La tierra de las cuevas pintadas (107 page)

Ayla examinó el artilugio con el que habían llevado a Marthona a la Reunión de Verano. Consistía en dos varas rectas hechas con los troncos de alisos jóvenes, colocadas en paralelo, y una cuerda resistente tejida en diagonal entre ambas, creando un dibujo romboidal. Para mayor estabilidad, llevaba unos palos más cortos entretejidos en las cuerdas a intervalos regulares que se extendían de una vara a la otra. Ayla estaba segura de que Marthona, una experta tejedora, había participado en la construcción. La mujer iba sentada sobre un par de cojines hacia la parte de atrás, y Ayla le tendió una mano para ayudarla a levantarse. Marthona dio las gracias a los cuatro jóvenes, así como a los otros que los acompañaban, quienes por lo visto se habían turnado para acarrear a la antigua jefa.

Habían pasado la noche anterior en el pequeño valle de la Quinta Caverna con las pocas personas de ese grupo que no habían acudido a la reunión, junto con una de las acólitas de su Zelandoni. Mostraron todos mucho interés en el medio de transporte de Marthona, y un par de ellos se preguntaron para sus adentros si encontrarían a unos cuantos jóvenes dispuestos a cargar con ellos hasta una Reunión de Verano. A la mayoría de ellos les habría gustado ir; todos sentían que se perdían algo al verse obligados a quedarse por no poder recorrer la distancia por su propio pie.

Cuando los aprendices de Jondalar metieron las angarillas en el alojamiento, Ayla pensó que tal vez aún se necesitarían sus servicios.

—Hartalan, ¿estaríais dispuestos, Zachadal y tú, y tal vez algunos otros, a llevar a Marthona de un lado a otro del campamento si es necesario? Es posible que la caminata de aquí hasta el alojamiento de los zelandonia y otros campamentos sea excesiva para ella —dijo Ayla.

—Basta con que nos avises cuando nos necesites —respondió Hartalan—. Es preferible que nos lo digas con tiempo, pero lo más probable es que casi siempre uno de nosotros ande por aquí. Hablaré con los demás para ver si encontramos la manera de que haya aquí permanentemente alguien que pueda ir en busca de más ayuda.

—Es muy amable por vuestra parte —dijo Marthona. Había oído lo que les pedía Ayla al entrar en el alojamiento—, pero no quiero privaros de vuestras actividades.

—Aquí ya no hay gran cosa que hacer —contestó Hartalan—. Algunos planean ir de caza, o visitar a parientes, o volver a casa pronto. La mayoría de las ceremonias y los banquetes se han acabado, salvo por la segunda ceremonia matrimonial y ese gran acontecimiento que está preparando la zelandonia. Además últimamente nadie sabe por dónde anda Jondalar, pero en todo caso él dedica más tiempo a los aprendices en invierno. Es divertido llevarte de un sitio al otro, Marthona —dijo Hartalan con una sonrisa—. Ha sido increíble la cantidad de atención que hemos recibido sólo por entrar en el campamento contigo.

—Por lo visto, me he convertido en un entretenimiento nuevo —comentó Marthona, devolviéndole la sonrisa—. Si de verdad no te importa, es posible que te llame para pedirte ayuda de vez en cuando. La verdad es que puedo caminar mucho mejor en distancias cortas, pero me es imposible ir muy lejos incluso con bastón, y detesto retrasar a los demás.

De pronto Folara irrumpió en el alojamiento.

—¡Madre! ¡Estás aquí! Acaban de decirme que has llegado. Ni siquiera sabía que vendrías. —Se saludaron con un abrazo y se rozaron las mejillas.

—Dale las gracias a Ayla de que así sea. Cuando se enteró de que tal vez habías encontrado a un hombre por el que sentías verdadero afecto, propuso que alguien fuera a buscarme. Una joven necesita a su madre si hay planes serios a la vista —explicó Marthona.

