Cia quiso decir algo, pero Ludvig se llevó el dedo a los labios.
—Chist, ya viene.
Todos se quedaron mirando la pantalla y se hizo el silencio en la sala de estar. Lo único que se oía era el sonido de la fiesta que surgía de la película. Dos personas se levantaron y entraron en la casa con los platos.
—¿Dónde os habíais escondido? —preguntó Patrik.
—En la cabaña de juegos. El lugar perfecto. Podía grabarlo todo desde la ventana. —Una vez más, Ludvig se llevó el dedo a los labios—. Escuchen.
Dos voces, a unos metros de los demás. Las dos sonaban alteradas. Patrik miró a Ludvig extrañado.
—Mi padre y Kenneth —explicó Ludvig sin apartar la vista del televisor—. Se retiraron un poco para fumar.
—Pero si tu padre no fumaba —dijo Cia inclinándose para ver mejor.
—Fumaba a veces, a escondidas, en fiestas y así. ¿No te diste cuenta? —Ludvig había parado la cinta para que no se perdieran nada con la charla.
—¡No me digas! —dijo Cia atónita—. Pues no lo sabía.
—Ya ves, ahí se ha ido con Kenneth a la parte de atrás de la casa para fumar. —Dirigió el mando hacia el televisor y volvió a poner la cinta.
Dos voces, una vez más. A duras penas se entendía lo que decían.
—¿Tú piensas en ello de vez en cuando? —Era Magnus quien hablaba.
—¿A qué te refieres? —balbució Kenneth.
—Sabes a qué me refiero —respondió Magnus, que también parecía ebrio.
—No quiero hablar del asunto.
—Pues alguna vez tendremos que hacerlo —dijo Magnus con un deje de súplica en la voz, que resonó como desnuda, de modo que a Patrik se le erizó la piel.
—¿Y quién dice que tengamos que hablar de ello? Lo hecho, hecho está.
—Pues yo no entiendo cómo podéis seguir viviendo con eso tranquilamente. Joder, tenemos que…
La frase se perdió en un murmullo confuso.
Kenneth otra vez. Sonaba irritado. Pero la voz revelaba algo más. Miedo.
—¡Venga, Magnus! No sirve de nada hablar de ello. Piensa en Cia y en los niños. Y en Lisbet.
—Lo sé, pero ¿qué coño quieres que haga? A veces se me viene a la cabeza y lo siento aquí dentro… —Estaba demasiado oscuro para ver dónde señalaba.
A partir de ahí fue imposible entender nada más de la conversación. Bajaron la voz, continuaron entre murmullos y se dirigieron al resto del grupo. Ludvig detuvo la cinta y congeló la imagen con la espalda de las dos figuras en sombras.
—¿Tu padre llegó a ver esto? —preguntó Patrik.
—No, me guardé la cinta. Normalmente era él quien se encargaba, pero como lo había grabado a escondidas, la guardé en mi habitación. Tengo varias en el armario.
—¿Y tú tampoco la habías visto antes? —Paula se sentó al lado de Cia, que miraba boquiabierta el televisor.
—No —respondió Cia—. No.
—¿Sabes de qué hablan? —preguntó Paula poniéndole la mano en el brazo.
—Pues… no. —Continuaba con la vista fija en la espalda de aquellas dos siluetas en la noche—. No tengo ni idea.
Patrik la creía. Fuese lo que fuese, Magnus se lo había ocultado a su mujer.
—Kenneth tiene que saberlo —observó Ludvig sacando la cinta de la cámara antes de guardarla en la funda.
—Me gustaría que me la prestaras —le dijo Patrik.
Ludvig vaciló un instante antes de entregarle la cinta.
—No la irán a estropear, ¿verdad?
—Te prometo que vamos a tener mucho cuidado con ella. La recuperarás tal y como me la entregas.
—Entonces ¿van a hablar con Kenneth? —preguntó Ludvig. Patrik asintió.
—Sí, hablaremos con él.
—Pero ¿por qué no habrá dicho nada hasta ahora? —preguntó Cia algo desconcertada.
