La sombra de la sirena (42 page)

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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

—He terminado con mis indagaciones sobre Christian. —Guardó silencio. Acababa de caer en la cuenta de dónde había estado Patrik aquella mañana—. ¿Qué tal ha ido? —preguntó en voz baja—. ¿Cómo ha recibido Sanna la noticia?

—¿Cómo se puede recibir algo así? —repuso Patrik y asintió para indicarle que podía continuar, que no quería hablar de la noticia que acababa de dar.

Annika carraspeó antes de empezar.

—De acuerdo, para empezar, Christian no figura en nuestros registros. Nunca ha sufrido ninguna condena ni ha sido sospechoso de nada. Antes de mudarse a Fjällbacka, vivió varios años en Gotemburgo. Allí fue a la universidad y luego estudió a distancia para ser bibliotecario. Esa facultad está en Borås.

—Ajá… —respondió Patrik impaciente.

—Además, nunca había estado casado antes de conocer a Sanna y no tiene más hijos que los de este matrimonio.

Annika guardó silencio.

—¿Eso es todo? —preguntó Patrik sin poder ocultar la decepción.

—No, todavía no he llegado a lo más interesante. Descubrí enseguida que Christian se quedó huérfano a la edad de tres años. Por cierto que nació en Trollhättan, y allí vivía cuando su madre murió. Del padre no se supo nunca nada. Y decidí seguir indagando por ahí.

Sacó un papel y empezó a leer de carrerilla, mientras Patrik la escuchaba con vivo interés. Annika se dio cuenta de que Patrik le daba vueltas a todo tratando de relacionar la nueva información con lo poco que ya sabían.

—Es decir, que a los dieciocho años recuperó el apellido de su madre, Thydell —concluyó Patrik.

—Sí, también he encontrado bastante información sobre ella. —Le entregó el folio a Patrik, que lo leyó ansioso de respuestas.

—Hay varias pistas por las que empezar a desliar la madeja —dijo Annika al ver la tensión de Patrik. Le encantaba rebuscar en los registros e investigar acerca de detalles nimios, insignificantes, que terminaban componiendo una imagen global. La cual, en el mejor de los casos, les permitía avanzar en la investigación.

—Sí. Y ya sé por qué pista empezar —dijo Patrik poniéndose de pie—. Empezaré por un vestido azul.

Annika lo miraba atónita mientras él se alejaba. Por Dios bendito, ¿qué habría querido decir Patrik?

C
ecilia no se extrañó al abrir la puerta y ver quién había al otro lado. En realidad, lo esperaba. Fjällbacka era un pueblo pequeño y los secretos siempre terminaban por salir a la luz.

—Pasa, Louise —le dijo haciéndose a un lado. Tuvo que contener el impulso de llevarse la mano a la barriga, tal y como había empezado a hacer cuando le confirmaron que estaba embarazada.

—Erik no estará aquí, espero —dijo Louise. Cecilia se dio cuenta de que estaba borracha y, por un instante, sintió un punto de compasión por ella. Ahora que la pasión del enamoramiento se había acabado comprendía el infierno que tenía que ser vivir con Erik. Seguramente, también ella habría terminado por darle a la botella.

—No, no está aquí, pasa —repitió encaminándose a la cocina. Louise la siguió. Como de costumbre, iba muy elegante, con ropa cara de corte clásico y joyas de oro, pero muy discretas. Cecilia se sintió como una andrajosa con la ropa de estar en casa. No recibiría a la primera cliente hasta la una de la tarde, de modo que se había permitido quedarse en casa tranquilamente aquella mañana. Además, sentía náuseas casi permanentes y no podía llevar el mismo ritmo de siempre.

—Han sido tantas. Al final, una termina cansándose.

