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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

La sombra de la sirena (38 page)

Cuando aparcó delante de la casa, vio por el retrovisor que la seguía un coche de policía. Sería Patrik, seguramente, pero ¿por qué no iba en su coche? Sacó a Maja de la silla sin dejar de mirar el coche policial que ya estaba aparcando al lado del suyo. Vio con sorpresa que no era Patrik sino Paula quien iba al volante.

—Hola, ¿dónde te has dejado a Patrik? —preguntó Erica acercándosele.

—Está en casa —respondió Paula saliendo del coche—. Lo vi tan agotado que le he ordenado que se quede a descansar. Me he extralimitado en mis atribuciones, pero me ha hecho caso. —Se echó a reír, pero la carcajada no fue capaz de disipar la preocupación de su semblante.

—¿Ha ocurrido algo? —preguntó Erica. El miedo la invadió de pronto. Que ella supiera, Patrik jamás había vuelto del trabajo tan temprano.

—No, qué va. Es solo que, según creo, últimamente está trabajando mucho. Parece destrozado. Así que he conseguido convencerlo de que no nos sería de ninguna utilidad si no descansaba un poco.

—¿Y él ha aceptado? ¿Así, sin más?

—Bueno, no, hemos llegado a un acuerdo. Ha aceptado porque, a cambio, le traería a casa el material de la investigación. Iba a dejárselo en la entrada, pero bueno, se lo das tú —dijo entregándole una bolsa de papel llena de documentos.

—Eso ya me parece más verosímil —contestó Erica, ya más tranquila. Si no podía dejar el trabajo, significaba que aún conservaba más o menos buena salud.

Le dio las gracias a Paula y se llevó la bolsa hasta la entrada. Maja la seguía dando saltitos. Erica sonrió al ver la nota de Patrik. Pues sí, desde luego, se habría llevado un susto de muerte si hubiese oído ruido en el piso de arriba antes de saber que él estaba en casa.

Maja empezó a llorar de pura frustración al ver que no podía quitarse los zapatos y Erica se apresuró a calmarla.

—Calla, cariño. Papá está arriba durmiendo. No lo vayamos a despertar.

Maja abrió los ojos atónita y se puso el dedo en los labios. «¡Chist!», dijo en voz alta, mirando hacia la escalera. Erica le ayudó a quitarse los zapatos y el mono y la pequeña echó a correr camino de sus juguetes, que estaban esparcidos por toda la sala.

Erica se quitó el abrigo con esfuerzo y se dio un poco de aire con el jersey. Últimamente, sudaba a todas horas. Tenía una obsesión profundamente arraigada con la idea de oler a sudor, de ahí que se cambiara de jersey dos o tres veces al día y se pasaba el desodorante tan a menudo que Nivea debía de haber advertido un incremento notable en las ventas durante todo su embarazo.

Miró hacia el piso de arriba. Luego la bolsa de papel que Paula le había dejado. Hacia el piso de arriba y de nuevo hacia la bolsa. Luchaba consigo misma, aunque, con el corazón en la mano, sabía perfectamente que era una batalla que estaba condenada a perder. Resultaba del todo imposible resistir una tentación como aquella.

Una hora después, había terminado de leer toda la documentación que había en la bolsa. Pero no podía decirse que se le hubiesen aclarado las ideas. Al contrario, era un puro interrogante. Entre los documentos había, además, un montón de notas de Patrik: ¿Qué relación existe entre los cuatro? ¿Por qué fue Magnus el primero en morir? ¿Por qué estaba alterado aquella mañana? ¿Por qué llamó para decir que llegaría más tarde? ¿Por qué Christian empezó a recibir las cartas mucho antes que los demás? ¿Habría recibido Magnus alguna carta? De no ser así, ¿por qué? Páginas llenas de preguntas, y a Erica le daba muchísima rabia no tener una sola respuesta. Todo lo contrario, ahora tenía incluso alguna pregunta más que añadir: ¿Por qué no dejó Christian su nueva dirección cuando se mudó? ¿Quién le enviaba aquellos dibujos? ¿Quién era el monigote pequeño? Y, sobre todo, ¿por qué era Christian tan reservado con todo lo relativo a su pasado?

