La tierra de las cuevas pintadas (113 page)

otorgarles la alegría de compartir y el don del placer
,

por el cual se honra a la Madre con el goce de yacer
.

Los dones aprendidos estarán cuando a la Madre honrarán
.

—Ella nos provee, nos cuida, nos enseña y, a cambio de sus dones, nosotros la honramos —prosiguió La Que Era la Primera—. Doni no nos ha concedido el don del conocimiento de la vida para que seáis los dueños de los niños nacidos en vuestro hogar, para poder decir que son vuestros. —Miró a varios de los jóvenes que habían intervenido—. Nos lo ha concedido para que sepamos que las mujeres no son las únicas bendecidas por Doni. Los hombres tienen un cometido equiparable al de las mujeres. No están aquí sólo para proveer a los demás y ayudar; los hombres son imprescindibles. Sin hombres, no habría niños. ¿No basta con saber eso? ¿Es necesario que vuestros niños os pertenezcan? ¿Es necesario ser sus dueños?

Los jóvenes cruzaron miradas avergonzadas, pero la Zelandoni no sabía si la habían entendido de verdad. De pronto una joven alzó la voz.

—¿Y qué pasa respecto a lo ocurrido antes? Sabemos quiénes son nuestras madres y abuelas. Soy la hija de mi madre, pero ¿qué pasa respecto a los hombres?

La Zelandoni no reconoció de inmediato a la muchacha, pero, con su astucia natural, intentó deducirlo. Estaba sentada con la Vigésimo tercera Caverna, y los dibujos y motivos de su túnica y su collar indicaban que pertenecía a esa caverna, no que acaso fuera de otra y se hubiera sentado allí con sus amigos. Si bien el traje que vestía revelaba que era una mujer, no una niña, saltaba a la vista que era muy joven. Probablemente acababa de celebrar los Primeros Ritos, pensó la donier. Si se atrevía a hablar ante un público tan numeroso siendo tan joven, debía de ser muy desenvuelta e impetuosa o estar acostumbrada a tratar con gente que decía lo que pensaba, y eso era indicio de liderazgo. La jefa de la Vigésimo tercera Caverna era una mujer, Dinara. La Zelandoni recordó entonces que la hija mayor de Dinara se encontraba entre las que habían celebrado los Primeros Ritos ese año, y advirtió que Dinara sonreía a la joven. En ese momento se acordó de su nombre.

—No ha cambiado nada, Diresa —contestó la Primera—. Los niños siempre han sido el resultado de la unión entre un hombre y una mujer. Que antes no lo supiéramos no significa que no haya sido siempre así. Sencillamente Doni ha decidido decírnoslo ahora. Debe de haber considerado que ya estamos preparados para saberlo. ¿Sabes quién era el compañero de tu madre cuando naciste?

—Sí, todo el mundo sabe quién es su compañero. Es Joncoran —respondió Diresa.

—En ese caso Joncoran es tu padre —afirmó la Zelandoni. Había estado esperando la oportunidad para dar a conocer el término elegido—. «Padre» es la palabra que se ha dado al hombre que tiene hijos. El hombre es necesario para que se inicie una vida, pero no lleva el bebé dentro de él, ni lo da a luz ni lo amamanta, pero puede quererlo tanto como una madre, y participa en todo como la madre, participa, es un padre. También se ha elegido esa palabra para indicar que así como las mujeres son las Bendecidas de Doni, ahora los hombres pueden considerarse los Favorecidos de Doni. La palabra se parece a «madre», pero se ha elegido el sonido «pa» a fin de diferenciarlos.

La multitud prorrumpió de inmediato en ruidosas conversaciones. Ayla oyó al público repetir una y otra vez el nuevo término, como si lo saborearan, como si se acostumbraran a él. La Zelandoni esperó a que callaran.

—Tú, Diresa, eres la hija de tu madre, Dinara, y eres la hija de tu padre, Joncoran. Tu madre tiene hijos e hijas, y tu padre también tiene hijos e hijas. Esos hijos pueden llamarlo «padre», igual que llaman «madre» a la mujer que los trajo al mundo.