Cecilia se dio la vuelta sorprendida. No era así como había imaginado que empezaría. Más bien se había preparado para un torrente de rabia y de acusaciones. Pero Louise solo parecía estar triste. Y cuando Cecilia se sentó a su lado, advirtió las grietas que surcaban aquella fachada elegante. Tenía el pelo sin brillo, las uñas mordidas y la laca desconchada. Llevaba la blusa mal abotonada y se le había salido un poco de la cinturilla del pantalón.

—Lo he mandado al infierno —dijo Cecilia, y se dio cuenta de lo aliviada que se sentía por ello.

—¿Por qué? —preguntó Louise en tono apático.

—Ya me ha dado lo que quería.

—¿El qué? —Louise tenía la mirada vacía y ausente.

Cecilia sintió de pronto una gratitud tan inmensa que respiró aliviada. Ella nunca sería como Louise, era más fuerte que ella. Aunque quizá Louise también hubiese sido fuerte en su día. Quizá también hubiese abrigado un sinfín de expectativas y hubiese tenido la firme voluntad de que todo saliera bien. Pero aquellas esperanzas se habían esfumado. Ya solo quedaba el vino y muchos años de mentiras.

Por un instante, Cecilia consideró la posibilidad de mentirle o, al menos, de ocultarle la verdad un tiempo. Llegado el momento, sería evidente. Pero comprendió que debía contárselo, que no podía mentirle a alguien que había perdido todo lo que valía la pena tener.

—Estoy embarazada. De Erik —dijo, y se impuso el silencio unos instantes—. Le dejé bien claro que lo único que quiero es que contribuya económicamente. Lo amenacé con contártelo todo.

Louise soltó una risita amarga. Luego, empezó a reír. Una risa cada vez más estentórea y chillona. Después, afluyó el llanto, mientras Cecilia la observaba fascinada. Aquella tampoco era la reacción que esperaba. Louise era, ciertamente, una caja de sorpresas.

—Gracias —dijo Louise cuando se hubo calmado.

—¿Por qué me las das? —preguntó Cecilia llena de curiosidad. Siempre le había gustado aquella mujer. Solo que no tanto como para no follarse a su marido.

—Porque acabas de darme una patada en el trasero. Y la necesitaba. Mira qué pinta tengo —dijo señalando la camisa mal abrochada, cuyos botones casi hizo saltar mientras intentaba colocarlos bien. Le temblaban los dedos.

—De nada —dijo Cecilia, incapaz de evitar la risa ante lo cómico de la situación—. ¿Qué piensas hacer?

—Lo que has hecho tú. Decirle que se vaya a la mierda —respondió Louise con vehemencia y ya sin la mirada ausente del principio. La sensación de que aún tenía poder sobre su vida había vencido a la resignación.

—Primero, procura no irte con las manos vacías —dijo Cecilia secamente—. Es verdad que Erik me gustaba mucho, pero sé qué clase de hombre es. Te pondrá de patitas en la calle y sin blanca si lo dejas. Los hombres como Erik no aceptan que los abandonen.

—No te preocupes. Procuraré sacar el máximo posible —aseguró Louise remetiendo la blusa, ya bien abotonada, por dentro de la cinturilla—. ¿Qué aspecto tengo? ¿Se me ha corrido el maquillaje?

—Un poco. Espera, te lo arreglo. —Cecilia se levantó, cogió un poco de papel de cocina, lo humedeció bajo el grifo y se colocó delante de Louise. Con mucho cuidado, fue retirando el rímel de las mejillas. Se detuvo de repente al sentir la mano de Louise en la barriga. Ninguna de las dos dijo nada, hasta que Louise le susurró:

—Ojalá sea un chico. Las niñas siempre han querido tener un hermano.


J
oder —dijo Paula—. Es lo más repugnante que he oído.

Patrik le había contado lo que Sanna le había dicho a Erica, y Paula le lanzó una mirada fugaz desde su puesto al volante. Después de la experiencia casi mortal del día anterior, no pensaba dejarlo conducir hasta que no hubiera descansado un poco.

—Pero ¿qué tiene que ver eso con la investigación? De eso hace muchos años.