—Hizo bien —coincidió Folara, y desplegó una sonrisa radiante, por lo que Marthona supo que la posibilidad de emparejamiento era real—. Pero ¿cómo has venido hasta aquí?

—Creo que eso también fue idea de Ayla. Dijo a Dalanar y Joharran que no había ninguna razón para que yo no viniera si varios jóvenes fuertes podían traerme en angarillas, así que fueron unos cuantos a buscarme. Ayla quería que viniese con ella, montada a lomos de Whinney, y probablemente debería haberlo hecho, pero, a pesar de lo mucho que me gustan los caballos, montarlos me da miedo. No sé controlar a un caballo. Estos chicos son más fáciles de manejar. Basta con decirles lo que quieres, y cuándo quieres detenerte —explicó Marthona.

Folara abrazó a la compañera de su hermano.

—Gracias, Ayla. Hay ciertas cosas que sólo una mujer puede entender. Es verdad que quería que mi madre viniese, pero dudaba de que su salud se lo permitiera, y sabía que no podía viajar a pie. —Se volvió hacia su madre—. ¿Cómo te sientes?

—Ayla cuidó muy bien de mí cuando estaba en la Novena Caverna, y ahora me encuentro mucho mejor que en primavera —respondió Marthona—. Desde luego es una curandera extraordinaria, y si te fijas bien en ella, verás que ya es Zelandoni.

Marthona había reparado en la marca en su sien, comprendió Ayla. Ya había cicatrizado y no le dolía, aunque a veces todavía le picaba, y casi ni se acordaba de ella excepto cuando alguien se la mencionaba o la miraba descaradamente.

—Ya lo sé, madre —dijo Folara—. Todo el mundo lo sabe, a pesar de que no lo han anunciado, pero ella, al igual que todos los demás zelandonia, últimamente ha estado muy ocupada, y apenas la he visto. Planean una especie de ceremonia, pero no sé si será antes o después de la segunda matrimonial.

—Será antes —aclaró Ayla—. Tendrás tiempo de hablar con tu madre y hacer planes.

—Así que tienes una relación seria con alguien —dijo Marthona. Se interrumpió y permaneció en silencio por un momento, pensativa. Finalmente dijo—: Bien, pues, ¿dónde está ese joven? Me gustaría conocerlo.

—Está esperando fuera —respondió Folara—. Voy a buscarlo.

—¿Y si salgo yo a saludarlo? —propuso Marthona. El alojamiento de verano estaba a oscuras. Como no había ventanas, la única iluminación procedía de la entrada, con su cortina descorrida y atada, y del agujero para la salida del humo en medio del techo, que de día, cuando hacía buen tiempo, solían dejar totalmente abierto. Marthona no veía tan bien como antes y quería echarle un buen vistazo a ese joven.

Cuando las tres mujeres salieron, Marthona vio a tres muchachos a quienes no conocía, vestidos con prendas que le resultaron extrañas, uno de ellos un verdadero gigante de pelo rojo encendido. Al ver que Folara se acercaba primero a él, Marthona contuvo la respiración. Había albergado la esperanza de que ese no fuera el joven elegido por Folara. No era que tuviese nada de malo, sino más bien porque chocaba con el sentido de la estética de Marthona, lo que en todo caso no era un factor determinante. Siempre había esperado que el hombre escogido por Folara se acomodara bien con ella, que ambos se complementaran, y al lado de un hombre tan grande su alta y elegante hija parecería pequeña. Folara inició las presentaciones.

—Danug y Druwez, de los mamutoi, son parientes de Ayla. Han venido hasta aquí para verla. De camino conocieron a otro hombre y lo invitaron a viajar con él. Madre, por favor, da la bienvenida a Aldanor, de los s’armunai.

Ayla observó al joven s’armunai de aspecto agradable y tez morena dar un paso al frente.