—¿Y si el hombre que se apareó con mi madre e inició mi vida no era el hombre con el que ella estaba emparejada? —preguntó Jemoral, el joven de la Segunda Caverna.

—El hombre que está emparejado con tu madre, el que es el hombre de tu hogar, es tu padre —contestó la Zelandoni sin titubeos.

—Pero si no inició él mi vida, ¿cómo puede ser mi padre? —insistió Jemoral.

«Este joven va a causar problemas», pensó La Que Era la Primera.

—Puede que no sepas quién inició tu vida, pero sabes quién es el hombre que vive contigo y con tu madre. Lo más probable es que fuera él quien te engendró. Si no sabes de nadie más con certeza, es como si no existiera, y no tiene sentido dar nombre a una relación que no existe. Quien prometió proveerte es el compañero de tu madre. Él es quien cuidó de ti, quien te quiso, quien ayudó a criarte. No es el apareamiento, son las atenciones lo que convierte a un hombre en padre. Si el hombre con el que tu madre estaba emparejada hubiese muerto, y si ella se hubiese emparejado con otro hombre que te quiso y cuidó de ti, ¿lo querrías menos?

—Pero ¿cuál es el «padre» verdadero?

—Siempre podrás llamar «padre» al hombre que te provee. Cuando recitas tus lazos, como en una presentación formal, tu padre es el hombre que estaba emparejado con tu madre cuando naciste, aquel al que llamas «hombre de tu hogar». Si el que te provee no es el que estaba allí cuando naciste, lo llamarás «segundo padre», para distinguir entre los dos siempre que sea necesario —explicó la Zelandoni. Se alegró en ese momento de no haber podido conciliar el sueño en toda la noche, pensando en las posibles ramificaciones familiares que originaría este nuevo conocimiento.

La Que Era la Primera quería anunciar algo más.

—Puede que esta sea una buena ocasión para mencionar otro asunto. Los zelandonia han pensado que los hombres deben ser incluidos en algunos de los rituales y costumbres relacionados con el recibimiento de un bebé, para que sientan y entiendan de una manera más profunda su participación en la creación de una nueva vida. Por lo tanto, a partir de ahora, los hombres pondrán el nombre de los niños varones nacidos en sus hogares; las mujeres, por supuesto, seguirán poniendo el nombre a las hijas.

El anuncio fue acogido con sentimientos encontrados. Los hombres se sorprendieron, pero algunos sonreían. Sin embargo, por las expresiones de algunas mujeres, la Zelandoni vio que no querían renunciar a su prerrogativa de poner nombre a los hijos. La gente prefirió no darle excesiva importancia en ese momento, y nadie preguntó nada, pero la Zelandoni supo que el asunto no quedaba resuelto. Surgirían complicaciones, no le cupo la menor duda.

—¿Y qué pasa con los hijos nacidos de mujeres que no están emparejadas? —preguntó una mujer en apariencia muy joven que, no obstante, acunaba a un bebé entre sus brazos.

«Segunda Caverna», pensó la Zelandoni, mientras examinaba su ropa y sus joyas. «¿Será ese niño fruto de los Primeros Ritos del verano pasado?»

—Las mujeres que dan a luz antes de emparejarse reciben una bendición, igual que las mujeres dentro de las que se inicia una nueva vida cuando se emparejan. Una mujer bendecida con un hijo ha demostrado que es capaz de concebir y traer al mundo a un niño sano, y a menudo es elegida para ser bendecida de nuevo. Hasta que se empareja, su familia y su caverna proveen a sus hijos, y su «padre» es Lumi, el compañero de Doni, la Gran Madre Tierra. —Sonrió a la joven. De pronto se acordó de su nombre—. En realidad, Shaleda, no ha cambiado nada. La caverna siempre provee a las mujeres con hijos sin compañero, tanto si es porque su compañero camina por el otro mundo como si es porque no lo ha elegido todavía. Pero la mayoría de los hombres considera muy deseables a las mujeres con bebés. Normalmente estas se emparejan enseguida, ya que pueden aportar un niño al hogar del hombre de inmediato, un niño que es un favorito de Doni. El hombre con el que se empareja se convierte en el padre del niño, claro está —explicó la mujer corpulenta, y observó a la muchacha, poco más que una niña, mientras esta miraba tímidamente a un joven de la Tercera Caverna que la contemplaba embelesado.

