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Authors: John Katzenbach

La sombra (51 page)

24

El historiador

Simon Winter y Walter Robinson, ligeramente separados el uno del otro, observaban cómo el rabino y Frieda Kroner examinaban el retrato robot de la Sombra. Parecían dos eruditos que escudriñaran un jeroglífico antiguo y desdibujado, hasta que de pronto ambos se reclinaron en sus asientos. La anciana estaba ligeramente demudada cuando declaró:

—Es él, excepto por la barbilla, que era más rotunda...

—Las cejas no son exactas. Deberían ser más ceñudas, como si estuviera enfadado todo el tiempo —dijo con voz rígida Rubinstein—. Eso daría a los ojos más, no sé, ¿qué, Frieda? ¿Te acuerdas de los ojos?

—Sí —dijo ella afirmando con la cabeza—. Rasgados, como los de un perro agresivo.

—¿Y el resto? —inquirió Robinson.

—El resto es el hombre que conocimos hace cincuenta años —contestó Frieda, tajante. Se giró hacia el rabino—. Sólo que más viejo. Ha dejado de ser joven, igual que nosotros.

—Sí. Ese hombre es la Sombra —coincidió el rabino. Puso una mano en el brazo de Frieda. Luego le dijo al inspector—: Lo reconocería al momento.

—Yo también —agregó la anciana. Respiró hondo—. Y también lo habrían reconocido Irving y Sophie, los pobres. Si nuestros recuerdos nos decían que alto o bajo, gordo o flaco, claro u oscuro, era porque había tantas cosas allí que resultaba difícil acordarse. Pero ahora, al ver el retrato, puedo decir que es él. —Se estremeció, pero prosiguió con tono firme—. Así que usted, detective, y usted también, señor Winter, creen que anda por ahí esta noche —señaló con un gesto hacia la calle—, buscándonos, como hizo con los demás.

Simon asintió.

La mujer dejó escapar una risita, como si aquello resultara divertido.

—De modo que es posible que nos cueste dormir. Recuerdo haber vivido esta misma situación hace mucho tiempo.

Robinson se había controlado con dificultad hasta el momento.

—He cambiado de idea —dijo—. Ahora creo que el riesgo es demasiado grande. Ese hombre es casi un asesino profesional. Más que eso, un psicópata homicida. Pienso que lo más sensato sería que ustedes se fueran por separado a ver a algunos familiares hasta que pueda atraparlo. Así estarán a salvo y yo no tendré que preocuparme de protegerlos. Podemos sacarlos de la ciudad y tenderle una emboscada a la Sombra cuando se acerque a este apartamento o al suyo, señora Kroner. Pero lo importante es que no tengamos más muertes.

El rabino enarcó una ceja, sorprendido. Simon fue a decir algo, pero se contuvo. Frieda resopló.

—No —se adelantó Robinson levantando una mano—. Lo prioritario es velar por su seguridad.

El rabino miró al joven inspector y dijo:

—Una vez más, detective, tengo la sensación de que no está diciendo todo lo que sabe. ¿Que nos vayamos? ¿Que nos vayamos ahora? ¿Por qué se muestra tan insistente de pronto?

—Lo único que pretendo es ponerlos a salvo.

El rabino meneó la cabeza.

—No es eso —dijo.

Frieda había observado a Robinson mientras hablaba. Y de repente sonrió.

—Ajá —dijo, como el niño que adivina en qué mano se esconde el caramelo—. Ya sé por qué el detective dice estas cosas.

Robinson la miró.

—Señora Kroner, simplemente quiero...

Ella meneó la cabeza como si pretendiera reemplazar la sonrisa con una actitud inflexible.

—Ha sabido algo, ¿verdad? Ha sabido algo acerca de la Sombra, y no quiere contárnoslo para no asustarnos. ¡Como si hubiera algo más terrible de lo que ya hemos vivido! Yo he visto más muerte que usted, detective, aunque llegue a vivir doscientos años. Sigue sin entendernos, ¿verdad?