—Aldanor, te presento a mi madre, Marthona, antigua jefa de la Novena Caverna de los zelandonii, emparejada con Willamar, maestro de comercio…

Marthona dejó escapar un suspiro de alivio cuando Folara empezó a presentarle formalmente a Aldanor, no al gigante pelirrojo, y recitó para ella los extraños títulos y lazos del joven.

—En nombre de la Gran Madre Tierra, te doy la bienvenida, Aldanor de los s’armunai —dijo Marthona.

—En nombre de Muna, la Gran Madre de la Tierra, Su hija Luma, dadora de luz y calor, y Su compañero Bala, el observador en el cielo, yo te saludo —contestó Aldanor a Marthona, levantando los brazos y enseñándole las palmas de las manos; de pronto se acordó y cambió inmediatamente la posición, estirando los brazos y poniendo las palmas boca arriba, tal como saludaban los zelandonii.

Tanto Marthona como Ayla se dieron cuenta de que el joven había practicado el saludo s’armunai para poder decirlo en zelandonii, y ambas quedaron impresionadas. A ojos de Marthona, el hecho de que estuviese dispuesto a hacer el esfuerzo hablaba bien del atractivo joven, y debía reconocer que era guapo. Entendió la atracción que ejercía sobre su hija, y de momento le complacía su elección.

Ayla nunca había oído el saludo formal de los s’armunai; ni Jondalar ni ella habían sido recibidos formalmente en un campamento s’armunai. Jondalar había sido tomado prisionero por las Lobas de Attaroa y recluido en una zona vallada, junto con sus hombres y niños. Ayla y los caballos, con la ayuda de Lobo, siguieron su rastro hasta el campamento.

Tras los saludos formales, Marthona y Aldanor empezaron a conversar, pero Ayla vio que si bien la antigua jefa se mostraba encantadora, también hacía preguntas orientadas a averiguar lo máximo posible acerca del desconocido con el que su hija planeaba emparejarse. Aldanor explicó que había conocido a Danug y Druwez cuando estos se detuvieron a pasar un tiempo con su gente. Él no pertenecía al campamento de Attaroa, sino a uno situado más al norte, cosa de la que se alegró cuando supo lo que había sucedido allí.

Ayla y Jondalar se habían convertido en personajes legendarios entre los s’armunai. Se contaba el relato de la hermosa S’Ayla, la Encarnación de la Madre, una munai viviente tan hermosa como un día de verano, y su compañero, S’Elandon, el hombre alto y rubio que había venido a la tierra para salvar a los hombres de ese campamento del sur. Se decía que tenía unos ojos del color del agua de un glaciar, más azules que el cielo, y con su pelo rubio, era tan guapo como sólo lo sería la brillante luna si bajara a la tierra y adoptara forma humana. Después de que el feroz Lobo de la Madre, la encarnación del Lobo Estrella, matara a la malvada Attaroa, S’Ayla y S’Elandon volvieron al cielo a lomos de sus caballos mágicos.

A Aldanor le fascinaron los relatos cuando los oyó por primera vez, sobre todo la idea de que unos visitantes del cielo pudieran controlar a caballos y lobos. Pensó que la leyenda procedía de un fabulador ambulante, que debía de haber tenido una inspiración verdaderamente genial para inventar un relato tan innovador. Cuando los dos primos dijeron que esas figuras legendarias eran parientes de ellos, y que iban de camino a visitarlos, Aldanor no se pudo creer que fueran reales. Los tres jóvenes hicieron buenas migas, y cuando los dos primos lo invitaron, decidió acompañarlos en su viaje para visitar a sus parientes zelandonii y verlos con sus propios ojos. Mientras los tres viajaban hacia el oeste, oyeron más relatos. La pareja no sólo montaba a caballo, sino que su lobo era tan «feroz» que permitía que los bebés se encaramaran a él.