Erica comprobó que Maja seguía entretenida con los juguetes antes de volver a centrarse en el material. Lo único que quedaba era una cinta de casete sin etiqueta. Se levantó del sofá y fue a buscar su reproductor. Por suerte, la cinta entró bien, y Erica miró algo inquieta al piso de arriba, antes de darle a reproducir. Bajó el volumen tanto como fue posible sin apagarlo del todo y se pegó el reproductor al oído.

La cinta duraba veinte minutos. Erica la escuchó presa de la máxima tensión. Lo que se decía no aportaba, en esencia, nada nuevo. Pero hubo un comentario que la dejó petrificada, y rebobinó para oírlo una vez más.

Cuando hubo terminado, sacó la cinta del reproductor y la devolvió a la funda con el resto del material. Llevaba años haciendo entrevistas para sus libros, con lo que se le daba muy bien apreciar los detalles y los matices de lo que decían los entrevistados. Lo que acababa de oír era importante, de eso no cabía abrigar ninguna duda.

Ya se encargaría de ello a la mañana siguiente, bien temprano. Oyó que Patrik empezaba a moverse en el piso de arriba y, con una rapidez inaudita en los últimos meses, dejó la bolsa de papel en la entrada, volvió al sofá y fingió estar totalmente entregada a participar en los juegos de Maja.

L
a oscuridad se cernía sobre la casa. No había encendido ninguna lámpara, no tenía ningún sentido. Al final del camino no hace falta luz.

Christian estaba medio desnudo, sentado en el suelo, mirando fijamente la pared. Había pintado encima de las palabras en rojo. Había encontrado en el sótano una lata de pintura negra y una brocha. Tres veces pintó encima del color rojo en un intento de borrar su sentencia. Aun así, se le antojaba ver el texto con la misma claridad que antes.

Tenía las manos y todo el cuerpo lleno de pintura. Negra como la brea. Se miró la mano derecha. La tenía embadurnada y se la limpió en el pecho, pero el color negro no hacía más que extenderse.

Ella lo estaba esperando. Él lo supo en todo momento. Así y todo, había ido aplazándolo, se había engañado a sí mismo y casi había arrastrado a los niños consigo en la caída. El mensaje no podía ser más claro.
No los mereces
.

Vio al bebé en brazos. Y a aquella mujer a la que había querido. De pronto, deseó haber sido capaz de querer a Sanna. Nunca quiso hacerle daño. Pero la había engañado. No con otras mujeres, como Erik, sino de la peor forma imaginable. Porque él sabía que Sanna lo quería, y siempre le había dado lo justo para que ella pudiese vivir con la esperanza de que un día él también la querría. Pese a que era del todo imposible. Había perdido aquella capacidad. Desapareció junto con un vestido azul.

Los niños eran otra cosa. Ellos eran su carne y su sangre y la razón de que él tuviera que permitir que ella se lo llevara. Era la única forma de salvarlos, debería haberlo comprendido mucho antes de que hubiese ocurrido aquello. En lugar de convencerse de que no era más que un mal sueño y de que estaba a salvo. De que estaban a salvo.

Fue un error regresar, intentarlo de nuevo. Pero volver allí y tener cerca todo aquello era una tentación irresistible. Ni él mismo lo comprendía, pero la tentación surgió desde el instante en que se le presentó la posibilidad. Y creyó que, con ella, se le ofrecía otra oportunidad. La oportunidad de volver a tener una familia. Lo único que tenía que hacer era mantenerlos alejados y elegir a alguien que no le importase demasiado. Se había equivocado.