—Sí, nosotros nos preguntamos lo mismo —respondió Paula dándole una palmadita en la mano—. Y lo averiguaremos.
—Gracias, Ludvig —dijo Patrik blandiendo la cinta—. Puede que esto sea importante.
—No hay de qué. Me acordé al oírle preguntar si habían estado enfadados. —Se ruborizó hasta las cejas.
—¿Nos vamos? —preguntó Patrik a Paula, que ya estaba levantándose—. Cuida de tu madre. Y llámame si tienes algún problema —dijo Patrik a Ludvig en voz baja, al tiempo que le daba una tarjeta suya.
Ludvig se quedó mirándolos mientras se alejaban. Luego entró en la casa y cerró la puerta.
E
l tiempo transcurría lento en el hospital. El televisor estaba encendido y daban una serie americana. La enfermera entró a preguntarle si quería que cambiase el canal, pero él no tenía ganas ni de responder, y la mujer se marchó sin más.
La soledad era peor de lo que jamás había imaginado. Y la nostalgia era tan inmensa que solo conseguía concentrarse en respirar.
Sabía que ella aparecería. Llevaba mucho tiempo esperando y ahora él no tenía adónde huir. Pese a todo, no tenía miedo, se alegraba de que viniera. Su llegada lo salvaría de tanta soledad, de aquel dolor que estaba destrozándolo por dentro. Quería reunirse con Lisbet y explicarle lo ocurrido. Esperaba que ella comprendiera que, en aquella época, él era otra persona, que ella lo había cambiado. No soportaba la idea de que ella hubiese muerto con sus pecados en la retina. Aquello lo abatía más que ninguna otra cosa y cada soplo le suponía un esfuerzo.
Unos golpecitos en la puerta y allí estaba Patrik Hedström, el policía, ante su vista. Lo seguía aquella colega morena y menuda.
—Hola, Kenneth. ¿Cómo te encuentras? —El policía parecía serio. Cogió dos sillas y las acercó a la cama.
Kenneth no respondió. Siguió mirando el televisor, donde actuaba un grupo de artistas sobre un fondo mal colocado. Patrik repitió la pregunta y, finalmente, Kenneth volvió la cara hacia ellos.
—Pues he estado mejor. —¿Qué iba a decir? ¿Cómo describir su estado real, el ardor y el escozor que sentía por dentro, la sensación de que le estallaría el corazón? Todas las respuestas sonarían a tópico.
—Nuestros colegas ya han estado hoy por aquí. Has hablado ya con Gösta y con Martin. —Kenneth se percató de que Patrik le miraba las vendas, como si intentara imaginarse la sensación de cientos de cristales incrustados en la piel.
—Sí —respondió Kenneth indiferente. No había dicho nada antes y tampoco diría nada ahora. Sencillamente, se dedicaría a esperar. A esperarla a ella.
—Les dijiste que no sabías quién podía estar detrás de lo que te ha ocurrido esta mañana. —Patrik lo miraba y Kenneth le sostenía la mirada con resolución.
—Exacto.
El policía se aclaró la garganta.
—Pues nosotros creemos que no es exacto.
¿Qué habrían averiguado? Kenneth se asustó. No quería que lo supieran, que la encontraran. Ella debía concluir lo que había comenzado. Era su única salvación. Si pagaba el precio por lo que había hecho, podría explicárselo a Lisbet.
—No sé a qué os referís. —Apartó la vista, consciente de que el miedo le había aflorado a los ojos. Los policías lo advirtieron. Lo interpretaron como un indicio de debilidad, como una posibilidad de vencerlo. Estaban equivocados. No tenía nada que perder callando, y sí mucho que ganar. Por un instante pensó en Erik y Christian. Sobre todo en Christian. Se había visto involucrado en aquello pese a que no tenía culpa alguna. No como Erik. Pero él no podía detenerse en esas consideraciones. Solo le importaba Lisbet.
—Acabamos de estar en casa de Cia. Y hemos visto una cinta de vídeo de un solsticio de verano que celebrasteis allí. —Patrik parecía aguardar una reacción, pero Kenneth no sabía a qué se refería. Aquellos tiempos de fiestas y amigos le parecían tan remotos…
—Magnus estaba muy borracho y vosotros dos os retirasteis a fumar. Parecía como si no quisierais que nadie os oyera.
