La sombra de la sirena (40 page)

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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

Patrik sacó el móvil del bolsillo, dispuesto a demostrar que no era así. Pero cuando miró la pantalla, vio que tenía cinco llamadas perdidas. Tres de la noche anterior, dos de aquella mañana.

—¿Sabes por qué me llamó ayer? —preguntó Patrik maldiciendo la decisión de quitarle el sonido al móvil para poder relajarse aquella noche. Como cabía esperar, la primera vez en años que se permitía no pensar en el trabajo, ocurría algo.

—No tengo ni idea. Pero esta mañana te ha llamado por esto. —Señaló con la mano la plataforma del trampolín y Patrik se llevó un sobresalto. Había algo tan dramático y ancestral en la visión de aquel hombre meciéndose al viento con la cuerda al cuello.

—Joder —se lamentó. Pensó en Sanna y en los niños, en Erica—. ¿Quién lo ha encontrado? —Patrik intentaba adoptar su lado profesional, esconderse detrás del trabajo que debía realizar y relegar a un segundo plano las consecuencias de aquello. En aquellos momentos, Christian no podía ser un hombre con mujer e hijos, amigos y vida privada. En aquellos momentos tenía que ser una víctima, un misterio que resolver. Lo único que podía permitirse era constatar que había sucedido algo y que era su deber averiguar qué.

—Ese tipo de ahí. Sven-Olov Rönn. Vive en aquella casa blanca. —Gösta señaló una de las casas que había en la loma, por encima de la hilera de cabañas—. Al parecer, tiene por costumbre contemplar el paisaje con los prismáticos todas las mañanas. Y detectó algo en el trampolín. En un principio creyó que sería una broma, ocurrencia de alguna pandilla de chicos, pero cuando se acercó al sitio comprobó que era algo más serio.

—¿Se encuentra bien?

—Un poco conmocionado, claro, pero parece un tipo duro.

—No lo dejéis ir hasta que haya hablado con él —dijo Patrik antes de encaminarse adonde se encontraba Torbjörn, que estaba acordonando la zona alrededor del trampolín.

—Sí que nos tenéis ocupados —dijo Torbjörn.

—Créeme, preferiríamos que todo estuviera más tranquilo. —Patrik se armó de valor para mirar otra vez a Christian. Tenía los ojos abiertos y la cabeza le colgaba un poco ladeada tras haberse roto el cuello. Parecía que tuviera la vista clavada en el agua.

Patrik se estremeció.

—¿Cuánto tiempo tendrá que seguir ahí colgado?

—No mucho más. Ya solo tenemos que hacer unas fotos antes de bajarlo.

—¿Y el transporte?

—Está en camino —respondió Torbjörn en tono seco, como si quisiera continuar con el trabajo.

—Sigue con lo tuyo —le dijo Patrik antes de dejar a Torbjörn, que no tardó en ponerse a dar instrucciones a su equipo.

Patrik se acercó a Gösta y al vecino, que parecía muerto de frío.

—Hola, Patrik Hedström, policía de Tanum —dijo estrechándole la mano.

—Sven-Olov Rönn —respondió el hombre poniéndose firme.

—¿Cómo se encuentra? —preguntó Patrik examinando la expresión del hombre en busca de signos de conmoción. Sven-Olov Rönn estaba un poco pálido pero, por lo demás, parecía bastante sereno.

—Pues sí, me he llevado un buen susto —afirmó despacio—, pero en cuanto llegue a casa y me tome un trago, me repondré enseguida.

—¿No quiere hablar con un médico? —preguntó Patrik. El hombre lo miró espantado. Al parecer, pertenecía a esa clase de personas mayores que preferirían amputarse un brazo antes que ir al médico.

—No, no —dijo—, no hace ninguna falta.

—Muy bien —respondió Patrik—. Sé que ya ha estado hablando con mi colega —dijo señalando a Gösta—, pero ¿podría contarme a mí también cómo encontró… al hombre del trampolín?