Las palabras que había pintadas en la pared eran la verdad. Quería a los niños, pero no los merecía. Tampoco fue merecedor de aquel otro bebé, ni de aquella cuyos labios sabían a fresas. Ellos tuvieron que pagar el precio. En esta ocasión, procuraría ser él el único que pagase.

Christian se levantó despacio y miró a su alrededor. Un oso de peluche manoseado en un rincón. Se lo habían comprado a Nils cuando nació, y el pequeño le tenía tal cariño que, a aquellas alturas, había perdido casi todo el pelo. Los muñecos de acción de Melker, escrupulosamente colocados en una caja. Los trataba con muchísimo cuidado y, si su hermano pequeño los tocaba siquiera, le enseñaba los puños. Christian notó que vacilaba, que la duda empezaba a tomar cuerpo en su interior, y comprendió que debía alejarse de allí. Tenía que encontrarse con ella antes de que el valor lo abandonase.

Entró en el dormitorio para ponerse algo de ropa. Tanto daba el qué, eso había dejado de ser importante. Bajó la escalera, cogió la cazadora del perchero y le echó un último vistazo a la casa. Oscura y silenciosa. No se molestó en cerrar con llave.

Durante el breve paseo fue caminando con la vista fija en el suelo. No quería mirar a nadie, ni hablar con nadie. Necesitaba concentrarse en lo que iba a hacer, en la persona a la que iba a ver. Ya empezaban a picarle de nuevo las palmas de las manos, pero no les prestó la menor atención. Era como si el cerebro hubiese interrumpido la comunicación con el cuerpo, que ahora resultaba superfluo. Lo único importante era lo que tenía en la cabeza, las imágenes y los recuerdos. Ya no vivía en el presente. Solo veía lo que ya era historia, como una película que fuese pasando despacio, mientras la nieve crujía bajo sus pies.

Soplaba una leve brisa mientras caminaba hacia Badholmen. Sabía que tenía frío porque estaba temblando pero, aun así, no lo sentía. El lugar se extendía desierto ante su vista. Estaba oscuro y silencioso y no se veía a nadie. Pero él sentía la presencia de ella, exactamente igual que siempre. Allí sería donde pagaría su culpa. No cabía pensar en otro lugar. La había visto en el agua desde el trampolín, la había visto extendiendo los brazos en su busca. De modo que allí estaba.

Al pasar por la caseta de madera que había a la entrada del lugar de baño, la película que tenía en la mente empezó a pasar muy deprisa. Las imágenes eran como un cuchillo que estuviese cortándole el estómago, tan fuerte y agudo era el dolor. Se obligó a pasarlo por alto, a mirar al frente.

Puso el pie en el primer peldaño del trampolín y la madera cedió bajo las botas. Ya respiraba mejor, no había vuelta atrás. Iba mirando hacia arriba mientras subía. Los peldaños estaban resbaladizos por la nieve y fue agarrándose a la barandilla mientras dirigía la vista a la cima, a la negrura del cielo. Ni una estrella. Él no merecía las estrellas. Cuando se encontraba a medio camino supo que ella lo seguía. No se volvió a mirar, pero oyó los pasos que lo seguían. El mismo ritmo, la misma cadencia. Ella ya había llegado.

Una vez alcanzó la última plataforma, metió la mano en el bolsillo y sacó una cuerda que se había llevado de casa. Una cuerda que podría soportar el peso y pagar la culpa. Ella aguardaba en la escalera, mientras que él lo preparaba todo. Ataba, enrollaba, fijaba a la barandilla. Por un instante, se sintió inseguro. El trampolín estaba viejo y desgastado y la madera se había agrietado por la intemperie. ¿Y si no aguantaba? Pero su presencia lo tranquilizó. Ella no permitiría que fracasara. No después de haber esperado tanto tiempo y de haber alimentado su odio durante tantos años.

Cuando hubo terminado, se puso de espaldas a la escalera y con la mirada fija en la silueta de Fjällbacka. No se volvió hasta sentir que la tenía detrás.