Seguía sin saber de qué le hablaba. Todo era niebla y bruma. Todos los contornos se habían desdibujado.
—Ludvig, el hijo de Magnus, os grabó sin que os dierais cuenta. Magnus estaba enojado. Quería que hablarais de algo que había ocurrido. Tú te irritaste y le dijiste que lo hecho, hecho estaba. Que tenía que pensar en su familia. ¿No lo recuerdas?
Ah, sí, ahora caía. Aún de forma difusa, pero recordaba cómo se había sentido al ver el pánico en los ojos de Magnus. Jamás supo por qué surgió aquella noche, precisamente. Magnus ardía en deseos de contarlo, de pagar por lo hecho. Y Kenneth se asustó. Pensó en Lisbet, en lo que diría, en cómo lo miraría. Finalmente, logró tranquilizar a Magnus, eso sí lo recordaba. Pero desde aquel momento, siempre temió que ocurriese algo que lo estropease todo. Y ya había ocurrido, aunque no como él pensaba porque, incluso en el peor de los casos que alcanzó a imaginar, Lisbet siempre seguía allí, con vida, dispuesta a censurarlo. Siempre contempló la posibilidad, por remota que fuera, de darle una explicación. Ahora era diferente, y era preciso que se hiciera justicia para que la posibilidad siguiera existiendo. No podía permitir que lo estropearan.
Así que meneó la cabeza y fingió estar haciendo memoria.
—Pues no, no recuerdo nada de eso.
—Podemos mostrarte la cinta, por si te ayuda a recordar —dijo Paula.
—Claro, como queráis. Pero no creo que fuese nada importante, de ser así, me acordaría. Sería la típica charla de dos que han bebido de más. Magnus se ponía raro a veces cuando bebía. Dramático y sentimental. Hacía una montaña de un grano de arena.
Kenneth era consciente de que no lo creían, pero a él no le importaba, no podían leer sus pensamientos. Llegado el momento se descubriría el secreto, de eso también era consciente. No se rendirían hasta haberlo averiguado todo, pero eso no debía suceder antes de que ella llegase y le hubiese dado a él su merecido.
Se quedaron un rato más, pero le resultó fácil eludir sus preguntas. No pensaba hacerles el trabajo, debía pensar en sí mismo y en Lisbet. Erik y Christian tendrían que arreglárselas como pudieran.
Antes de marcharse, Patrik lo miró con amabilidad.
—También queríamos decirte que hemos recibido los resultados de la autopsia de Lisbet. No murió asesinada, murió de muerte natural.
Kenneth volvió la cara. Él sabía que estaban equivocados.
E
stuvo a punto de dormirse mientras volvían de Uddevalla. Por un instante, se le cerraron los párpados y se pasó al carril contrario.
—¿Qué haces? —le gritó Paula cogiendo y enderezando el volante.
Patrik dio un respingo conteniendo la respiración.
—Joder. No sé qué me ha pasado. Es que estoy tan cansado.
Paula lo miró llena de preocupación.
—Vamos a tu casa ahora mismo, te quedas allí. Hasta mañana. Pareces enfermo.
—No puede ser. Tengo montones de cosas que revisar —dijo parpadeando e intentando centrarse en la carretera.
—Vamos a hacer lo siguiente —propuso Paula resuelta—. Párate en la gasolinera, que vamos a cambiarnos de sitio. Te llevo a casa y me voy a la comisaría, recojo todo lo que necesitas y vuelvo a Fjällbacka con ello. Ya me encargaré de enviar la cinta al laboratorio para que la analicen. Pero prométeme que vas a descansar. Llevas mucho tiempo trabajando demasiado y seguro que en casa también trabajas lo tuyo. Sé lo mal que lo pasó Johanna cuando esperaba a Leo, y me figuro que ahora estáis sobrecargados.