—Pues sí, verá, yo siempre me levanto con el gallo —comenzó Sven-Olov Rönn, antes de referirle la misma historia que Gösta le había resumido minutos antes, aunque con más detalle. Tras hacerle unas preguntas, Patrik decidió dejar que el hombre se fuese a casa a entrar en calor.

—Por cierto, Gösta. ¿Qué significa esto? —preguntó pensativo.

—Lo primero que tenemos que averiguar es si lo hizo él solo. O si es la misma persona… —No concluyó la frase, pero Patrik sabía lo que estaba pensando.

—¿Algún indicio de lucha, resistencia o algo así? —preguntó Patrik a Torbjörn, que se detuvo en medio de la escalera de subida al trampolín.

—Nada, por ahora. Pero no hemos tenido tiempo de examinarlo bien —respondió—. Vamos a empezar con la sesión de fotografías —dijo blandiendo la gran cámara que llevaba en la mano—, ya veremos lo que encontramos después. De todos modos, lo sabrás inmediatamente.

—Bien. Gracias —dijo Patrik. Comprendía que, en aquellos momentos, no podía hacer mucho más. Y tenía otra misión que llevar a cabo.

Martin Molin se les unió, tan pálido como siempre que andaba cerca de un cadáver.

—Mellberg y Paula están en camino.

—Qué bien —dijo Patrik sin el menor entusiasmo, y tanto Gösta como Martin sabían que no era Paula quien inspiraba aquel tono de resignación.

—¿Qué quieres que hagamos? —preguntó Martin.

Patrik respiró hondo y trató de estructurar mentalmente un plan de acción. Tentado estaba de delegar en algún colega aquella tarea que tanto horror le inspiraba, pero su yo responsable tomó el mando y, después de otro suspiro, respondió:

—Martin, espera a Mellberg y a Paula. Con Mellberg no vamos a contar, se dedicará exclusivamente a ir de aquí para allá y estorbar a los técnicos. Pero llévate a Paula e id preguntando en todas las casas próximas a la entrada a Badholmen. La mayoría están ahora deshabitadas, así que no será muy ardua la tarea. Gösta, ¿me acompañas a hablar con Sanna?

A Gösta se le ensombreció la mirada.

—Claro, ¿cuándo nos vamos?

—Ahora mismo —dijo Patrik. Solo le interesaba acabar con aquello cuanto antes. Por un instante, pensó en llamar a Annika y preguntarle para qué lo había llamado el día anterior, pero ya la llamaría más tarde, en aquellos momentos, no tenía tiempo que perder.

Mientras se alejaban de Badholmen se esforzaron por no volver la vista hacia aquella figura, que aún se mecía al viento.


P
ues no lo entiendo. ¿Quién le habrá enviado esto a Christian? —Sanna miraba desconcertada los dibujos que había sobre la mesa. Alargó el brazo y cogió uno de ellos y Erica se felicitó por haber pensado en protegerlos metiéndolos en fundas de plástico, de modo que pudiesen mirarlos sin destruir posibles pruebas.

—No lo sé. Esperaba que tú tuvieras alguna pista al respecto.

Sanna meneó la cabeza.

—Ni idea. ¿Dónde los has encontrado?

Erica le refirió su visita a la antigua dirección de Christian en Gotemburgo, y le habló de Janos Kovács y de cómo este había guardado durante todos aquellos años las cartas que contenían los dibujos.

—¿Por qué te interesa tanto la vida de Christian? —preguntó Sanna llena de extrañeza.

Erica reflexionó un instante sobre cómo debía explicarle su modo de actuar. Ni ella misma lo sabía.

—Desde que supe lo de las amenazas empecé a preocuparme por él. Y, dada mi forma de ser, no puedo olvidar el asunto. Christian nunca cuenta nada, de modo que me puse a indagar por mi cuenta.

—¿Se los has mostrado a Christian? —preguntó Sanna cogiendo otro de los dibujos para examinarlo detenidamente.