—Pero ¿y qué pasa con el hombre que es el verdadero padre? —preguntó la voz ya familiar del joven de la Segunda Caverna que había hecho tantas preguntas—. ¿No es el padre el hombre cuya esencia realmente inició al niño?

La Zelandoni lo vio dirigir miradas hacia la misma joven que sostenía el bebé en brazos. Esta miraba al otro hombre. «Ah, ahora caigo», pensó la donier. «Es posible que ese niño no sea fruto de los Primeros Ritos, sino de un primer encaprichamiento.» Le sorprendió un poco ver la facilidad con que ella misma se había adaptado a la idea de que los niños nacían como consecuencia del apareamiento entre un hombre y una mujer. Ahora todo parecía encajar de una manera muy lógica.

Ayla también se había fijado en el joven de la Segunda Caverna y había advertido el trasfondo entre la joven y los dos hombres. «¿Pensará que él inició el bebé? ¿Estará celoso?», se preguntó. Ayla se dio cuenta de que ahora era consciente no sólo del concepto de los celos, sino también de los intensos sentimientos que generaban. «No imaginaba que este don del conocimiento de la Gran Madre Tierra traería tantas complicaciones. Empiezo a preguntarme si de verdad es un don tan maravilloso.»

—Si una mujer con un hijo nunca se ha emparejado —dijo la Zelandoni, intentando mostrar una alternativa aceptable—, el hombre con el que se empareje, el que prometa proveer al niño y cuidar de él, se convierte en el padre. Naturalmente, si una mujer decide emparejarse con más de un hombre, los dos compartirán por igual el título de «padre».

—Pero una mujer no tiene que emparejarse con alguien si no quiere, ¿no? —preguntó la joven.

La Primera advirtió que el Zelandoni de la Segunda Caverna subía por la ladera hacia el espacio que ocupaba su caverna.

—Sí, eso siempre ha sido así y no tiene por qué cambiar.

Vio que el donier se sentaba al lado del joven que planteaba tantas preguntas y se volvió para atender las dudas de otra parte del público.

—¿Cómo se llama el padre de mi padre? —preguntó un hombre de la Undécima Caverna.

La Zelandoni dejó escapar un profundo suspiro de alivio: una pregunta fácil.

—A la madre de una madre la llamamos ya «abuela». Al padre de una madre lo llamaremos, pues, «abuelo», en masculino. La madre de un padre también será abuela, pero para distinguirla, la llamaremos «abuela paterna», que viene de «padre»; el padre de un padre será por tanto el «abuelo paterno». Cuando recitéis vuestros lazos, la madre de vuestra madre será vuestra «abuela materna», que viene de «madre», y el padre de vuestra madre será vuestro «abuelo materno», porque siempre sabemos con certeza quién es nuestra madre.

—¿Y si no sabes de quién es la esencia que inició a tu madre? —preguntó el jefe de la Quinta Caverna—. O si ese hombre camina por el otro mundo, ¿cómo nombras entonces el lazo?

—Si sabes quién es el hombre que se emparejó con la madre de tu madre, ese sería tu abuelo. Lo mismo puede decirse de tu padre. Aunque esté en el otro mundo, lo inició el hombre que se emparejó con la madre de tu padre, igual que el hombre que puso la esencia de su miembro dentro de la madre de tu madre inició a tu madre —explicó la Zelandoni con cuidado.

—¡No! ¡Nooo! —se alzó una voz de entre el público—. ¡No es verdad! Ha vuelto a hacerlo. Me ha traicionado justo cuando empezaba a confiar en ella.

Todos se volvieron. En el extremo opuesto del gran grupo formado por la Novena Caverna se había puesto en pie un hombre.