Robinson se quedó sin palabras.

Entonces tomó la palabra el rabino.

—Yo creo que a veces eso me asusta más que nada.

La anciana se mostró de acuerdo.

—Usted nos mira y ve a dos viejos porque usted es joven, y por tanto está lleno de todos los prejuicios de los jóvenes... —Alzó una mano al ver que Robinson iba a protestar—. No me interrumpa.

Él calló.

—Está bien —añadió Frieda con voz firme—. Dígalo. ¿Qué ha sabido?

Robinson se encogió de hombros antes de contestar. Pensó que, del mismo modo que era una insensatez subestimar a la Sombra, también podía ser una insensatez subestimar a aquellos dos ancianos.

—No tengo pruebas fehacientes... —empezó.

—Pero... porque hay un pero, ¿verdad? —terció el rabino con una sonrisa ligeramente sardónica—. Siempre hay un pero.

—Ya. ¿Se acuerdan del hombre que vio a la Sombra en el apartamento de Sophie?

—¿El drogadicto? ¿El señor Jefferson?

—Lo han encontrado asesinado esta mañana en su apartamento de Liberty City.

—¿Asesinado? ¿Cómo?

—Atado a su silla de ruedas y torturado con un cuchillo.

Ambos ancianos guardaron silencio mientras asimilaban la noticia.

—La policía no está segura aún. Pudo haber sido víctima de un ajuste de cuentas entre narcotraficantes. En esa parte de la ciudad la venganza es frecuente, y existen indicios de que Jefferson figuraba en muchas listas de personas que no paran mientes en asesinar...

—Pero usted no lo cree, ¿verdad? —dijo el rabino.

—Yo creo que todos sabemos quién lo ha matado.

—El señor Jefferson fue... —empezó Frieda, pero de nuevo fue interrumpida por el policía.

—Jefferson tuvo una muerte desagradable, señora Kroner. Desagradable y lenta, y sufrió incluso más de lo que se merecía. Lo torturaron porque alguien quería averiguar algo. Y después lo mutilaron. No pienso consentir que usted ni el rabino corran el mismo riesgo. Mírelo desde mi punto de vista: me costaría la carrera que saliera algo mal y ese hombre les hiciera daño. Y no podría perdonármelo nunca. Así que quiero que ambos estén a salvo.

Simon Winter se había quedado asombrado con la noticia de la muerte de Jefferson, pero ocultó su sorpresa bajo una cara de póquer. Observó a Robinson y vio que estaba conmocionado de verdad. De manera que intervino en tono suave:

—¿Dices que a Jefferson lo mutilaron? ¿Cómo?

—Prefiero no entrar en detalles, Simon.

—Bueno, por alguna razón lo habrán torturado y mutilado, porque me parece que ese bastardo lo hace todo por una razón, así que todo lo que hace debería indicarnos algo que tal vez nos ayude a anticiparnos a su próximo movimiento. Así pues, insisto: ¿cómo lo mutilaron?

Robinson dudó un momento, captando la frialdad que destilaba la voz del otro.

—Le cortaron la lengua.

Frieda Kroner lanzó una exclamación y se llevó una mano a la boca. El rabino meneó la cabeza y dijo:

—Eso es horroroso.

Pero Simon había entrecerrado los ojos y pensaba con rapidez. Luego dijo:

—Vaya, vaya. —Los otros se volvieron hacia él—. Quién iba a esperar algo así de un tipo miserable como Jefferson, ¿eh? Ni en un millón de años.

—¿Qué?

—Que no le haya dicho a la Sombra lo que quería saber.

—¿Y qué era?

—Qué saben las autoridades, con qué grado de prioridad se le está buscando, si están cerca de dar con él, qué pruebas hay de que esté vivo... Se me ocurren muchas preguntas que harían a la Sombra aventurarse en mitad de la noche. —Winter hizo una pausa y luego negó con la cabeza—. Y eso también sugiere que Leroy Jefferson no le mencionó el retrato robot. De modo que todavía tenemos ese punto a nuestro favor.