—No, primero quería hablar contigo. —Guardó silencio unos segundos—. ¿Qué sabes del pasado de Christian? De su familia, de su juventud…

Sanna esbozó una sonrisa tristona.

—Prácticamente nada. No te puedes imaginar… nunca he conocido a nadie que hable tan poco de sí mismo. Todo aquello que siempre he querido saber de sus padres, dónde vivían, lo que hacía de niño, quiénes eran sus amigos… en fin, todo eso que uno pregunta cuando acaba de conocer a alguien, ya sabes… Christian siempre se mostró muy reservado al respecto. Me dijo que sus padres estaban muertos, que no tiene hermanos, que su infancia fue como la de todo el mundo, que no hay nada interesante que contar. —Sanna tragó saliva.

—¿Y no te pareció extraño? —preguntó Erica sin poder evitar un tono de compasión. Sanna luchaba por contener el llanto.

—Yo lo quiero. Y se irritaba tanto cuando empezaba a preguntarle… así que dejé de hacerlo. Yo solo quería… Solo quería que siguiera conmigo —dijo aquellas palabras en un susurro, con la vista clavada en el regazo.

Erica sintió el impulso de sentarse a su lado y abrazarla. Le pareció tan joven y tan vulnerable. No debía de ser fácil vivir con una relación así, sintiéndose siempre en desventaja. Porque Erica comprendía perfectamente qué era lo que Sanna estaba diciendo entre líneas: ella sí quería a Christian, pero él nunca la había querido a ella.

—De modo que no sabes a quién representa el monigote que aparece al lado de Christian, ¿no? —preguntó Erica con dulzura.

—Ni idea, pero esto debe haberlo dibujado un niño. Puede que tenga por ahí algún hijo de cuya existencia no sé nada. —Quiso soltar una risita, pero se le ahogó en la garganta.

—No te precipites en tus conclusiones. —Erica se angustió ante la idea de estar empeorándolo todo; Sanna parecía a punto de venirse abajo.

—No, pero la verdad es que alguna vez lo he pensado. Le he preguntado mil veces desde que empezamos a recibir las cartas, pero él insiste en que no sabe quién las envía. Aunque yo no sé si creerlo. —Sanna se mordió el labio.

—¿No ha mencionado nunca a ninguna antigua novia o algo así? ¿Alguna mujer con la que haya tenido una relación anteriormente? —Erica comprendió que estaba insistiendo demasiado, pero cabía la posibilidad de que Christian le hubiese dicho a Sanna algo al respecto, algo que Sanna hubiese enterrado en lo más hondo del subconsciente.

Pero la joven meneó la cabeza y rio con amargura:

—Créeme, si hubiese hecho alguna alusión a otra mujer, lo recordaría. Si hasta llegué a creer… —Guardó silencio, como arrepentida de haber comenzado la frase.

—¿Qué llegaste a creer? —la animó Erica, pero Sanna no se dejó convencer.

—Nada, tonterías mías. Yo tengo un problema, podría decirse que soy una mujer celosa.

Quizá no fuera tan raro, pensó Erica. Vivir con un extraño durante tanto tiempo, querer a alguien sin ser correspondido. Era normal caer en los celos. Pero no dijo nada, sino que optó por centrar la conversación en lo que había ocupado su pensamiento desde el día anterior.

—Ayer estuviste hablando con una colega de Patrik, Paula Morales.

Sanna asintió.

—Sí, fue muy amable conmigo. Y también Gösta se portó fenomenal. Me ayudó a lavar a los niños. Dile a Patrik que le dé las gracias de mi parte. Creo que no caí en agradecerle.

—No te preocupes, se lo diré —aseguró Erica haciendo una pausa antes de proseguir—. Verás, tengo la impresión de que hay algo en la conversación de ayer que Paula no entendió del todo.

—¿Y tú cómo lo sabes? —preguntó Sanna sorprendida.

—Paula grabó vuestra conversación y Patrik estuvo escuchándola en casa ayer tarde. No pude evitar oírla.