—¡Es mentira! ¡Todo es mentira! Esa mujer intenta engañaros. La Madre jamás le habría dicho eso —vociferó, señalando a Ayla—. Es una mujer malvada y embustera.

Llevándose la mano a la frente para protegerse los ojos del sol, Ayla miró hacia allí y vio a Brukeval. «¿Brukeval? ¿Por qué me grita así? No lo entiendo», pensó. «¿Qué le he hecho?»

—Procedo del espíritu de un hombre elegido por la Gran Madre para unirse al espíritu de mi madre —prosiguió Brukeval a voz en cuello—. Mi madre procede del espíritu de un hombre elegido por Doni para unirlo al espíritu de su madre. ¡No procede del miembro de un animal! ¡Ni de la esencia de ningún miembro! ¡Yo soy un hombre! ¡No soy un cabeza chata! ¡No soy un cabeza chata! —Incapaz de seguir expresando su angustia a gritos, se le quebró la voz en las últimas palabras y acabó con un sollozo quejumbroso.

Capítulo 38

De pronto Brukeval echó a correr cuesta abajo, atravesó la explanada y se alejó del campamento sin mirar atrás. Varios hombres, la mayoría de la Novena Caverna, fueron tras él, entre ellos Joharran y Jondalar, con la esperanza de poder hablar con él para tranquilizarlo y llevarlo de vuelta en cuanto se quedara sin aliento. Pero Brukeval corría como si lo persiguieran los espíritus de los muertos. Por mucho que se resistiera a aceptarlo, había heredado de su abuelo la fuerza y la resistencia propias de un hombre del clan. Aunque al principio los hombres que perseguían a Brukeval, más veloces, estuvieron a punto de alcanzarlo, carecían de su aguante y no pudieron mantener el ritmo que él impuso.

Al final se detuvieron, sin resuello. Unos se agacharon, otros se tiraron al suelo, intentando recobrar el aliento en un martirio colectivo de dolor en los costados y gargantas al rojo vivo.

—Tenía que haber cogido a Corredor —dijo Jondalar con voz entrecortada, casi incapaz de hablar—. Ese hombre no habría podido ir más deprisa que un caballo.

Cuando por fin, agotados, regresaron, reinaba el desorden en la reunión. Todo el mundo se había puesto en pie, iba de un lado a otro, conversaba. La Zelandoni no quería que aquello acabara así, y había anunciado un descanso hasta que los hombres volvieran, a poder ser con Brukeval. Al ver que aparecían sin él, decidió dar por concluida la reunión de inmediato.

—Es una lástima que Brukeval de la Novena Caverna se sienta así. A todos nos consta lo susceptible que es en cuanto a sus antecedentes, pero ignoramos qué le sucedió realmente a su abuela. Sólo sabemos que se perdió durante un tiempo y al final encontró el camino de regreso, tras lo cual dio a luz a la madre de Brukeval. Todo aquel que se pierde durante tanto tiempo inevitablemente sufre los efectos adversos de una experiencia tan atroz, y en este caso la abuela de Brukeval, cuando volvió, no estaba en su sano juicio. La asaltaban temores continuos y nadie se creía ni entendía gran parte de lo que decía.

»La hija que trajo al mundo no era físicamente fuerte, quizá debido a la experiencia de su madre, y cuando ella misma quedó embarazada, el parto se complicó tanto que murió. Es probable que la estatura y el aspecto de Brukeval sean consecuencia del difícil embarazo de su madre, aunque por suerte creció fuerte y sano. Creo que Brukeval tenía toda la razón cuando ha dicho que es un hombre. Es un zelandonii de la Novena Caverna, un buen hombre con mucho que ofrecer. Estoy segura de que decidirá volver a nuestro lado en cuanto haya tenido tiempo para reflexionar, y sin duda entonces la Novena Caverna lo recibirá con los brazos abiertos —afirmó La Que Era la Primera. Luego añadió—: Ha llegado el momento de dar por concluida la reunión. Todos tenemos muchas cosas en que pensar, y podéis proseguir la discusión iniciada aquí con vuestros propios zelandonia.

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