Patrik asintió, aun a su pesar, y siguió el consejo de Paula. Giró y se detuvo en la estación de servicio de Hogstorp y salió del coche. Sencillamente, estaba demasiado cansado para oponer resistencia. En realidad, era imposible tomarse un día libre, ni siquiera unas horas, pero el cuerpo había dicho basta. Si podía descansar un poco mientras revisaba la documentación, quizá recuperase parte de las fuerzas que necesitaba para seguir con la investigación.
Patrik apoyó la cabeza en la ventanilla del asiento del acompañante y se durmió antes de llegar de nuevo a la autovía. Cuando abrió los ojos, el coche estaba ya aparcado delante de su casa, y Patrik se apeó adormilado.
—Vete a la cama. Volveré dentro de un rato. Deja la puerta abierta, así no tendré más que dejar los documentos en la entrada —dijo Paula.
—De acuerdo, gracias —respondió Patrik, sin fuerzas para añadir nada más.
Abrió la puerta y entró en casa.
—¡Erica!
Pero nadie respondió. La había llamado aquella mañana, pero no consiguió localizarla. Tal vez estuviese en casa de Anna y se hubiese quedado allí un rato. Por si acaso, le dejó una nota en el mueble de la entrada, para que no se asustara si oía ruido al llegar a casa. Luego, con las piernas entumecidas, subió en silencio la escalera y se desplomó en la cama. Se durmió en cuanto la cabeza rozó la almohada. Pero con un sueño ligero e inquieto.
A
lgo estaba a punto de cambiar. No podía afirmar que estuviese conforme con su vida tal y como se había desarrollado los últimos años, pero al menos era algo conocido. El frío, la indiferencia, los intercambios de comentarios vitriólicos y archisabidos.
Ahora, en cambio, notaba el temblor de la tierra bajo los pies, grietas que se abrían cada vez más anchas. Durante la última conversación, advirtió en la mirada de Erik una especie de resolución definitiva. El desprecio no era novedad y, a aquellas alturas, a ella no solía afectarle. Pero en esta ocasión lo sintió de forma diferente. La asustó más de lo que jamás habría sospechado. Porque en el fondo, ella siempre pensó que seguirían bailando aquella danza de la muerte con una soltura cada vez más elegante.
Él siempre había reaccionado de un modo extraño cuando ella mencionaba a Cecilia. Por lo general, no solía importarle que hablase de sus amantes. Fingía no haberla oído. Entonces ¿por qué se habría enfadado tanto aquella mañana? ¿Sería indicio de que Cecilia sí significaba algo para él?
Louise apuró las últimas gotas de la copa. Ya empezaba a costarle ordenar las ideas. Todo quedaba envuelto en aquella agradable confusión, en el calor que se difundía por las articulaciones. Se puso un poco más de vino. Miró por la ventana, el hielo que abrazaba las islas, mientras que la mano, como con voluntad propia, llevaba la copa a los labios.
Tenía que averiguar lo que pasaba. Si la grieta que tenía bajo los pies era real o imaginaria. Y de una cosa estaba segura: si la danza terminaba, no sería con un paso discreto. Pensaba bailar dando taconazos y moviendo los brazos hasta que solo quedasen las migajas de aquel matrimonio. Ella no lo quería, pero eso no implicaba que estuviese dispuesta a dejarlo ir.
M
aja no se fue sin protestar cuando Erica fue a buscarla a casa de Anna. Jugar con los primos era demasiado divertido como para irse a casa. Pero tras una breve negociación, Erica consiguió ponerle el mono y sentarla en el coche. Le resultaba un tanto extraño que Patrik no hubiese vuelto a llamarla pero, por otro lado, tampoco ella lo había telefoneado. Aún no había maquinado cómo iba a contarle la excursión de hoy, pero algo tendría que decirle, porque debía entregarle a Patrik aquellos dibujos cuanto antes. Algo le decía que eran importantes, que la Policía debía verlos. Ante todo, tenían que hablar de ellos con Christian. En el fondo, le apetecía más hacerlo ella, pero sabía que ya tendría bastante con lo del viaje a Gotemburgo. No podía seguir actuando a espaldas de Patrik.