No había ni rastro de alegría en sus ojos. Solo la certeza de que por fin, después de todo lo que había ocurrido, estaba dispuesto a pagar su culpa. Era tan hermosa como él la recordaba. Tenía el pelo mojado y a Christian le sorprendió que no se le hubiese congelado. Pero con ella nada era como cabía esperar. Nada podía ser como cabía esperar, tratándose de una sirena.

Lo último que vio antes de dar un paso al frente, hacia el mar, fue un vestido azul aleteando a la brisa estival.

—¿
C
ómo te encuentras? —preguntó Erica cuando Patrik bajó la escalera con el pelo revuelto tras haber descansado.

—Un poco cansado, eso es todo —dijo Patrik, que estaba muy pálido.

—¿Seguro? No tienes muy buen aspecto.

—Vaya, gracias. Paula me dijo lo mismo. Sería estupendo que las mujeres dejaran de decirme lo espantoso que estoy. Resulta un poco deprimente. —Esbozó una sonrisa, pero aún parecía medio dormido. Se inclinó y cogió al vuelo a Maja, que se le acercó corriendo.

»Hola, bonita. A ti al menos no te parece que papá tenga mal aspecto, ¿verdad? ¿Verdad que papá es el más guapo del mundo? —Le hizo cosquillas en la barriga y Maja rompió a reír.

—Ajá —dijo la pequeña asintiendo.

—Menos mal, por fin alguien que tiene un poco de buen gusto. —Se volvió hacia Erica y le dio un beso en los labios. Maja le cogió la cara e hizo un puchero en señal de que ella también quería participar en el besuqueo.

—Siéntate un rato con ella, voy a preparar un té y unos bocadillos —dijo Erica entrando en la cocina—. Por cierto, Paula te ha dejado una bolsa llena de documentos —le gritó, haciendo un esfuerzo por sonar lo más tranquila posible—. Está en la entrada.

—¡Gracias! —respondió Patrik. Erica oyó que se levantaba y, al cabo de un instante, entró en la cocina.

—¿Vas a trabajar esta noche? —le preguntó mirándolo de reojo mientras vertía el agua hirviendo en las tazas, que ya tenían la bolsita de té.

—No, creo que hoy me lo tomaré con calma, pasaré un rato tranquilo con mi querida esposa, me acostaré temprano y me quedaré en casa mañana por la mañana para revisarlo todo tranquilamente. A veces hay demasiado jaleo en la comisaría.

Exhaló un suspiro y se colocó detrás de Erica y la abrazó.

—Ya ni siquiera me alcanzan los brazos —murmuró escondiendo la cara en la nuca de su mujer.

—Ya, me siento como si fuera a estallar.

—¿Estás preocupada?

—Mentiría si dijera lo contrario.

—Lo haremos entre los dos —le dijo abrazándola más fuerte.

—Lo sé. Y Anna también me ha dicho que nos echará una mano. En realidad, creo que esta vez irá mejor, ahora que sé lo que me espera. Pero es que son dos de golpe.

—El doble de felicidad —sonrió Patrik.

—El doble de trabajo —observó ella dándose la vuelta para abrazarlo de frente, lo cual no resultaba tan fácil a aquellas alturas del embarazo.

Erica cerró los ojos y apoyó la mejilla en la de Patrik. Había estado pensando en cuál sería el mejor momento para hablarle de la escapada a Gotemburgo y llegó a la conclusión de que debía hacerlo aquella misma noche. Pero Patrik parecía tan cansado, y pensaba quedarse trabajando en casa al día siguiente, así que bien podía esperar hasta entonces. Además, de ese modo tendría tiempo de hacer aquello a lo que llevaba dando vueltas desde que oyó la cinta. Sí, así lo haría. Si conseguía alguna pista relevante para la investigación, quizá Patrik no se enfadara tanto cuando se enterase de que había andado metiendo las narices.

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