Robinson reflexionó unos instantes y luego asintió.

—Probablemente tienes razón —dijo—. Pobre Leroy. —Dudó un segundo y añadió—: Por supuesto, la mutilación también podría significar que la Sombra estaba furioso precisamente por las revelaciones de Jefferson y que ésa fue su manera de desahogarse.

—Los asesinos de la mafia tienen una firma propia —dijo Winter en voz baja—. Hacen cosas que se supone que dejan un mensaje. Pero no es el caso de la Sombra. Sus asesinatos, al contrario, intentan ocultar una rutina. Esta vez me parece que se ha sentido frustrado. Frustrado y quizá presa de una ira racista. Para él, Leroy Jefferson no era más que un obstáculo infortunado. Opino que deberíamos actuar con rapidez, tal como hace él.

Robinson reflexionó sobre la propuesta de Winter y asintió con la cabeza.

—Simon, creo que estás en lo cierto. Debemos sacar a la señora Kroner y al rabino de Miami Beach hoy mismo. En este momento. Ahora.

Como Winter le dirigió una mirada inexpresiva, Robinson añadió con exasperación:

—¡Maldita sea! Ellos dos son la explicación de todo esto, ¿no? Sin ellos ¿qué tenemos? Herman Stein se convierte de nuevo en un suicida, y Sophie Millstein entra en los archivos como caso no resuelto, agresor desconocido. Otra maldita estadística. Y en cuanto a Irving Silver, se queda para siempre donde esté. Se le clasifica como desaparecido, probablemente ahogado, y punto. ¿Cuántos otros hay en esa misma categoría? ¡Lo único que apunta a la Sombra en relación con varios asesinatos son estas dos personas! Sin ellos, jamás conseguiremos llevarlo ante un tribunal.

Winter tardó un momento en responder.

—Eso ya lo sé. —E iba a añadir algo más cuando Frieda Kroner lo interrumpió. Había palidecido ligeramente y sacudía la cabeza.

—Yo no pienso irme —afirmó.

Robinson la miró.

—Por favor, señora Kroner. Sé que su intención es loable, pero no es el momento. Estoy convencido de que corre usted un grave peligro, y la considero esencial para poder condenar a este asesino. Por favor, déjeme que la ayude...

—Sólo se me puede ayudar de una manera, detective: encontrando a la Sombra.

—Señora Kroner...

—¡No! —contestó enfadada—. ¡No, no y no! Ya hemos hablado otras veces de irnos y hemos decidido que no. —Se puso en pie—. ¡No pienso huir ni esconderme! Si viene a por mí y estoy sola, le plantaré cara sola. Puede que me mate, ¡pero le presentaré batalla con uñas y dientes! ¡Una vez intenté esconderme de ese hombre y me costó mi familia entera! ¡No pienso repetirlo! ¿Lo entiende, detective? —Hizo una inspiración profunda—. Estoy asustada, sí, y también soy vieja. Pero no estoy tan débil y decrépita como para no tomar decisiones por mí misma, ¡y decido que voy a quedarme pase lo que pase! —Se giró hacia Rubinstein—. Rabino, esto sólo me concierne a mí, la vieja testaruda que le está hablando. Usted debe decidir por sí mismo...

—Y mi decisión es la misma —repuso él y le cogió la mano—, mi querida y vieja amiga. Sea cual sea la amenaza que pesa sobre nosotros, le haremos frente juntos. Prepare una o dos bolsas e instálese en la habitación de invitados de este apartamento durante una semana o el tiempo que dure esto. Entonces podremos afrontar juntos lo que venga. —Miró a Robinson—. Hemos perdido mucho por culpa de ese canalla. Familias y ahora amigos, y sólo quedamos nosotros dos. No sé si juntos seremos más fuertes que él, pero debemos intentarlo. Así que gracias, detective, por preocuparse por nuestra seguridad, pero nos quedamos aquí.

Robinson abrió la boca para decir algo, pero Winter lo cortó:

—Hazles caso, Walter.