Cuando llegaron a la Reunión de Verano de los zelandonii y Aldanor se enteró de la verdadera historia de Attaroa y su campamento por mediación de Jondalar, le sorprendió que los episodios de las leyendas fueran tan fieles a la realidad. Había planeado regresar con Danug y Druwez sólo para explicar a todo el mundo lo ciertas que eran. Era verdad que existía una mujer llamada Ayla y que vivía con los zelandonii, y su compañero Jondalar era alto y rubio, con sorprendentes ojos azules, y aunque ya un poco mayor, seguía siendo un hombre muy atractivo. Y todos decían que Ayla era hermosa.

Pero decidió no volver. Nadie le habría creído, como tampoco habría creído él que esas historias eran ciertas. Eran fábulas sobrenaturales, que poseían una verdad mística que ayudaba a explicar lo desconocido, mitos. Además, la hermana de Jondalar era también de una belleza incomparable, y le había conquistado el corazón.

La gente había empezado a congregarse alrededor mientras el forastero y Marthona hablaban, escuchando lo que contaba Aldanor.

—¿Por qué se llaman S’Ayla y S’Elandon la pareja del relato, y no Ayla y Jondalar? —preguntó Folara.

—Creo que puedo responder a eso —dijo Ayla—. El sonido «S» es honorífico; se supone que expresa honor, que muestra respeto. El nombre s’armunai significa «pueblo honrado» o «pueblo especial». Cuando ese sonido se usa delante del nombre de una persona, significa que tienen a esa persona en alta estima.

—¿Por qué nosotros no nos llamamos «pueblo especial»? —preguntó Jonayla.

—Creo que sí nos llamamos así. Creo que esa forma honorífica suya es otra manera de decir «Hijos de la Madre», que es como nos llamamos nosotros —respondió Marthona—. Puede que estemos emparentados, o que lo hayamos estado en otro tiempo. Me parece muy interesante que hayan podido coger «zelandonii» y cambiarlo para que signifique «aquel que es honrado» o «pueblo especial».

—Cuando estuvieron recluidos en la zona vallada —prosiguió Ayla—, Jondalar enseñó a los hombres y los niños a hacer cosas, como por ejemplo herramientas. Fue él quien encontró la manera de liberarlos a todos. En nuestros viajes, cuando nos encontrábamos con otra gente, a menudo se presentaba como «Jondalar de los zelandonii». Un chico en concreto cogió la parte zelandonii del nombre de Jondalar y empezó a decir «S’Elandon», añadiendo la «S» honorífica, porque lo honraba y respetaba mucho. Sospecho que él creía que ese era el significado de su nombre, «Jondalar, el honrado». En la leyenda, por lo visto, también me concedieron a mí ese honor.

Marthona quedó satisfecha, de momento. Se volvió hacia Ayla.

—Estoy siendo maleducada. Perdona. Preséntame a tus parientes, por favor.

—Este es Danug de los mamutoi, hijo de Nezzie, que está emparejada con Talut, el jefe del Campamento del León, y este es su primo Druwez, hijo de la hermana de Talut, Tulie, cojefa del Campamento del León de los mamutoi —empezó a decir Ayla—. La madre de Danug, Nezzie, fue la que me regaló el traje de boda. Recordarás que te conté que iba a adoptarme, pero de pronto Mamut sorprendió a todos y me adoptó él.

Ayla sabía que Marthona se había quedado muy impresionada con su traje de boda, y también sabía que, como madre de la muchacha que pronto se emparejaría, querría conocer la posición de esos dos jóvenes, dado que lo más probable era que participaran en la ceremonia matrimonial.

—Sé que otros ya os han dado la bienvenida —dijo Marthona—, pero deseo añadir mis saludos a los suyos. Entiendo que vuestra gente eche de menos a Ayla… es una aportación muy valiosa a cualquier comunidad… pero, por si les sirve de consuelo, podéis decirles que la apreciamos mucho. Ha sido una gran satisfacción para nosotros acogerla en nuestra caverna. Aunque una parte de su corazón siempre pertenecerá a los mamutoi, es una zelandonii muy preciada.

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