—Pues sí, treinta y siete, para ser exactos. Y no sé si tiene algo que ver, pero todo parece girar en torno a la persona de Christian. Creo que hallaremos la respuesta en su pasado, que ahí está el vínculo con los demás. Si es que existe tal vínculo —añadió—. Puede que solo hayan sido espectadores inocentes y que hayan sufrido las consecuencias de encontrarse en el entorno de Christian. Pero eso es lo que debemos averiguar y más vale que empecemos por el principio.

Paula aceleró para adelantar a un camión y estuvo a punto de pasarse la salida de Trollhättan.

—¿Seguro que no quieres que conduzca yo? —preguntó Patrik angustiado, agarrándose bien.

—No, así te enterarás de lo que se siente —rio Paula—. Desde ayer, has perdido mi confianza. Por cierto, ¿has podido descansar algo? —Lo miró de reojo mientras aceleraba en una rotonda.

—Sí, la verdad —dijo Patrik—. Dormí un par de horas y luego pasé la tarde tranquilamente con Erica. Fue estupendo.

—Tienes que cuidarte.

—Sí, eso mismo me ha dicho Annika hace un momento. Ya podéis dejar de tratarme como si fuera un niño pequeño.

Paula miraba alternativamente entre los indicadores de la carretera y el plano de las páginas amarillas, y estuvo a punto de llevarse por delante a un ciclista que circulaba por el lado interior de la carretera.

—Deja que yo lea el plano. Lo de la capacidad femenina de ejecutar varias acciones simultáneas parece que no funciona —se burló Patrik.

—Tú ándate con cuidado —dijo Paula, aunque no parecía muy enojada.

—Si giras por aquí a la derecha, no tardaremos en llegar —señaló Patrik—. Esto va a ser de lo más interesante. Al parecer, aún conservan la documentación y la mujer con la que hablé por teléfono recordó el caso enseguida. Supongo que no es de los que caen en el olvido así como así.

—Qué bien que todo fuera tan fácil con el fiscal. A veces resulta complicado tener acceso a ese tipo de documentos.

—Pues sí —respondió Patrik, concentrado en el plano.

—Ahí —dijo Paula señalando la casa de los servicios sociales de Trollhättan.

Minutos después los recibía Eva-Lena Skog, la mujer con la que Patrik había hablado por teléfono.

—Pues sí, somos muchos los que recordamos aquella historia —aseguró dejando sobre la mesa una carpeta amarillenta—. Hace ya tantos años, pero un caso así no se olvida fácilmente —dijo apartando un mechón canoso. Parecía el estereotipo de maestra de escuela, con la larga melena recogida en un moño bajo perfecto.

—¿Se sabía lo mal que estaban las cosas? —preguntó Paula.

—Sí y no. Habíamos recibido algunas denuncias e hicimos… —abrió la carpeta y pasó el dedo por el primer documento—, hicimos dos visitas domiciliarias.

—Pero no visteis nada que exigiera la intervención de las autoridades, ¿no? —preguntó Patrik.

—Es difícil de explicar, pero entonces eran otros tiempos —dijo Eva-Lena Skog con un suspiro—. Hoy habríamos intervenido muy pronto, pero entonces… bueno, sencillamente, no se hacían las cosas como ahora. Al parecer, la cosa iba por épocas, y, seguramente, las visitas tuvieron lugar en momentos en que ella se encontraba mejor.

—¿Y no reaccionó nadie, ni familiares ni amigos? —intervino Paula. Costaba creer que algo así pudiera suceder sin que nadie lo advirtiese.

—No tenían familia. Ni amigos tampoco, diría yo. Creo que vivían bastante aislados, por eso pasó lo que pasó. De no haber sido por el olor… —Tragó saliva y bajó la vista—. Desde entonces hemos avanzado mucho y algo así sería hoy imposible.

—Sí, esperemos que sí —dijo Patrik.

