese en condiciones de recibir otra mala noticia. Por otro lado, no les quedaba otro remedio que contárselo, pues se enteraría de todos modos, a través de amigos y conocidos. Además, cabía la posibilidad de que lo ocurrido en casa de los Thydell le ayudase a recordar algo que tuviese olvidado.
—¿Quién es capaz de hacer algo así? A los niños… —dijo con un tono de voz mezcla de compasión e indiferencia. Los fármacos la tenían embotada, atenuaban los sentimientos y las impresiones, los hacían menos dolorosos.
—No lo sé —confesó Patrik, que tuvo la impresión de que sus palabras resonaron en la cocina como un eco.
—Y Kenneth… —Cia meneó la cabeza.
—Por eso, precisamente, debemos seguir preguntando. Alguien tiene en el punto de mira a Kenneth, a Christian y a Erik. Y con toda probabilidad, también a Magnus —dijo Paula.
—Pero Magnus no recibió ninguna carta como las de los demás.
—No, que nosotros sepamos. Aun así, creemos que su muerte guarda relación con las amenazas a los demás —aseguró Paula.
—¿Qué dicen Erik y Kenneth? ¿No saben ellos el porqué de todo esto? ¿Y Christian? Alguno de los tres debería saberlo —apuntó Ludvig, que le había rodeado a su madre los hombros con el brazo, en actitud protectora.
—Sí, sería lo lógico —admitió Patrik—. Pero insisten en que no saben nada.
—Y entonces, ¿cómo iba yo a…? —A Cia se le apagó la voz.
—¿Ha ocurrido algo de particular desde que os relacionáis las familias? Algo que te llamara la atención, lo que sea —insistió Patrik.
—No, nada extraordinario, ya os lo he dicho. —Respiró hondo, antes de proseguir—. Magnus, Kenneth y Erik se conocen desde la escuela. Al principio, se veían ellos tres. Nunca me pareció que Magnus tuviese mucho en común con ellos, pero supongo que continuaron la relación por costumbre. Y tampoco es posible conocer a mucha gente nueva en Fjällbacka.
—¿Cómo era la relación entre los tres? —preguntó Paula.
—¿A qué te refieres?
—Bueno, todas las relaciones funcionan según una dinámica interna, cada uno adopta un papel… ¿Cómo eran las relaciones entre ellos tres, antes de que Christian entrara a formar parte del grupo?
Cia reflexionó un instante con expresión grave, antes de responder:
—Erik siempre era el líder. El que mandaba. Kenneth era… el perro faldero. Suena horrible, pero siempre obedece a la menor señal de Erik y a mí siempre me pareció un perrillo meneando la cola alrededor del amo, mendigando su atención.
—¿Y cuál era la postura de Magnus ante eso? —quiso saber Patrik.
Cia volvió a meditar.
—Sé que pensaba que Erik se portaba a veces como un tirano, y en alguna ocasión le dijo que se había pasado. A diferencia de Kenneth, Magnus era capaz de oponerse abiertamente delante de Erik.
—¿Nunca se enemistaron por algún motivo? —prosiguió Patrik. Tenía la sensación de que la respuesta se hallaba en algún punto del pasado de los cuatro, en sus relaciones internas. El hecho de que pareciera tan enterrado y tan difícil de sacar a la luz lo volvía loco de indignación.
—Bueno, discutían a veces, como todo el mundo, y en especial en una amistad tan antigua. Erik puede ser muy impetuoso, pero Magnus se mostraba siempre muy sereno. Nunca lo vi estallar enfadado ni levantar la voz. Ni una sola vez durante todos los años que estuvimos juntos. Y Ludvig es igual que su padre. —Se volvió hacia su hijo y le acarició la mejilla. El chico le sonrió levemente, aunque parecía pensativo.
—Yo sí he visto a papá discutiendo una vez. Con Kenneth.
—¿Ah, sí? ¿Y cuándo fue eso?
—¿Te acuerdas de aquel verano en que papá compró la cámara de vídeo, y que yo andaba grabándoos a todas horas?
—Sí, madre mía, fue una tortura. Si recuerdo que incluso entraste en el baño y empezaste a filmar a Elin cuando estaba sentada en el váter. No te mató de milagro. —Se le alegraron los ojos y una sonrisa lánguida otorgó algo de color a la palidez de las mejillas.
Ludvig se levantó de la silla tan bruscamente que estuvo a punto de caer de espaldas.
—¡Venid, voy a enseñaros una cosa! —dijo mientras salía de la cocina—. Esperadme en la sala de estar, no tardo.
Lo oyeron subir la escalera a toda prisa y Patrik y Paula se levantaron para seguir sus instrucciones. Finalmente, Cia los siguió también.
—Aquí está. —Ludvig acababa de bajar con una pequeña cinta de vídeo en una mano y la cámara en la otra.
Sacó un cable y conectó la cámara al televisor. Patrik y Paula lo observaban en silencio, y Patrik notó que se le aceleraba el pulso.
—¿Qué nos vas a enseñar? —preguntó Cia al tiempo que se sentaba en el sofá.
—Ahora verás —dijo Ludvig. Puso la cinta y pulsó el botón de reproducir. De repente, la cara de Magnus llenó la pantalla. Cia empezó a resoplar detrás de ellos y Ludvig se volvió preocupado.
—¿No te importa, mamá? Si ves que no puedes, espéranos en la cocina.
—No, no pasa nada —respondió Cia, aunque se le llenaron los ojos de lágrimas mientras miraba la pantalla.
Magnus aparecía haciendo muecas y payasadas y hablando con la persona que manejaba la cámara.
—Lo grabé todo aquella noche del solsticio de verano —dijo Ludvig en voz baja, y Patrik observó que también a él se le llenaban los ojos de lágrimas—. Mira, ahí aparecen Erik y Louise —advirtió señalando a la pantalla.
Erik salía a la terraza y saludaba a Magnus. Louise abrazó a Cia y le entregó un paquete.
—Tengo que rebobinar, está un poco más adelante —dijo Ludvig, pulsó un botón de la cámara y la fiesta del solsticio empezó a pasar a toda velocidad. Había atardecido y todo estaba más oscuro.
—Vosotros creíais que nos habíamos ido a dormir —dijo Ludvig—. Pero nos levantamos sin hacer ruido y nos pusimos a escuchar a escondidas. Estabais borrachos y atontados y nos parecía divertidísimo.
—¡Ludvig! —exclamó Cia un tanto avergonzada.
—Bueno, es que estabais borrachos —insistió el chico. Y a juzgar por los susurros, aquella había sido la intención de Ludvig, precisamente, filmarlos en ese estado. Las voces se elevaban y se apagaban y resonaban risotadas en el atardecer estival y parecía que lo estaban pasando muy bien.