Robinson se giró hacia el ex policía para replicar airado, pero se lo pensó mejor. Intentó conformarse pensando en la ventaja que le ofrecería contar con los dos ancianos cerca.

—Está bien —aceptó finalmente—. Pero les pondremos protección. Asignaré un agente que estará aquí las veinticuatro horas del día. —Recogió el retrato robot—. Ha llegado el momento de que esto nos sirva para algo.

El plan era sencillo. Aquella noche, en los servicios religiosos de dos docenas de templos y sinagogas se leería un mensaje breve y contundente:

Un individuo conocido como la Sombra, presunto autor de crímenes contra los nuestros en Berlín durante las grandes tinieblas, es sospechoso de encontrarse viviendo en Miami Beach. Se insta a todo el que posea alguna información acerca de esta persona a que se ponga en contacto con el rabino Chaim Rubinstein o con el inspector Walter Robinson de la policía de Miami Beach.

No se iba a mencionar nada en relación con los asesinatos. Simon pensaba que el anuncio era ya demasiado específico y que corrían el riesgo de que la Sombra se asustara y huyera, pero Walter había insistido en que el texto tenía que ser directo, y si su presa huía, ya se dedicaría él a perseguirla sin prisas allá adonde fuera, dejando a los dos ancianos a salvo. Además, no creía que la Sombra se enterase directamente de aquel mensaje; pues era muy improbable que asistiese a ningún oficio religioso. Así pues, se enteraría de aquel mensaje por terceras personas. Una conversación en un vestíbulo o un ascensor. Tal vez en un restaurante o un quiosco de periódicos. Y abrigaba la esperanza de que aquel anuncio lo incitara a dar pasos sin precaución. Eso era lo único que quería, que la Sombra actuara sin pensar, sin preparar nada. Y entonces Robinson estaría esperándolo.

Más importante aún, y en eso estaba de acuerdo con Simon, era que la Sombra seguía sin saber que su anonimato corría peligro. Era meramente una cuestión de ponerle nombre al retrato.

Winter había sugerido añadir un elemento más al plan, y a Robinson le pareció sensato. Los dos debían llevar el retrato robot de la Sombra a los presidentes de varias comunidades de vecinos, entre ellas la del difunto Herman Stein. Tal vez alguien podría orientarlos en la dirección adecuada.

Cuando Robinson regresó a su oficina se encontró con que Espy había llamado. Había dejado información sobre la llegada de su vuelo y un mensaje de lo más críptico: «Misión cumplida con cierto éxito.»

No se permitió especular con lo que podía significar, aunque se lo comunicó a Winter cuando ambos se dirigían a Miami Beach, a un mundo de rascacielos de apartamentos.

—Tal vez ha conseguido el nombre —aventuró Simon.

—Seguramente ya no usará el mismo.

—Puede que no, pero mira, si desaparece de pronto, por lo menos tendrás algo con que empezar en los registros. Registros de inmigración, de impuestos, de organizaciones de ayuda humanitaria después de la guerra. Voy a convertirte en un historiador. Lo que creo es que entró en Estados Unidos con ese nombre antes de cambiárselo. Quizás haya algo en la Seguridad Social. Nunca se sabe.

—Augura un montón de trabajo.

—Y la gente cree que ser inspector de Homicidios es todo fama y gloria, ¿eh?

Robinson rió brevemente. Había dejado a la pareja de ancianos en el apartamento del rabino, preparando un té para el agente que les habían asignado como protección. Sus órdenes eran sencillas: no dejar pasar a nadie a menos que tuviera una autorización personal de él o unas credenciales en regla. Había cogido una copia del retrato robot y la había pegado con cinta adhesiva a la puerta de entrada, al lado de la mirilla. Los bloques de pisos tienen escasas ventajas, pero una de ellas es que cuando uno cierra la puerta el apartamento tiene las mismas características de seguridad que una cueva: una única entrada y una única salida. Eso le permitió tener la sensación de que todo estaba mínimamente controlado.

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