—Ajá —dijo Sanna, que pareció tragarse la mentira—. ¿Y qué fue lo que…?

—Sí, es que le dijiste a Paula algo de que Christian no lo había tenido fácil. Y daba la impresión de que estabas pensando en algo concreto.

Sanna se puso tensa. Desvió la mirada y empezó a alisar los flecos del tapete que había sobre la mesa.

—No sé qué…

—Sanna —la interrumpió Erica suplicante—. No es momento de guardar secretos para proteger a nadie, ni para proteger a Christian. Toda la familia está en peligro, no solo la vuestra, hay otras, pero podemos evitar que más personas sufran las consecuencias, como Magnus. No sé qué es lo que no quieres contar, ni por qué. Puede que no tenga nada que ver con esto y estoy convencida de que eso es lo que crees. De lo contrario, ya lo habrías contado, no me cabe duda. Sobre todo, teniendo en cuenta lo que ocurrió ayer con los niños. Pero ¿puedes estar completamente segura de que es así?

Sanna miraba por la ventana a un punto del infinito, más allá de los edificios, en dirección a las aguas heladas y a las islas. Guardó silencio unos minutos mientras Erica también permanecía callada y la dejaba debatirse consigo misma.

—Encontré un vestido en el desván. Un vestido azul —confesó Sanna al fin. Luego, empezó a hablarle de cómo le había pedido explicaciones a Christian, de su rabia y su inseguridad. Y de lo que él le había contado por fin. Del horror.

Cuando Sanna hubo concluido, se vino abajo. Se había quedado exhausta. Erica se había quedado atónita e intentaba digerir lo que la joven acababa de contarle. Pero le resultaba imposible. Había cosas que el cerebro humano se negaba a imaginar. Lo único que hizo fue extender la mano y coger la de Sanna.

P
or primera vez en su vida, Erik se sintió dominado por el pánico. Christian estaba muerto. Estaba colgado, balanceándose como una marioneta en el trampolín de Badholmen.

Una agente de policía lo había llamado para avisarle. Le dijo que tuviera cuidado, y que podía ponerse en contacto con ellos cuando quisiera. Él le dio las gracias y le dijo que no creía que fuera necesario. Era incapaz de imaginar quién los estaba acosando de aquel modo, pero no pensaba quedarse a esperar su turno. Debía tomar el control y conservar el mando también en esta ocasión.

Tenía la camisa empapada de sudor, prueba concluyente de que no estaba tan tranquilo como pretendía. Aún tenía el teléfono en la mano y, con dedos torpes y presurosos, marcó el número de Kenneth. Oyó cinco tonos de llamada, hasta que saltó el contestador. Colgó indignado y soltó el móvil en la mesa. Intentó actuar de un modo racional y pensar en todo lo que tenía que hacer.

Sonó el teléfono. Dio un respingo y miró la pantalla. Kenneth.

—¿Sí?

—Es que no podía contestar —explicó Kenneth—. Tienen que ayudarme a ponerme los auriculares. No puedo coger el teléfono —dijo sin el menor indicio de autocompasión.

Erik pensó fugazmente que tal vez debiera haberse tomado la molestia de ir a ver a Kenneth al hospital. O al menos, de haberle enviado unas flores. En fin, no podía estar pendiente de todo y alguien tenía que quedarse al frente de la oficina, seguro que Kenneth lo comprendía.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó intentando fingir que de verdad le interesaba.

—Bien —se limitó a responder Kenneth. Conocía bien a Erik y, seguramente, sabía que no preguntaba porque le importase de verdad.

—Tengo malas noticias. —Más valía ir al grano. Kenneth guardó silencio, a la espera de que continuara—. Christian está muerto. —Erik se aflojó el cuello de la camisa. El sudor seguía aflorando a raudales y tenía empapada la mano con la que sostenía el teléfono—. Acabo de enterarme. Me ha llamado la Policía. Ha aparecido colgado del trampolín de Badholmen.

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