—Comprendo que necesitáis consultar el material para la investigación de asesinato que tenéis entre manos —explicó Eva-Lena Skog, y empujó la carpeta hacia ellos—. Pero lo trataréis con prudencia, ¿verdad? Solo cedemos este tipo de información en circunstancias extraordinarias.

—Seremos extremadamente discretos, te lo prometo —aseguró Patrik—. Y estoy convencido de que estos documentos nos ayudarán a avanzar en la investigación del caso.

Eva-Lena Skog lo miró con curiosidad mal disimulada.

—¿Y qué relación puede haber? Han pasado tantos años…

—Eso no puedo decírtelo —dijo Patrik. Lo cierto era que no tenía la más remota idea, pero por algún sitio debían empezar.

—¿
M
amá? —Trató de despabilarla otra vez, pero ella seguía allí tumbada, inmóvil. No sabía cuánto tiempo llevaba así. Solo tenía tres años y aún no sabía la hora. Pero había anochecido dos veces. A él no le gustaba la oscuridad y a mamá tampoco. Tenían la luz encendida por las noches, él mismo la encendió cuando ya no se veía en el apartamento. Luego se acurrucó a su lado. Así solían dormir, juntos, muy juntos. Apretaba la cara contra el cuerpo blando de su madre. No tenía aristas, nada duro o que pinchara. Solo dulzura, calidez y seguridad
.

Pero aquella noche ya no estaba caliente. Él la había llamado y se había apretado contra ella más aún, pero su madre no reaccionaba. Entonces fue a buscar la manta que guardaban en el armario, aunque tenía miedo de sacar los pies de la cama cuando estaba oscuro, tenía miedo de los monstruos que había debajo. Pero no quería ni pasar frío ni que lo pasara su madre. La tapó cuidadosamente con aquella manta de rayas de olor tan raro. Aun así, ella no entró en calor, y él tampoco. Se quedó toda la noche, tiritando, con la esperanza de despertarse, de que aquel sueño tan extraño se acabara de una vez
.

Cuando empezó a clarear el día, se levantó. La tapó bien con la manta, que se había movido durante la noche. ¿Cómo dormía tanto? Su madre nunca dormía hasta tan tarde. A veces se pasaba un día entero en la cama, pero se despertaba de vez en cuando. Hablaba con él y le pedía agua o alguna otra cosa. Los días que se quedaba en la cama decía cosas raras a veces. Cosas que a él lo asustaban. Incluso era capaz de gritarle, pero él prefería aquello a verla así, tan quieta y tan fría
.

Le rugía el estómago de hambre. Quizá mamá pensara que era un niño muy listo si al despertar veía que había preparado el desayuno. La idea lo animó un poco y se dirigió a la cocina. A medio camino tuvo una idea y dio media vuelta. Lo acompañaría el osito de peluche, no quería estar solo. Arrastrando el osito por el suelo, se encaminó a la cocina de nuevo. Un bocadillo. Era lo que mamá solía hacerle. Bocadillos de mermelada
.

Abrió el frigorífico. Allí estaba el tarro de la mermelada, con la tapa roja y fresas en la etiqueta. Y allí estaba la mantequilla. Las sacó despacio del frigorífico y las colocó en la encimera. Aquello empezaba a parecerse a una aventura. Alargó la mano hacia la panera y sacó dos rebanadas de pan. Abrió el primer cajón del mueble de la cocina y encontró un cuchillo de madera para untar mantequilla. Su madre no lo dejaba usar cuchillos de verdad. Untó minuciosamente de mantequilla una rebanada y de mermelada la otra, las juntó y ya estaba listo el bocadillo
.

Abrió de nuevo el frigorífico y encontró un cartón de zumo en uno de los apartados de la puerta. Lo sacó con esfuerzo y lo colocó en la mesa. Sabía dónde estaban los vasos, en el armario que había encima de la panera. De nuevo se subió a la silla, abrió el armario despacio y cogió un vaso. Debía tener cuidado de que no se le cayera al suelo. Su madre se enfadaría si rompía un vaso
.

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